El verdadero objetivo: impedir la alianza entre Izquierda Unida y Podemos.
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Manolo Monereo *⎮Cuartopoder⎮26/7/2014
Para las compañeras y los compañeros del CEPS
Siempre es bueno
 saber dónde se está en cada momento, cuál es la fase política real que 
se vive y ser capaces de distinguir lo episódico de lo fundamental, las 
voces de los ecos, que decía el poeta. Tiene esto que ver con un 
fenómeno que en momentos como el presente es mortal de necesidad, nos 
referimos a hacer política a base de titulares de prensa y situar los 
mayores o menores desajustes internos de las fuerzas políticas en el 
centro de las preocupaciones, olvidando que, a pesar de la aparente 
normalidad, esta etapa se caracteriza por una lucha especialmente dura y
 hasta encarnizada, entre las fuerzas empeñadas en la consolidación del 
nuevo régimen monárquico y aquellos que defendemos la ruptura 
democrático-republicana. Olvidar esto es perderse y no tenemos todo el 
tiempo del mundo para dar vueltas sobre nosotros mismos: hay que hacer 
política y a lo grande. No queda otra.
Los nostálgicos 
de la Constitución del 78, cada vez menos, es verdad, plantean este 
asunto de modo diferente: estamos en un paréntesis doloroso, muy 
doloroso, pero transitorio; volveremos pronto al pasado, a los pactos, a
 la negociación colectiva, a los derechos sociales, al crecimiento 
económico y a la paz social. Esta es la penúltima quimera (siempre caben
 más) de los que se niegan a afrontar la realidad y sacar consecuencias 
políticas y estratégicas adecuadas. No, el pasado no volverá. La 
disyuntiva aparece cada día más clara: o un nuevo régimen monárquico, en
 acelerada construcción, basado en una democracia “limitada”, 
“oligárquica” y crecientemente “autoritaria”, o un proceso constituyente
 que defina un nuevo proyecto de país fundado en una democratización 
sustancial del poder económico, político y mediático-cultural.
Cabe una variante —vengo insistiendo en ello desde hace tiempo— el transformismo,
 es decir, usar la fuerza de los que quieren cambios reales para 
consolidar nuevas formas de dominio que lejos de ”democratizar la 
democracia” consoliden y hagan más fuertes poderes económicos y 
mediáticos y su control sobre la clase política. La clave está, en 
muchos sentidos, en el gobierno de Rajoy y, 
secundariamente, en su partido. El poder del Estado es siempre decisivo y
 en épocas de transición mucho más: coordina, centraliza y ordena los 
diversos poderes (incluido los no gubernamentales) y los convierten en 
decisión política.
El gobierno del 
Estado (del bloque del poder, sobre todo) tiene que tomar opciones nada 
fáciles, la primera el papel del PSOE en la sociedad española. Sin una 
ayuda potente de los poderes fácticos, el Partido Socialista no 
levantará el vuelo. La operación primarias no parece haber 
servido para dar una señal inequívoca de recuperación y todo apunta que 
los problemas de su decadencia político-electoral siguen estando muy 
presentes y sin una salida visible. El tema de fondo es simple: el papel
 del partido de Felipe González ha sido históricamente 
hacer imposible una alternativa de izquierdas, asegurando la leal 
alternancia de los partidos dinásticos. El avance de Podemos y la 
consolidación de IU lo hacen innecesario para esa función y lo obligan a
 definirse en un nuevo campo político, donde las opciones son todas muy 
complicadas y con resultados inciertos. El PP, al final, puede dejarlo 
caer.
Otro asunto de 
calado es la llamada “cuestión catalana”. La presión de los poderes está
 siendo muy fuerte, intentando una salida que ayude a la consolidación 
del nuevo régimen en construcción y que, sobre todo, no contribuya a 
acumular fuerzas del lado de los que impulsan la ruptura y el proceso 
constituyente. Al final, el asunto tiende a alinearse del siguiente 
modo: reforma constitucional o proceso constituyente, es decir, es lo 
sustancial, evitar el protagonismo del sujeto popular, de las mayorías 
sociales en el cambio político. Rajoy sigue teniendo el “botón nuclear”:
 convocar elecciones generales anticipadas con la secesión catalana en 
el centro, generando así un nuevo alineamiento político e impulsando una
 salida mucho más a la derecha de la crisis del régimen.
Ahora bien, el 
catalizador, el acelerador de los cambios sigue siendo el avance 
electoral de las fuerzas rupturistas, es decir, Izquierda Unida y 
Podemos. No tener esto en cuenta, situarlo en un segundo plano o jugar a
 política palaciega es caer en las trampas de los poderes realmente 
existentes. Dividir a las fuerzas del cambio, cooptarlas, desviarlas del
 objetivo siempre ha sido la política de los que mandan. Parecería que 
ahora se está ensayando un “pacto bajo mesa” cuyo contenido sería algo 
así como “todos contra Podemos”, intentando impedir la necesaria unidad,
 la alianza, no hay que olvidarlo, que reclaman los hombres y mujeres de
 izquierda, la ciudadanía, que quiere poner fin a tanto sufrimiento 
social, al paro y a la pobreza, a los desahucios, y hacerlo viable, no 
es poca cosa, con la movilización y la lucha social.
