Podemos, un gran acierto y una gran responsabilidad.
Etiquetas 
La aparición de Podemos ha “desordenado”
 el panorama político. En una situación de bloqueo institucional, donde 
la inestabilidad parecía más ser fruto de la crisis de los viejos 
partidos que del surgimiento de nuevos agentes, Podemos aparece como la 
gran amenaza para los de arriba y la gran esperanza para los de abajo. 
Tras años de movilizaciones y de dinámicas de lucha esencialmente 
defensivas, la marea de indignación que abrió el 15M busca dotarse de 
instrumentos para luchar por la conquista de cuotas de poder 
institucional, provocando un cambio de ciclo donde las clases 
subalternas ya no se conforman con protestar, sino que buscan convertir 
su propio relato en poder político. Un sector de la población comienza a
 creer, de nuevo, en la posibilidad de construir una sociedad 
igualitaria y democrática: la política ha sido profanada por la 
irrupción popular.
En este artículo intentaremos sintetizar
 algunas cuestiones: por qué se lanza Podemos, quiénes lo lanzan, la 
relación entre Podemos y las identidades de la izquierda, algunos 
elementos del discurso, las formas organizativas, y los retos de cara el
 futuro. Sin duda, se quedarán muchas cosas interesantes en el tintero: 
léase simplemente como una reflexión no acabada o una aportación al 
debate.
De la lectura de un momento a la creación de un acontecimiento.
Rompiendo con la idea de que “hay que 
acumular fuerzas lentamente”, el lanzamiento de Podemos responde a una 
visión que combina un análisis “objetivo” de la coyuntura política con 
un uso “subjetivo” de la misma. Por una parte, la coyuntura abre la 
oportunidad política: las luchas en defensa de lo público, el descrédito
 de las organizaciones sociales y políticas tradicionales, la 
burocratización de la izquierda institucional, la desafección y el 
hartazgo de amplias capas de la población, la búsqueda de una salida 
política a la movilización, son algunos de los síntomas que indican que 
un proyecto como Podemos puede tener éxito. Por otro lado, una coyuntura
 de estas características no conduce por sí misma a ningún tipo de 
alteración fundamental del orden político. La coyuntura debe 
aprovecharse mediante el gesto, para impulsar la construcción de sujetos
 que creen acontecimientos en función de las posibilidades existentes. 
La realidad deja de ser un puzle donde todas las piezas tienen que 
encajar: lo importante es ponerse a construir el puzle con las piezas 
que hay, aunque no encajen todas.
Lanzamiento con las fuerzas acumuladas.
Podemos se lanzó entre personas 
agrupadas en torno a la tertulia de debate político “La Tuerka”, con 
Pablo Iglesias como cabeza visible, y los y las militantes de Izquierda 
Anticapitalista. Dos culturas políticas diferentes se encontraban: una 
muy inspirada por los procesos latinoamericanos, con una hipótesis 
basada en la agregación popular en torno a una figura carismática 
convertida en el significante en torno al cual agregar múltiples 
descontentos y una “movimientista”, basada en la voluntad de construir 
una alternativa rupturista desde abajo y a la izquierda, muy marcada por
 las experiencias del 15M y las mareas.
El uso de una figura pública “fuerte”, 
más conocida por sus apariciones televisivas que por ser un líder del 
movimiento como puede ser Ada Colau, ha sido y sigue siendo 
controvertido. Pero más allá de los debates, hay que reconocer que sin 
la figura de Pablo Iglesias, Podemos no hubiera pasado de ser otro 
experimento sin poder de agregación popular más allá de los espacios 
militantes ya constituidos. Y me refiero a Pablo Iglesias como figura 
construida para resaltar un acierto innegable: detrás de esta figura hay
 una lectura sobre la necesidad de construir también en el plano 
mediático, dado el papel de los “mass media” en las sociedades actuales.
