¡Unidad de la izquierda que lucha, en las urnas y en las calles!
Las elecciones del 20D han colocado a la burguesía española ante un escenario extremadamente complicado. El duro varapalo cosechado por el PP, y unos resultados bastante pobres de Ciudadanos, han echado por tierra los planes de armar un sólido bloque de la derecha en el parlamento. Por el contrario, el éxito de Podemos y las confluencias de la izquierda reflejan —en un terreno tan difícil como el electoral— el avance en la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes.
Sumados sus votos a los obtenidos por Izquierda Unida-Unidad Popular, alcanzan 6.112.438, superando al PSOE, un resultado histórico que marca un cambio trascendental para el presente y el futuro .En estas condiciones, la posibilidad de la gran coalición entre PP, Ciudadanos y PSOE, opción por la que trabajan arduamente Rajoy, Albert Rivera, Susana Díaz y los grandes poderes económicos, se presenta difícil.
Las urnas confirman el giro a la izquierda
Si en 2008 los votos de PSOE y PP supusieron el 84%, o en 2011 el 73%, en las elecciones del 20D superan por los pelos el 50%. El desplome del Partido Popular, que consigue 7.212.390 votos (28,72%) y 123 escaños, perdiendo más de 3.650.000, el 34% de su electorado, y 63 escaños de los 186 que obtuvo en 2011, no se compensa con los resultados de Ciudadanos (C’s). El “meteórico” ascenso de la formación de Albert Rivera que pronosticaban el CIS y la mayoría de las encuestas, ha quedado muy por debajo de las expectativas: su cuarta posición, con 3.498.392 votos (13,93%) y 40 diputados, es un fuerte revés para la clase dominante. Albert Rivera recoge lo que pierde UPyD, que en 2011 obtuvo 1.143.225 votos (y ahora se hunde con poco más de 150.000), pero a duras penas canaliza la sangría de 3.651.000 votos del PP, y no ensancha la base social de la reacción.
Pero si la derecha ha recibido un duro golpe, el batacazo al PSOE tiene dimensiones dramáticas: 5.530.693 votos y solo 90 diputados, dejándose casi 1,5 millones de electores y 20 escaños por el camino desde 2011. Tras una legislatura de pesadilla este es el saldo que puede ofrecer la socialdemocracia tradicional: conseguir los peores resultados de su historia. Si se descuenta los apoyos que logra mantener en Andalucía —1.400.000 votos, el 25% del total obtenido por el PSOE— y Extremadura, el partido de Pedro Sánchez se hunde en territorios que no hace tanto eran graneros electorales: en Catalunya pasa a la tercera fuerza con el 15,7% (589.021 votos), perdiendo más de 330.000 y 11 puntos respecto a 2011, y más de un millón y 30 puntos respecto a 2008; en Madrid cae en 230.000 votantes en relación a 2011, quedando en cuarta posición y 6 diputados; en el País Valencià pierde casi 170.000 papeletas, y lo mismo ocurre en la CAV y Navarra, donde desde 2008 su apoyo se reduce en 25 y 20 puntos porcentuales respectivamente. La crisis de la socialdemocracia tradicional es un síntoma más de la crisis global del capitalismo español, de su Estado, del parlamentarismo, de todos los pactos de la Transición que aseguraron la recomposición del poder de la burguesía y la estabilidad política tras el auge revolucionario de los años setenta.
La otra cara de la jornada electoral, y el factor más importante en esta complicada ecuación, son los magníficos resultados de las formaciones a la izquierda del PSOE, muy especialmente cuando van unidas. La histórica victoria en Catalunya de En Comú Podem —coalición integrada por Podemos, Barcelona en Comú, Iniciativa per Catalunya Verds, Equo y Esquerra Unida i Alternativa— es una demostración inapelable de que la unidad no es sólo la suma de las partes. Este Frente de Izquierdas, con Ada Colau como referente, ha multiplicado su potencia de atracción uniendo el derecho a decidir a la lucha contra los recortes. Así, han logrado más de 900.000 papeletas y rozado el 25% del censo electoral, ampliando el apoyo obtenido en las municipales de mayo. En Barcelona ciudad es la fuerza más votada con un 26%, y en muchas ciudades del cinturón rojo con mayor contundencia aún: en El Prat de Llobregat (36%), en Sant Boi (33,6%), en Cornellà (32,9%), en Badalona (30,2%),…
Impresionante es también la segunda posición obtenida por En Marea en Galicia (integrada por Anova, Esquerda Unida, Podemos y las Mareas), que con el 25% de los votos, 408.370, obtiene 6 escaños, colocándose como primera fuerza en Vigo con nada menos que el 34% de los sufragios; o en segundo lugar en A Coruña, con un 31% del electorado y a escasos mil votos del PP. También la unidad permite que la coalición entre Podemos y Compromís quede como segunda fuerza en el País Valencià, con 671.071 papeletas, el 25,1%, y 9 diputados, conquistando un gran resultado en la ciudad de Valencia con 394.112 votos, el 27,06%, y 5 diputados. Si le sumamos los obtenidos por Unitat Popular-EU se colocarían como primera fuerza por delante del PP.
