La unión wahabi-sionista
El acuerdo nuclear entre Irán y el Grupo 5+1, significó un duro revés para los sectores belicistas de Occidente, como también fue un golpe difícil de sobrellevar para Israel y Arabia Saudí, tradicionales enemigos de Irán.
Los resultados de los acuerdos nucleares dieron muestra de la enorme voluntad de la nación persa de sobreponerse a una década de injustas sanciones por parte de Estados Unidos y secundados posteriormente por la Unión Europa (UE) al acusar a Teherán de desarrollar un programa nuclear con objetivos militares.
Un acuerdo nuclear que golpeó a la Casa al Saud
En julio del año 2015 el mundo aplaudió los resultados de tantos meses de conversaciones cuando la alta representante de la UE para su Política Exterior Federica Mogherini y el canciller iraní Mohamad Yavad Zarif anunciaron al mundo que el Sexteto e Irán habían logrado ponerse de acuerdo.
Dentro de las voces discordantes y que llamaban a no terminar las presiones contra Teherán se encontraba tanto Israel como la Monarquía saudí, para quien el acuerdo nuclear que volvía a colocar a Irán en el primer plano internacional y relevaba su papel regional fue un golpe al que le ha costado sobreponerse. Sobre todo por que Riad ha estado empeñada en cercar a su rival regional usando para ello las influencias y su condición de aliada de Occidente. Sin embargo, las jugadas, el lobby político y hasta las amenazas económicas, incluyendo las despreciables operaciones a la baja del precio del petróleo, no han doblegado el interés primordial de avanzar en los acuerdos y que han permitido a Irán mostrarse con todo el poder que tanto temen saudíes y sionistas.
El papel lo ha ido adquiriendo la República Islámica de Irán en materia de influencia regional, así como su participación en la defensa del gobierno y la sociedad tanto de Irak como de Siria y sus opiniones respecto a la defensa del pueblo palestino contra la ocupación sionista de sus territorios. La alianza política, militar y económica que está tejiendo con la Federación Rusa, su voz en alto en materia de la defensa y autonomía de los pueblos de la región, su decisión de llevar adelante su programa nuclear, son claramente elementos que marcan una impronta de indudable presencia, influencia y liderazgo en la zona y eso atemoriza a regímenes como el saudí, empeñado en seguir manteniendo sus ansias de poder en la zona del Golfo Pérsico. Allí es donde maneja a sus anchas a Monarquías Medievales o agrede a países más pequeños en aras de mostrar que el wahabismo está dispuesto a todo, como es el caso de la agresión contra Bahréin y Yemen e incluso la creación, desarrollo, financiamiento y apoyo logístico a bandas terroristas como Al Qaeda, EIIL – Daesh en árabe – y el Frente al Nusra
Si no puedes con esta presión… utiliza esta otra
Hoy, la presión contra la República Islámica de Irán busca otros derroteros, utilizando elementos simbólicos que causen la indignación y el lógico malestar de la nación persa. Tal ha sido la nula política de seguridad para los creyentes iraníes que acuden a La Meca y que significó, por ejemplo, en la tragedia de Mina, la muerte de medio millar de fieles iraníes.
Sumemos a ello el trabajo permanente de apoyo a los grupos takfirí que son la punta de lanza de la doctrina wahabita que impera en Arabia Saudita. Bandas terroristas que ejecutan las acciones en pos de los intereses de un Casa al Saud que ha sido el gran valedor de estos movimientos de asesinos y que suelen realizar acciones que provocan a la comunidad chiita, ya sea en El Líbano, Siria, Irak, Yemen y Bahréin como han sido los atentados a mezquitas de esa corriente religiosa. Hechos que no han merecido la repulsa masiva y clara de las potencias occidentales, que suelen levantar la voz indignada cuando se trata de su connacionales o se atenta contra alguna capital europea. Esa muestra del doble rasero frente a hechos igualmente violentos y criminales indigna sobremanera pues visualiza, en toda su dimensión, que para las grandes potencias existen muertos de primera y segunda categoría.
Riad, que parece haber reemplazado a la entidad sionista en este papel de principal enemigo de la nación persa, pretende provocar a la República Islámica de Irán y hacerla entrar en ese juego peligroso. Riad está decidida a no aceptar los acuerdos nucleares que ha firmado Irán, está decidida a seguir agrediendo a naciones vecinas, desea seguir en una política de fortalecimiento de bandas terroristas que se entiende en la lógica de mantener una difícil unidad en la familia real saudí, sacudida por intrigas internas, por pugnas de poder y un deterioro de los ingresos por venta del petróleo que ella misma ayudó a crear.
