Lo viejo, lo nuevo, y lo feo, en el periodismo bifronte. Por Carlos Luque Zayas Bazán
El siguiente texto tiene el objetivo de examinar fraternalmente algunas de las tesis expuestas en el artículo “Ante la historia“, publicado en el blog La Joven Cuba.
 En las presentes circunstancias, se impone una aclaración inicial. Los 
recientes intercambios de opiniones acerca de la problemática de la 
comunicación periodística en Cuba, suscitan alarmas entre algunos 
autores y foristas que van desde el extremo de acusar una persecución 
malintencionada, hasta la advertencia fraternal de no provocar 
enfrentamientos entre aquellos autores o comentaristas que exponen sus 
consideraciones con el noble objetivo, se afirma, de servir a la causa 
del país. Aunque un debate no puede ni debe evitar la exposición clara y
 frontal de los argumentos, nada más lejos, antes, y ahora, que 
proponerse este comentarista el ataque infértil u otro avieso objetivo. 
Menos en este caso, en que el autor del texto que comentaremos ha hecho 
útiles contribuciones a la reflexión de este y otros temas relacionados 
con Cuba. Para cualquier mala interpretación, sobre todos de aquellos a 
los que conviene fomentar las falsas divisiones, y ven incordio donde 
hay examen, entonces valga lo expuesto, sin que ello pueda ir en merma, 
desde el respeto y las leyes de la polémica sana, de la sinceridad que 
exige la exposición.
Le asiste, 
creo yo, determinado acierto a esta interrogante expuesta por el autor: 
“no sabemos (es) cómo puede existir un esquema de comunicación pública 
distinto en un país socialista, que responda a los intereses de la 
Revolución Cubana y especialmente al poder revolucionario.”
Como ese 
tema es correlativo al socialismo, y al ejercicio del poder socialista, y
 como la sociedad socialista no ha podido existir plenamente todavía, de
 suyo se entiende y comparte la pertinencia de esa duda. El socialismo 
es una página en construcción y, además, objeto de constante adaptación a
 la agresión y la destrucción. Y es sumamente incómodo construir cuando a
 la vez se intenta destruir a cada paso lo levantado. Es como la tarea 
de Sísifo y el periodismo debe contribuir a levantar las piedras cada 
vez, renunciando solo “a aquellos que sean incorregiblemente 
reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios”, frase
 proveniente del mismo texto que mal se cita en el artículo – “dentro de
 la revolución todo, contra la Revolución nada”, – sustituyendo “contra”
 por “fuera”, lo que le disminuye su carácter inclusivo y subraya un 
efecto excluyente que no se propuso su autor. Se supone que todavía hoy 
estamos de acuerdo, en primer lugar, en que no es lícito ir contra la 
Revolución, aunque el término cobrara su justa intención en aquellas 
circunstancias, pero aún entonces no expulsaba fuera sino a los que, por
 sus intereses, se situaban ante la historia, no sólo fuera, además 
también muy agresivamente en contra de la legitimidad indiscutible de la
 Revolución. Esas palabras, en efecto, pero cualesquiera otras, han sido
 pasto de la infamia en las interpretaciones contrarrevolucionarias y, 
por lo tanto, por ese mismo razonamiento del autor, deben exponerse e 
interpretarse con rigor, y como se ha hecho recientemente en el 
recordatorio de la fecha, tener en cuenta la coyuntura en que fueron 
pronunciadas.
Pero este 
lector cree saber algo de la respuesta por negación, es decir, aquello 
que no debe ser el periodismo en Cuba. Sería muy largo de argumentar, y 
no es gusto del lector digital el texto muy extenso, pero existen 
abundantes y definitivos estudios y razones teóricas y empíricas para 
saber ya a estas alturas que la prensa privada defiende los intereses 
privados y que, por lo tanto, el esquema de comunicación “distinto” en 
un país socialista puede concebirse todo lo “distinto” que se quiera, 
menos en manos de intereses privados.
Pero no sólo
 no debe estar bajo el control de los intereses privados, sino tampoco 
al servicio de los intereses privados, o al servicio de las múltiples 
formas indirectas que se han inventado para tercerizar recursos privados
 a instituciones y plataformas aparentemente independientes con las que 
podría colaborar el periodista “verdaderamente revolucionario” dejándolo
 de ser al instante. Quizás en este punto no haya diferencias en 
concebir lo “verdaderamente revolucionario” en cuanto al tema del 
periodismo.
