Ernesto Che Guevara, el internacionalista
Ernesto «Che» Guevara de La Serna, nació el 14 de junio de 1928 en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina. Fue el mayor de los cinco hijos del arquitecto Ernesto Guevara Lynch y de Celia de La Serna, criollos de abolengo los dos, pertenecían a la cúspide de la sociedad argentina.
Cuando
aún no tenía dos años, al pequeño Ernesto le diagnosticaron asma.
Situación que hizo que se formase como un ávido lector desde muy pequeño
«para distraerse durante los ataques de asma cuando sus padres lo
obligaban a permanecer en casa y hacerse nebulizaciones». Su infancia y
adolescencia transcurren entre Córdoba, Misiones y Buenos Aires. Los
padres se lo permiten todo, porque el muchacho padece de asma… Por
aquella época tuvo varios apodos: «Teté» (así lo llamaban sus
familiares), «Pelao» (de niño usaba el cabello corto), «Fuser» (de
furibundo Serna), «Loco» (le gustaba jugar al chico malo), «Chancho» (se
jactaba de bañarse muy poco), «Chang-Cho» (usado por él mismo para
mortificar a su padre).
En 1946, ingresa a la Facultad de Medicina
de la Universidad de Buenos Aires. Trata de ser independiente, estudia y
trabaja en una biblioteca pública. Después, en 1951, se integra como
grumete a un petrolero (Anna G) y zarpa hacia el puerto patagónico de
Comodoro Rivadavia, recorriendo además puertos de Brasil, Venezuela,
Trinidad y Tobago, y la Guayana Británica (hoy Guyana).
Al año
siguiente –junto con su amigo de infancia y colega Alberto Granados
«harto de la Facultad de Medicina, los hospitales y los exámenes»– viaja
a Chile, Perú, Colombia y Venezuela, visitando minas de cobre, pueblos
indígenas y leproserías, donde conoce las angustiosas situaciones de la
clase obrera y el campesinado. De los países visitados, el que más
impresionó al Che fue el Perú. Allí los jóvenes amigos constataron el
atraso, la miseria y la marginación en que vivían los campesinos
quechuas y aimaras, explotados por latifundistas y gamonales, quienes no
dudaban en reprimir y castigar implacablemente a quienes osaran
reclamar o cuestionar el statu quo.
Justamente, en Perú, el
Che conocería al médico leprólogo Hugo Pesce Pescetto, marxista, amigo y
camarada de José Carlos Mariátegui, quien le haría conocer la obra y
pensamiento del Amauta. Una década después el Che reconoció la
influencia de Pesce sobre su formación enviándole un ejemplar de su
primer libro La guerra de guerrillas (1960) con la siguiente
dedicatoria: «Al doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás,
un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el
entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines más armoniosos
con la necesidades de América».
El Che, de regreso a Buenos Aires,
se gradúa de médico en 1953. Ese mismo año se dirige a Bolivia,
ardiendo de impaciencia por ver con sus propios ojos la revolución
boliviana. El 9 de abril de 1952 tuvo lugar allí la Revolución Nacional
–periodo histórico en el cual llegó al poder el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR)– hasta el golpe de Estado del 4 de noviembre de
1964. El nuevo gobierno nacionalizó las minas de estaño, dio inicio a la
reforma agraria, se emprendió la reforma educativa, se disolvió el
ejército y se organizó una milicia de mineros, campesinos y fabriles. A
pesar de su carácter limitado, estas medidas eran muy esperanzadoras. No
obstante, este proceso desilusionó a al Che, ante todo, porque los
indígenas bolivianos seguían al margen de la sociedad, arrastrando una
vida miserable, al igual que en los lejanos tiempos de la Colonia
Española.
De Bolivia el Che viaja a Guatemala, arribando a fines
de 1953, cuando gobernaba el presidente Jacobo Árbenz, quien se había
atrevido a nacionalizar las tierras de la poderosa United Fruit Co.,
como parte de la reforma agraria. En la capital guatemalteca conoce a la
revolucionaria peruana Hilda Gadea, economista graduada de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Los criterios e intereses
comunes acercaron rápidamente a los jóvenes, casándose al poco tiempo.
En
Guatemala, el Che conoce también a emigrados cubanos, compañeros de
lucha de Fidel Castro. Entre ellos, a Antonio «Ñico» López Fernández, a
Mario Dalmau y Darío López. Los tres participarían más tarde en la
expedición del «Granma».
