El nuevo rey saudí del terror. Nafeez Ahmed
Middle East Eye
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández. |
Cuando
Salman bin Abdulaziz accedió al trono saudí a finales del pasado mes,
los dirigentes occidentales no podían haber corrido a mayor velocidad a
rendirle tributo. El Presidente Obama llegó incluso a cancelar su visita
a la India para saludar al nuevo rey, quien desde 2013 y bajo el
reinado de su predecesor, el rey Abdullah, había ejercido como ministro
de defensa y viceprimer ministro saudí. La visita más reciente ha sido
la del príncipe Carlos, quien la pasada semana expresó su alarma por el
alcance en el que las organizaciones extremistas estaban atrayendo a
jóvenes musulmanes británicos.
“Las consignas deberán ser
continuidad, cohesión y consolidación”, pronosticó el embajador Richard
LeBaron, exfuncionario del Departamento de Estado y del Consejo
Seguridad Nacional, cuya última misión en el gobierno fue la de
embajador de EEUU en Kuwait. LeBaron dijo que el rey Salman mantendrá el
legado del rey Abdullah, del que hizo encendidos elogios.
“Una
de las cosas por las que [Abdullah] será recordado es por su
honestidad, su falta de corrupción personal, su empeño en la educación,
tanto para hombres como para mujeres, y por la gradual apertura del país
que llevó a cabo”, añadió LeBaron.
Funcionarios
estadounidenses por todo el espectro político manifestaron su confianza
en el nuevo rey. James B. Smith, que desempeñó el puesto de embajador de
EEUU en Arabia Saudí entre 2009 y 2013, dijo lisonjeramente: “Conocemos
bien al rey Salman… No preveo ninguna ruptura en la relación entre EEUU
y Arabia Saudí.
El mito del antiterrorismo
Mucho se ha hablado en la prensa de la reciente “reorganización” del gobierno llevada a cabo por el rey Salman, incluyendo el despido
del príncipe Bandar bin Sultan que dirigía el Consejo de Seguridad
Nacional saudí, donde se trazó la estrategia expansionista de la
financiación a los yihadistas regionales. En un ejemplo especialmente
vomitivo, NBC News alabó
servilmente al rey Salman y a los recién nombrados en puestos
destacados por tener “serias credenciales en la lucha contra el
terrorismo”.
En este extraordinario frenesí para ver quién
encontraba más palabras de alabanza hacia Arabia Saudí y su nuevo
gobernante, la prensa ha pasado por alto el inquietante historial del
nuevo rey.
La pasada semana, algo de la cuestionable biografía del rey Salman apareció a través del testimonio
del miembro de al-Qaida ya condenado Zacarias Musaui, quien afirmó que
algunos miembros de la familia real saudí habían facilitado una amplia
financiación a al-Qaida a lo largo de la década de los noventa, entre
ellos el príncipe Turki al-Faisal y el príncipe Bandar. Musaui también
describió una “reunión en Arabia Saudí con Salman, entonces príncipe
heredero, y otros miembros de la familia real a fin de entregarles unas
cartas de Osama bin Laden”.
Sin embargo, esto no es más que una
mera fracción de las pruebas del apoyo del rey Salman a los militantes
islamistas que data de la década de los ochenta, cuando EEUU estaba
coordinando armas, entrenamiento y financiación hacia las redes de muyahaidines islamistas en Afganistán que luchaban contra la Unión Soviética.
Desde Bosnia a Nueva York
Según el ex agente de la CIA Bruce Riedel, Salman “supervisaba la recogida de fondos privados destinados a apoyar a los muyahaidines
afganos en la década de 1980… En los primeros años de la guerra –antes
de que EEUU y Arabia Saudí aumentaran su apoyo financiero secreto a la
insurgencia antisoviética-, esta financiación privada saudí fue esencial
para ese esfuerzo bélico. En su momento más álgido, Salman facilitó a
los muyahaidines unos 25 millones de dólares al mes”.
Sin embargo, la Guerra Fría sólo fue el principio. Salman jugó después
un papel clave “recaudando dinero para los musulmanes bosnios en la
guerra con Serbia”, relata Reidel.
En 1992, Salman fue
designado por el rey Fahd para que fundara y dirigiera la Alta Comisión
Saudí para la Ayuda a Bosnia (ACS), que en 2002 había entregado ya más
de 600 millones de dólares para tal misión.
Pero en un asalto
de las fuerzas de la OTAN en la oficina de la ACS en Sarajevo poco
después del 11-S, se encontró toda una gama de materiales para actos
terroristas, incluyendo fotografías y mapas detallados en los que
aparecían marcados los edificios del gobierno en Washington, fotos de
antes-y-después de los ataques terroristas contra el World Trade Center,
y notas escritas a mano de encuentros con Osama bin Laden. Alrededor de
41 millones de dólares de los fondos entregados a la ACS para sus operaciones fueron a parar quién sabe dónde.