¿Por qué hemos utilizado varias veces los términos “verdaderamente revolucionario”?
En uno de los párrafos del artículo puede leerse que:
En uno de los párrafos del artículo puede leerse que:
“Ese
 ingrediente principal es el dilema de qué papel va a jugar cada cual 
ante la Historia. Y no ante una historia cualquiera, si no ante la 
historia de la Revolución. En la cual el único papel digno dentro de 
ella no es el maquiavélico, si no el verdaderamente revolucionario.”
Es notorio 
que en este párrafo lo “revolucionario” se opone a lo “maquiavélico”, 
pero de suyo se entiende que el resto de las tesis están sostenidas bajo
 el concepto de lo que para el autor es lo “verdaderamente 
revolucionario” porque si no, no podría entenderse la finalidad del 
texto mismo, ni la anterior contraposición.
El autor de 
estas líneas no cree que haya sido sencillo nunca definir “lo 
revolucionario”, quizás porque el concepto no cabe en la gris teoría, 
sino, como dijera Goethe, sólo en el árbol verde de la vida, o al decir 
de Lenin, como resultado del “análisis concreto de las situaciones 
concretas”. El pecado de la ultraizquierda, o del dogmatismo del 
marxismo mal entendido, quizás más dañina que cualquier derecha que al 
fin es un enemigo bien visible, es intentar aplicar un purismo político e
 ideológico desasido de las coyunturas. Así se escuchan advertencias y 
acusaciones sobre el rumbo hacia el capitalismo de los actuales 
acontecimientos en Cuba, lo que estaría haciendo las delicias de muchos.
 Pero tampoco el análisis concreto de las situaciones concretas debe 
conducir al relativismo y el abandono de las invariantes, que son las 
convicciones fundamentales aportadas por la experiencia y la teoría. 
Como todos estaremos de acuerdo, una de esas invariantes del concepto, y
 en la que coinciden todas las corrientes de izquierda, pese a sus 
muchas conocidas rebatiñas teóricas, es que la médula de lo 
revolucionario está en el anticapitalismo militante. Así como se ha 
intentado diluir las diferencias básicas entre los conceptos de 
izquierda y derecha, que se declaran ya poco menos que inoperantes para 
el análisis y la praxis política, – algo que recuerda las peregrinas 
tesis del fin de la historia y la supuesta irrelevancia de los 
enfrentamientos de clases -, también se ha estado proclamando que ya 
nadie sabe qué es lo revolucionario. Ambas tesis son verdaderamente 
contrarrevolucionarias y además, ahistóricas, que vienen a ser casi lo 
mismo. Ya que se menciona el concepto, no está demás aclararlo.
Dejemos 
quizás para después la afirmación contenida en el párrafo citado, según 
la cual lo contrario de lo “verdaderamente revolucionario” es el papel 
“maquiavélico”, que algunos estarían jugando en la política 
comunicacional, o en la ejecutoria pública de los funcionarios 
administrativos o partidistas. Una mala lectura de cierta parte de la 
obra del genial italiano ha convertido el término en despectivo, pero 
atendamos al llamado que desde la misma plataforma donde se publica ese 
escrito se ha hecho para que no se utilicen términos duros entre los que
 se consideren en el mismo lado en la búsqueda del camino a seguir para 
el mejor destino del país.
Como en el 
resto del artículo se exponen una serie de consideraciones, acerca del 
tema del manejo de la información en la Revolución Cubana desde una 
posición que se asume socialista (“lo sabemos los socialistas”, se 
afirma en algún lugar), atendamos a los argumentos explícitos e 
implícitos que estarían sosteniendo lo que se considera verdaderamente 
revolucionario en la comunicación social, y no simplemente declarando, 
el carácter revolucionario de los argumentos.
Concretamente
 interesa analizar cómo su autor da muestras en su artículo de lo que 
propone, es decir, como concreta un ejemplo de lo nuevo que no acaba de 
nacer, frente a lo viejo, que no acaba de morir, según la tesis de 
Antonio Gramsci que le sirve de introducción. 
