Sociología ideológica

martes, 13 de agosto de 2013

Capitalismo: retrato de un robo legal ¿Por qué si esto es así el trabajo efectivo se presenta como un valor auxiliar y prescindible en los sistemas capitalistas?.


Capitalismo: retrato de un robo legal x Armando B. Ginés ¿Por qué si esto es así el trabajo efectivo se presenta como un valor auxiliar y prescindible en los sistemas capitalistas?.


Sin el factor trabajo, no habría sociedad posible ni cultura humana. De la clase trabajadora emanan todos los bienes, los servicios y el conocimiento. ¿Por qué si esto es así el trabajo efectivo se presenta como un valor auxiliar y prescindible en los sistemas capitalistas?
El quid de la crucial cuestión reside en el discurso, en el poder casi onnímodo de la ideología dominante elaborada por la casta hegemónica propietaria de los medios de comunicación y de producción social. Tal poder proviene de la plusvalía, ese misterioso tramo económico que va a las manos de los gestores laborales sin necesidad de trabajar para ello. Los capitalistas se embolsan una cuantiosa remuneración como dueños de las empresas simplemente en calidad de instrumentos ociosos de un sistema de explotación institucionalizado. Dirigen el proceso con el único título de ser poseedores del capital necesario para acometer un proyecto de producción. La paradoja es que ese capital no se ha formado mediante el trabajo propio sino por acumulación de plusvalías generadas por la clase trabajadora, excedentes que se sustraen de modo invisible del sueldo mensual.
Estamos ante un robo legal, permitido y legitimado por la ideología capitalista y las normas consuetudinarias. Nuestra sociedad descansa sobre una mentira colosal: todos tenemos los mismos derechos civiles y políticos e idénticas obligaciones. La fachada democrática esconde y anula las injusticias económicas mediante un discurso falaz que vela los verdaderos intereses de clase en liza.
Habría que remontarse muy lejos en la historia para asistir al nacimiento de grupos sociales que vivían sin trabajar. Ello fue viable cuando la producción de bienes y servicios posibilitó la liberalización de energías laborales para otros fines sociales. Así surgieron las castas de hechiceros y sacerdotes y otros segmentos profesionales especializados cuyos servicios eran pagados por los excedentes de las plusvalías apropiadas en el ámbito genuinamente laboral. Cuando no era suficiente con este montante se empezó a recurrir a los impuestos, única forma factible para llenar las bocas de la legión de ociosos per se que pululaban por las cortes o antesalas de poder: militares, policías, políticos, jueces, diplomáticos… La complejidad de los Estados precisaba de funcionarios muy diversos y ocupaciones dispares para obligar a trabajar a la gran masa obrera. Pronto se vio que solo con represión no era suficiente para contener los diques sociales que guardaban tanta injusticia en su seno. La intelectualidad orgánica pasó a convertirse en otra función esencial del entramado político. Se trataba de personas, adjuntas al poder real, encargadas de fabricar ideología, ideas adaptadas a los intereses de la clase rica que se vendían como ciencia inatacable, verdadera y válida para toda la sociedad en su conjunto, hombres y mujeres, ricos y pobres, empresarios y trabajadores.
Con matices, ese cuadro sinóptico sigue funcionando a las mil maravillas en las sociedades actuales. La fuerza de trabajo sigue soportando, porque no podría ser de otra forma, la indispensable carga de transformar la materia en riqueza, si bien el sistema continúa considerándola como un elemento de segundo orden (técnicamente un coste de producción) en sus análisis macroeconómicos. Vivimos en un mundo al revés que solo se sostiene a base de ideología capitalista y represión violenta, ya sea ejercida por la policía o los ejércitos. Agricultores sin tierras, obreros parados y trabajadores intelectuales explotados por los intereses del sector privado. Al régimen capitalista le es imprescindible crear pobres y precariedad vital para manejar el proceso que lo mantiene en pie. Mientras haya necesidad generalizada y lucha feroz por un pedazo de pan, el trabajador no tendrá oportunidad de pensar más allá de su problemática individual y acuciante. El dominio sobre la escasez de los recursos es un arma letal y definitiva para crear poder vertical inamovible.
La complejidad es un concepto que se renueva cada día para crear confusión y debates ficticios a través de la difusión ininterrumpida de noticias y rivalidades previamente alimentadas por el propio sistema. Esas disputas puntuales toman diversos perfiles: hombres contra mujeres, policías contra delincuentes, blancos contra negros, cristianos contra musulmanes, nacionales contra extranjeros, religiosos contra ateos, personas cabales y resignadas a su suerte contra rebeldes y críticos, terroristas contra occidentales… La panoplia de conflictos es ilimitada. Cuantas más disputas o diferencias en vigor, mejor para el capitalismo, que en esa guerra permanente de caos y enemigos heterogéneos desvía la atención real de los verdaderos intereses sociales de la gente sometida al sistema capital-trabajo.
La falsa conciencia de la clase trabajadora salta a la vista solo con rascar la superficie de la vida cotidiana. Sin embargo, resulta muy difícil romper ese cerco ideológico, maniqueísta y tergiversador que cada día expelen por doquier los principales medios de comunicación. La mente humana siempre busca las soluciones más próximas y fáciles. Excepcionalmente, cuando no funcionan las respuestas más a mano, es capaz de plantearse vías alternativas. En ese sentido, sí puede ser válido, aunque siempre con precauciones, el viejo axioma de cuanto peor, mejor, es decir, que el deterioro político y social haga florecer pensamientos de mayor enjundia crítica en la inmensa mayoría. Ahora bien, el capitalismo ha demostrado a lo largo de su ya larga historia una extraordinaria capacidad mágica y camaleónica para ofrecer señuelos tangibles y atajos simbólicos con los que contrarrestar los efectos nocivos de su marcha a ninguna parte concreta. Un remedio clásico es la caridad, que siempre rescata a algún damnificado del vacío existencial. Otra medida de choque tradicional ha sido el reparto de migajas y subvenciones pírricas entre la clase trabajadora con el aditamento festivo de espectáculos y fastos deslumbrantes: toros, fútbol, televisión, música, ídolos y héroes populares de cartón piedra… Por ahí van los tiros actualmente: crear empleos de miseria con horas indefinidas para ir tirando con un complemento vitamínico de estupidez evasiva que mantenga dopada a la clase trabajadora en sus momentos de relativo relax, con el fin de tomar aliento y seguir compitiendo ferozmente con el prójimo por un trabajo indigno.
Hasta que el trabajador no sepa ver y valorar su importancia laboral, continuará siendo un factor auxiliar de quita y pon para el capitalismo, que continuará con su poder prácticamente intacto. Tres ideas fundamentales para reconocerse a sí mismo en esta batalla histórica: solo el trabajo genera la riqueza, de la plusvalía sale el beneficio de las clases ociosas y poseedoras y la ideología dominante es un discurso artificial, nunca natural y clausurado, emanado directamente de los intereses capitalistas. No habrá empoderamiento de la clase trabajadora que no gire alrededor de esas tres ideas básicas y trascendentales, precisamente las que velan y acallan a conciencia las clases hegemónicas y los mass media a su servicio.

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