La esperanza de 
que el cambio es posible, de que está en nuestras manos y que depende de
 nosotras y nosotros, es una fuerza social, un imaginario tan poderoso, 
que va más allá de IU o de Podemos. El acento hay que ponerlo en este 
aspecto: la hegemonía se construirá en torno a la capacidad de unir a 
las fuerzas por la transformación y traducirlas en una propuesta 
político-electoral solvente, mientras, el “partido orgánico” (Gramsci)
 sigue creciendo y acumulando voluntades, hasta el punto que se puede 
estar pasando de la simple adición a la multiplicación de fuerzas y 
consensos, que sitúen la cuestión de la alternativa en el horizonte de 
lo posible. No entender esto es desconectar de la gente y convertirse en
 prescindible social y electoralmente.
La unidad no es 
fácil, nunca lo ha sido, tampoco en el interior de las fuerzas 
políticas, de esto sabemos mucho en IU. Podemos es una fuerza en 
construcción, que aspira a ser algo más que un excelente aparato 
político electoral. Hay una tendencia de fondo a su favor y, lo que es 
más importante, está cambiando el campo político en su conjunto, 
obligando a los actores a definirse frente a ella y a cambiar la agenda 
política. Su convergencia con IU es un reto nada fácil y la lógica de la
 diferenciación pesa y pesará mucho. La pregunta de fondo es pertinente:
 ¿puede aspirar Podemos al gobierno del país sin IU o contra IU?
Ciertamente, 
esta pregunta debe de responderla también IU y hacerlo sin ambigüedades.
 En principio, la respuesta no resulta difícil: desde hace varios años, 
especialmente desde su última Asamblea, hace año y medio, IU adelantó 
temas y propuestas que posteriormente Podemos recogería y las 
convertiría en discurso propio. IU no tiene que cambiar de política, ni 
adaptarse sin más a los nuevos tiempos: llegamos autónomamente y desde 
nuestro proyecto a una propuesta estratégica que no por casualidad se 
resumía en la en algo tan inequívoco como la Rebelión Democrática, ni 
más ni menos.
¿Dónde ha estado
 el problema? En que no hemos sido plenamente coherentes con nuestra 
política, que no confiamos suficientemente en lo que aprobábamos en 
nuestros órganos de dirección y que al final se impuso el seguimiento de
 unas encuestas que nos eran aparentemente, solo aparentemente, 
favorables y la atención preferente se centró en los previsibles 
gobiernos futuros con el PSOE. Lo que se impuso por los hechos y por las
 decisiones que se iban tomando era algo así como: menos procesos 
constituyentes, menos república, menos rebelión democrática y más 
programa concreto y electoralmente viable. El proyecto, se troceó, no 
construimos un discurso adecuado y dejamos de estar en la vanguardia. Se
 fue a amarrar el resultado y no a ganar.
La unidad es 
lucha y conflicto, no la paz celestial. Depende de la correlación de 
fuerzas y de la inteligencia política de aquellos que aspiran a 
construir un bloque político y social alternativo. El objetivo es claro:
 impulsar el proceso constituyente y plantearse en serio y hasta el 
final la conquista del gobierno y la transformación del poder. Este es 
el problema real y señala con precisión los desafíos y dilemas de la 
estrategia unitaria.
Convertir un 
problema de esta dimensión y hondura, como se hace ahora, en una 
cuestión identitaria centrada en las siglas, es desviarse de la cuestión
 central e iniciar el camino a ninguna parte. Lo fundamental, hay que 
insistir, es definir bien la fase y apostar por ser alternativa y no 
mera alternancia, es decir, plantearse en serio el problema del poder. 
La unidad no es sumarse a otras fuerzas u ocupar espacios más o menos 
compartidos electoralmente, es algo muy diferente y mucho más radical: 
construir desde abajo y a la izquierda, como ha señalado muchas vecesJulio Anguita,
 un contrapoder social con voluntad de ser mayoría, una fuerza (contra-)
 hegemónica que no tenga miedo a ganar y que se tome en serio construir 
un nuevo proyecto de país. Esta ha sido la propuesta histórica de IU, la
 plataforma moral e ideal que hemos defendido hasta el presente y que 
recientemente hemos reafirmado en el Consejo Federal de IU. Lo demás, es
 secundario y nos sitúa fuera de la política real.
Es el momento de
 sumar y no de sumarse. No hay espacios políticos permanentes ni 
posiciones ganadas para siempre. Los espacios se crean y se definen en 
la lucha social, se potencian con la organización y se articulan desde 
un discurso que trabaja en y desde los imaginarios sociales y que 
cambian el “sentido común” de las clases subalternas. Ser poder es 
convertirse en fuerza social organizada y en esperanza colectiva; es 
saber traducir las demandas de las gentes en mayoría electoral y es, 
sobre todo, plantearse en serio el gobierno de la cosa pública. Todo 
ello requiere una dirección política a la altura de los tiempos: jefes, 
sí, jefes y cuadros, como nos enseñó Lenin y nos 
tradujo como nadie Antonio Gramsci. Esto es IU, sobre todo IU, no 
únicamente, pero sí la que generó y genera confianza, militancia y 
voluntad, la Izquierda Unida de Julio Anguita.
(*)
 Manolo Monereo. Politólogo y miembro del Consejo Político Federal de 
IU. Su último libro publicado, junto con Enric Llopis, es Por Europa y contra el sistema euro (El Viejo Topo, 2014).
 
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