La revolución y sus enemigos
Ayer, Alfred Bosch
subió a tuiter el tuit de la izquierda, esa impresionante manifestacion a la
luz de los móviles en Barcelona con una leyenda tan conmovedora como la
imagen: Que la llum de tot un poble arribi a les cel·les més
fosques. Alfred es un literato y tiene el don de la
palabra. Yo soy más de imágenes y esa foto me recordó una de las litografías
con que Marc Chagall ilustró el Éxodo en los años sesenta, en
concreto, la que muestra a Moisés y el pueblo elegido entre las aguas del Mar
Rojo que luego se cierran sobre los ejércitos del Faraón. La naturaleza imita
al arte, dijo Wilde. Más, la naturaleza humana. Y en esta revolución
catalana hay humanidad a raudales. Un poble, dice Alfred, un
poble con sus dirigentes en el foscor de la prisión o en el
exilio. Aixo no ho atura ningú. Y menos que ningú decisiones
judiciales que parecen seguir la lógica jurídica de la reina de corazones
en Alicia en el País de las Maravillas.
La manifestación
nocturna ha sido impresionante y ha abierto telediarios en multitud de cadenas
internacionales. Porque, además de pacífica, cívica, masiva, ha sido bella. Es
una rebelión ética a la par que estética, porque cada revolución tiene su creatividad
que, por supuesto, tendrá admiradores y detractores. Por ejemplo, ya se oyen
sarcasmos acerca de cómo los nazis hacían también manifestaciones a la luz de
las antorchas. La reductio ad hitlerum tiene aburrida hasta la
cabra de la legión. Los ataques a la manifestación, su significado, sus
consecuencias vienen por otros lados.
El primero el
censor sin más, el preventivo. El señor Albiol pidió a la Junta Electoral que
prohibiese a TV3 dar la manifestación. Le hacía falta una razón que no fuera su
derecho a prohibir lo que le dé la gana. Con TVE no hacen falta razones; se
prohíbe y ya está; el canal presenta un programa de corte y confección. Pero en
Cataluña hay que justificar y el peticionario ha ido a basarse en los plazos de
la ley electoral, que no le amparan en absoluto. En realidad, lo pedía por si
caía la breva de impedir que hubiera imágenes de la reacción popular masiva a
la política de persecución y encarcelamiento que su gobierno aplica. O sea,
engañar a la ciudadanía. Una vez más. Pretenden imponerse por la fuerza, lo que
hace que los catalanes quieran marcharse cuanto antes.
Otros se han
puesto a discutir las cifras de asistencia. La Guardia Urbana habla de
750.000, El País, de "cientos de miles", otros de millón
y medio. La cuestión carece de sentido. Nadie se atreve a negar su carácter
masivo, cívico, pacífico y reivindicativo. Y eso, después de una huelga general
que paró el país. Y eso después de movilizaciones masivas en apoyo a los
presos. Y eso, después de una DI simbólica, política, no reglamentaria, pero
muy real. Y eso después de un referéndum en el que participaron tres millones
de personas. Y eso... ¿De verdad creen el gobierno, el triunvirato, el bloque
nacional español que cabe detener algo así, incluso extirparlo? ¿A qué coste?
Otro grupo de
ataques viene de la obvia consideración de que no es con manifestaciones
callejeras por muy cívicas que sean como una sociedad democrática encara la
acción de la justicia. Ciertamente. Cuando se trata de la justicia. Esta no
viene garantizada sin más por los criterios formales. Como todo el mundo sabe,
hay justicia formal materialmente injusta. Pero, cómo, ¿es que va a ponerse en
duda la justicia de la justicia española? Pues sí, ese es el coste del intento
de reprimir y suprimir el independentismo que es una convicción en conciencia.
El coste de la
democracia y el Estado de derecho que en España son realidades brillantes,
según doctrina de El País en un editorial tan metafórica como
falazmente titulado Franco ha muerto. Obvio.
Lo que se da a entender es que el franquismo ha muerto.
Y eso, ni el audaz editorialista se atreve a ponerlo de título. Anda el escriba
enfadado porque el gobierno está perdiendo la batalla del relato del Estado
democrático de derecho frente a las demagógicas acusaciones de "presos
politicos", "franquismo", "fascismo", etc. No cae en
la cuenta de que, si eso sucede -que sucede- es porque el relato es falso ya
que el gobierno hace sistemáticamente lo contrario de lo que dice. Es una
costumbre acrisolada desde el programa electoral de 2011.
El País se escandaliza de
que medios y políticos extranjeros se hagan eco del discurso ultracrítico con
España, que llamen a Rajoy "franquista autoritario" o que pregunten
al auditorio si España está comportándose como un Estado fascista. Sí, es una
opinión que se extiende cada vez más, alimentada por los hechos del gobierno
español y frente a ella de nada sirve que el periódico recurra a los
historiadores o a su más profundo deseo disfrazado de convicción de que el
franquismo haya muerto. Daremos más motivo de indignación al diario: también se
dice en algunos círculos que más valdría un Spainexit que
un Britexit y que una UE que pierde a Gran Bretaña pero se
queda con España no ha hecho un buen negocio.
En un país en el
que aún hay estatuas de Franco, una Fundación Nacional Francisco Franco legal,
un Valle de los Caídos, un Arco de la Victoria, un Pazo de Meirás, y muchos
otros símbolos e instituciones de este jaez, el franquismo no ha muerto. Darlo
por tal es un intento descarado de negar la evidencia aquí y ahora, ante
nuestros ojos. Y eso es, precisamente, el franquismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario