Juan Ignacio Ramos
El régimen capitalista español ante su mayor crisis en cuarenta años
La
irrupción de PODEMOS en las elecciones europeas de mayo, y su posible
consolidación como segunda fuerza política del Estado español en las
próximas elecciones generales como señalan numerosas encuestas, es uno
de los acontecimientos políticos más significativos de los últimos años.
En tan sólo tres meses, ha cosechado un éxito indiscutible, agrupando a
miles de activistas en más de 700 círculos y consiguiendo la adhesión
de más de 100.000 personas a través de su página web.
PODEMOS
ha concentrado la atención del conjunto de la izquierda, de miles de
jóvenes, de militantes con años de lucha a sus espaldas y otros muchos
que se han incorporado recientemente, que ven con gran expectativa e
ilusión la posibilidad de asestar un tremendo golpe al PP y a una
socialdemocracia en declive y cómplice en las contrarreformas y los
recortes.
El auge de la lucha de clases ha provocado este terremoto político
Es
imposible entender el fenómeno de PODEMOS si nos limitamos a repetir,
como hacen tertulianos y “politólogos”, que su éxito deriva de lo
“novedoso de su lenguaje”, de “trascender la dicotomía falsa de
izquierda o derecha” o haber colocado en el ojo del debate público la
cuestión de la “casta” y el “empoderamiento ciudadano”. Este enfoque
escamotea, cuando no oculta, los procesos objetivos que han alumbrado a
PODEMOS y, lo más importante, que han sacudido con virulencia el régimen
construido desde la Transición política. Un proceso que arranca con el
estallido de la crisis económica mundial en 2007, que en el caso español
presenta un saldo devastador, y cuyo elemento cardinal ha sido el
tremendo ascenso de la lucha de clases y el avance de la conciencia
política de millones de trabajadores y jóvenes.
Si
hubiera que destacar alguna característica de las movilizaciones masivas
de estos últimos cuatro años, esta sería la crítica profunda a unas
direcciones reformistas de la izquierda subordinadas al aparato
político, económico y estatal de la burguesía. El movimiento del 15M y
las Marchas de la Dignidad, las Mareas ciudadanas, las luchas mineras,
las grandes huelgas generales de 2012, los conflictos obreros
sectoriales y las movilizaciones estudiantiles, han mostrado una
autoorganización desde la base, una iniciativa y audacia extraordinaria,
además de una aguda radicalización política hacia la izquierda. Es este
punto de inflexión histórico el que ha propiciado un fenómeno político
que no se veía desde los años setenta, el reformismo de izquierdas con
un apoyo de masas, y del que PODEMOS es su expresión genuina.
La
crisis y parálisis del PSOE, que representa un hecho de tremendo
alcance, está muy lejos de haber terminado (los ejemplos del PASOK y del
PSF de Hollande y Valls son el espejo en que se miran Pedro Sánchez y
los nuevos inquilinos de Ferraz). Y este desafecto a una
socialdemocracia en decadencia, unido a la radicalización política de
amplias capas de la población, han dejado un gran hueco que, sin duda,
podría haber sido ocupado por Izquierda Unida.
La lucha
de masas ha empujado a la izquierda el lenguaje de IU, y situado a sus
militantes y activistas en primera línea de los movimientos sociales y
de muchas de las batallas que han propiciado este nuevo escenario. Esto
es positivo e importante. Pero Izquierda Unida sigue arrastrando muchas
hipotecas del pasado: un aparato muy esclerotizado y anquilosado,
prisionero de una política meramente institucional; con unos vínculos
muy estrechos con la actual cúpula de CCOO, y por tanto, con su
estrategia de desmovilización; participando en un gobierno de coalición
con el PSOE en Andalucía, que le abre un agujero de credibilidad por su
complicidad práctica con las políticas de recortes, o prestando un apoyo
descarado al PP en Extremadura igual de pernicioso; con unas
estructuras internas dominadas por reinos de taifas; con una democracia
interna violentada en numerosas ocasiones y que repele a muchos
activistas y militantes…Más allá de la entrega de miles de militantes,
este fardo merma las posibilidades de avance y el potencial que tendría
IU, con una política revolucionaria y clasista, para convertirse en la
fuerza mayoritaria entre las masas de la clase obrera y de la juventud.
Las
carencias de Izquierda Unida han facilitado la fuerza con que PODEMOS se
ha encaramado en la escena política, pero el factor fundamental del
ascenso meteórico de esta nueva formación no es este, sino la
deslegitimación de todo el entramado institucional de la burguesía, y
las ansias de una salida revolucionaria frente la crisis económica,
social y política, que reclama una gran mayoría de los trabajadores, la
juventud y las capas medias empobrecidas.
La
burguesía lo ha comprendido, y por eso se han dividido la tarea. Por una
parte, el “sector derecho” lanza día tras día una campaña ruidosa de
acusaciones a Pablo Iglesias y a PODEMOS: colaboracionismo con ETA,
vínculos con la revolución venezolana, programa autoritario y comunista…
dirigidos a inyectar una buena dosis de odio, y de miedo, para
galvanizar a la base social del PP advirtiéndole de que hay que cerrar
filas y dejarse de apuestas arriesgadas votando a UPyD o Ciudadanos.
Pero otro sector de la burguesía, tal como hizo en el pasado con el
PSOE, tiende puentes con los dirigentes de PODEMOS, los halaga, los
invita a mantenerse respetuosos con las reglas del juego, les brinda
todo su apoyo mediático para reforzar esa imagen de formación
“novedosa”, interclasista, preparada para gestionar eficazmente un
sistema que sí sirve, pero que ha sido averiado por individuos
incapaces, deshonestos y corruptos.
¿Ni de derechas ni de izquierdas?
Para
las masas que protagonizan este cambio profundo en la historia, que
viven una transformación tan importante en su conciencia y sus certezas,
no pesa tanto la letra pequeña de los programas como la experiencia
acumulada, la imagen que proyectan las diferentes formaciones y
tendencias, y la trayectoria práctica de éstas. PODEMOS aparece como una
bandera limpia, y sus denuncias de la casta y de la corrupción, de los
abusos y las estafas más sangrantes del capitalismo, sus apelaciones al
control democrático y la participación ciudadana, a la intervención
pública de las empresas y sectores estratégicos, han conectado con el
sentimiento de millones de personas.
Por
supuesto, también se han podido escuchar incongruencias y
contradicciones en el discurso de los dirigentes de PODEMOS. Ideas
lanzadas para captar votos, como que la dicotomía derecha e izquierda ha
sido superada, son pura demagogia oportunista y no engañan a nadie. De
hecho, contradice la práctica de esos mismos dirigentes que se han
integrado en el grupo parlamentario de la Izquierda Unitaria Europea, se
han reunido en Atenas con Alexis Tsipras y otros dirigentes de Syriza, o
han asistido hace escasas semanas a la escuela de verano del PartideGauche (Partido de la Izquierda) liderado por Jean-Luc Mélenchon.
La base
electoral y militante de PODEMOS, aunque heterogénea, tiene un
denominador común: mayoritariamente es de izquierdas y busca una ruptura
radical con el actual estado de cosas. Es un fenómeno que muestra
similitudes al de Syriza en Grecia. Han votado a PODEMOS sectores medios
empobrecidos por la crisis, que viven con angustia el deterioro de sus
niveles de vida y la ausencia de futuro para sus hijos, y que en el
pasado se identificaban con el PSOE, pero ahora, profundamente
desengañados e irritados, miran hacia la izquierda. Por supuesto, un
amplio segmento de la juventud, de muchos universitarios, y también de
jóvenes de barrios obreros, precarios o desempleados, que antes se
abstenían o han votado por primera vez. Capas amplias de trabajadores,
muy descontentos por su propia experiencia con la burocracia sindical,
también han votado a PODEMOS, como demuestran los resultados cosechados
en los barrios obreros de las grandes ciudades.
Hay un
movimiento de miles de personas hacia PODEMOS, llenas de entusiasmo y
confianza en que su intervención puede ser decisiva para lograr una
transformación profunda de la sociedad. Y es natural que haya prejuicios
entre los que participan en los círculos, por supuesto, teniendo en
cuenta que una gran parte está haciendo su primera experiencia de
militancia y que la actual dirección de PODEMOS no deja de alimentarlos.
También es inevitable que junto a estos miles de jóvenes, de
trabajadores, de activistas de los movimientos sociales, se cuelen
arribistas y oportunistas. Estos elementos, que intentarán utilizar la
nueva formación para obtener un pesebre cómodo y bien remunerado, son
los que más énfasis ponen en acentuar el tono interclasista y
descafeinado en el discurso de PODEMOS. Pero lo que predomina en PODEMOS
es la gente normal, con una actitud abierta, que en muchos casos está
deletreando el abecedario político, y que tiene ganas de debatir, de
conocer y, sobre todo, de decidir.
¿Democratizar el capitalismo?
Basta
echar la vista atrás para entender el cambio profundo que ha
experimentado el panorama político. Tras la derrota de la clase
trabajadora en la Transición se consolidó un fuerte giro a la derecha en
las organizaciones tradicionales de la izquierda, que en el caso del
PSOE llevó al aparato del partido a fusionarse con la burguesía. Este
fenómeno político hundía sus raíces en las derrotas de los procesos
revolucionarias abiertos en Europa del sur en la década de los setenta, y
se reforzó con el boom económico en los años ochenta y noventa y la
restauración del capitalismo en la URSS, en China y en los países del
Este europeo gobernados por la burocracia estalinista. Fue todo un
periodo histórico de ofensiva sin cuartel contra las ideas del marxismo y
del socialismo, de privatizaciones, de fuerte acumulación capitalista y
liquidación de una gran parte de las conquistas de la clase obrera.
Pero un periodo así no dejó de engendrar nuevas contradicciones
explosivas en el seno del capitalismo mundial, que estallaron con
virulencia a partir de 2007 en lo que se ha llamado la gran recesión.
La crisis
del capitalismo se ha convertido en una escuela gigantesca de
aprendizaje, propiciando el avance de la conciencia de clase como pocos
acontecimientos podían hacerlo. La experiencia de estos años ha llevado a
amplios sectores de las masas ha comprender una verdad muy concreta: no
es posible democratizar el capitalismo, no es posible conseguir un
capitalismo de rostro humano, bondadoso y respetuoso con la gente, con
los necesitados, los pobres, con el medio ambiente, con los derechos
democráticos. Detrás de la fachada de democracia, se oculta en realidad
una feroz dictadura del capital financiero que saquea los recursos
públicos y utiliza las instituciones en su exclusivo beneficio.
Pablo
Iglesias y muchos de los actuales dirigentes de PODEMOS tuvieron una
cierta formación marxista. Ahora abogan por las reformas, se reclaman
keynesianos, y aún después de todos los avances que en la movilización y
en la experiencia de millones se han producido en estos años, siguen
considerando que el nivel de conciencia de la población es muy bajo como
para ir más allá de ciertas demandas. Un pensamiento que quedó
ilustrado el pasado 10 de julio, cuando la periodista Pepa Bueno
entrevistó a Pablo Iglesias en la SER.
Pepa Bueno.- “¿Y
a su juicio, Pablo Iglesias, de esta crisis cómo se sale? ¿Al modo de
Keynes, el economista inspirador de las políticas socialdemócratas, que
era manteniendo la propiedad privada y el sistema capitalista pero
incentivando mucho el sector público y la inversión, o al modo marxista,
cambiando de manos la propiedad y liquidando la propiedad privada? ¿O
ya no sirven ni Keynes ni Marx para analizar el Siglo XXI?”.
