Trump, un fascista en ruta a la Casa Blanca. Por Ángel Guerra Cabrera
La
 rotunda victoria de Donald Trump en el llamado supermartes de las 
elecciones primarias en Estados Unidos, lo colocan ya como muy probable 
candidato a la presidencia por el Partido Republicano, como vaticinan 
las encuestas. Faltan meses de aquí a noviembre pero, si no ocurre un 
imprevisto, no se ve otro personaje en el campo republicano que pueda 
hacerle frente con posibilidades de éxito.
En
 todo caso, Ted Cruz y Marco Rubio, sus contrincantes en la contienda 
interna, no están lejos de las posturas extremistas de derecha del 
multimillonario, pues también se pronuncian en contra de los musulmanes y
 los migrantes, a favor de las políticas más belicistas, de la guerra 
comercial contra China, además de que, con marcado énfasis se oponen 
ferozmente a cualquier entendimiento con Cuba, Venezuela y los demás 
países de la ALBA.
Podrá
 Rubio, un político surgido de y estrechamente ligado a la 
desprestigiada y corrupta industria anticastrista, atemperar algo sus 
palabras para complacer a la cúpula del establishment 
republicano, pero sus actitudes políticas son parecidas a las de Trump. 
Por no hablar del fanatismo religioso y patriotero de Ted Cruz. Pero 
ninguno de los dos exhibe el fuelle creciente de Trump y Rubio se ve tan
 desinflado que algunos han hablado de la posibilidad de que pierda 
Florida, su base política.
En la mayor democracia del mundo, que diariamente nos desnuda el corresponsal de La Jornada
 en Estados Unidos, David Brooks, sigue vivo el racismo como en los 
tiempos de la Guerra de Secesión. Más de cincuenta años después de las 
grandes luchas por los derechos civiles y el supuesto fin de la 
segregación racial, parte considerable de la población negra vive en 
guetos y está sometida a un deterioro considerable de sus condiciones 
educativas, laborales y sociales. Negros y latinos constituyen el 39 por
 ciento de la población carcelaria.  No es un dato menor en este 
análisis que Estados Unidos posea la mayor cifra de encarcelados en el 
mundo, 2.2 millones de personas, y que se hable ya de “complejo 
industrial carcelario”; es decir, la privatización del sistema penal, 
con ganancias de 170 mil millones de dólares al año.
El viejo y
 acendrado racismo de grandes sectores de la población blanca en el sur,
 el medio oeste y, en menor medida, en todo el país, y el mito del 
excepcionalismo estadounidense han creado el clima propicio para que las
 clases obrera y medias de origen anglosajón, blancas e ignorantes, 
golpeadas por el desempleo y cuyos ingresos han caído significativamente
 con las políticas neoliberales, sean receptivas a discursos como el de 
Trump, que echan la culpa al “otro” de todos sus males.
No
 es de menor importancia en el humor actual de esos sectores, el 
individualismo y la ideología de sálvese el que pueda fomentada 
deliberadamente por el sistema educativo y los grandes complejos 
mediáticos desde la presidencia de Ronald Reagan.
También
 abonan a ese estado de ánimo revanchista, como el de la Italia de los 
veintes y la Alemania de los treintas, los descalabros militares de 
Washington y su crisis de hegemonía ante la emergencia de potencias 
nucleares y económicas como Rusia, India y China, esta última 
cómodamente la segunda economía del mundo. “Devolver a Estados Unidos su
 grandeza”, es el lema de Trump.
Ello
 tal vez pueda explicar que en un estado de rancia reputación liberal 
como Massachusetts, haya conquistado la mitad de los votos pese al 
inaudito desprecio con que ha llegado a calificar a los mexicanos de 
“corruptos, delincuentes y violadores” y, a su proyecto favorito, 
consistente en construir un muro de 1600 kilómetros entre su país y el 
vecino del sur, que según sus palabras “México lo va a pagar”.
En
 el campo demócrata, después del supermartes la también multimillonaria 
Hillary Clinton se perfila como la favorita, aunque su rival Bernie 
Sanders continúa colectando el voto juvenil y logró asignarse cuatro 
estados, por lo que tomando en cuenta el carácter popular y activista de
 su campaña -en constante ascenso político y de fondos- puede asegurarse
 que continuará en la pelea.
A partir de ahora se ve venir una guerra sucia
 contra Clinton en la que Trump utilizará el tema de los correos 
electrónicos de la ex secretaria de Estado, que investiga la FBI y 
podría hacerle mucho daño, pero la ex primera dama no se cruzará de 
brazos y quién sabe si algún ominoso asunto del magnate inmobiliario 
salga a flote y lo disminuya.  Ojalá. Solo imaginar a Trump dueño del 
botón nuclear es una pesadilla.
Twitter: @aguerraguerra
 
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