Mientras tanto las medidas adoptadas por
el presidente Árbenz en defensa de la soberanía de Guatemala provocaron
la condena de Washintong que lo tildó de «comunista». En aquellos años
el presidente de EEUU era Dwight Eisenhower, y su mano derecha y
Secretario de Estado, John Foster Dulles, accionista de la United Fruit
Co. El gobierno de la Casa Blanca organizó un complot que culminó con un
golpe de Estado (1954), desencadenándose una represión brutal contra
los partidarios de las reformas sociales.
El Che y su compañera se
ven obligados a salir hacia México, donde en 1955 se encuentra por
primera vez con los hermanos Fidel y Raúl Castro, dirigentes del
Movimiento 26 de julio, quienes preparaban una incursión a Cuba, para
terminar con la tiranía de Fulgencio Batista. El Che entusiasmado apoyó
sus planes y accedió a formar parte de la expedición armada. Para
entonces, ya el Che «había traspuesto el angosto horizonte de los
nacionalismos criollos para transformarse en revolucionario
continental». Sin embargo, los agentes de Batista y de la CIA arrestan
en la capital mexicana a Fidel Castro, al Che y a otros conspiradores.
El diario mexicano Excélsior presentaría al Che como «un
peligroso agitador comunista internacional» quien estuviera en Guatemala
casi como un «agente de la URSS» adjunto al gobierno del presidente
Árbenz. Con todo, los revolucionarios lograron superar los obstáculos y
el 25 de noviembre de 1956, a las 2 de la mañana, su yate sobrecargado
«Granma» (a borde del cual zarpaban 82 rebeldes armados) abandonó el
puerto mexicano de Tuxpan rumbo a Cuba.
No nos detendremos a
relatar en detalle las operaciones guerrilleras del destacamento de
Fidel Castro en la Sierra Maestra –sobre eso se ha escrito mucho–,
mencionaremos sólo que el Che se distinguió como un guerrillero
disciplinado y audaz, dos veces fue herido, recibió el máximo grado
guerrillero «Comandante Mayor». Utilizó el seudónimo de «el
francotirador» para firmar los artículos que escribía en el periódico de
la guerrilla El Cubano Libre. El 1 de enero de 1959 triunfa la
Revolución Cubana. Aquel mismo año el Che se casa con la cubana Aleida
March con quien se conoció durante los combates guerrilleros. Con Hilda
Gadea, con quien tuvo una hija (Hilda), conservó relaciones amistosas.
En el nuevo matrimonio tuvo cuatro hijos (Aleida, Camilo, Celia y
Ernesto).
El Che no sólo se destacó en la acción guerrillera –y no
es en modo alguno el voluntarista extremo y obstinado que se ha querido
presentar– también lo hizo en la teoría revolucionaria, su aporte en
ese sentido es sobremanera valioso. Ahí están sus numerosos ensayos,
artículos y discursos, llenos de contenido revolucionario, pedagógico y
humano. Participó hasta 1965 en la construcción del Estado socialista
cubano, aplicando sus concepciones creadoras al estilo genuinamente
revolucionario y su condición de fiel continuador del pensamiento
marxista-leninista a las múltiples y complejas tareas que se le
confiaron. Fue funcionario del Instituto Nacional de Reforma Agraria,
Presidente del Banco Nacional, Ministro de Industria, y en el área
diplomática representante de varias misiones internacionales.
El
Che siempre sostuvo la idea de que la Revolución posibilitaría no sólo
cambios sociales sino también el nacimiento del «hombre nuevo». En su
artículo El socialismo y el hombre en Cuba (1965), señala que no
había que esperar a que los cambios sociales y económicos cambiaran por
sí solos a los individuos, sino que debía promoverse el desarrollo «de
una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas»
coherentes con el proceso de transformación en curso, donde el estímulo
material sea erradicado definitivamente. «Para construir el comunismo,
simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo»
postularía. Añade, que el proceso de transformación desde el hombre
burgués al hombre nuevo no es uniforme, sino que existe una vanguardia
que se constituye en ejemplo hacía el resto de la sociedad, la cual está
«constituida por el Partido, por los obreros de avanzada, por los
hombres de avanzada… El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben
dictar cátedra de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su
acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria». En ese sentido,
el Che, es el mejor arquetipo, es la personificación, es la imagen de
ese hombre nuevo de la sociedad comunista. Lo demostró con su conducta
diaria, por su modestia, por la austeridad no solo para él sino para su
familia, trabajador infatigable, promotor del trabajo voluntario,
siempre rechazó los privilegios de sus cargos, combatió en todo momento,
el dogmatismo, el sectarismo y el burocratismo, constantemente
preocupado por auto-educarse y educar-educándose.