El giro a la izquierda se completa con otros datos muy significativos. El éxito de Podemos en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) es tremendo: gana las elecciones con el 26% (316.441 votos), frente al 24,8% obtenido por el PNV, y queda con cinco diputados, uno menos que el PNV; o en Navarra, donde se alza con la segunda posición —80.961 votos, el 23%, y 2 diputados—. Un resultado que saca a la superficie la ola de crítica y desencanto de decenas de miles de jóvenes y trabajadores con la estrategia institucional de la dirección de la izquierda abertzale (EH Bildu) y su subordinación al PNV. De hecho, la izquierda abertzale pierde algo más de un tercio de sus votantes respecto a las elecciones de 2011. Y no menos importante es el resultado en Madrid, donde Podemos, con el 20,9% de los votos, queda en segundo lugar superando en tres puntos a un PSOE que se hunde por detrás de Ciudadanos.
Las elecciones han dejado una fotografía de la gran polarización que vive la sociedad española, pero también del giro a la izquierda que la ley electoral tiende a distorsionar cuando no a falsear. En 2015, los votos obtenidos por el PP, Ciudadanos y otras formaciones de la derecha nacionalista, 11.818.310, se quedan por debajo de los que lograron en 2011, 13.592.822. Con la izquierda sucede al contrario. Si se suman los de Podemos, Coaliciones de izquierda, Unidad Popular-IU, Bildu e incluimos los del PSOE y ERC, en 2015 se alcanzan 12.561.905, frente a los 9.631.878 de 2011. En el 20D la izquierda supera por 744.000 votos a la derecha, mientras que en 2011 la derecha obtenía 4 millones de votos más. El vuelco es claro.
Polarización, inestabilidad política y lucha de clases
Los intentos de forzar la gran coalición han profundizado la crisis que vive el PSOE. Susana Díaz y una mayoría de “barones” territoriales lo han dejado claro: ningún pacto con Podemos mientras defienda un referéndum para Catalunya. Pero la presidenta de la Junta de Andalucía no sólo hace gala de nacionalismo españolista, tiene además otros objetivos nada disimulados y que explican la raíz de las turbulencias: quiere desalojar lo antes posible a Pedro Sánchez de la secretaria general, para subordinar al PSOE aún más descaradamente a los intereses de los grandes capitales.
A pesar de las presiones desatadas, y que van a arreciar mucho tras la capitulación de la dirección de la CUP ante Convergencia, la gran coalición sigue teniendo muchas dificultades de materializarse: sectores del aparato del PSOE piensan que sería lo más parecido a un suicidio, y no les falta razón. La amarga lección de Grecia, con un PASOK pulverizado tras formar parte de gobiernos de unidad nacional, esta muy reciente. Y esto se podría repetir en el Estado español, no hay duda. Por eso, desde la sede de Ferraz calculan en términos de supervivencia: un gobierno de éste tipo cuyo único fin sería llevar a cabo los nuevos planes de recortes y austeridad demandados desde Bruselas, diezmaría la base social del Partido Socialista y reforzaría a Podemos. Además, dejando a un lado la aritmética parlamentaria, la gran coalición representaría un bloque político débil, lleno de contradicciones y sometido a una fuerte presión de la calle.
En estos momentos todo está en el aire. Frente a la gran coalición se alza la posibilidad de un pacto entre PSOE y Podemos, una alternativa que cuenta con la oposición de muchos dirigentes socialistas y que sería contundentemente boicoteada por la reacción. Una opción así, aunque sumara a los dos diputados de Unidad Popular-IU, tendría que tejer alianzas con fuerzas como el PNV, Convergència o Esquerra Republicana para alcanzar la mayoría parlamentaria, y estaría sometida a graves tensiones desde el primer momento, empezando por las que crearía la resolución del problema nacional en Catalunya o la puesta en marcha de la “agenda social” que reclama Pablo Iglesias. La dirección actual del PSOE, más allá de las declaraciones electorales, no está en la línea de desafiar las políticas de austeridad.