Si “lo 
maquiavélico” se refiere a esa “…estructura partidista formada por 
cuadros de distintos niveles que no desean que exista una prensa que 
critique su funcionamiento político y por otro una tecnocracia 
administrativa a la que tampoco le conviene que esa prensa cuestione su 
manejo económico…” en mi parecer, está expuesta la tesis con demasiada e
 injusta generalización, que no contribuye ni al viejo ni al nuevo 
periodismo por el que aboga el autor. Lo que me interesa subrayar con 
respecto a esta generalización es que resulta muy visible y evidente la 
tarea de descrédito y desprestigio del Partido y la Revolución que se 
han propuesto los que no pertenecen ni militan en las filas 
revolucionarias, como sí es la militancia declarada del joven 
revolucionario y verdaderamente revolucionario. Un juicio rotundo y 
omniabarcante de esa índole viene a contribuir, aunque no se pretenda, 
como en este caso me inclino a pensar que no se pretende, con una 
sinergia positiva para aquella tarea. Pero que no haya confusión. No 
estamos hablando aquí de lo que no conviene decir para no contribuir con
 las tareas del enemigo. Consideramos que no por esa razón la crítica o 
la denuncia a esos fenómenos, cuando ocurra, deba acallarse. Eso no 
sería, efectivamente, “verdaderamente revolucionario”. Pero si el autor 
afirma contundentemente ese juicio, no será, como me inclino también a 
pensar, que es porque lo ha escuchado, o porque lo supone, o lo imagina 
de mayor envergadura a partir de los casos que la Contraloría General de
 la República detecta y somete a los tribunales. Y si no es de oídas, o 
por suposición, lo verdaderamente revolucionario sería denunciarlo en el
 mismo u otros artículos, como se dice, con nombre y apellidos. O es una
 “estructura partidista formada por cuadros de distintos niveles que no 
desean que exista una prensa que critique su funcionamiento político”, o
 son concretas personas, falsos militantes o corruptos solapados. Creo 
que eso es lo que se le pide a lo nuevo que emerge contra lo viejo que 
no acaba de morir. De lo contrario se está repitiendo lo viejo, con 
distinto signo, pero quizás con peores resultados. Se puede alegar que 
no se tienen los datos a mano, ni las pruebas del caso. Entonces, ¿es el
 buen periodismo que necesitamos el ejercicio de generalizaciones tan 
graves, y dirigida a toda una estructura partidista de todos los 
distintos niveles, y a un número indefinido y brumoso de sus 
funcionarios? No podemos argüir que “sabemos” que eso efectivamente 
ocurre, lo cual es tarea del rumor, y de las suposiciones, cuando no de 
otros más arteros objetivos que con toda seguridad no es el objetivo del
 valioso autor de La Joven Cuba. El nuevo periodismo, ni aun cualquier 
periodismo, deben adoptar, con razón y eficacia, esa forma de exponer. Y
 no se diga que es cuestión de mera forma porque en el uso de la palabra
 la forma tiene carga semántica, es decir, es contenido.
Por otra 
parte, al final del artículo sí hay una más clara referencia a lo 
“maquiavélico” comunicacional, que abordaremos al final.
Hay un 
argumento muy clara y acertadamente expuesto en el artículo, y sin lugar
 a ninguna duda, uno de los rasgos de lo que ayer, hoy y siempre será 
considerado revolucionario en el socialismo: denunciar la corrupción en 
cualquier nivel que ocurra, y para que la prensa pueda cumplir 
cabalmente esa tarea, propiciar el acceso a la información sobre la 
ejecutoria de las responsabilidades de cualquier funcionario. Quien esto
 escribe no es periodista, sino lector de periodistas y otros papeles, y
 por lo tanto no puede argumentar con conocimiento de causa al respecto 
de si esas posibilidades existen o no, o en qué medida, y si hay algún 
funcionario que impone dificultades a una investigación sobre la 
corrupción. Sí sabe que la Contraloría cumple esa función, por lo que la
 corrupción en Cuba no es impune. Pero este lector al menos ha leído en 
la prensa, y en los noticieros ha escuchado, denuncias sobre 
funcionarios que no han permitido, por ejemplo, que un periodista 
investigue un tema que le perjudica a un funcionario, o que ha tratado 
de impedir que se acceda a un local para hacer su tarea. El hecho ha 
ocurrido, la denuncia periodística se ha hecho. Lo cual prueba 
nuevamente que la generalización es improcedente, o que se debió tener 
en cuenta en la exposición.