 Pablo Iglesias es el producto de una estrategia, pues aunque las 
oportunidades son siempre contingentes, hay que saber aprovecharlas. El 
mérito es de quien ha leído que había un hueco, una acumulación de 
fuerzas potencial en ese sentido y ha trabajado para convertir el 
potencial en algo concreto. La legitimidad de Pablo Iglesias en el 
liderazgo de Podemos emana de haber sabido construir, a través de los 
altavoces mediáticos, una vía de comunicación directa con millones de 
personas que se identifican con sus planteamientos. El debate no se 
articula en torno a la necesidad o no de un liderazgo de este tipo, que 
ha demostrado ser muy útil para impulsar un proyecto amplio basado en la
 auto-organización popular, sino que más bien los debates se dan en 
torno a cómo se combina ese modelo de liderazgo mediático con la cultura
 igualitaria y “desde abajo” que surge con el 15M. El intento, no exento
 de tensiones, de ir ensamblando ambas esferas explica buena parte del 
éxito de Podemos. Queda mucho por experimentar en ese aspecto.
Por otro lado, un sector de la izquierda
 radical (radical en el sentido de buscar soluciones de raíz a problemas
 endémicos) ha sido capaz de poner sus (pequeñas) fuerzas militantes al 
servicio de la apertura de un espacio incontrolable por cualquier 
organización, que busca vincular a nuevos sectores sociales más allá de 
posiciones políticas predefinidas. De lo que se trata es de poner la 
organización al servicio del movimiento, abandonando la idea de que se 
“interviene desde fuera” o de que existen campos políticos fijos. La 
tarea consiste en formar parte de experimentos masivos, asumiendo 
contradicciones, y unas formas más impuestas por los ritmos reales que 
fruto de un trabajo paciente y organizado. Muchas veces eso genera 
ciertas tensiones entre militantes fuertemente ideologizados y el 
desarrollo político de un movimiento compuesto mayoritariamente por 
gente sin experiencia militante, donde los vínculos muchas veces no se 
establecen en base a la militancia tradicional. El riesgo de desacople 
entre los núcleos militantes (que no necesariamente provienen de una 
organización en concreto, pues hay militantes de muchos tipos) y esa 
base social difusa y amplia de Podemos es real y siempre está presente 
en un movimiento que, por sus propias características, cuenta con 
múltiples y variadas formas de vinculación y participación. Quizás sea 
necesario un cierto cambio de mentalidad, para que además de ser 
“protagonistas” políticos, los militantes asuman también una cierta 
vocación de enlace con toda esa gente que se identifica con Podemos, 
pero que no está dispuesta a sumirse en dinámicas activistas.
Poner “el hacer” antes del “ser” para volver a “ser”.
La derrota de la izquierda tradicional 
(caída del muro, adaptación de la socialdemocracia al neoliberalismo, 
impotencia de la izquierda radical) ha provocado que, al contrario que 
en épocas precedentes en Europa, la simbología “roja” no sea el elemento
 de identificación a través del cual se expresa el descontento 
anti-capitalista. Lo que pasa a ser central como elemento a fijar es lo 
que “hay que hacer”, por encima de lo “que se es” a priori. Por decirlo 
en palabras de Miguel Romero, “es posible e importante crear una 
organización política cuya fuerza y unidad se establezca más allá de la 
ideología, concentrándonos en la definición de las tareas políticas 
centrales”.
Eso no significa ni mucho menos que esa 
prioridad del “hacer” impida la reconstrucción de identidades, pues en 
política siempre hay una relación de tensión con el pasado, una fuerza 
que nos impulsa que viene de muy atrás, como explicaba Walter Benjamin. 
No hay más que ver la fabulosa recuperación del mitin como teatro 
político que ha hecho Podemos: puños en alto, Carlos Villarejo citando a
 Engels, Teresa Rodríguez saludando las luchas locales de los 
trabajadores, las canciones de combate o Pablo Iglesias aludiendo a lo 
mejor del movimiento obrero.