Con respecto a la necesidad de estructurar el Partido, el Che en su artículo El Partido marxista-leninista
(1963), plantea que éste es el instrumento «para llevar a cabo la
misión histórica de la clase obrera… vanguardia de la clase obrera,
dirigente de su clase, que sabe mostrarle el camino del triunfo… su
misión es buscar el camino más corto para lograr la dictadura del
proletariado». Deja en claro que para realizar la Revolución socialista
hace falta un Partido Comunista, señalando que «no puede concebirse que
la construcción del socialismo se inicie con un partido de la clase
burguesa… Evidentemente, una agrupación de ese tipo sólo puede dirigir
la lucha en la etapa de liberación nacional… En el momento siguiente, la
clase revolucionaria se convertiría en reaccionaria y se establecerían
nuevas condiciones que obligarían a la aparición del Partido
marxista-leninista como dirigente de la lucha revolucionaria».
Manifiesta además que en nuestro continente la burguesía es
prácticamente incapaz de dirigir proceso revolucionario alguno, incluso
los de liberación nacional, y que por el contrario el reto debía ser
asumido por la clase obrera y su Partido. «Si el Partido
marxista-leninista es capaz de prever las etapas históricas a sobrevenir
y es capaz de convertirse en bandera y vanguardia de un pueblo aun
antes de haber liquidado la etapa de liberación nacional –tratándose de
nuestros países colonizados– entonces ese Partido habrá cumplido una
doble misión histórica y podrá afrontar las tareas de la construcción
del socialismo con más fuerza, con más prestigio entre las masas».
En
ese sentido, el Che participa de los esfuerzos unificadores que
llevarían en 1961 a la formación de las Organizaciones Revolucionarias
Integradas (ORI), constituidas por el Movimiento 26 de julio, el
Directorio Revolucionario 13 de marzo y el Partido Socialista Popular
(PSP), que el 26 de marzo de 1962, darían origen al Partido Unido de la
Revolución Socialista de Cuba (PURSC), y que a partir del 3 de octubre
de 1965 pasaría a denominarse Partido Comunista de Cuba (PCC), exponente
del marxismo-leninismo en las nuevas condiciones de Cuba, llamado a
conducir «un amplio y luminoso camino de construcción socialista». En el
mismo artículo, el Che señala los métodos y estilos que debe adoptar el
Partido para lograr sus objetivos, debiendo estar «íntimamente unido a
las masas», recogiendo de ellas sus expectativas e ideas, aplicando
«rígidamente su disciplina de acuerdo con el centralismo democrático y,
al mismo tiempo, donde existan, permanentes, la discusión, la crítica y
la autocrítica abiertas».
En su discurso Sobre la construcción del Partido
(1963) dirigido a la Asamblea General de los obreros de la Textilera
Ariguanabo, el Che señala que el marxismo-leninismo debe ser aplicado
«consecuentemente, en su análisis, para poder interpretar el mundo
cabalmente» siendo «una guía para la acción… y los miembros del Partido
Unido de la Revolución deben ser creadores, deberán manejar la teoría y
crear la práctica de acuerdo con la teoría y con las condiciones propias
de este país en que nos toca vivir y luchar… La construcción del
socialismo en Cuba debe encararse huyendo del mecanicismo… Hay que obrar
dialécticamente, apoyarse en las masas, estar siempre en contacto con
las masas, dirigirlas mediante el ejemplo, utilizar el materialismo
dialéctico y ser creadores en todo momento».