La Casa al Saud, sedienta de sangre, no se detuvo en sus abominaciones y el sábado 2 de enero, cuando en occidente aún no se apagaban los ecos de la llegada de un nuevo año, anunció la ejecución del sheji Nimr Baqer al-Nimr y varios activistas chiíes. Como una forma de minimizar tan vergonzoso hecho Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas con Irán – arrastrando en esa acción a Bahréin y su aliado de la familia Al Jalifa, argumentando las protestas de miles de ciudadanos iraníes frente a la sede diplomática saudí en Teherán y otras capitales del mundo. Para el portavoz de la cancillería iraní, Husein Yaber Ansari, “Arabia Saudí fanfarronea mucho pero no es un actor activo. La medida de Arabia Saudí de cortar sus lazos con Irán de ninguna manera ha preocupado a Teherán ya que la política exterior de nuestro país está basada en la lógica, la moderación y el resguardo de los intereses nacionales.”
Es en ese plano donde hay que entender la coacción saudí contra Irán. Primero, en un marco de lógica interna – aglutinar consensos contra el enemigo común – y en segundo lugar en el plano externo, tratar de arrastrar a Teherán a la ejecución de algún tipo de acción que socave los grandes esfuerzos diplomáticos, políticos y de generosidad en la construcción de una región que avance hacia la estabilidad y oponer un frente amplio que vuelva a unir a Washington, la Unión Europea, las Monarquías del Golfo Pérsico, Turquía e Israel. Como ello es complejo y difícil, gracias a la hábil diplomacia persa y los esfuerzos honestos por avanzar en caminos de entendimiento, la Casa al Saud intensifica sus ataques en Yemen contra el movimiento Ansarolá, reprime el disenso en Bahréin, incrementa sus acciones de desestabilización contra Siria bajo el manto protector que otorga a las bandas terroristas de Daesh, Frente al Nusra y Al Qaeda o financia ataques contra la comunidad chiita en El Líbano.
En todo este panorama, lo que va quedando claro es que el verdadero enemigo de la paz en Oriente Medio es la Casa al Saud y que tras dos años de negociaciones en materia de un acuerdo nuclear, tras una década de sanciones y 36 años de enemistad por parte de Washington hacia Irán, se muestra al mundo que la nación persa a pesar de todas las provocaciones tiene más vocación de paz que cualquiera de los que han sido sus rivales, iniciando un ciclo para la región donde los conceptos de soberanía y dignidad se levantan con fuerza como elementos intransables en cualquier acuerdo, por muy poderoso que sea el contrincante. Eso no lo entiende la Casa al Saud porque no está en su ADN, no lo asimila pues su vocación de poder fagocita cualquier intento de entender las relaciones internacionales a partir de deberes y derechos.
Para Arabia saudí el camino político es seguir creando las condiciones para que Oriente Medio siga siendo una región insegura donde los únicos beneficiados son la entidad sionista y su socio wahabita. Por ello, el camino de la guerra, los conflictos creados para agredir a los pueblo, las acciones desestabilizadoras contra las sociedades de Oriente Medio seguirán siendo pan de cada día. Noticias trágicas en los medios de comunicación, mostrando una zona donde difícilmente se alcance la paz. Seguirá siendo así mientras la política belicista del eje sangriento sionista-wahabita siga actuando impunemente protegido por Washington, el lobby del AIPAC y las comunidades sionistas de Francia e Inglaterra.
Sostenía en un artículo anterior, que las guerras de agresión en Oriente Medio, las ejecuciones de disidentes, la represión a las ansias de libertad a las poblaciones de gran parte de los países del área continuarán siendo una constante mientras siga viva la alianza Washington-Riad-Tel Aviv. Esas contiendas desiguales e inmorales son aire para los pulmones que alientan al complejo militar industria estadounidense, a la entidad sionista y el lobby del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-israelí – AIPAC – que hunde sus garras en Washington y una Casa al Saud, que vive sus propias contradicciones internas pero que en el plano regional signan su conducta en el apoyo al terrorismo takfirí, la agresión contra Yemen y el apoyo sostenido al régimen de los Jalifa en Bahréin, junto a la represión sistemática de su propia población.
La triada Washington-Riad. Tel Aviv debe ser declarada por el derecho internacional como una asociación ilícita creada para delinquir, asesinar, para fragmentar países, para generar millones de refugiados, para asesinar niños y destruir, para ejecutar políticas genocidas contra los pueblos de la región u otros pueblos que osen alzarse contra ese poder hegemónico. Si ello no cambia, el futuro seguirá siendo la desestabilización por sobre los acuerdos y sobre todo, la paralización del necesario desarrollo de nuestros pueblos en favor de los intereses hegemónicos que han sido tradicionales en Oriente Medio. En ese plano, que la muerte del Sheij Nimr Baqer al-Nimr no sea en vano.