Esa concepción del mitin como espacio 
vivo, performativo, condiciona la evolución en el plano 
estético-discursivo de Podemos: en este teatro “de nuevo tipo” en el que
 se han convertido los mítines de Pablo Iglesias y otras caras públicas 
del movimiento, el público no solo observa admirado, sino que también 
actúa, presiona, vive. Esa apertura de espacios para la expresión 
popular, el gran mérito de Podemos, ha permitido el reencuentro del 
pueblo de izquierdas consigo mismo, pero también ha obligado a la 
izquierda a salir de su letargo identitario. Podemos se ha movido en ese
 equilibrio, tenso y precario, permitiendo al proyecto partir de la 
izquierda, abrir un nuevo campo más allá de esa identidad, para luego 
recomponerla, pero sin encerrarse nunca en ella. Ser de izquierdas 
vuelve a estar de moda, porque ya no es algo que se viva en soledad y 
con un símbolo en la solapa.
El juego de los conceptos.
Podemos ha logrado un equilibrio difícil
 para la izquierda: aparecer como “lo nuevo” sin dejar de retomar esa 
fuerza que emana de mirar al pasado buscando inspiración. Utilizaremos 
dos ejemplos: la introducción “desde fuera” del vocablo “casta” y por 
otro lado, el ataque a uno de los pilares del régimen constitucional del
 78, el PSOE, a partir de la disputa de la identidad “socialista.”
Un ejemplo de la potencia discursiva de 
Podemos se ve claramente en la introducción del término “casta”, un 
concepto suficientemente ambivalente y difuso como para fijar un eje 
antagonista, en un contexto donde los causantes de la debacle social se 
muestran invisibles o individualizados. Tradicionalmente, en la teoría 
política de matriz marxista, el término “casta” se ha utilizado para 
referirse a aquellas capas de la población cuyo poder emanaba de su 
relación con el Estado, mientras que “clase” se relacionaba con la 
posición en los medios y relaciones productivas y de propiedad. “Casta” 
puede recoger esa fusión entre poder económico y los aparatos del Estado
 típica del periodo neoliberal, producto de la invasión financiera de 
campos de gestión estatal que durante el periodo del “Welfare” 
reproducían las conquistas sociales de la clase trabajadora. “Casta” se 
convierte en esa representación, sencilla y directa, de los responsables
 económicos y políticos de la miseria, de la fusión entre los poderes 
públicos y privados: podría convertirse en sinónimo de lo que el 
movimiento obrero denominó “burguesía”. Esta capacidad del término 
“casta” de simbolizar la fusión entre poderes económicos y políticos 
tiene también su base material en el movimiento real: remite a aquel 
lema que inició el 15M que recordaba que “no somos mercancía en manos de
 políticos y banqueros”. Un término tan ambiguo como “casta”, sin esas 
experiencias colectivas previas, podría haberse convertido también en la
 representación falsa de todos los males, un recurso populista que 
oculta a los auténticos responsables de la crisis, como ha ocurrido en 
Italia, donde el principal abanderado de la lucha contra la “casta”, el 
Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, ha terminado pactando con UKIP 
(el partido de extrema derecha vencedor de las últimas elecciones 
europeas en Gran Bretaña) en el parlamento europeo; un pacto aprobado, 
por cierto, mediante un referéndum online. Eso no desprestigia ni el uso
 de referéndum online (sin duda, una de las herramientas más útiles para
 ampliar la participación popular) ni el uso del término “casta”, pero 
nos recuerda que el peso decisivo lo tienen los procesos sociales 
colectivos, que son los que definen el significado de un significante y 
determinan el uso en uno u otro sentido de los mecanismos de 
participación online.
No hay que olvidar tampoco que el duelo 
entre “la casta” y la “gente” se produce dentro de unas relaciones 
estructurales de dominación y explotación capitalistas: la “casta” es 
explotadora, pero se sostiene y reproduce en un marco sistémico. Es la 
acción política de la gente la que puede desalojar a la “casta”, pero no
 solo para sustituirla por una nueva capa de gobernantes “más justos”, 
sino para desarticular esas relaciones (relaciones entre el ser humano y
 el medio ambiente basadas en la rapiña, expropiación de la riqueza 
generada por el trabajo por unos pocos, relaciones de opresión 
heteropatriarcales) que determinan la vida social. La potencia de 
Podemos está en que el concepto no va desligado de la acción real, y así
 abre la posibilidad de ligar la lucha contra “la casta” a la 
posibilidad de superar las estructuras y relaciones que permiten y 
condicionan la reproducción de “la casta”. En ese proceso de lucha se 
generan elementos de auto-organización popular, nuevas relaciones 
sociales que cuestionan las impuestas por la sociedad capitalista: la 
lucha contra “la casta” se hace cooperando, debatiendo y en común, 
frente a la competencia, aislamiento y soledad que ofrece el 
neoliberalismo.
