Es el momento de la República
- Escrito por Redacción
Antonio Alvarez- Solís
La corrupción en España, dice Alvarez-Solís, no es un fenómeno circunstancial, sino la pura esencia de un Estado que solo podría cambiar por la vía del 14 de abril de 1931: «El pueblo súbitamente en la calle. Un pueblo asistido por el fogonazo de una nueva racionalidad y motivado por un futuro inmediato». En su opinión, el regreso del republicanismo supondría «la higienización del ámbito político».
La mayoría de las protestas públicas contra la
actual situación política en España culminan con una declaración de
renuncia que equivale a la condena de la democracia: los electores no
saben a quién votar. Son españoles absolutamente desorientados en el
desierto democrático. No creen ya en el Partido Popular, abominan del
Partido Socialista y acaban en algunos casos por depositar una esperanza
agónica en ese artilugio inservible que es UPyD, una patera política
construida con restos del múltiple fracaso ideológico. Del Estado
monárquico no queda nada, absolutamente nada. El Estado no es, a estas
alturas, más que la herramienta de una gobernación atrabiliaria y
desnortada que se tambalea sin programa. El Estado no es más que un
truco recaudatorio. Yo, si me sintiera español a estas alturas de mi
vida -es decir, si no aspirase más que a una pura existencia censal- me
preguntaría seriamente qué hacer para recobrar el pulso público. Ante
todo renunciaría al marco institucional existente porque en ese encuadre
todo propósito de edificar una convivencia responsable y digna quiebra
apenas nace. El Estado español es una inmensa trituradora. O sea, que
debemos partir, para la edificación de una existencia política
apreciable, de un nuevo escenario. Y ese ineludible escenario es la
República.
En España la única tradición política que huele a pueblo, a masa
ciudadana, a colectivo soberano es la tradición republicana. Que no
digan, los que se dedican a la falsificación histórica, que la República
ha constituido una turbulenta experiencia. Cierto que las dos
Repúblicas padecieron muchas tensiones, pero esas tensiones surgieron
cuando el republicanismo removió, para eliminarlo y clarificar las
aguas, el fondo cenagoso sobre el que malvivían los españoles. Las
Repúblicas, con mención muy especial de la segunda, pretendieron dotar
de un mecanismo intelectual a los españoles; convertirles una maquinaria
razonable. Despertarlos de un sueño abismal. Y la fiera monárquica,
como describe el mito del lago Ness, reapareció entonces furiosa en la
superficie.O República o carnaval custodiado por la policía. Toca elegir y hay que hacerlo, además, con urgencia.
República, además, que nos ponga en pie frente a una
Europa con un duro Gobierno alemán o francés, como pretende ahora la
Sra. Merkel, a quien la Unión Europea ya no le facilita, como venía
siendo habitual, el campo preciso para sus ambiciones, en este caso la
segunda fase de su colonización del viejo continente. Hemos llegado a un
momento en que la Unión -mal corcusido el actual sistema financiero- le
viene estrecha a la Sra. Merkel y, en cambio, resulta asfixiante para
muchos de nosotros, pues carga de obligaciones ruinosas a la periferia e
incomoda el movimiento libre que pretenden los alemanes desde el centro
del Sistema. Como escribe Hans Küng de la Iglesia católica, con frase
aplicable a lo que tratamos, «el centro mira sobre todo a la
continuidad; la periferia (reclama) la vida y el progreso. El centro
impone sobre todo (su) orden riguroso; la periferia pretende el
movimiento y la variedad, la discusión y el desarrollo vital. El centro
proclama sobre todo principios generales y de seguridad; la periferia
pide la adaptación de los principios a la situación concreta e invita al
riesgo».
Alemania, que es el centro, entra en una nueva fase de la
colonización de Europa, fase más directa que es entorpecida por la
institucionalidad bruselense -con su burocracia ya arraigada y sus
clanes políticos, que no quieren enterarse de las exigencias de una
parte importante de los europeos- aunque el entramado de Bruselas sea
cada vez más inoperante de cara a la pretendida unidad de Europa.
