De Perú a Grecia, estados y poder financiero
 En 1985, al inicio de su primer periodo de gobierno, el presidente Alan García anunció que Perú no destinaría más del 10% del total de sus exportaciones al pago de la deuda externa, cifrada en 21.000 millones de dólares. El anuncio del presidente García generó grandes expectativas en los pueblos latinoamericanos, aplastados por la astronómica deuda acumulada. También provocó alarma y rechazo entre los acreedores, organismos financieros unos; bancos, otros. Alan García expresó, en un discurso, que la situación económica y política peruana no podía soportar el pago de la deuda externa y que esos fondos debían ser dirigidos a la redistribución de la riqueza y al crecimiento económico.
 García había recibido 
del anterior presidente, Fernando Belaúnde Terry, un Perú postrado. En 
1982, el FMI había impuesto un ‘programa de ajuste’, obligando al 
gobierno a reducir el presupuesto estatal, devaluar la moneda y aumentar
 el precio de los servicios públicos, acentuando el empobrecimiento del 
país. En 1982 la economía peruana dejó de crecer y en 1983 tuvo 
crecimiento negativo. El ingreso per cápita bajó de 1.232 dólares a 
1.050. Las inversiones cayeron del 21,2 % del PIB en 1982, al 12,2 % en 
1985. La crisis económica se agravó por la caída de precios de materias 
primas exportadas por Perú, como plata, cobre y plomo. 
 
 La 
pérdida de valor de las materias primas acentuó el déficit del sector 
externo en 1985. Si a comienzos de ese año se preveía que las 
exportaciones serían de 3.500 millones de dólares, al final de año 
apenas ascendieron a 2.966 millones. La decisión de Alan García, de 
reducir el pago de la deuda al 10%, no obedecía a veleidades 
izquierdistas, sino a la extrema gravedad por la que pasaba la economía 
peruana esos años. 
 
 Una crisis que era la suma de los resultados
 desastrosos del ‘programa de ajuste’ del FMI, la caída de precios de 
las materias primas y factores intrínsecos a una sociedad 
subdesarrollada, como su pobre planta industrial y la dependencia del 
financiamiento externo. La reducción del gasto público, que cayó del 49%
 del PIB en 1985, al 29% en 1986, llevó poco alivio a las arcas 
públicas, que vieron caer los ingresos corrientes del 46% del PIB en 
1985, al 33% en 1986. En diciembre, las reservas internacionales 
peruanas eran apenas de 870, lejos de los1.400 millones de marzo de ese 
año 1986. 
 
 Otro problema complicaba la iniciativa de Alan 
García: a quién pagar y a quién no. No pagar al FMI y al Banco Mundial 
(BM) era claro. No así a los organismos regionales o a países con los 
que tenía relaciones estratégicas. A pesar de los esfuerzos, Perú 
terminó pagando, en 1985, el 34% de sus exportaciones. El FMI declaró a 
Perú “inelegible” para nuevos préstamos. Esto hizo más precaria la 
posición peruana ante el BM, el BID y los países de la OCDE. Cerradas 
esas fuentes, Perú recurrió a organismos regionales y gobiernos 
latinoamericanos. Pese al apoyo recibido, el bloqueo de las 
organizaciones financieras internacionales estaba logrando hundir la ya 
crítica economía peruana. 
 
 Para 1987, Perú estaba enfrentado al 
FMI, BM, OCDE y a los bancos comerciales. EEUU amenazaba con aplicar la 
enmienda Platt-Alexander, que suspendía el apoyo económico a la lucha 
contra las drogas y todo apoyo militar, si Perú no pagaba deudas a EEUU.
 A nadie importaba que Perú careciera de capacidad de pagar, de ninguna 
forma, 645 millones de dólares en tres años. La inflexibilidad del FMI, 
que rehusó cualquier tipo de reestructuración de la deuda, llevó la 
situación peruana a la bancarrota. 
 
 Bloqueado por casi todas 
partes, Alan García rindió las banderas. En octubre de 1987, el gobierno
 peruano tuvo que recurrir al FMI y al BM, solicitando préstamos. La 
iniciativa del 10% había llegado a su fin. Ese octubre, Perú devaluó su 
moneda un 24% y el FMI volvió a dictar sus reglas sobre la economía 
peruana. Al final, el gobierno de Alan García terminó en desastre 
absoluto, con García auto-exiliado del Perú. 
 
