Y es que en algo sí tienen razón los hooligans españoles que
corrieron anoche a denunciar el habitual complot internacional en su
contra. La decisión de otorgar los Juegos Olímpica es política, política
pura, política de altísimo nivel. ¿Cómo no va a serlo si se trata de
uno de los acontecimientos con más repercusión mundial, no solo en
términos de réditos económicos o de difusión televisiva, sino sobre todo
de proyección positiva para un país? ¿Cómo no va a ser política si
quienes defienden la candidatura en Buenos Aires son el heredero del
jefe de Estado y el presidente del Gobierno?
Si se quieren más pruebas, basta reparar en quiénes se han hecho con los ultimos Juegos: dos países emergentes como China (Pekín 2008) y Brasil (Río de Janeiro 2016) y uno de los estados europeos más fiables, Reino Unido (Londres 2012). Mirando más atrás, y obviando el mero guiño a la historia que supuso Atenas 2004, hay más ejemplos: Sidney, Seúl, Atlanta, Los Ángeles... El COI ha despertado al Estado español -¿o todavía no?- de su espejismo: ni es un Estado pujante ni ofrece la estabilidad requerida (la derrota en el desempate ante la «insegura» Estambul supone la evidencia palmaria). La depresión era insuperable anoche para todo un aparato estatal y un gobierno heredero de aquel que hace una década soñaba con tener asiento en el G-8.
Podrían consolarse con que lo malo siempre es susceptible de empeorar. Madrid seguirá lamiéndose esa doble herida de no haber acogido nunca unos Juegos Olímpicos mientras que sí lo ha hecho Barcelona, vista desde su atalaya mesetaria como si fuera la segunda ciudad de un mismo Estado. Y además esta tercera derrota olímpica acentúa las opciones de la candidatura de Barcelona para hacerse con la organización de los juegos de invierno de 2022, lo que hubiera resultado obviamente imposible en caso de que ayer hubiera ganado Madrid 2020.
Si se quieren más pruebas, basta reparar en quiénes se han hecho con los ultimos Juegos: dos países emergentes como China (Pekín 2008) y Brasil (Río de Janeiro 2016) y uno de los estados europeos más fiables, Reino Unido (Londres 2012). Mirando más atrás, y obviando el mero guiño a la historia que supuso Atenas 2004, hay más ejemplos: Sidney, Seúl, Atlanta, Los Ángeles... El COI ha despertado al Estado español -¿o todavía no?- de su espejismo: ni es un Estado pujante ni ofrece la estabilidad requerida (la derrota en el desempate ante la «insegura» Estambul supone la evidencia palmaria). La depresión era insuperable anoche para todo un aparato estatal y un gobierno heredero de aquel que hace una década soñaba con tener asiento en el G-8.
Podrían consolarse con que lo malo siempre es susceptible de empeorar. Madrid seguirá lamiéndose esa doble herida de no haber acogido nunca unos Juegos Olímpicos mientras que sí lo ha hecho Barcelona, vista desde su atalaya mesetaria como si fuera la segunda ciudad de un mismo Estado. Y además esta tercera derrota olímpica acentúa las opciones de la candidatura de Barcelona para hacerse con la organización de los juegos de invierno de 2022, lo que hubiera resultado obviamente imposible en caso de que ayer hubiera ganado Madrid 2020.
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