Economía española, economía pervertida
 En términos comúnmente aceptados y de una forma resumida  
-ESCRIBE TOMÁS F. RUIZ - entendemos por economía la forma de administrar
 los recursos disponibles para satisfacer todo tipo de necesidades 
(...).
        
En 
términos comúnmente aceptados, y de una forma resumida, entendemos por 
economía la forma de administrar los recursos disponibles para 
satisfacer todo tipo de necesidades.  Desde tiempos inmemoriales, el ser
 humano ha intentado evitar el hambre disponiendo de los recursos que le
 ofrece su entorno para resolver sus privaciones.
Desde 
esta concepción histórica, el objetivo de una economía eficaz es 
garantizar el bienestar general de la comunidad para la que sirve.  Hay 
que dejar claro que, también desde tiempos inmemorables, el objetivo de 
toda economía era servir a la comunidad entera, no a un grupo específico
 de ciudadanos privilegiados.
Resulta,
 pues, aberrante que los dirigentes de cualquier grupo humano no sólo no
 estimulen una economía destinada a promover el bien común, sino que 
practiquen otra totalmente diferente: un sistema económico que 
perjudique a la mayoría para beneficiar tan sólo a una minoría 
dominante.  Más incomprensible aún resulta entregar a esta minoría todos
 los recursos económicos y permitirle que genere una situación de 
miseria generalizada, colapsando completamente cualquier iniciativa 
social de desarrollo o comercio.
Desigualdad e insatisfacción
Desde 
que el mundo es mundo, dicen los adoradores del becerro de oro al que 
hemos bautizado con el nombre de capitalismo, el interés individual es 
el motor principal que mueve a los grupos humanos.  La historia ha 
demostrado que cuando la codicia es el estímulo de cualquier sociedad 
humana, ésta acaba degenerando en un sistema desigual e insatisfactorio,
 tan disparatado como injusto.
De la 
misma forma, tampoco puede negarse que, desde que el mundo es mundo, 
este reparto desigual de los recursos ha generado resistencia, 
provocando revueltas y convulsiones muy serias.  Por otra parte, y a la 
vista del caos social, político y económico que ha generado el 
capitalismo, la lógica más categórica apoya irremediablemente la 
hipótesis de que en el futuro se acabará imponiendo un reparto 
equitativo de los recursos.  Otro asunto es cuánto dolor y sufrimiento 
están dispuestos a provocar los que se opongan a este imponderable 
cambio.  La brutal guerra civil española fue un buen ejemplo de hasta 
dónde son capaces de llegar las clases privilegiadas para no perder su 
poder económico.
En lo 
que a España se refiere, la clase política encargada de administrar y 
repartir los recursos económicos, traicionando sus propios principios 
democráticos, ha dejado de servir a los intereses sociales de los 
ciudadanos que cada cuatro años la eligen para convertirse una 
despreciable ramera, una prostituta infame que solo sirve a los 
intereses corporativos de codiciosos grupos económicos.  Un sistema así,
 trastocado hasta los extremos de degeneración política e institucional 
en que ha caído España, no puede recibir otro calificativo que el de 
"economía pervertida".
La CEOE 
(Confederación Española de Organizaciones Empresariales) es, en teoría, 
el motor ideológico que debería estimular la economía en España.  No 
cabe duda de cuáles son los modelos de los empresarios españoles 
contemporáneos: José María Cuevas y Gerardo Díaz Ferrán, sus dos últimos
 presidentes.  Su delictiva y degenerada conducta ha dejado bien claro 
que la economía española está regida por una codicia sin límites, una 
codicia oficialmente arropada por el mismo rey de España, el no menos 
degenerado Felipe VI.
Privatización y saqueo de los bienes públicos
Como 
norma de actuación general, esta economía pervertida ha adoptado como 
sistema de financiación el saqueo de las clases medias y bajas.  De esta
 forma, el sector social que hasta ahora había sido la savia 
imprescindible del sistema económico español, ha sido hundido en la 
miseria más humillante.  El procedimiento de expoliar y privatizar todo 
tipo de riqueza pública, subastando bienes y servicios públicos a 
precios de saldo, ha arrebatado al ciudadano bienes sociales tan 
importantes como la Sanidad, la Educación o la Vivienda.  Ya en manos 
privadas desde tiempo atrás, los bienes de consumo básicos como el agua,
 el gas o la electricidad se han encarecido hasta unos niveles que 
resultan inaccesibles para sectores de consumidores cada vez más 
amplios.