El Che también aborda autocríticamente, en su artículo El cuadro, columna vertebral de la Revolución
(1962), las limitaciones del paso «con algunos rasgos de espontaneidad»
con que se produjo el tránsito de la etapa de liberación nacional a la
etapa socialista de la Revolución cubana, debido a la carencia de
cuadros intermedios para afrontar las enormes tareas que tendrían en el
ejercicio del poder en «el aparato estatal, en la organización política y
en todo el frente económico». Al respecto señala el Che, «muchos
cumplimos un papel como buenamente pudimos… Muchos errores se cometieron
en la parte administrativa del ejecutivo, enormes fallas se cometieron
por parte de los nuevos administradores de empresas, que tenían
responsabilidades demasiado grandes en sus manos, y grandes y costosos
errores cometimos también en el aparato político que, poco a poco, fue
cayendo en una tranquila y placentera burocracia, identificado casi como
trampolín para ascensos y para cargos burocráticos de mayor o menor
cuantía, desligado totalmente de las masas». Define al cuadro como un
individuo que ha alcanzado un alto desarrollo político, «pieza maestra
del motor ideológico del Partido», que «tiene una importante misión de
vigilancia para que no se liquide el gran espíritu de la Revolución,
para que ésta no se duerma, no disminuya su ritmo», hace hincapié que
«por desarrollo político no debe considerarse sólo el aprendizaje de la
teoría marxista». Concluye que «para asegurar el triunfo y la
consolidación de la Revolución» es una tarea inaplazable formar «cuadros
de distintos tipos», cuadros políticos, cuadros militares, cuadros
económicos, y en general cuadros profesionales y técnicos, estrechamente
ligados a las características del nuevo Estado socialista en
construcción, seleccionados de entre las masas, aplicando el principio
del «mejor que sobresalga», y estos deberán ser «primeros en el estudio,
primeros en el trabajo, primeros en el entusiasmo revolucionario,
primeros en el sacrificio».
Desde su creación, en 1959, el Che
asume la dirección del Departamento de Industrialización del Instituto
de Reforma Agraria, a fines de 1959 es designado Director del Banco
Nacional de Cuba, y de 1961 a 1965 ocupa el cargo de Ministro de
Industria, encontrando un país prácticamente mono-productor de azúcar
con una gran dependencia del mercado estadounidense. Sumado a ello, a
partir de mayo de 1959, con la aprobación de la Ley de Reforma Agraria
–en la que él participaría activamente–, se incrementarían las
agresiones económicas contra la isla. Ante aquel contexto histórico que
se presenta en Cuba, el Che defiende la planificación centralizada,
impulsa la nacionalización de las empresas privadas (nacionales y
extranjeras) y los sectores claves de la economía, busca también el
desarrollo de la industria con el fin de romper la especialización
económica y la dependencia del azúcar. Es asimismo el «inspirador y el
máximo impulsor» del trabajo voluntario como medio esencial para elevar
la conciencia de las masas trabajadoras y así ir forjando al hombre
nuevo, como lo señalara Fidel Castro en su conmovedor discurso de
homenaje al comandante guerrillero caído en combate (1967).
En
realidad, el Che no era ningún improvisado, poseía una amplia cultura
general, era un lector infatigable y crítico, había profundizado en el
estudio del marxismo-leninismo, y sobre todo poseía una voluntad
política férrea, que le permitía asimilar nuevos conocimientos sobre la
base de la aplicación constante. Lo demuestran sus análisis sobre la
economía capitalista y la del llamado «socialismo real», en la antigua
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los países de Europa del
Este, y la fundamentación de sus tesis, críticas y anticipadoras, mucho
tiempo antes del naufragio de aquel modelo.
El Che siempre fue
partidario de que se abrieran nuevas experiencias guerrilleras en otras
partes del mundo, señalaba que agotados los medios pacíficos para lograr
la liberación de los pueblos, sólo a través de la resistencia armada en
América Latina, Asia y África sería posible derrotar al imperialismo.
Así lo dejó establecido en su comprometida consigna «Crear dos, tres...
muchos Vietnam», mundialmente conocida como Mensaje a la Tricontinental
(1967) cuando se encontraba en plena lucha internacionalista en tierras
bolivianas. «Es el camino de Vietnam; es el camino que deben seguir los
pueblos… la Revolución cubana, tendrá una tarea de mucho mayor relieve:
la de la creación del segundo o tercer Vietnam del mundo… Toda nuestra
acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la
unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los
Estados Unidos de Norteamérica».