Si tampoco se puede conformar una alianza de este tipo, y finalmente la gran coalición no prospera, habría otras soluciones teóricas, como un gobierno del PP con el apoyo directo o indirecto de Ciudadanos, si a pesar de todas las declaraciones del PSOE en la línea contraria, finalmente se abstuviera en la investidura de Rajoy, o incluso un gobierno PSOE-Ciudadanos sostenido por el PP, que tendrían los mismos inconvenientes para Pedro Sánchez que un pacto abierto con Rajoy. Si ninguna de estas alternativas prospera, las elecciones anticipadas se harían inevitables, un escenario que preocupa al conjunto de la burguesía, pues no está nada claro que los resultados de una nueva convocatoria cambiasen esencialmente las cosas o, incluso, que fueran mucho peor para sus intereses. En una “segunda vuelta” el PP concentraría el voto útil en la derecha en detrimento de Ciudadanos y, muy probablemente, Podemos y las confluencias de la izquierda asestarían un golpe todavía mayor al PSOE. Una repetición electoral aumentaría más la incertidumbre, precisamente cuando la Comisión Europea, el FMI y el BCE apremian a más contrarreformas y recortes, y las expectativas de crecimiento de la economía mundial se enfrían considerablemente.
¡Confluencia de la izquierda para impulsar la movilización y ganar en las urnas!
Podemos ha concentrado el voto de un amplio sector de los trabajadores y jóvenes que han batallado estos años contra las políticas reaccionarias del PP. Denunciando a las élites económicas y la legión de políticos, jueces y periodistas siempre dispuestos a lamer las botas de los poderosos, sintonizó con las grandes luchas iniciadas en el 15M, continuadas con las Mareas Ciudadanas, las Marchas por la Dignidad, y un sin fin de conflictos sociales. Su irrupción en las europeas y, mucho más que eso, el enorme entusiasmo que desató entre capas muy movilizadas, y que se volcaron en la creación de círculos en miles de localidades, hacían de Podemos el vehículo político del descontento social.
Como tal, Podemos ha obtenido 42 diputados bajo sus siglas, a los que hay que sumar 27 escaños logrados en las coaliciones de izquierda en que se integraba: País Valencià 9, Catalunya 12, Galicia 6. Con los votos ocurre igual. Podemos en solitario alcanza 3.181.339 papeletas, a las que hay que sumar los 2.007.994 votos que consiguen las coaliciones antes mencionadas. Por supuesto, sería ridículo poner en duda que el peso de Podemos en estas coaliciones es muy importante, pero realmente la unidad del conjunto de las formaciones de izquierdas transciende, y mucho, lo que Podemos puede conquistar en solitario.
Las vacilaciones y ambigüedades de la cúpula de Podemos han marcado su impronta en estos meses. Pablo Iglesias y sus compañeros de dirección han tenido una auténtica obsesión por no llamar “al pan, pan y al vino, vino”, y aguar las reivindicaciones más avanzadas de su programa. ¿Qué efectos ha tenido todas estas concesiones, justificadas en aras del pragmatismo? Si la dirección de Podemos se presenta como una “alternativa” respetuosa con el sistema, ofrece “Pactos de Estado al resto de las formaciones”, insiste en representar “lo mejor del espíritu de la Transición”, es decir, introduce los mismos prejuicios y lugares comunes del parlamentarismo, de que todo es posible “con los votos en las cortes” y, lo más importante, renuncia a la movilización en las calles como motor del cambio, entonces es difícil no favorecer a la burocracia del PSOE e incluso a Ciudadanos. El “giro al centro” no fortalece a Podemos, lo debilita, y proporciona oxígeno a los representantes de la “política oficial”, es decir, de la casta. Los resultados en Andalucía y Extremadura son elocuentes: en estas comunidades el PSOE obtiene 802.442 votos más que Podemos.
La otra cuestión que salta a la vista es el rechazo de Pablo Iglesias a la confluencia con Unidad Popular-IU y su candidato Alberto Garzón. Si se hubiera logrado conformar un frente amplio de la izquierda que lucha, con Pablo Iglesias y Garzón como referentes estatales, junto a Ada Colau, Mónica Oltra, Beiras y otros muchos en los diferentes territorios, el balance hubiera sido mucho mejor, superando al PSOE en votos y probablemente también en escaños.
Unidad Popular-IU logra meter en el Parlamento dos diputados por Madrid, a los que habría que sumar el conseguido en Barcelona y en A Coruña dentro de las coaliciones de izquierda. El resultado no es bueno: ha perdido más de 760.000 votos respecto a 2011 y 6 diputados (IC tenía uno en el grupo de la Izquierda Plural), con una caída en Andalucía de 2,5 puntos porcentuales, y aún más acusada en Asturias, de casi 5 puntos. Por supuesto, estos datos negativos no pueden ocultar que sigue siendo la formación más perjudicada por la ley electoral: a Izquierda Unida le cuesta 461.000 votos obtener un escaño, mientras que al PP le supone 58.000 y al PSOE 61.000.
