Desde América Latina, mirando a Trump en Singapur. Por Iroel Sánchez
Pasan
 los días y siguen las interpretaciones y los análisis. El encuentro 
entre los Presidentes de los Estados Unidos y Corea del Norte en 
Singapur este 12 de junio ha sido denominado la reunión del siglo por no
 pocos medios de comunicación.
Después de que la tensión se elavara 
hasta el borde de la guerra nuclear,  la humanidad respira aliviada 
porque al parecer se ha encontrado un camino de distensión en una de las
 zonas que desde la década del cincuenta del siglo pasado ha estado 
siempre en las páginas que recogen los conflictos con menos esperanza de
 solución.
Los Demócratas y Republicanos que se han
 alternado en la Casa Blanca desde 1950 han mantenido a miles de 
kilómetros de su territorio una presencia militar de más de 20 mil 
norteamericanos y la capacidad para emplear allí  las armas atómicas que
 el General Douglas MacArthur deseaba utilizar cuando el poderío militar
 estadounidense fue incapaz de ganar en la península coreana la “guerra 
contra el comunismo”.
El que tal vez sea el menos diplomático 
de los Presidentes que ha tenido Estados Unidos ha dialogado con un 
“loco”, “sangriento dictador”, y muchas denominaciones similares que 
dirige Corea del Norte, e incluso ha llegado con él a acuerdos que 
suponen la desnuclearización de la península coreana. La personalización
 de la política que suelen hacer muchos medios de comunicación relaciona
 poco lo que acaba de suceder con la lectura objetiva que pueden haber 
hecho los militares estadounidenses de la capacidad norcoreana para 
hacer pagar un alto precio a Wahgington de concretarse las amenazas que 
hace pocos meses profieriera  Donald Trump al respecto.
La sonrisa y amabilidad que ha mostrado 
Trump en Singapur con quien desde la tribuna de la ONU llamó “hombre 
cohete” dan la razón a quienes luego de aquel episodio plantearon que 
las amenazas proferidas desde EE.UU. solo harían que los norcoreanos se 
unieran  más que nunca y apoyaran más a sus autoridades mientras que en 
el Sur de la península ganarían más apoyo las posiciones que buscaban un
 entendimiento entre las dos Coreas. También como consecuencia de 
aquellas tensiones ha crecido el papel de China como garante de la 
estabilidad regional en su interlocución con Kim, además del 
fortalecimiento de la alianza de Pekín con Rusia.
En medio de un conflicto económico y 
político con los europeos por el acuerdo nuclear con Irán y los 
aranceles a importaciones significativas, de una abierta guerra 
comercial con China, la reunión con Kim ha matizado la imagen de Trump, 
incluso hay quienes habla ya de “legado”,  y también ha dado razón a los
 iraníes en su camino de endurecer su postura ante la ruptura por 
Washington del pacto que habían acordado con Obama. Pareciera que una 
vez más  los débiles sólo pueden recibir bofetadas desde la Casa Blanca.
Entonces, ¿qué podemos esperar en 
América Latina de Trump si a sus aliados europeos, unidos hace décadas 
en una fuerte organización política y económica, los trata con 
arrogancia y a los chinos, considerados la mayor potencia emergente, se 
les pretende imponer un régimen comercial desfavorable? Con los procesos
 de integración debilitados, con una CELAC en franco retroceso y ni la 
Cumbre de las Américas reconocida como escenario de diálogo con la 
región que merezca la presencia del Presidente de EE.UU., los vecinos 
sureños del gigante norteamericano no pueden recibir de Washington otra 
cosa que no sea desprecio.
 Como
 un símbolo de los tiempos que corren, el mismo día que Trump se reunía 
en Singapur con Kim Jung un, llegaba a Panamá el expresidente Ricardo 
Martinelli , extraditado desde Estados Unidos, sin que sus servicios a 
la CIA a solicitud de Obama para escandalizar con el pretexto de un 
barco norcoreano que transportaba armamento defensivo obsoleto para ser 
reparado y devuelto a Cuba le sirvieran de atenuante.
Como
 un símbolo de los tiempos que corren, el mismo día que Trump se reunía 
en Singapur con Kim Jung un, llegaba a Panamá el expresidente Ricardo 
Martinelli , extraditado desde Estados Unidos, sin que sus servicios a 
la CIA a solicitud de Obama para escandalizar con el pretexto de un 
barco norcoreano que transportaba armamento defensivo obsoleto para ser 
reparado y devuelto a Cuba le sirvieran de atenuante.
Aunque no lo reconozca, los frutos de la
 estrategia de Obama, comenzada con el golpe militar de 2009 contra 
Zelaya en Honduras, le han permitido al dueño de la Trump Tower tener 
una Latinoamérica sin gobiernos de izquierda en la mayoría de los 
países, con una capacidad de contestación colectiva muy disminuida y en 
la que ni el servilismo más abyecto merece atención. Un Donald Trump 
tratando con un mínimo de respeto a los latinoamericanos y sentándose a 
negociar con ellos solo es posible si se revierte esa situación.