Alemania reclama de nuevo una libertad política que le permita maniobras
cada vez más sustanciosas como metrópoli que es.¿Y qué puede hacer un pueblo como el español ante un horizonte como el que hemos apuntado? Evidentemente el Estado monárquico de España es un hábito que solo puede vestir el viejo monje español. Un monje mendicante que divaga afectos entre el bandido serrano y la pareja de la Guardia Civil caminera. En esa España la corrupción no es un fenómeno circunstancial sino que resulta ser la España misma. Lo de siempre.
Todo este tinglado es el que hay que arrumbar
tajantemente, pero ¿quién puede desmontarlo y con que fuerza ha de
proceder? No creo que haya otro camino que el del 14 de abril de 1931:
el pueblo súbitamente en la calle. Un pueblo asistido por el fogonazo de
una nueva racionalidad y motivado por un futuro inmediato. Un pueblo
que, además, no se pierda en disquisiciones precoces sobre su acción
revolucionaria, que ha de constituir, en cualquier caso, la médula a
perfeccionar en el posterior discurso republicano.
Y en esa fase hay dos naciones llamadas principalmente a jugar un
papel motor en la política peninsular: Euskal Herria y Catalunya, que no
solo han de buscar su propio camino sino manejar el timón por el
rompecabezas ibérico a fin de no dejar rastrojo a su espalda. Euskal
Herria y Catalunya necesitan la soberanía para fabricar una sociedad con
dimensiones y sentido propios, mas han de señalizar también el camino a
una amplia masa de trabajadores de otras tierras peninsulares que no
puede seguir en flotación desordenada ante la puerta de los nuevos entes
soberanos. Euskal Herría y Catalunya podrían ser el catalizador de un
sur geográfico que pusiera orden en el diálogo periférico con el centro
europeo, estimulado por viejas pretensiones que le regresan a una
conocida fórmula económica y social que ya no puede funcionar.
Evidentemente la ambición que todo esto encierra no es posible sin la
aceptación del republicanismo histórico -socialmente avanzado y
humanamente sugerente- que brotó de una intención modernizadora que aún
espera realización. Soñemos, alma, soñemos, porque engañosamente
despiertos tampoco hacemos nada.Hay que reconocer que esta hora universal no es una hora de paz frente a la violencia postrera del fascismo vestido de neoliberalismo. Por eso se debe tener la visera bajada y la visión, periférica. Es la hora del republicanismo que sepa decir cien veces «no».
La reclamada Europa de los pueblos se ha tornado
imposible ante unos Estados que vuelven a pedir jacobinamente carta de
soberanía. Ello obliga a considerar con mucha atención esa pretensión
soberana de unas naciones que, tras tantos años de forzada sumisión a un
estatalismo castrador, pueden inaugurar una época de formas políticas
más populares que marquen otras rutas sociales. Euskadi y Catalunya
habían iniciado la tarea de la nueva edificación social cuando el
republicanismo que las dotaba de un canal para la creación de vida nueva
fue asolado por la rebelión franquista. Sobrevino luego la segunda
guerra mundial y toda posibilidad de ampliar la democracia fue arrumbada
por una doctrina que clausuró la libertad de creación ideológica, a la
que cargó, directa o indirectamente, con la responsabilidad de un
terrorismo confusamente múltiple, muchas veces movido desde el centro
mismo de un Imperio que prestó la asistencia mortal para destruir el
republicanismo que quiso abrir en España vía a una verdadera democracia,
con un vital derecho a la autodeterminación.
El regreso de la República a España supondría la higienización del
ámbito político con la resurrección de una política de masas que
permitiría un democrático debate entre España, Euskadi y Catalunya; un
debate que trascendería a una Europa que se está pudriendo día a día.
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