Sin embargo, durante todo ese período, la inteligencia estadounidense
fue totalmente consciente del patrocinio saudí a los militantes
afiliados a al-Qaida, pero no hizo nada al respecto.
“Conocemos muy bien al rey Salman”
En 1994, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en
inglés) estuvo escuchando conversaciones telefónicas entre miembros de
la familia real saudí. Un funcionario de la NSA, familiarizado con los
mensajes revelados al periodista ganador del Premio Pulitzer, Seymour
Hersh, dijo: “Los mensajes interceptados muestran que el gobierno saudí,
a través del príncipe Salman (bin Abdul Aziz), donó millones de dólares
a entidades benéficas que, a su vez, pasaron el dinero a los
fundamentalistas. ‘Sabemos que Salman estaba apoyando todas esas
causas’.”
La información interceptada por la NSA demostraba, según el New Yorker,
que altos dignatarios de la realeza saudí estaban “canalizando cientos
de millones de dólares como dinero de protección [sobornos] hacia grupos
fundamentalistas que desean derrocarles”. En 1996, la comunidad de la
inteligencia de EEUU había amontonado pruebas claras de que “el dinero
saudí estaba sirviendo para apoyar a la al-Qaida de Osama bin Laden y
otros grupos extremistas en Afganistán, Líbano, Yemen, Asia Central y
por toda la región del golfo Pérsico”.
En efecto, ese año, un
amplio informe de la CIA sobre la utilización de ONG como frente para
financiar el terrorismo concluía: “Seguimos teniendo pruebas de que
incluso altos miembros de las agencias de cobranza o de control en
Arabia Saudí, Kuwait y Pakistán –como por ejemplo la Alta Comisión Saudí
[dirigida por el príncipe Salman]- están implicadas en actividades
ilícitas, incluido el apoyo a terroristas”.
En mayo del año
siguiente, un informe de la Oficina de Inteligencia Militar del
Ministerio de Defensa francés halló que “la ACS, bajo la tapadera de la
ayuda humanitaria, está ayudando a promover la islamización duradera de
Bosnia… La conclusión exitosa de este plan proporcionaría al
fundamentalismo islámico una plataforma perfectamente situada en Europa,
además de servir de cobertura para la organización de bin Laden”.
Los abogados que representan a las familias de las víctimas del 11-S,
en una demanda contra los miembros de familia real saudí, entrevistaron
en 2008 a un operativo de al-Qaida que confirmó que la entonces ACS del
príncipe Salman le había contratado a él y a otros conocidos miembros
de al-Qaida durante y después del conflicto bosnio, suministrándoles
dinero, armas y vehículos.
En un informe del 28 de agosto de
2003 de la Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania,
obtenido también por los abogados, aparecían referencias a Salman en
relación con otra ONG, “Third World Relief Agency” (TRWA), que se
utilizaba como conducto
para suministrar armas de forma secreta a los combatientes bosnios
durante el embargo de armas de las Naciones Unidas. Alrededor de 350
millones de dólares pasaron por esa ONG. El informe alemán confirma que
las transferencias de fondos personales de Salman representaron “más de
la mitad” de los depósitos de TRWA.
Los abogados obtuvieron
también un informe interno muy secreto y muy seriamente redactado de la
Oficina de Inteligencia y Análisis del Tesoro de EEUU, profundizando en
una información de inteligencia que incluía en listas negras a las dos
ramas de la organización benéfica con sede saudí, International Islamic
Relief Organisation (IIRO), como entidades terroristas prohibidas.
Además de en Bosnia, las agencias de inteligencia vinculaban a IIRO con
actividades terroristas afiliadas a al-Qaida en la India, Indonesia,
Filipinas, Kenia, Chechenia y Albania.
En su libro, Sleeping with the Devil,
el exagente de contraterrorismo de la CIA Robert Baer revelaba que la
IIRO había estado dirigida “con mano de hierro” por el entonces príncipe
Salman, quien “personalmente aprobaba todos los nombramientos y gastos
importantes”.
Los documentos judiciales presentados la pasada
semana en Nueva York por los abogados de las familias del 11-S postulan
que el papel de la ACS en el armamento y entrenamiento bosnios fue
“especialmente importante para que al-Qaida adquiriera las capacidades
de lucha utilizadas para lanzar los ataques en EEUU”. La ACS de Salman
ayudó a financiar “los propios campos de al-Qaida donde los
secuestradores del 11-S recibieron entrenamiento para los ataques”, y
también financió “un puerto seguro e instalaciones en Afganistán donde
altos operativos de al-Qaida, incluidos Osama bin Laden y Jalid Sheij
Mohammad, planearon y coordinaron los ataques”. Dos importantes
secuestradores del 11-S, Jalid al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, habían
combatido y se habían entrenado en Bosnia con los muyahaidines de
al-Qaida a principios de la década de 1990.
