Pulgarcito, la democracia y el gigante de las siete leguas. Por Iroel Sánchez .
El
 Pulgarcito de América, llamaba el poeta Roque Dalton a su patria, El 
Salvador. País pobre, asolado primero por una guerra civil impuesta por 
Estados Unidos para evitar que las fuerzas populares ascendieran al 
poder y luego por la violencia de las maras importada desde Los Ángeles y
 otras ciudades norteamericanas a través de las deportaciones de 
delincuentes que aprendieron en el Norte las reglas del crimen 
organizado; su población depende en buena medida de las remesas que 
envían los salvadoreños que trabajan en EEUU y que alcanzan el 17% del 
Producto Interno Bruto. 
Para el 
gobierno de un país así es muy difícil tener una política exterior 
independiente, y de hecho, fue la última república de América Latina y 
el Caribe en establecer relaciones diplomáticas con Cuba, cuando el 
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional llegó por primera vez
 a la presidencia de la nación. 
Pero
 el golpe parlamentario en Brasil contra la presidenta electa Dilma 
Rouseff ha permitido apreciar cómo ha crecido Pulgarcito desde los 
tiempos en que era una república bananera cuyos gobernantes estudiaron 
en la Escuela de las Américas las técnicas de contrainsurgencia y 
tortura enseñadas por la CIA. Mientras en Washington el vocero de la 
Casa Blanca Josh Earnest dice ambiguamente que:
 “Brasil está bajo los focos internacionales, porque acogerán los Juegos
 Olímpicos este verano, así que están sujetos a algo de escrutinio y 
presión, y Estados Unidos estará allí para ayudar a nuestro amigo a 
responder a los retos”, agregando  que “tenemos confianza en la 
durabilidad de las instituciones democráticas de Brasil para superar 
esta agitación política”, el presidente salvadoreño, exguerrillero al 
igual que Dilma, ha retirado a la embajadora salvadoreña en Brasilia y ha dicho con claridad que
 “se ha vulnerado la democracia en Brasil”, cosa que también hizo 
Venezuela. Otros “pulgarcitos” como Cuba y Bolivia también llamaron 
“golpe” a lo que EEUU llama “retos” y el Secretario General de Unasur, 
Ernesto Samper, expresó su apoyo a la destituida mandataria brasileña. 
Pero Michel 
Temer, el Presidente que ha emergido en Brasil tras la destitución de 
Dilma se sabe respaldado por quien maneja el democracímetro a pesar de 
que su popularidad es solo del 2%. El señor cuyo recién nombrado 
gabinete está compuesto en su totalidad por hombres blancos es señalado en los cables secretos revelados por Wikileaks como
 un informante de la legación norteamericana en Brasilia y la actual 
embajadora estadounidense allí, Liliana Ayalde, estaba al frente de la 
diplomacia norteamericana en Paraguay hasta poco antes del que el 
parlamento paraguayo destituyera al Presidente Fernando Lugo mediante un
 procedimiento bastante similar al empleado ahora en Brasil. 
Para la Casa
 Blanca los Juegos Olímpicos son más importantes que el respeto a la 
voluntad popular en Brasil, pero el que José Martí llamó “gigante de 
siete leguas” sigue muy preocupado por la democracia en Venezuela. “Altos funcionarios” de la inteligencia estadounidense en condición de anonimato han afirmado a medios del mainstream norteamericano,
 casi simultánamente con la salida de Dlima Rouseff del Palacio del 
Planalto, que  el gobierno de Nicolás Maduro está al borde de un colapso
 violento. Nada más parecido a una profecía que busca autocumplirse 
cuando desde Caracas la Asociated Press le da la palabra a Enrique Capriles,
 quien fuera el candidato de Washington en los últimos comicios 
presidenciales venezolanos, para coincidir con la inteligencia 
estadounidense diciendo que Venezuela “es una bomba que en cualquier 
momento puede explotar”. 
Nada es 
descartable. Los amigos de EEUU solo han retornado al poder mediante las
 urnas en Argentina, pero los medios de comunicación llevan largo tiempo
 proclamando el “fin del ciclo progresista”, y para que se autocumpla 
tal profecía, la violencia económica y política, como también la 
mentira, están en el arsenal de la guerra de cuarta generación que la 
administración de Obama libra en la región. Es
 sabido de antiguo que la burguesía, que tiene capital y jefatura en 
Washington DC, solo respeta las reglas de la democracia cuando triunfa 
con ellas sino da un golpe de estado, no importa si es militar o 
parlamentario. Si los “pulgarcitos” quieren mantener la independencia 
conquistada saben que, con Martí,  “¡los árboles se han de poner en fila
 para que no pase el gigante de las siete leguas!”. 
 
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