Por otra parte, Podemos ha tenido la 
audacia (ligada a la posibilidad abierta por la fragilidad de las 
lealtades políticas establecidas por el régimen del 78) de lanzarse a la
 disputa de las bases sociales del PSOE. El PSOE ha funcionado durante 
las últimas décadas como el principal instrumento partidario en la 
integración de las clases subalternas en el Estado Español, un papel muy
 ligado a su subordinación y fusión con los aparatos del Estado. Los 
mecanismos para esa integración han sido múltiples. Destacan sus 
vínculos con los sindicatos hasta una política de reformas basada en 
estimular un modelo económico que combinaba las ayudas europeas a cambio
 de desindustrializar el país, la activación de la deuda como 
instrumento compensador del estancamiento salarial, o la 
financiarización del sistema productivo. El colapso de ese modelo, a 
partir de la crisis de 2008, ha significado también una dura erosión de 
su referencialidad social para todo ese sector de la clase trabajadora 
que anteriormente veía al PSOE como un mal menor frente a la derecha. 
Podemos ha sabido retomar el término “socialista” para posicionarse como
 una alternativa frente a la ruina de la “marca original”, incluso a 
través de recursos como “jugar” discursivamente con el hecho aleatorio 
de que el líder de Podemos y el fundador del PSOE comparten nombre. 
Podemos acusa al PSOE de abandonar sus objetivos fundacionales, y llama a
 recuperarlos en el marco de la construcción de un nuevo sujeto 
político. Los socialistas pueden así recuperar el orgullo de serlo, pero
 fuera del PSOE, percibido como un marco caduco y en descomposición.
Si entendemos el “sentido común” desde 
el punto de vista de Gramsci, es decir, como síntesis entre la ideología
 de la clase dominante y las conquistas contra-hegemónicas de los 
subalternos en su lucha contra esa ideología dominante, no cabe duda de 
que la ambivalencia discursiva de Podemos permite recoger buena parte 
del capital histórico acumulado tanto por las luchas y la historia del 
movimiento de los oprimidos. Pero esa ambivalencia (imprescindible y tan
 útil para un proceso de agregación popular masiva) se verá enfrentada 
también a retos dictados por la agenda política imperante, una agenda, 
que no olvidemos, sigue marcada por hechos heterónomos a las acciones de
 Podemos, aunque Podemos ya sea un factor en la ecuación. ¿Qué pasará el
 día de la consulta catalana? El sentido común imperante entre muchos 
(la mayoría, podríamos decir) de los que se identifican con Podemos no 
se orienta precisamente a apoyar el derecho de los catalanes a decidir, a
 pesar de que algunos de los dirigentes de Podemos hayan defendido el 
derecho a decidir de los catalanes. Va a hacer falta mucha pedagogía y 
valentía para que no se imponga en España el sentido común dominante, es
 decir, el de la unidad de España, pero por lo menos Podemos ha abierto 
la posibilidad de que esa situación se resuelva en un sentido 
democrático.
Las formas no se inventan.
