Matteo Salvini, el fulgurante lÃder de la Liga Norte y nuevo Ministro italiano del Interior, se considera a sà mismo católico y aparece en los mÃtines con un rosario en la mano. Una mano que, a su vez, no le tiembla al cerrar los puertos de su paÃs a barcos repletos de seres humanos y al alegrarse, sin ocultarlo, de quitárselos de en medio como si de un triunfo deportivo se tratara. Sin embargo, su tocayo de hace más de dos mil años, el evangelista Mateo, recogÃa asà las palabras de quien es considerado por el catolicismo, la religión que Salvini dice profesar, como el mismÃsimo hijo de Dios: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me acogisteis” (Mt 25:35).
En general, este patrón de contradicciones insalvables e hipocresÃa manifiesta se repite a lo largo y ancho de toda la extrema derecha europea. Desde los confines de la Rusia occidental a los grupúsculos de franquistas españoles, pasando por el Frente Nacional de Le Pen o por la AfD alemana, el neofascismo del viejo continente dice defender la comunidad y los valores tradicionales y benéficos aparejados a ella, pero no duda en apoyar las polÃticas neoliberales que fragmentan la sociedad y potencian el individualismo egoÃsta y la competitividad deshumanizadora. Se cree baluarte del cristianismo y su tradición acumulada durante siglos, cuando en verdad constituye el máximo ejemplo de ideario anti-cristiano y contrario a una mÃnima concepción de la dignidad humana.
Algunos de sus representantes, incluso, se erigen en los más firmes defensores del liberalismo y el Estado de Derecho, cuando en sus acciones demuestran ser sus principales enemigos, pues no hay nada más alejado del pluralismo de valores liberal y de los derechos fundamentales que las categorÃas trasnochadas, nacionalistas y xenófobas de la ultraderecha. Desde los altavoces de sus nuevas posiciones de poder, polÃticos como Salvini intentan dar fundamento a su ideologÃa mediante una preeminencia de lo colectivo (“los italianos primero”) que en el fondo, como el resto del andamiaje teórico que pretenden crear, es absolutamente falsa. Al apoyar las polÃticas que atentan contra los derechos sociales y el bienestar de la mayor parte del pueblo que dicen defender, condenan a éste a niveles cada vez mayores de desigualdad e injusticia. Sus concepciones cerradas de la soberanÃa también parten, además, de una contradicción flagrante, ya que no tienen reparo alguno en vender la riqueza de sus paÃses y el trabajo de sus ciudadanos a un capital transnacional, parásito, que poco o nada entiende de fronteras.
Las posturas comunitaristas del conservadurismo y las del individualismo neoliberal son en buena medida irreconciliables. A pesar de ello entran constantemente en un proceso de competencia virtuosa mediante el cual la disolución social que provoca el capitalismo sin frenos es canalizada, a modo de terapia, a través de un ilusorio regreso a la tradición, la comunidad y los valores conservadores.
Como ya hemos podido comprobar en Polonia, HungrÃa, Italia o Estados Unidos, el efecto lisérgico de esta relación de interdependencia contradictoria y en permanente tensión constituye, quizá, uno de los caldos de cultivo más peligrosos para la democracia actual. Su retroalimentación mutua solo puede derivar en el reforzamiento de posiciones autoritarias que están comenzando, ya, a limar las concepciones pluralistas de nuestras débiles democracias liberales.
De ahà que sea extremadamente urgente atacar de manera frontal a la extrema derecha con las armas de sus propias contradicciones. Sin salirnos de la pretendida lógica interna de sus discursos hemos de denunciar su fragilidad, la insalvable incompatibilidad entre el ideario que enarbolan y la práctica que llevan a diario. Con pedagogÃa, y a veces desde la prudencia del respeto, habrÃamos de dirigirnos a los votantes de los Salvinis europeos, en su mayorÃa sectores olvidados o muy golpeados por la crisis y las polÃticas neoliberales, para mostrarles la incoherencia de los relatos salvÃficos que apoyan y la nula voluntad que sus lÃderes muestran a la hora de mejorar las condiciones de vida de las mayorÃas sociales. Si blandimos a Deleuze, Negri o Zizek no sólo estos votantes no cambiarán de opinión nunca, sino que posiblemente se verán desconcertados ante unos predicadores extraños y ya de por sà desconcertantes.
En paralelo a esta necesidad de denunciar por oposición y con claridad las contradicciones internas del supuesto conservadurismo, hemos de defender un modelo alternativo a su verdadera cara. Si la extrema derecha no incurriera en contradicciones y completara con sus obras lo que proyecta en sus idÃlicos idearios, seguirÃamos encontrándonos ante un problema grave desde el punto de vista democrático, más urgente de combatir si cabe debido a su posible materialización en el corto plazo.
El regreso al grupo en el rechazo al “otro”, la negación de determinados efectos positivos de la mundialización o la recuperación de concepciones anti-pluralistas aparejadas a ciertas tradiciones de pensamiento ya periclitadas, aun en el supuesto de que consiguieran revitalizar concepciones clásicas de soberanÃa polÃtica, constituirÃan factores que entrarÃan, a su vez, en contradicción flagrante con la realidad de un mundo cada vez más complejo, interdependiente y amenazado por problemas globales.
En la labor de construir nuevas subjetividades y consolidar viejas solidaridades, en la tarea siempre inacabada de integrar al “otro” y considerarlo parte indisociable de un “yo” enriquecido, debemos continuar y perseverar. Como siempre recordaba el profesor José MarÃa Valverde, en la mejor tradición del cristianismo social español, aun el más lejano es mi prójimo…ese próximo lejano al que Salvini el hipócrita niega la propia necesidad de existir y vivir.
Fuente: https://www.eldiario.es/contrapoder/fantasma-recorre-Europa-hipocresia_6_782231795.html
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