Alberto Garzón no ha podido descargarse del pesado lastre de un aparato anquilosado, y de una larga tradición política preñada de pactos con la dirección del PSOE para aplicar políticas alejadas de la izquierda; junto a ello, los vínculos estrechos con la cúpula de CCOO y en consecuencia de pasividad frente a la política de pacto social y desmovilización, y una trayectoria en la que IU ha sido vista, durante años, como parte del engranaje institucional del sistema, les ha pasado una dura factura. Aún así es muy significativo el impacto de la campaña de Alberto Garzón, con mítines muy concurridos que han desbordado las expectativas y despertado enormes simpatías.
La cuestión ahora es muy concreta. La dirección de Podemos ha propuesto a Pedro Sánchez una serie de condiciones para hablar de un posible pacto de gobierno: “blindaje de los derechos sociales”, reforma del sistema electoral, introducir “la moción de confianza ciudadana en caso de incumplimiento del programa”, además del referéndum en Catalunya. También ha manifestado su intención de plantear Proposiciones no de Ley (PnL) en el Parlamento, nada más se constituya, para derogar la LOMCE o la reforma laboral, que fuercen la toma de posición del PSOE y visualicen la falta de apoyos del PP. Todas estas medidas son positivas, pero claramente insuficientes para acabar con los efectos lesivos que cuatro años de contrarreformas han tenido para las condiciones de vida de la mayoría.
Podemos tiene una gran responsabilidad. La manera de desbloquear la situación, y de estar en las mejores condiciones para derrotar a la derecha en el caso de nuevas elecciones, pasa por dos ejes fundamentales: impulsar inmediatamente la movilización social y volver a llenar las calles para colocar las demandas de la población en primera línea del debate político, y propiciar la confluencia, la unidad, de todas las fuerzas de la izquierda que lucha.
El 20D ha dejado claro la gran voluntad de la clase trabajadora y la juventud por transformar la sociedad. Esa es la lectura que hay que hacer de estas elecciones. Pero el parlamento no puede ser el vehículo del cambio, pues las decisiones trascendentales que afectan a la vida de millones se toman en otros ámbitos, en los consejos de administración de los grandes monopolios y la gran banca, por parte de una minoría que nadie ha elegido ni votado, pero que concentran el poder real de la sociedad. Las lecciones de Grecia, y la capitulación de Tsipras, han vuelto a subrayar esta gran verdad. Necesitamos sacar conclusiones de todas las experiencias pasadas. No se puede pensar en un cambio favorable a la población si se respeta la lógica del capitalismo, si se renuncia a la movilización de masas. Necesitamos un programa que unifique la lucha por nuestros derechos y por la derogación de todas las leyes lesivas impuestas desde el PP, al combate por la transformación socialista de la sociedad. Es el momento de mojarse, de tomar partido, de no conformarse con reformas superficiales que mantienen intacto el poder de los de siempre.
Únete a los marxistas de El Militante para construir la izquierda revolucionaria en los movimientos sociales y en los sindicatos de clase, en fábricas, universidades y centros de estudio, en nuestros barrios, y luchar por el programa anticapitalista que los trabajadores y la juventud necesitamos:
• Anulación de la contrarreforma laboral y de la contrarreforma de las pensiones. Jubilación a los 60 años con el 100% de salarios y contratos de relevo para la juventud.
• Prohibición de los desahucios por ley. Parque de viviendas públicas, expropiando los pisos vacíos en manos de los bancos, y con alquileres sociales.
• Derogación de la LOMCE y el 3+2. Enseñanza pública digna, democrática y gratuita desde infantil hasta la universidad. Derecho a la sanidad digna, gratuita y universal para todos.
• Remunicipalización de los servicios públicos privatizados, manteniendo y ampliando las plantillas y respetando los derechos laborales.
• SMI de 1.100 euros y 35 horas semanales sin reducción salarial.
• Plenos derechos democráticos de expresión, reunión y organización. Derogación de la Ley Mordaza.
• Derogación de la Ley de Extranjería y cierre de los CIEs. Solidaridad real y concreta con los refugiados: ni cupos, ni campos de internamiento.
• Nacionalización de la banca y los sectores estratégicos de la economía, para rescatar a las personas y elevar el bienestar de la mayoría.
• Por el derecho a la autodeterminación para Catalunya, Euskal Herria y Galiza. Por la republica socialista.
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