Los resultados de los acuerdos nucleares dieron muestra de la enorme voluntad de la nación persa de sobreponerse a una década de injustas sanciones por parte de Estados Unidos y secundados posteriormente por la Unión Europa (UE) al acusar a Teherán de desarrollar un programa nuclear con objetivos militares.
Un acuerdo nuclear que golpeó a la Casa al Saud
En julio del año 2015 el mundo aplaudió los resultados de tantos meses de conversaciones cuando la alta representante de la UE para su Política Exterior Federica Mogherini y el canciller iraní Mohamad Yavad Zarif anunciaron al mundo que el Sexteto e Irán habían logrado ponerse de acuerdo.
Dentro de las voces discordantes y que llamaban a no terminar las presiones contra Teherán se encontraba tanto Israel como la Monarquía saudí, para quien el acuerdo nuclear que volvía a colocar a Irán en el primer plano internacional y relevaba su papel regional fue un golpe al que le ha costado sobreponerse. Sobre todo por que Riad ha estado empeñada en cercar a su rival regional usando para ello las influencias y su condición de aliada de Occidente. Sin embargo, las jugadas, el lobby político y hasta las amenazas económicas, incluyendo las despreciables operaciones a la baja del precio del petróleo, no han doblegado el interés primordial de avanzar en los acuerdos y que han permitido a Irán mostrarse con todo el poder que tanto temen saudíes y sionistas.
El papel lo ha ido adquiriendo la República Islámica de Irán en materia de influencia regional, así como su participación en la defensa del gobierno y la sociedad tanto de Irak como de Siria y sus opiniones respecto a la defensa del pueblo palestino contra la ocupación sionista de sus territorios. La alianza política, militar y económica que está tejiendo con la Federación Rusa, su voz en alto en materia de la defensa y autonomía de los pueblos de la región, su decisión de llevar adelante su programa nuclear, son claramente elementos que marcan una impronta de indudable presencia, influencia y liderazgo en la zona y eso atemoriza a regímenes como el saudí, empeñado en seguir manteniendo sus ansias de poder en la zona del Golfo Pérsico. Allí es donde maneja a sus anchas a Monarquías Medievales o agrede a países más pequeños en aras de mostrar que el wahabismo está dispuesto a todo, como es el caso de la agresión contra Bahréin y Yemen e incluso la creación, desarrollo, financiamiento y apoyo logístico a bandas terroristas como Al Qaeda, EIIL – Daesh en árabe – y el Frente al Nusra
Si no puedes con esta presión… utiliza esta otra
Hoy, la presión contra la República Islámica de Irán busca otros derroteros, utilizando elementos simbólicos que causen la indignación y el lógico malestar de la nación persa. Tal ha sido la nula política de seguridad para los creyentes iraníes que acuden a La Meca y que significó, por ejemplo, en la tragedia de Mina, la muerte de medio millar de fieles iraníes.
Sumemos a ello el trabajo permanente de apoyo a los grupos takfirí que son la punta de lanza de la doctrina wahabita que impera en Arabia Saudita. Bandas terroristas que ejecutan las acciones en pos de los intereses de un Casa al Saud que ha sido el gran valedor de estos movimientos de asesinos y que suelen realizar acciones que provocan a la comunidad chiita, ya sea en El Líbano, Siria, Irak, Yemen y Bahréin como han sido los atentados a mezquitas de esa corriente religiosa. Hechos que no han merecido la repulsa masiva y clara de las potencias occidentales, que suelen levantar la voz indignada cuando se trata de su connacionales o se atenta contra alguna capital europea. Esa muestra del doble rasero frente a hechos igualmente violentos y criminales indigna sobremanera pues visualiza, en toda su dimensión, que para las grandes potencias existen muertos de primera y segunda categoría.
Riad, que parece haber reemplazado a la entidad sionista en este papel de principal enemigo de la nación persa, pretende provocar a la República Islámica de Irán y hacerla entrar en ese juego peligroso. Riad está decidida a no aceptar los acuerdos nucleares que ha firmado Irán, está decidida a seguir agrediendo a naciones vecinas, desea seguir en una política de fortalecimiento de bandas terroristas que se entiende en la lógica de mantener una difícil unidad en la familia real saudí, sacudida por intrigas internas, por pugnas de poder y un deterioro de los ingresos por venta del petróleo que ella misma ayudó a crear.
