Los golpes blandos. Sandra Russo
Página 12
 Eso sí que fue sintonía
 fina y coreográfica. Eso sí que fue maximizar, optimizar –¿qué otra 
palabra lo expresaría?– la muerte violenta y todavía dudosa del fiscal 
que en diez años no movió la causa AMIA, que atendía en exclusividad, 
pero sí alcanzó a formular una denuncia que es pura interpretación 
maliciosa de hechos políticos que ocurrieron en la luz pública. Los 
procesamientos y las imputaciones que llovieron sobre funcionarios del 
Gobierno un día después de la “marcha de homenaje” a quien se ignora aún
 si se mató o lo mataron, fue para ese ramillete de camaristas y jueces 
federales un verdadero trabajo en familia. Algo que si no fue hablado y 
orquestado, es el fruto de lo bien que se entienden y se preservan entre
 ellos. La secuencia es bochornosa y mancha a este Poder Judicial que 
tenemos, y cuya impudicia da estupor. Y así y todo, a pesar de que si 
fuera un rey estaría desnudo, hay quienes en la televisión relativizan, 
no comprenden, descartan o no terminan de entender la idea del golpe 
blando. Ser rústico a veces sirve para disimular. 
Hay 
bibliografía, ejemplos concretos, hay una historia del golpe blando en 
América latina, hay categorizaciones, debates, tesis y análisis que 
llegan desde las Ciencias Políticas. Hay dispositivos obvios y 
distintivos ahora mismo, en diversos países de la región. 
Simultáneamente. Como si se necesitara extirpar a los gobiernos 
posneoliberales de cuajo, antes de que contagien a Europa. Como si no 
pudieran con ellos. Como si fuera una confesión de partes: en elecciones
 pierden. Es de Perogrullo, pero así hay que andar en estos tiempos, en 
los que si uno se aleja mucho de los sobreentendidos termina diciendo 
algo que parece que ni periodistas de grandes medios ni dirigentes 
opositores ni jueces y fiscales federales ni “el gran público” del 
minuto a minuto comprenden o no quieren comprender. No entenderlo es 
parte del simulacro. Para eso sirve el simulacro. Para hacerse la vaca 
que mira pasar el tren.
Hay algo que se llama Política 
Internacional y hay Geopolítica. Esto último tiene que ver con qué rol, 
qué reparto de recursos, status, autonomía, poder de decisión y 
soberanía le cabe a cada quien de acuerdo a la correlación de fuerzas 
que se logra en bloque. Eso es invisible en la televisión. Los golpes 
blandos nunca son la pura iniciativa de fuerzas opositoras locales. No 
hay ningún antecedente de un golpe blando que se haya intentado o 
llevado a cabo sin injerencia extranjera. Porque no se derroca a los 
gobiernos posneoliberales por cuestiones domésticas, sino para moverlos 
en el ajedrez de la geopolítica dominante.
La marcha “en 
homenaje” a Alberto Nisman puede haber sido silenciosa, pero cuando ese 
silencio se rasgaba aparecía lo obvio, lo que ningún mamerto deja de 
comprender: el silencio era acusador y señalaba a la Casa Rosada. Fue 
una fase más arriba en la creación fantasmática del “régimen” del que 
tanto nos ha hablado Elisa Carrió, pero no menos Mirtha Legrand. Estamos
 ahí. En ese nivel de discurso, con las señoras diciendo “Que se vaya la
 yegua asesina”. Montar esa escena fue otro eslabón en la 
desestabilización, que se profundizó al día siguiente, rapidito, sin 
tiempo siquiera de confirmar que la “testigo clave” de Clarín no 
ratificó en sede judicial los tramos sobre los que la noche anterior 
pivotearon los sagaces periodistas de los programas de presunto debate: 
ni había “cinco pititos” en la Ziploc que tenía en la mano la fiscal, ni
 se comieron medialunas ni se sirvió café de la cafetera de Nisman. 