La complicidad de EEUU
En un artículo escrito para Foreign Policy,
el experto neoconservador David Weinberg despotrica contra Salman en un
parcial artículo de opinión que se centra en las pruebas del apoyo
saudí a los militantes islamistas. Pero Weinberg evita cuidadosamente
cualquier mención al papel de EEUU facilitando, cuando no protegiendo,
el apoyo saudí a los terroristas.
No sólo el Pentágono era
consciente de la canalización saudí financiando el terrorismo; también
facilitó activamente su apoyo a las redes militantes islamistas tras el
final de la Guerra Fría, en busca de miopes objetivos geoestratégicos.
En un apéndice del informe de la investigación oficial de la masacre de Srebrenica, varios archivos
de la inteligencia holandesa, revisados por el profesor Cees Wiebes de
la Universidad de Amsterdam, mostraban que en el mismo período en que
Arabia Saudí estaba canalizando armas y dinero hacia los combatientes
bosnios, el Pentágono se estaba encargando del transporte aéreo de miles
de muyahaidines de al-Qaida desde Asia Central a Europa para combatir junto con los musulmanes bosnios contra los serbios.
Fuentes de inteligencia de la época dijeron que los muyahaidines
estaban “acompañados de Fuerzas Especiales de EEUU dotadas con equipos
de comunicaciones de alta tecnología”. La idea era que el Pentágono
utilizara a los militantes vinculados con al-Qaida como tropas de choque
para “coordinar y apoyar las ofensivas de los musulmanes bosnios”.
De 1994 a 2000, la inteligencia estadounidense estuvo también
patrocinando secretamente a los talibanes en su conquista de Afganistán.
Una vez más, los saudíes estaban en la vanguardia de esta mal concebida
estrategoa. La CIA coordinaba los millones de dólares de financiación
que procedían de Arabia Saudí, junto con la ayuda y entrenamiento a
través de Pakistán, motivados por la fantasía de establecer un oleoducto
energético “transafgano” que transportaría el petróleo y gas desde Asia
Central hacia la India, Pakistán y otros mercados, circunvalando Rusia e
Irán. Esa política de encubrimiento fue descrita con toda franqueza en
las vistas celebradas a finales de 2000 ante el Subcomité de Relaciones
Exteriores para Asia del Sur del Senado, donde se confirmó el papel
jugado por las compañías petroleras estadounidense UNOCAL y ENRON.
Esa política sólo se acabó cuando quedó claro que los talibán no
estaban dispuestos a cooperar con los planes estadounidenses respecto al
oleoducto.
Los chantajes del 11-S
Tras el 11-S, un antiguo jefe de inteligencia de los talibán, Mohammad Jaksar, hizo declaraciones
bajo juramento ante la inteligencia de EEUU afirmando que en 1998, el
príncipe Turki (entonces al frente de la inteligencia saudí) había
concertado un acuerdo con bin Laden. Arabia Saudí aceptó proporcionar
ayuda material a los talibán y a al-Qaida, además de continuar
financiando a bin Laden a través de empresas e instituciones benéficas
saudíes. A cambio, al-Qaida aceptó no atacar objetivos saudíes.
Según un antiguo alto funcionario de la inteligencia estadounidense,
desde el interior de instancias saudíes se le había dicho que Salman,
como gobernador de Riad, había proporcionado apoyo financiero a al-Qaida
en Afganistán durante toda la década de 1990, el mismo período en el
que EEUU estuvo coordinando el apoyo hacia los talibán.
El
príncipe Turki y otros funcionarios saudíes negaron enérgicamente esas
afirmaciones, y hasta hoy día insisten en que el Reino no ha jugado
papel alguno en el apoyo de los terroristas islamistas.
Sin embargo en los años anteriores al 11-S, numerosos
funcionarios de la inteligencia y el ejército de EEUU, incluido el
encargado del contraterrorismo del FBI, el difunto John O’Neill, se
quejaron de que las investigaciones de inteligencia sobre los vínculos
con el terrorismo de la familia real saudí estaban siendo “bloqueadas”
desde Washington por razones políticas. “Siempre hubo restricciones para
investigar a los saudíes”, pero eso empeoró con la administración Bush.
Según un ex alto funcionario del Departamento de Estado
especializado en los Balcanes, la financiación de las elites saudíes fue
el factor preeminente del aumento de los grupos militantes islamistas
en la región, tanto antes como después del 11-S y hasta el día de hoy.
“Estamos hablando de un nivel inmenso de corrupción”, dijo a condición
de mantener el anonimato. “Ese dinero no solo fluye hacia los
militantes. También sirve para comprar a dirigentes políticos, incluidos
funcionarios de los gobiernos europeos y estadounidense; es un hecho
que debería conocerse bien. Las agencias de inteligencia han rastreado
miles de millones de dólares de la financiación saudí a los extremistas,
pero se les obligó a poner punto final a sus investigaciones. La
administración Bush fue un horror pero bajo la administración Obama nada
ha cambiado en realidad”.
La Investigación Conjunta llevada a
cabo en el Congreso en 2002 sobre el 11-S, cuyo informe oficial fue
parcialmente clasificado por la administración Bush, destacaba el
vínculo saudí con el 11-S. Entre las secciones clasificadas había 28
páginas del informe donde se describía la investigación del senador
copresidente Bob Graham, que aportaba una impactante confirmación del
papel de altos funcionarios saudíes no sólo patrocinando a al-Qaida,
sino también proporcionando apoyo financiero específico a los
secuestradores del 11-S y a la misma operación.
En la
conferencia de prensa del 7 de enero, el senador Graham, que se retiró
en 2005, renovó su llamamiento a la administración Obama para que
desclasificara las 28 páginas del informe del Congreso en aras al
interés público.
“Arabia Saudí fue un conspirador esencial en
el 11-S”, dijo en unos comentarios en gran medida censurados por los
medios a pesar de sus explosivas implicaciones. Según afirmó, altos
miembros de la familia real saudí habían puesto en marcha una red de
espías dentro de EEUU que ayudó y secundó al menos a dos de los
secuestradores del 11-S, al-Mihdhar y al-Hazmi, quienes habían luchado
anteriormente junto a al-Qaida en Bosnia.
Las afirmaciones del
senador Graham, basadas en los hallazgos de la Investigación del
Congreso, no concuerdan con las afirmaciones de la posterior Comisión
sobre el 11-S, que descartaba cualquier conexión organizativa entre el
11-S y Arabia Saudí, aunque reconocía a Arabia Saudí como principal
fuente de financiación de al-Qaida.
El congresista republicano
Walter Jones, que leyó en 2013 las famosas 28 páginas, dijo que además
de pruebas específicas respecto al 11-S, también contenían información
sobre las relaciones saudíes de alto nivel con la Casa Blanca.
¿Cuál pensarían que debería ser la posición saudí”, dijo el senador
Graham, “si sabían lo que habían hecho, si sabían que EEUU sabía lo que
habían hecho y asimismo observaron que EEUU había adoptado una postura o
bien de pasividad o de hostilidad real a permitir que esos hechos se
conocieran?”
A todas las agencias de la comunidad de la
inteligencia, dedujo, se les debió dar una directiva federal para que
disfrazaran la actividad saudí en el 11-S. Sostuvo que, debido al
silencio estadounidense, los saudíes han “continuado, y quizá acelerado,
su apoyo a una de las formas más extremistas del Islam”, incluyendo
“apoyo financiero y de otro tipo”, a pesar de ser “inmensamente
perjudicial para la región del Oriente Medio y una amenaza para el
mundo. Tanto al-Qaida como el ‘Estado Islámico’ son una ‘creación de
Arabia Saudí’”, dijo Graham.
Graham dijo también que las 28
páginas clasificadas “de ninguna manera son el único ejemplo en el que
la información que es importante para comprender el alcance total del
11-S se le ha hurtado también al pueblo estadounidense”. Acusó tanto a
la administración de Bush como a la de Obama de participar en “un patrón
de encubrimiento que durante doce años ha impedido que el pueblo
estadounidense pueda tener una comprensión completa del que ha sido el
ataque más horrendo contra los EEUU en toda su historia”.
Los
actuales esfuerzos de los dirigentes occidentales para hacerse amigos
del rey Salman, a pesar de las amplias pruebas de financiación militante
por su parte y por la de otros destacados miembros de la familia real,
plantean urgentes preguntas acerca de la seriedad de nuestros gobiernos
respecto a la lucha contra el terrorismo.
Nafeez Ahmed es un periodista de investigación, experto en seguridad internacional que trata de rastrear y profundizar en lo que denomina “crisis de la civilización”.
Ha ganado el Premio al Proyecto Censurado a la Mejor Investigación
Periodística por su informe en The Guardian sobre la intersección de la
crisis global ecológica, energética y económica con la geopolítica
regional y los conflictos. Ha escrito también para The Independent,
Sydney Morning Herald, The Age, The Scotsman, Foreign Policy, The
Atlantic, Quartz, Prospect, New Statesman, le Monde Diplomatique, New
Internacionalist, etc. Sus trabajos sobre las causas fundamentales y
las operaciones encubiertas vinculadas con el terrorismo internacional
se tuvieron en cuenta en la Comisión del 11-S y en la Investigación
Forense del 7 de julio [atentados de Londres].
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