Es una característica de las épocas de 
reflujo que la izquierda haya intentado integrar a la gente en sus 
estructuras, en vez de ir a las estructuras que genera la gente. Es 
comprensible, hasta cierto punto. Si no hay movimiento, no hay a donde 
ir, por lo que llega el repliegue y el aislamiento. Por eso, muchas 
veces son poco materialistas e injustos los ataques gratuitos tan de 
moda entre ciertos sectores contra la izquierda que ha resistido a toda 
la oleada neoliberal pre-15M. La tragedia no es esa resistencia, que no 
merece más que respeto. La tragedia se suele dar cuando se da un cambio 
de época, cuando el movimiento irrumpe en la historia. Los intentos de 
no desaparecer en periodos de reflujo o crisis del movimiento muchas 
veces se concretan en burocracia, porque sin presión desde abajo, son 
las instituciones dominantes las que presionan desde arriba. Así, las 
organizaciones tradicionales de la izquierda han tendido a convertirse 
en aparatos conservadores, debido a la presión que generan los vínculos 
con los aparatos del Estado, y a las dinámicas resistencialistas basadas
 solo en la lucha electoral.
Cuando irrumpe de nuevo el movimiento 
popular, todas esas rutinas son puestas en cuestión. La marea 15M fue 
precisamente esa irrupción del movimiento tras el desierto y la apatía 
neoliberal. La vuelta a lo colectivo, a la creación de formas 
organizativas que respondieran a los problemas de la mayoría de la 
población. Unas formas que buscan responder a la realidad cotidiana de 
la gente. Emmanuel Rodriguez en su “Hipótesis Democracia”, describe a la
 perfección las formas que propone (e impone) el movimiento 15M: 
“amplio, asambleario, amorfo, en la calle y en la red. Espontáneamente, 
su forma se adapta a la de un movimiento constituyente en el que puede 
participar cualquiera. Las asambleas son abiertas y puede participar 
cualquiera”.
Podemos tiene su fuerza precisamente en 
no tratar de imponer formas, sino en permitir retomar las que ya se 
habían experimentado en las plazas, abriendo espacios de participación 
para la gente. Eso explica la capacidad que tiene de sumar Podemos: no 
se pide a la gente que se integre en una estructura predefinida, sino 
que se ofrece un espacio a configurar. Eso diferencia a Podemos del 
resto de organizaciones políticas. Con Podemos, hablaríamos más bien de 
auto-organización, de un “hazlo tu mismo”, opuesto al modelo de las 
organizaciones políticas de la izquierda tradicional, donde la relación 
entre militante y estructura está preconfigurada de antemano.
Esa gran ventaja no está exenta de 
problemas. Los problemas más inmediatos vienen provocados por la 
necesidad de configurar estructuras propias, capaces de operar de forma 
práctica, de adaptarse a los tiempos impuestos por la vida cotidiana. El
 reto es adaptar la participación a la vida, y no la vida a la 
participación. Para eso, la definición de estructuras puede ser útil 
para que tras el momento de euforia inicial no se pierda el impulso 
democrático. Está por ver si esa generación de estructuras es capaz de 
penetrar desde abajo hasta arriba. Por las propias características del 
proyecto (lanzado “desde arriba”), el espacio desde donde se dirige el 
proyecto está “cerrado”. De ahí que nos encontremos de facto con dos 
procesos paralelos en Podemos que no se interrelacionan. Uno por abajo, 
experimental, creador, abierto y uno por arriba, cerrado, mucho más 
rápido a la hora de operar, que lanza decisiones al conjunto de Podemos 
Existe la necesidad de equilibrar progresivamente esa relación entre 
“arriba” y “abajo” sin perder de vista lo que se mueve en los márgenes, 
generando mecanismos de control y decisión que recorran todo el espacio 
de Podemos. El nuevo periodo que se abre, con Podemos vinculado a las 
instituciones (y a sus recompensas materiales), es también un marco 
abonado para un proceso acelerado de burocratización si no hay un 
control fuerte desde la base, si no se construyen canales que fluyan de 
arriba a abajo y de abajo a arriba. Eso no significa liquidar la 
capacidad decisoria de los espacios ejecutivos, pero sí establecer la 
posibilidad de elegirlos y controlarlos asambleariamente, introduciendo 
principios de rotatividad y revocabilidad, buscando un equilibrio entre 
la autonomía de los círculos y el conjunto del proyecto. El discurso de 
Podemos ha hecho mucho énfasis en la participación y el control 
democrático con el objetivo de alterar la lógica de la representación: 
toca crear las condiciones que se han descrito.