Esta 
economía pervertida, que a golpe de edicto fascista se impone España, 
tiene como único objetivo hartar la insaciable sed de codicia de las 
minorías privilegiadas.  En un sistema así, lo que menos importa es el 
principio básico de producir bienes, ni menos aún que exista y funcione 
un mercado -más o menos libre- en el que practicar el intercambio.
Entre la
 clase empresarial española, producir bienes de consumo ha dejado de ser
 el origen de cualquier forma de lucro.  Los escenarios en que los 
empresarios españoles consiguen ahora sus beneficios más sustanciosos no
 son la producción de bienes o el intercambio de recursos.  Ahora estos 
escenarios son los círculos políticos, las entidades financieras y los 
insaciables bancos.
En otro 
orden de cosas, están las instituciones públicas y, sobre todo, los 
organismos de gestión del Estado.  De lo que ahora se trata es de 
conseguir adjudicaciones fraudulentas, de recibir tratos de favor, de 
firmar contratos abusivos, de disponer de información privilegiada, de 
inventar ONGs que actúen como intermediarias de sustanciosos negocios, 
de saquear, ya sin ningún límite, el erario público... Además, tal y 
como los dos últimos caudillos de la CEOE han demostrado, los caminos de
 enriquecimiento personal más rentables que existen en España son los 
que se consiguen a través de medios ilícitos.
Empresarios transgresores 
El fraude, 
la malversación de fondos, las comisiones bajo cuerda, el tráfico de 
influencias, la evasión de capitales, la apropiación indebida, la estafa
 a todo tipo de inversores… Estas son sólo algunas de las habituales 
formas de actuar de que hacen gala nuestros ilustres empresarios.
En su 
descarga, hay que decir que menos del uno por mil es descubierto y un 
porcentaje aún menor es finalmente procesado.  Incluso entre los 
procesados, ni un uno por ciento llega a cumplir las penas a que son 
condenados.  Esta pactada impunidad, esta abyecta forma de burlar la 
ley, sirve de estímulo más que suficiente para convertir la conducta 
delictiva que manejan en un comportamiento habitual y sistemático.
Las 
noticias que nos llegan sobre corrupción empresarial (especialmente en 
el sector bancario, con personajes como Miguel Blesa a la cabeza), son 
solo la punta del iceberg, el botón de muestra de un negocio vasto e 
inimaginablemente rentable.  Resulta asombroso que en todos los casos de
 desaparición de inmensos capitales, los auténticos ladrones siempre 
evadan la cárcel.  Mientras los ilustres magistrados que sirven a la 
justicia en España reciban su parte del botín, no cabe duda de que 
seguirán haciendo la vista gorda con los delitos de los empresarios.
Por 
supuesto que, junto al indispensable papel de jueces y funcionarios 
corruptos, la principal cómplice de esta pervertida casta empresarial 
española ha sido la clase política española.  La galopante degeneración 
institucional que esta clase política ha promovido en los últimos años, 
ha sido una ayuda imponderable para los propósitos de los empresarios.  
Una tras otra, todas las instituciones y organismos de gestión del 
Estado han servido fielmente a los intereses empresariales, 
permitiéndoles convertir sus delitos en un modus operandi cotidiano.
Sin indicios de recuperación económica 
No nos 
engañemos, un sistema así no tiene salida.  Por mucho que el patético 
gobierno que propicia esta pervertida economía prometa, no existe 
indicio alguno de recuperación económica.  Por mucha sumisión que 
muestre la clase obrera (con los sindicatos y su cómplice silencio a la 
cabeza), esta concepción de una economía pervertida tiene sus días 
contados.
Tampoco 
puede haber vuelta atrás, a los tiempos de la anhelada prosperidad 
económica, pues aunque los recursos no estén ni mucho menos agotados, 
quien los controla ha perdido la razón y los mantiene 
incomprensiblemente inmovilizados en inaccesibles cajas fuertes.  El 
dinero, esa sangre vigorosa que alimenta a toda economía mínimamente 
sana, en España se está pudriendo ahora en manos de los bancos.
¿Hasta 
cuándo es posible que sobreviva un sistema tan falso, embaucador y 
esperpéntico?  La respuesta es bien sencilla y no hay que haber 
estudiado en la universidad para adivinarla: la economía pervertida, la 
política depravada, el mismo sistema monárquico-absolutista que mantiene
 este insano status quo, sobrevivirán hasta que el pueblo que ahora 
guarda silencio tome las calles y las plazas, gritando bien fuerte: ¡Ya 
basta!
 
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