La Casa al Saud, sedienta de sangre, no se detuvo en sus abominaciones y el sábado 2 de enero, cuando en occidente aún no se apagaban los ecos de la llegada de un nuevo año, anunció la ejecución del sheji Nimr Baqer al-Nimr y varios activistas chiíes. Como una forma de minimizar tan vergonzoso hecho Arabia Saudí rompió relaciones diplomáticas con Irán – arrastrando en esa acción a Bahréin y su aliado de la familia Al Jalifa, argumentando las protestas de miles de ciudadanos iraníes frente a la sede diplomática saudí en Teherán y otras capitales del mundo. Para el portavoz de la cancillería iraní, Husein Yaber Ansari, “Arabia Saudí fanfarronea mucho pero no es un actor activo. La medida de Arabia Saudí de cortar sus lazos con Irán de ninguna manera ha preocupado a Teherán ya que la política exterior de nuestro país está basada en la lógica, la moderación y el resguardo de los intereses nacionales.”
Es en ese plano donde hay que entender la coacción saudí contra Irán. Primero, en un marco de lógica interna – aglutinar consensos contra el enemigo común – y en segundo lugar en el plano externo, tratar de arrastrar a Teherán a la ejecución de algún tipo de acción que socave los grandes esfuerzos diplomáticos, políticos y de generosidad en la construcción de una región que avance hacia la estabilidad y oponer un frente amplio que vuelva a unir a Washington, la Unión Europea, las Monarquías del Golfo Pérsico, Turquía e Israel. Como ello es complejo y difícil, gracias a la hábil diplomacia persa y los esfuerzos honestos por avanzar en caminos de entendimiento, la Casa al Saud intensifica sus ataques en Yemen contra el movimiento Ansarolá, reprime el disenso en Bahréin, incrementa sus acciones de desestabilización contra Siria bajo el manto protector que otorga a las bandas terroristas de Daesh, Frente al Nusra y Al Qaeda o financia ataques contra la comunidad chiita en El Líbano.
En todo este panorama, lo que va quedando claro es que el verdadero enemigo de la paz en Oriente Medio es la Casa al Saud y que tras dos años de negociaciones en materia de un acuerdo nuclear, tras una década de sanciones y 36 años de enemistad por parte de Washington hacia Irán, se muestra al mundo que la nación persa a pesar de todas las provocaciones tiene más vocación de paz que cualquiera de los que han sido sus rivales, iniciando un ciclo para la región donde los conceptos de soberanía y dignidad se levantan con fuerza como elementos intransables en cualquier acuerdo, por muy poderoso que sea el contrincante. Eso no lo entiende la Casa al Saud porque no está en su ADN, no lo asimila pues su vocación de poder fagocita cualquier intento de entender las relaciones internacionales a partir de deberes y derechos.
Para Arabia saudí el camino político es seguir creando las condiciones para que Oriente Medio siga siendo una región insegura donde los únicos beneficiados son la entidad sionista y su socio wahabita. Por ello, el camino de la guerra, los conflictos creados para agredir a los pueblo, las acciones desestabilizadoras contra las sociedades de Oriente Medio seguirán siendo pan de cada día. Noticias trágicas en los medios de comunicación, mostrando una zona donde difícilmente se alcance la paz. Seguirá siendo así mientras la política belicista del eje sangriento sionista-wahabita siga actuando impunemente protegido por Washington, el lobby del AIPAC y las comunidades sionistas de Francia e Inglaterra.
Sostenía en un artículo anterior, que las guerras de agresión en Oriente Medio, las ejecuciones de disidentes, la represión a las ansias de libertad a las poblaciones de gran parte de los países del área continuarán siendo una constante mientras siga viva la alianza Washington-Riad-Tel Aviv. Esas contiendas desiguales e inmorales son aire para los pulmones que alientan al complejo militar industria estadounidense, a la entidad sionista y el lobby del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-israelí – AIPAC – que hunde sus garras en Washington y una Casa al Saud, que vive sus propias contradicciones internas pero que en el plano regional signan su conducta en el apoyo al terrorismo takfirí, la agresión contra Yemen y el apoyo sostenido al régimen de los Jalifa en Bahréin, junto a la represión sistemática de su propia población.
La triada Washington-Riad. Tel Aviv debe ser declarada por el derecho internacional como una asociación ilícita creada para delinquir, asesinar, para fragmentar países, para generar millones de refugiados, para asesinar niños y destruir, para ejecutar políticas genocidas contra los pueblos de la región u otros pueblos que osen alzarse contra ese poder hegemónico. Si ello no cambia, el futuro seguirá siendo la desestabilización por sobre los acuerdos y sobre todo, la paralización del necesario desarrollo de nuestros pueblos en favor de los intereses hegemónicos que han sido tradicionales en Oriente Medio. En ese plano, que la muerte del Sheij Nimr Baqer al-Nimr no sea en vano.
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