No hay que esconder las tensiones que se
 generan en un espacio tan heterogéneo como Podemos. Las tensiones solo 
se pueden gestionar si se genera un marco estable, en permanente 
apertura y lo suficientemente fuerte como para generar una nueva cultura
 política que haga que todos los debates sean canalizados por 
estructuras democráticas, surgidas desde la base, permeables a la 
sociedad. Esos mecanismos tienen que tener como objetivo la disputa 
política con las clases dominantes, por lo cual no pueden ser 
paralizantes. Pero a la vez deben integrar lo que diferencia a Podemos 
de la simple eficacia tecnocrática.
Una de las grandes diferencias de 
Podemos con otras formaciones es que los mecanismos que vinculan a la 
gente permiten decidir, opinar y aspiran a resolver debates políticos. 
Para ello, más allá del impulso generado por la ilusión inicial, se hace
 necesaria una nueva cultura que acabe con la vieja política basada en 
las familias, las redes informales o las reuniones en los pasillos. 
Estas estructuras solo se pueden construir si el poder (que al fin y al 
cabo es una ficción, un acuerdo consensual que todas las partes aceptan)
 emana de estructuras visibles, transparentes, basadas en reglas claras y
 sencillas. Este tipo de mecanismos son los más útiles para generar una 
identidad común basada en “el hacer político”, no excluyente, de 
pertenencia al proyecto, por encima de siglas previas, grupos de 
afinidad o simplemente, no adscripción identitaria. Este es el reto 
interno más importante al que se enfrenta Podemos: pasar de la suma 
entusiasta a la política del día a día sin perder vitalidad, energía, 
emoción y democracia. Difícil, pero posible.
El reto es ganar.
Una de las grandes apuestas de Podemos 
era romper la dicotomía entre lo electoral y los procesos de lucha y 
auto-organización. Durante todo el proceso previo al 25M, Podemos 
construyó un movimiento político electoral masivo, con vocación de 
continuidad, en un contexto en donde las movilizaciones callejeras 
estaban en reflujo, con la excepción del repunte de las Marchas de la 
Dignidad. Por un lado, este “proceso constituyente” no hubiera sido 
posible sin la acumulación de fuerzas provocada por muchas 
movilizaciones anteriores, que siempre marcan la conciencia de épocas 
posteriores. Pero también es cierto que Podemos ha utilizado las 
elecciones para reordenar el campo político, pues por primera vez no se 
planteó la batalla electoral con una “guerra de posiciones” con las 
fuerzas acumuladas, sino como una “guerra de movimientos” rápidos, que 
buscaba sumar nuevos sectores sociales no vinculados a la acumulación de
 fuerzas producto de las movilizaciones anteriores. Producto de ese uso 
de los procesos electorales se han conformado los círculos, los cuales 
han vivido y actuado en la campaña electoral como agentes de una 
movilización: buscaba votos a la vez que se abrían espacios para la 
auto-organización popular.
Podemos ha nacido con un horizonte 
concreto: desalojar a los partidos del régimen de las instituciones. 
Pero eso no significa necesariamente “ganar”. Ganar es poder gobernar, 
es más, es dotar a las clases populares de mecanismos para el 
auto-gobierno, a la vez que se desaloja del poder a las clases 
dominantes desmantelando sus mecanismos de dominación. Esto no se 
consigue por decreto, ni de un día para otro, es un proceso que en esta 
coyuntura histórica solo puede iniciarse con una victoria electoral. 
Podemos necesita prepararse para ello, afrontando las campañas 
electorales desde un prisma ofensivo mientras, paralelamente, se prepara
 para abordar la cuestión del gobierno más allá de lo discursivo. 