Es decir, 
para dejarlo más claro: este lector sí puede afirmar que varias veces, 
presumiblemente menos de las urgentemente necesarias, ha leído en la 
prensa las investigaciones y las denuncias sobre casos de corrupción o 
incumplimiento de responsabilidades. No puede afirmar que sean todas, no
 afirma que no haya personas que escudadas en su autoridad, dificulten 
una investigación. Afirmarlo no sólo no sería revolucionario, sino 
simplemente necio, conociendo que no todos los delitos son detectados. 
Pero exagerarlo, o generalizarlo, tampoco lo es, porque no es verdadero.
 En Cuba, cualquier caso de corrupción, en el nivel que ocurra, cuando 
es detectado, se denuncia, se juzga y se castiga. Lo que sí no ha visto 
en la prensa cubana, y ojalá nunca se vea, es el amarillismo político, 
el regodeo, ese sí, morboso, buscando satisfacer los instintos más bajos
 del ser humano, como ocurre minuto a minuto en cierta prensa del ancho 
mundo.
En cuanto al
 ejercicio del nuevo periodismo, una descripción tal del problema que 
deje la impresión de que la censura a denuncias sobre la labor de 
funcionarios es prevaleciente en Cuba es, cuanto menos, exagerada, y 
falta a la verdad.
Relacionado 
con lo anterior hay un punto de mucha mayor importancia. Si lo nuevo que
 emerge se sustenta sobre el razonamiento siguiente, resultaría algo muy
 viejo recién nacido. En el artículo se afirma que  
“Un
 periodista que escribe en dos medios distintos con libertades 
distintas, uno estatal y otro no, al menos está utilizando ese espacio 
para decir lo que verdaderamente piensa y le está vedado a decir en uno 
de ellos. Los que ni siquiera hacen eso están reservándose un papel más 
triste. Y los que los persiguen uno muchísimo más triste aún.”
Francamente 
no se puede entender el carácter de argumento verdaderamente 
revolucionario del concepto encerrado en esa afirmación. Y nótese que me
 veo obligado a utilizar el término subrayado, porque lo expone el 
artículo desde la posición y las concepciones de los que “nos sabemos 
socialistas”. En primer lugar no se entiende bien lo que significan “dos
 medios distintos con libertades distintas” como fundamento de la idea. 
¿De cuál libertad se habla?¿Es que existen, desde el punto de vista 
anticapitalista y revolucionario, dos libertades distintas?. Y si 
existieran, ¿cómo se puede servir a esas dos libertades distintas, que, 
de existir, serían en todo caso excluyentes, tanto de fines, como de 
medios, tanto política como éticamente?. Una vieja tarea que ha ganado 
muchos imaginarios, éxito rotundo de la guerra psicológica y cultural, 
es demonizar lo estatal y, sobre todo, lo estatal socialista. No importa
 que esté harto estudiado y demostrado que el neoliberalismo tiene como 
esencia de su doctrina el ahogo y el adelgazamiento del estado. No 
importa que también esté harto argumentado, y demostrado, que el capital
 transnacional forma ya una especie de supraestado global que subsume y 
fagocita las soberanías nacionales, incluso en la vieja Europa. Hay que 
seguir machacando sobre el carácter nefasto del estado cubano, hay que 
seguir poniendo en duda que represente los intereses legítimos que 
convienen a toda la sociedad. Hay que seguir con el mantra 
descalificatorio, sin conocer, al menos, o refutar, los criterios acerca
 de Cuba de Carlos Fernández Liria,
 y tantos otros autores. Y por lo tanto, hay que seguir demonizando el 
control que debe hacer, mejor, distinto, pero hacer, de la comunicación 
social, aunque no se desconozca, o quizás porque no se conoce lo 
suficiente, que la punta de lanza de las agresiones en este siglo es el 
cuarto poder y que las guerras más dañinas – porque dan cauce, 
justifican y mienten para dar paso a las mortales – son hoy las 
mediáticas. Hoy la palabra es un misil que lleva una ojiva en cada 
sílaba.
