Colombia, una ventana de oportunidad 
          
         
La reciente primera vuelta de las elecciones 
presidenciales colombianas, donde el uribista Iván Duque y el 
izquierdista Gustavo Petro han pasado a segunda vuelta,  ha sido 
histórica por varios motivos.
 
                                        
             
Histórica por la participación, la más alta de la historia
 con el 53%, 12 puntos más que las anteriores elecciones de 2014 donde 
fue electo Santos. Aunque es reseñable que una participación histórica 
en Colombia solo haya sido 4 puntos superior a la de las elecciones 
presidenciales en Venezuela que algunos gobiernos, y muchos medios, han 
criticado como muy baja.
Histórica, porque estas elecciones han supuesto la 
revancha del Sí a la Paz, derrotado por la mínima en el referéndum. 
Entre Petro, Fajardo y De la Calle, cuyos proyectos apuestan por 
consolidar el proceso de paz iniciado con las FARC, suman más del 50% de
 los votos
Histórica, porque es la primera vez que alguna variante de
 la izquierda llega a la 2ª vuelta de una elección presidencial, pasando
 por encima de las maquinarias de los partidos tradicionales en 
Colombia, léase Partido Conservador, Liberal, Cambio Radical o Partido 
de la U. 
Estos 3 motivos son suficientes para concluir que un 
cambio se está produciendo en Colombia, y no se puede deslindar este 
cambio en la matriz electoral de la decisión de las FARC-EP de cerrar el
 ciclo de lucha armada. No son tan importantes los modestos resultados 
obtenidos por las FARC como partido político; lo importante es que 
patearon el tablero, sustituyendo uno de guerra por uno de paz donde el 
nuevo escenario abierto permitía también trasmutar las coordinadas del 
debate ideológico. Las FARC destrabaron, primero mediante la guerra 
-Marquetalia-, y luego mediante la paz -La Habana-, el freno para que 
las mayorías sociales puedan avanzar en Colombia.
Este nuevo escenario se ha plasmado en una segunda vuelta 
altamente polarizada, con 2 opciones claras. De un lado el proyecto 
uribista encarnado en Iván Duque, el que apuesta por neoliberalismo, 
pobreza y una Colombia como primer país latinoamericano miembro de la 
OTAN, siempre subordinado a los Estados Unidos y receptor de sus bases 
militares, y del otro lado un proyecto que apuesto por la redistribución
 de la riqueza y un Estado de derecho sobre bases democráticas.
El 17 de junio, 2 modelos de país diametralmente opuestos 
se someterán al voto de las y los colombianos, y ninguno de los 2 
candidatos tiene la victoria asegurada. Aunque en un ejercicio de 
prospectiva electoral, pero también de política ficción, podríamos 
argumentar que Duque tiene más chances de ser el próximo Presidente de 
Colombia. 
No solo porque al 39% que sacó hay que endosarle el 7% de 
Germán Vargas Lleras, sumando 46% y 9 millones de votos, si no porque al
 25% de Petro no se le puede sumar matemáticamente el 23’7% de Fajardo 
ni el 2% de De la Calle. Aunque el Polo Democrático, sustento de la 
candidatura de Fajardo, ha anunciado su apoyo a Petro, tanto Fajardo 
como De la Calle han anunciado sendos votos en blanco en la segunda 
vuelta.
Sin embargo, ya decía el referente del liberalismo Jorge 
Eliécer Gaitán que “el pueblo es superior a sus dirigentes”. Es posible 
que haya un acuerdo implícito de Fajardo con las élites que gobiernan 
Colombia para poder extender su influencia política más allá de Medellín
 (donde fue Alcalde) y Antioquia (donde fue Gobernador), apuntando a 
Bogotá, donde ya le ganó a Petro en la primera vuelta, pero Gaitán 
también decía: “Esta avalancha humana: libra una batalla, librará una 
batalla; vencerá a la oligarquía liberal y aplastará a la oligarquía 
conservadora". 
En los días que quedan para la segunda vuelta de la 
elección presidencial, probablemente veamos a un Duque que intentará 
construir un uribismo sin Uribe, para de esa manera, distanciado del 
patrón ideológico, poder atraer a los votantes de centro. Pero también a
 un Petro que debe lanzarse a por los votantes de Fajardo y De la Calle,
 pues su programa es el más cercano a aquello por lo que votaron esas 
clases medias urbanas de centro: educación, anticorrupción, y proceso de
 paz.
Es por tanto difícil una victoria de Petro en la segunda 
vuelta, pero más difícil era hace unos meses pensar en pasar la primera 
vuelta, y ahí está, por encima de cualquier diferencia ideológica, y sin
 el apoyo de las élites políticas y económicas, de las familias 
tradicionales que gobiernan Colombia desde hace, literalmente, siglos.
La
 juventud, apática hasta esta elección, puede ser determinante en el 
resultado final. El voto de quienes no creen que el uribismo sea la 
salida al laberinto en que se encuentra Colombia, también.
Una amiga colombiana me decía, pocos días después de la 
elección, que el voto a Fajardo había representado la tibieza, el miedo a
 asumir una postura. Pero que ni la pobreza ni la desigualdad ni la 
violencia admiten tibiezas.
Otro amigo lo graficaba aún más cuando sentenciaba en redes sociales que en la segunda vuelta se vota Petro, o plomo.
En definitiva, el 17 de junio se abre una ventana de 
oportunidad. La historia reciente colombiana ha sido sin duda una época 
de cambios, y ya es hora de pasar a un cambio de época. La elección es 
clara, pasado vs futuro. Y toda América Latina necesita una Colombia que
 mire al futuro.
 

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