Listo. Todo lo demás que dijo debe ser la manera en que esa persona vive
 su vida, fastidiada por tener que estar allí donde no tiene ganas. Pero
 el golpe blando requiere que el odio no decaiga. Como los programas de 
entretenimiento. Y así y todo, varios periodistas y varios dirigentes 
opositores lo niegan. Dicen que el Gobierno ve destitución por todas 
partes, que los que afirmamos que vemos lo que vemos somos paranoicos o 
tarados. Qué van a decir. Qué van a declarar.
Dicen que desde el 
2008 que estamos hablando de “clima destituyente”. Efectivamente. Fue 
entonces cuando chocaron frontalmente dos modelos de país. El modelo 
agroexportador y el modelo reindustrializador. Chocaban frontalmente 
muchísimas más cosas que dos modelos económicos. Chocaban dos culturas, 
dos percepciones del otro, dos escalas de valores, con todos los grises y
 matices que pueda haber en el medio. Chocaban también dos maneras de 
querer validarse en el poder político. El sustento de los gobiernos 
posneoliberales, como se puede observar en la región pero ahora también 
en Europa, es el voto popular. La cláusula democrática de la Unasur así 
lo indica. Por otro lado, estaban ahí los que han gozado de decisiones 
de poder en democracia y en dictadura. Esos no necesitan ninguna 
cláusula democrática. Más bien les ata las manos. Esos pueden convocar 
al silencio en una coyuntura, pero cuando tuvieron que guardar silencio 
mientras se avasallaban todas las garantías individuales de los 
argentinos, también lo hicieron.
Desde 2008 avizoramos que la 
pelea de fondo no era la electoral. Porque juegan sucio y porque 
mienten. Los periodistas de los grandes medios no trabajan para sus 
audiencias sino para sus pautas. Y los dirigentes opositores no trabajan
 para su electorado sino para caerle bien a Clarín. Desde 2008, si las 
instituciones siguieron funcionando vigorosamente, si floreció la 
militancia juvenil, si proliferan los grupos de pensamiento o 
profesionales que marcan públicamente sus posiciones, si hay masa 
crítica frente a un intento de golpe blando, si hay chances de 
resistirlo, es precisamente porque fuimos colectivamente identificando 
las amenazas –que vinieron de la evasión fiscal, de la especulación con 
el dólar, de la especulación con los commodities, de la mentira y la 
infamia políticas, del intento de desfinanciar al Estado, de la 
complicidad con los buitres, etc., etc.–. Si hoy podemos ver claramente 
cómo a esos dos modelos de país se les sumaron dos modelos de mundo, es 
porque no sólo no estamos aislados, sino que en nuestra nueva inserción 
en este nuevo mundo que hace una década no existía, la Argentina es 
observada y valorada básicamente en tres ejes: el desendeudamiento, la 
inclusión social y las políticas de derechos humanos.
Los golpes 
blandos consisten exactamente en lo que vemos y escuchamos diariamente. 
En principio, en el desgaste permanente e irrespetuoso de la 
institucionalidad, so pretexto de “una república” que no le explican a 
nadie de qué se trata, cuando en el Congreso la oposición nunca discute 
ni defiende sus ideas, si es que las tiene. Consiste en la persistencia y
 multiplicación de la idea de que el kirchnerismo “usurpa” el poder, de 
modo que sencillamente las doñas le exigen a Cristina “que se vaya”. 
Miren qué simple. Que no les gusta y que se vaya. Los golpes blandos son
 enormes dispositivos que generan la percepción colectiva de que “algo 
debe terminar ya”. Los fiscales y los jueces que tienen otra idea de 
cómo brindar más efectivamente justicia a los ciudadanos no son menos 
fiscales ni menos jueces que los del corralito de la marcha. Y, sin 
embargo, el statu quo tiene esa particularidad: es ese estado 
petrificado de cosas –petrificado de mugre y sangre tantas veces– que 
lucha por su preservación a cualquier costo, incluso el de su propia 
naturaleza. El que lo quiera y pueda ver no tiene que hacer ningún 
esfuerzo. Estamos asistiendo a una pantomima judicial de las más burdas 
que se han visto. Y a una utilización de un muerto que debería, a ellos 
que dicen que lo apreciaban tanto, darles vergüenza.
 
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