Por eso nos 
preguntamos: ¿no es estatal un medio de comunicación que al igual que 
hace la Voz de los Estados Unidos con Martí noticias, tiene un servicio 
exclusivo para Cuba, financiado por un gobierno europeo miembro de la 
OTAN, con militares en Afganistán, colonias en el Caribe y una reina que
 nadie eligió como jefa del estado?¿cómo se pueden ejercer “dos 
libertades”, expresar solidaridad con la Revolución bolivariana y a la 
vez, trabajar para un medio de comunicación propiedad de un gobierno 
cuyo ejército es parte del sistema de bases militares listo para 
convertirla en polvo?¿no hace una función estatal un medio de 
comunicación privado que es tribuna de los altos funcionarios 
norteamericanos que visitan Cuba?
Pero 
tratemos de examinar el argumento de modo más general, diríamos, hasta 
filosófico. En peligro de caer ya en una extensión que no deseo, entre 
las tantas pruebas que hay de la falsa libertad en los medios privados, o
 la absoluta falta de libertad, o en aquellos camuflados de su carácter 
privado, o, si se quiere, por el contrario, de la libertad allí 
existente sólo para defender los intereses de las oligarquías, o para 
desacreditar todo lo que tenga algún tufo de ideas contrarias a sus 
intereses, me veo obligado a tomar una sola muestra de mis lecturas 
recientes: Carlos Fernández Liria, filósofo español, en una serie de 
artículos, pero sobre todo en “Periodismo e insolidaridad”, nos ofrece 
un panorama muy descriptivo y elocuente de la situación del periodista 
que no se quiere comprometer con la prensa privada en España, o con la 
estatal al servicio de los intereses privados. Sencillamente no son 
despedidos en la España actual, porque tan siquiera, son ya contratados.
 Afirma Fernández Liria:
“Hay
 millares y millares de periodistas sin trabajo, que no encuentran sitio
 en los medios precisamente porque no están dispuestos a plegarse a las 
exigencias de los medios que, al fin y al cabo, son empresas privadas 
que pueden despedir y contratar a su antojo…”
Son,  dice, Carlos Fernández Liria:
“…magníficos
 profesionales que han demostrado su valía en medios marginales y en las
 redes porque jamás se les ha ofrecido ni se les ofrecerá trabajar en 
ningún medio de comunicación privado o estatal.”
 Y finalmente:
“Aquí
 no hacen falta las tijeras franquistas. Hay un sistema de censura mucho
 más eficaz. Sencillamente, todos los periodistas a los que habría que 
censurar, están en paro.”
Y no es sólo
 una realidad española, por supuesto. Sucede en estos mismos meses en 
Argentina y en Uruguay, y allí en todo país donde la prensa está en 
manos privadas, o bajo su financiamiento: sólo contratan a quien ya 
saben, por su perfil, que les va a servir, de alguna manera. Pero 
acabemos de despertar si queremos un periodismo nuevo y revolucionario: 
no es lo mismo servir a Dios que al Diablo, pero mucho menos a los dos a
 la vez. No es lo mismo servir a la libertad de una causa justa, que 
siempre será compleja y preñada de errores, que a la injusta causa de la
 gran propiedad privada neoliberal, que puede por supuesto, pagar mejor.
Ahora bien. 
¿Vamos a situar en un mismo plano ético, o político, ambas “libertades”?
 El argumento, por demás, le hace un flaco favor a cualquier periodista 
que se refiera y/o que haya optado por ese camino. Si no puede decir lo 
que verdaderamente piensa en un medio (lo cual corresponde, por cierto, a
 la ética de la profesión), entonces, ¿lo dirá en el otro?