 El ‘experimento’ 
peruano fracasó, fundamentalmente, porque Perú estaba solo frente al 
todopoderoso andamiaje de los organismos financieros internacionales. 
Aunque obtuvo ayuda de organismos y gobiernos latinoamericanos, ni unos 
ni otros estaban en condiciones de hacer contrapeso a la aplanadora 
financiera formada por el FMI, el BM, la OCDE y los bancos comerciales. 
La fragilidad peruana radicaba también en otros dos factores que, desde 
hace siglos, hacen tambalear las economías subdesarrolladas: su 
dependencia de los precios de las materias primas (si son altos, hay 
bonanza; si bajan, la crisis está servida) y la carencia de sólidas 
estructuras económicas internas. Un agro atrasados, pseudo-industrias 
que, en muchos casos, son más maquila que verdaderas plantas 
industriales y una oligarquía que saquea los países sin tregua ni 
compasión. 
 
 El fracaso de la iniciativa de Alan García es 
ejemplo de lo poco que pueden hacer países pequeños y débiles ante la 
maquinaria implacable que los países ricos han creado utilizando a 
organismos de NNUU, creados originalmente para promover desarrollo e 
igualdad en el mundo. El FMI, el BM y la OCDE se limitaron a esperar 
sentados a que Perú se hundiera. Su estrategia fue, simplemente, cerrar 
los grifos del dinero y rehusarse a negociar cualquier tipo de 
reestructuración, que permitiera oxigenar la economía peruana. Ahogado 
el país, la iniciativa del 10% caería por su propio peso. Eso ocurrió, 
exactamente. La experiencia peruana sirvió de escarmiento y nadie en la 
región volvió a retar a la aplanadora financiera internacional. Perú 
demostraba que una firme decisión gubernamental y un más firme apoyo 
popular eran insuficientes frente a los monstruos. 
 
 Grecia no es
 Perú, aunque comparte ciertos rasgos. Un endeudamiento extremo sin 
capacidad de pago; una frágil estructura económica nacional y una clase 
dominante más dispuesta a servir a sus socios extranjeros que a su país.
 Otro factor está presente, que es la soledad de Grecia. La capacidad de
 resistencia de Tsipras y Syriza estará determinada por la capacidad que
 tenga de obtener aliados que comprometan fondos suficientes para que 
Grecia aguante la acometida de la aplanadora financiera. El único valor 
que juega –por ahora- a favor de Grecia, es su pertenencia a la Unión 
Europea. Grecia podría hacer tambalear los cimientos de lo que queda de 
la UE –saliendo, por ejemplo, del euro, o bloqueando decisiones 
comunitarias-, pero, sin aliados poderosos que la sostengan, el precio 
que tendría que pagar por la osadía podría ser mayor que el peruano. 
 
 Hasta ahora, la UE, encabezada por Alemania, parece seguir el guión 
aplicado en Perú. Cerrar grifos financieros y negarse a negociar nuevos 
términos de financiamiento para que Grecia, sin fondos ni salvavidas, se
 hunda en el caos y termine arrodillada ante el sagrado altar de la 
avaricia. También pesaría no dejar que cunda el mal ejemplo. Que Grecia 
sea la ‘manzana podrida’ que termine pudriendo las demás manzanas del 
cesto europeo. Si Grecia se sale con la suya, ¿qué impide que mañana 
otros gobiernos, queriendo mitigar el sufrimiento de sus pueblos, no 
sigan el mismo ejemplo? ¿Quién asegura que Angela Merkel y sus pares no 
se están guiando por la teoría del dominó, tan en boga en la Guerra 
Fría? ¿Que haya una idea subyacente de que es preciso parar el proceso 
griego, como vacuna ante un cambio en ciernes en España? 
 
 Entre 
2005 y 2007, Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela y Ecuador cancelaron 
de golpe sus deudas con el FMI, así como los programas aún vigentes con 
ese organismo. La decisión tenía más valor político que económico, pues 
quería simbolizar el fin de la tiranía del FMI en la región, así como 
demostrar la autonomía económica ganada por Latinoamérica. No obstante 
ser pago total de deudas con el FMI, se trató de decisiones coordinadas 
entre dirigentes de la región, como dijera el presidente Nestor 
Kirchner, al anuncia la cancelación anticipada de la deuda argentina: 
“Se trata de un paso largamente conversado con los presidentes del 
Mercosur y especialmente con el de Brasil, Lula da Silva, a quienes 
agradecemos”. Venezuela apoyó a Argentina en el pago de su deuda, 
adquiriendo 1.500 millones de dólares en bonos argentinos. No se trató 
de confrontar al FMI ni al BM, sino de sacarlos, coordinadamente, de 
juego en Latinoamérica. De reducir, pagando, el papel nefasto que esos 
organismos financieros habían jugado en la región. Una prueba más de 
que, ante la aplanadora financiera internacional, hay que contar con 
aliados, muchos, fuertes y solventes. Incluso para pagar las deudas y 
teniendo presente siempre que esa aplanadora no tiene alma. 
 
 Augusto Zamora R. es Profesor de Relaciones Internacionales.
 
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