¿Alguien duda de que el programa de Podemos encontrará resistencias por 
parte del capital financiero internacional, de los grandes empresarios, o
 de la casta vinculada a los aparatos del Estado? ¿Cómo gobernar 
ayuntamientos endeudados por las políticas neoliberales? ¿Cómo resistir 
una fuga de capitales, reacción más que posible ante la implantación de 
una fiscalidad fuertemente progresiva? Se hace necesario construir 
poderes populares preparados para resistir esa presión que se desatará 
en caso de ganar las elecciones. Las amenazas catastróficas de los 
grandes medios de comunicación no solo se combaten con desmentidos 
verbales: la mejor forma de combatirlas es un pueblo con confianza en sí
 mismo, preparado para ejercer el poder.
Los círculos Podemos son uno de los 
espacios imprescindibles para afrontar esa tarea. Hay que aclarar 
previamente que los círculos no son mecanismos de poder popular: son 
herramientas, una más, para la construcción de ese poder popular al 
servicio de un gobierno de los ciudadanos. Se trata de mantener 
relaciones constantes y cercanas con la gente en los barrios, centros de
 trabajo y de estudios, evitando limitarse a las consultas cibernéticas,
 muy útiles e imprescindibles para agilizar mecanismos decisorios, pero 
incapaces de construir una política “cálida”, fundamentada en la 
deliberación colectiva y en la construcción de comunidades arraigadas en
 la vida cotidiana de los territorios. Se trata de combinar las formula 
virtuales y las presenciales, utilizando todos los instrumentos a 
nuestro alcance para construir, vincular y fomentar la participación de 
la mayoría social. Eso no significa, ni mucho menos, que los círculos 
deban tomar todas las decisiones que afectan a Podemos, pero sí que 
deben participar en la elaboración de las preguntas a la ciudadanía, 
para evitar que solo unos pocos definan lo que se puede responder. Solo 
así, los círculos se convertirán en espacios abiertos, permeables a la 
sensibilidad y problemas de los y las de abajo.
Los círculos también pueden ser ese 
vínculo entre todo el capital acumulado en el seno de la sociedad civil y
 las instituciones. Las tareas son concretas: hablar con las 
organizaciones sociales no solo para solidarizarse con ellas, sino para 
recoger sus experiencias de cara a la elaboración de una alternativa de 
gobierno (las Mareas Blanca y Verde o la PAH tienen una valiosa 
experiencia que debería ser la base de unas políticas públicas al 
servicio del conjunto de la sociedad), generar vínculos entre las 
fuerzas vivas de los barrios y ciudades, visibilizar problemas ignorados
 por las autoridades, convertirse en un lugar de encuentro abierto para 
todos los vecinos, ser mecanismos para la formación política de una 
ciudadanía que necesita aprender en común a gobernarse a sí misma..
Todo movimiento transformador tiene 
muchas patas. El electorado es una de ellas. Los activistas son otra. 
Sin duda, los portavoces y las caras públicas representan otra 
imprescindible. Hemos hablado de elecciones, de herramientas 
discursivas, de cómo utilizar la energía activista para construir poder 
popular. Pero queda una cuarta pata por activar: la gente “invisible”, 
quienes viven al margen de esa expresión de la vida pública que es la 
política. Para eso es necesario entender Podemos como un campo fluido, 
lejos de la rigidez de la política tradicional, que solo concibe la 
construcción de los sujetos en base a las expresiones visibles. Nos 
queda el reto inmenso de ser la esperanza de los que no creen en nada, 
de los que viven al margen del ejercicio de la política, de ser la 
ilusión de los que viven desencantados. Esa potencia social no se 
expresará hasta que una fuerza política como Podemos haya demostrado que
 no defraudará. El mayor reto de Podemos es generar confianza en un 
mundo lleno de suspicacias, donde todo está fallando y nada es 
excesivamente creíble. Porque si esa confianza no la genera Podemos, 
pueden aparecer los monstruos, las pulsiones totalitarias, los falsos 
ídolos. La responsabilidad es quizás excesiva para una fuerza tan joven,
 pero real. A todos y a todas nos toca estar a la altura.
22/06/2014
Brais Fernández es militante de Izquierda Anticapitalista y participa en Podemos.
Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article9156 
No hay comentarios:
Publicar un comentario