La izquierda y las elecciones europeas
No
es un secreto que las elecciones al parlamento europeo generan apatía
entre buena parte de la población, y es normal. Al fin y al cabo el
parlamento europeo no pinta casi nada en la estructura institucional de
la Unión y es la mejor expresión de eso que, eufemísticamente, suele
llamarse “déficit democrático” de Europa. ¿Qué es eso del “déficit
democrático” europeo? Básicamente que las decisiones políticas que se
toman en el marco de la Unión (entre ellas nada menos que la política
monetaria) no tienen ningún tipo de respaldo democrático para
legitimarse. Otra prueba de lo poco que pinta el europarlamento es que,
como en el caso del senado español, los partidos envían allí a jubilarse
a sus viejas glorias. Es verdad que la eurocámara no pinta nada pero
allí se cobra mejor que en ningún sitio.
¿Entonces por qué hay
que dar importancia a las elecciones a un órgano que, en sí mismo, es
una burla a la democracia? Pues porque el europarlamento, en su
nimiedad, es lo más parecido a una representación simbólica de la
voluntad de los ciudadanos europeos. ¿Por qué es importante que exista
algo que represente a los ciudadanos europeos como comunidad política?
Se lo aclaro ahora mismo.
Si en el Estado español
ganara las elecciones una coalición política democrática y patriota,
entendiendo por patriotismo la defensa de la mayoría de los ciudadanos,
independientemente de la nación con la que se identifiquen (que nadie
olvide que España es un país de países con varias identidades nacionales
no necesariamente superpuestas, como les gusta decir a los
españolistas), debería tomar las siguientes medidas, partiendo de la
base de que las políticas de austeridad son un suicidio que sólo
beneficia a una minoría de privilegiados.
Habría que abandonar la
eurozona y tomar el control de la política monetaria e inmediatamente
devaluar para favorecer las exportaciones. Habría que decretar la
suspensión del pago de la deuda y comenzar su auditoría y
reestructuración a fin de ajustarla a criterios de justicia social y
legitimidad. Habría que nacionalizar la banca creando una banca pública
que garantizará la inversión y el crédito para las familias y la pequeña
y mediana empresa. Al mismo tiempo, habría que establecer
inmediatamente sistemas de control para evitar la fuga de capitales (y
quizá reformar el código penal para disuadir a los multimillonarios de
llevar a cabo comportamientos contra la patria). Para proteger la
producción y las condiciones de trabajo dignas, sería necesario también
ampliar la titularidad pública a ciertas áreas clave de la economía (la
energía, el transporte, los servicios públicos y el resto de sectores
estratégicos). Sería crucial también iniciar un proceso de
reindustrialización mediante inversión pública apostando por formas de
economía verde y alta tecnología, para lo cual habría que adaptar el
sistema educativo reforzando el acceso a la educación primaria y
secundaria y la calidad de la formación profesional, las universidades y
los centros de investigación de alto nivel. Gracias a la inversión
podría aumentar a productividad que iría siempre asociada a los
salarios. Sería imprescindible también llevar a cabo una reforma fiscal
redistributiva que acabara con el fraude de las grandes fortunas e
impusiera una presión mucho más justa sobre los privilegiados; gracias a
ello mejoraría la provisión de fondos públicos para la sanidad y la
vivienda públicas.
Pero ¿Sería todo eso
posible en el marco geográfico del Estado español? Ni de coña; un modelo
casi autárquico estaría condenado al fracaso por la presión exterior de
los poderes europeos. Por eso es crucial que el proyecto político de
los demócratas y los patriotas establezca alianzas en la europeriferia y
con los países latinoamericanos. Por eso la campaña electoral de los
demócratas y los patriotas debe ser a escala europea mirando a América
Latina, donde se ha demostrado que un modelo alternativo al
neoliberalismo es posible, viable y bueno para la mayoría de los
ciudadanos.
¿Pueden conseguir esa
movilización electoral, en perspectiva europea, la izquierda política
española y las izquierdas independentistas vasca, catalana y gallega por
si solas? Ni de coña. ¿Y si se unen? Tampoco es suficiente. Es
necesario que la izquierda se convierta en pueblo para que la
indignación social (que sí es mayoritaria) se convierta en una mayoría
electoral capaz de plantear un proyecto de refundación de Europa desde
el sur. Las elecciones europeas son una buena ocasión para visualizar el
proyecto de los demócratas y los patriotas y sus naciones pero para eso
es necesario que la gente se crea que a las elecciones se presenta algo
más que la izquierda alternativa al PSOE (obligada a pactar luego con
el PSOE).
La alternativa
“progresista” a lo que he defendido aquí es obvia y la enunciaba con
claridad cristalina el otro día la presidenta del gobierno andaluz, que
veía posible extrapolar el modelo de Andalucía al resto del Estado.
Evidentemente los dirigentes de IU se suicidarían si respondieran
condescendientemente a Susana Díaz en estos momentos, pero en su fuero
interno saben que los números son los números. Aquí no cuentan los
principios sino la aritmética; con un PSOE en torno al 25% y una
izquierda política en torno al 15% en las próximas generales (y estamos
siendo generosos con ambos, pues bien podría volver a ganar el PP)
nuestro país sólo aspirará a una gestión soft de la austeridad
que continuará desarrollándose y que no cuestionará el papel periférico
de España (sol, playa y mano de obra barata) en la estructura
euroalemana. Sin duda un gobierno del PSOE apoyado por IU (con ministros
o sin ellos) sería preferible a uno del PP pero da la impresión de que
las circunstancias permiten ser más ambiciosos. Las elecciones europeas
son una buena ocasión para demostrar el grado de ambición.
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