Afirmando su posición de
internacionalista profundamente convencido, a principios de 1965, el Che
le anuncia a Fidel su partida hacia «nuevos campos de batalla»,
viajando bajo la identidad falsa de «Ramón Benítez» a El Congo –donde
Patrice Lumumba había sido asesinado en 1961 por la CIA– para sumarse a
un contingente de tropas cubanas que darían apoyo a los rebeldes
congoleños y establecer un «foco» desde el que se podría irradiar la
revolución a todo el continente africano. En el área de combate, el Che
fue bautizado como «Tatu» o «Tato» (que significa el tres). Por diversos
factores, la participación cubana en la rebelión congoleña fue una
experiencia infructuosa. Días después que el Che abandonara El Congo
Joseph Mobutu daba un golpe de Estado instalando una dictadura que
duraría treinta años. En 1996, Laurent-Désiré Kabila, el líder
guerrillero que combatiera junto al Che por aquella época, conduciría
una rebelión armada que lo llevaría a derrocar a Mobutu.
Tras la
retirada de El Congo, en noviembre 1966, el Che se traslada a Bolivia,
bajo la identidad falsa de «Adolfo Mena González». Con apoyo de Fidel
decide establecer un foco guerrillero en el país altiplánico que,
estando en el corazón de Sudamérica, permitía extender con facilidad la
guerra de guerrillas a todo el subcontinente. Ya en el campamento adopta
el seudónimo de «Ramón», «Fernando» o «el sacamuelas» (debido a que
tuvo que sacar las muelas a varios campesinos). Once meses más tarde, es
herido y cae prisionero. Fidel Castro en el prólogo de El diario del Che en Bolivia
(1968) reconstruye el último combate del Che, y sobre su captura
manifiesta que «… Se ha podido precisar que el Che estuvo combatiendo
herido hasta que el cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo,
inutilizándolo totalmente, la pistola que portaba estaba sin magazine,
estas increíbles circunstancias explican que lo hubiesen podido capturar
vivo… Las horas finales de su existencia en poder de sus despreciables
enemigos tienen que haber sido muy amargas para él. Pero ningún hombre
mejor preparado que el Che para enfrentarse a semejante prueba…», quien
siempre actúo coherentemente con lo que predicaba, sirviéndole de
epitafio sus propias palabras premonitorias: « En cualquier lugar que
nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito
de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda
para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los
cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de
guerra y de victoria» (Mensaje a la Tricontinental, 1967). Trasladado al poblado de La Higuera, el 9 de octubre de 1967, por orden de la CIA es asesinado.
En
la Casa Blanca, creyeron que asesinando al Che, asestarían un golpe
mortal al movimiento revolucionario en América Latina y el Tercer Mundo…
pero esta vez también se equivocaron… No pudieron y no podrán
desaparecer de la memoria de nuestros pueblos su presencia, por el
contrario se ha hecho más fuerte. El imperialismo lo creyó muerto en La
Higuera, pero lo inmortalizaron, para su desgracia, y lo hicieron un
gigante. Nuestros pueblos latinoamericanos honran el sacrificio del Che,
socialista, internacionalista –continuador de la obra del Gran
Libertador Simón Bolívar–, quien hasta el último aliento se mantuviera
fiel a la sagrada consigna: ¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o
muerte! ¡Venceremos!
Fuentes consultadas
CASTRO FIDEL. 1967. ¡Hasta la victoria siempre!
Discurso pronunciado en la velada solemne en memoria de Ernesto Che
Guevara el 18 de octubre de 1967 en la Plaza de la Revolución. La
Habana, Cuba.
CASTRO FIDEL. 1967. Una introducción necesaria. El diario del Che en Bolivia. En: Ernesto Che Guevara, escritos y discursos. 1985. t. 3. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, Cuba.
GUEVARA ERNESTO. 1962. El cuadro, columna vertebral de la Revolución. Cuba socialista. La Habana, Cuba.
GUEVARA ERNESTO. 1963. El Partido marxista-leninista. En: El Partido marxista-leninista. Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba. La Habana, Cuba.
GUEVARA ERNESTO. 1963. Sobre la construcción del Partido. Discurso en la Asamblea General dirigida a los trabajadores de la Textilera Ariguanabo. La Habana, Cuba.
GUEVARA ERNESTO. 1965. El socialismo y el hombre en Cuba. Semanario Marcha. Montevideo, Uruguay.
GUEVARA ERNESTO. 1967. Crear dos, tres... muchos Vietnam. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. Revista Tricontinental. La Habana, Cuba..
ROA RAÚL. 1968. Che. En: Ernesto Che Guevara, escritos y discursos. 1985. t. I. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, Cuba.
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