O 
preguntemos de otra guisa: ¿puede existir la lealtad, incluso con la 
propia conciencia, que es la base de toda lealtad, cuando se acepta 
permanecer en un medio donde se afirma no se puede decir lo que se 
piensa, y se acepta esa situación, y a la vez, se colabora en otro donde
 se supone que puede hacerse? ¿En qué lugar dirá, verdaderamente lo que 
piensa? En mi opinión, en ese trance, no se puede ser leal ni en uno, ni
 en otro medio, y sobre todo porque está probado que los medios 
privados, o aquel que de algún torcido modo responda, en última 
instancia, a intereses privados, contrata a quien va a servir a sus 
intereses. En eso nunca se equivocan. O no pagan. O ya, como detecta el 
español citado, ni se contrata. Y por lo tanto también allí, en ese 
limbo, un periodista tendrá que morderse la lengua, entonces sí, en una 
muy triste división de su tarea, cual un Jano que querrá mirar a la vez,
 a su derecha y a su izquierda, pero que siempre tendrá su pluma, y su 
conciencia, dividida entre rostros que se oponen, que miran hacia 
objetivos muy opuestos, uno quizás hacia el norte, y otro tal vez hacia 
el sur. No hay una tercera posición válida en la política del mundo 
actual, y por lo tanto, tampoco para el periodismo. Pero mucho menos hay
 una posición indefinida, cual partícula cuántica que obedece a la ley 
de la incertidumbre, y no se puede servir a la vez a Agamenón y a su 
porquero. Son dos “verdades” distintas, y dos “libertades” opuestas.
Apostilla final sobre el “nuevo” periodismo.
Por cierto, una nota final. Si el pago por hacer las siguientes observaciones es seguir recibiendo acusaciones plañideras de intentos de persecución, creo que resulta peor no percatarse de lo siguiente. Casi al terminar estas líneas veo el artículo que comento replicado en Cartas desde Cuba, pero con otro título. Un comentarista, autonombrado Chachareo, ha hecho una relación de varios artículos publicados en La Joven Cuba, y luego rebautizados en Cartas desde Cuba. 
Veamos:
 
 Nov 29  LJC (La Joven Cuba): post de Osmani titulado Un golpe de 
autoridad, que Cartas rebautiza: LJC se rinde ante la TV cubana.
Oct 5 LJC: post de Roberto titulado Salario Justo, que Cartas rebautiza: LJC reclama salario justo.
Junio 22 LJC: post de Harold titulado Señales en casa, que Cartas rebautiza: Es esto “lo que tenías que tener?”
Mayo 28 LJC: post de Harold titulado Ser, parecer y dirigir que Cartas rebautiza: ¿Demagogia o comunicación política?
Oct 5 LJC: post de Roberto titulado Salario Justo, que Cartas rebautiza: LJC reclama salario justo.
Junio 22 LJC: post de Harold titulado Señales en casa, que Cartas rebautiza: Es esto “lo que tenías que tener?”
Mayo 28 LJC: post de Harold titulado Ser, parecer y dirigir que Cartas rebautiza: ¿Demagogia o comunicación política?
Y agrega el comentarista Chachareo:
“Hay
 más ejemplos, cuando el título es de su agrado lo mantiene, cuándo 
quiere otra cosa lo mutila. Vean cuanto cambia un título mutilado los 
verdaderos objetivos de un post”.
Añado por mi
 parte un post firmado por Harold Cárdenas y Roberto Peralo, y titulado 
“Prohibiciones, prejuicios y principios”, que apareció en Cartas…
 con un pie de firma de sus autores! y la clásica declaración “Tomado de
 La Joven Cuba”, pero que debía decir “retocado”, con este título: 
“Prohíben a los periodistas trabajar con medios no oficialistas”. No 
importa que los autores no hayan empleado la palabra “oficialistas”. Si 
en todo caso, todos esos nuevos “títulos”, son comentarios del autor, al
 menos debía aparecer el verdadero, “tomado” de la otra fuente. Puede 
ser el derecho de un bloguero situar un comentario con letras tan 
destacadas, pero al menos que aparezca el título auténtico.
No tengo conocimiento si La Joven Cuba
 protesta o no esos cambios, o si es parte de la ética periodística no 
hacerlo, o no permitirlo, o al menos contar con el consentimiento de la 
fuente. Sería muy útil aclararlo, ya que rasgamos tantas vestiduras por 
la pureza de una prensa verdaderamente revolucionaria. No sé si eso es 
parte de lo nuevo que emerge, o si el que critica a la prensa cubana, 
puede decir “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Pero si eso no es 
artera manipulación, y si esa es la prensa que se propone, que venga 
Dios y nos coja confesados.