Pablo
Iglesias.- “Yo creo que Keynes sirve bastante y desde los años 30
sabemos que de las crisis se sale con lo que los economistas llaman
políticas de agregación de la demanda…”.
P B.-“Ya
sabe que a los periodistas nos encanta poner etiquetas. O sea que
apuesta más por una salida, digamos socialdemócrata que por un análisis
marxista del momento actual”.
P I.-
“Si, sí, sobre todo porque es lo único que se podría hacer en este
momento. Claro que a mí me gustaría construir una sociedad más justa (…)
pero en este momento hay una serie de medidas muy concretas, muy
específicas, que comparten además la mayor parte de los ciudadanos,
hablar de una reforma fiscal, hablar de políticas de agregación de la
demanda, de una reestructuración de la deuda (...) El problema es que
los partidos que se supone que estaban en la tradición socialdemócrata
la abandonaron hace mucho tiempo y hacen una política económica
indistinguible de los conservadores (...)”.
Ciertamente,
en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, bajo presión de
las luchas obreras y de una situación revolucionaria en Francia y en
Italia, por no hablar del este de Europa ocupada además por el Ejército
Rojo, la burguesía fue obligada a realizar concesiones para no perderlo
todo. En ese contexto político y contando con el auge de la economía
mundial después de la destrucción atroz de la guerra, se levantó el
llamado “Estado del bienestar”. Pero las circunstancias históricas que
engendraron esas reformas han desaparecido, y nos encontramos ante una
ofensiva capitalista en todos los frentes.
Pablo
Iglesias puede reivindicar a Keynes y transmitir una visión edulcorada y
embellecida de su figura, pero eso no evita que el economista inglés
fuera un leal e inteligente servidor de la burguesía tal y como señaló
el mismo en muchas ocasiones: “¿Por qué no me afilio al Partido
Laborista? En primer lugar, es un partido de clase, y de una clase que
no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los
míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo local y
mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido
por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de
clases me encontrará del lado de la burguesía educada”.[1]
De todas
formas, en la respuesta de Pablo Iglesias planea una idea mucho más
profunda e importante: “El problema es que los partidos que se supone
que estaban en la tradición socialdemócrata la abandonaron hace mucho
tiempo y hacen una política económica indistinguible de los
conservadores”. Pero ¿Por qué los partidos socialdemócratas han
abandonado su propia tradición (¡¡¡)? ¿Por qué no se les distingue de
los conservadores? La respuesta es más sencilla de lo que parece: en la
época del capitalismo monopolista e imperialista, recorrida por la mayor
crisis desde el crack de 1929, los partidos socialdemócratas que
siempre han respetado la lógica del capital no se atreven a cuestionar
el poder omnipresente de un puñado de monopolios bancarios y
empresariales, que hacen del Estado, los parlamentos, la justicia y el
conjunto de las instituciones meros instrumentos subordinados a sus
intereses. Y si no se rompe con ese poder y con esa lógica, todos los
discursos quedarán como meros brindis al sol, como charlatanería hueca.
¿Acaso Obama no prometió regular el sistema financiero para evitar
nuevas burbujas especulativas? ¿No fue el Presidente “socialista” de
Francia, François Hollande, el abanderado de la lucha contra el
“austericidio”, y al que Rubalcaba ponía como ejemplo? Todos esos
discursos han quedado convertidos en papel mojado, en humo, mientras que
los que pronunciaban se han plegado servilmente a los intereses de los
grandes poderes económicos que siguen gobernando con mano de hierro la
economía y la política.
La verdad
siempre es concreta y revolucionaria. En un contexto de crisis, con más
de seis millones de parados, una tasa de desempleo que supera el 50%
entre los jóvenes menores de 30 años, y más de un millón de hogares con
todos sus miembros en paro y sin percibir ningún subsidio; con cientos
de miles de familias desahuciadas, y un 20% de familias en situación de
pobreza y marginalidad —los datos podrían ser muchos más—, los
capitalistas españoles, y de todo el mundo, siguen haciendo de la crisis
un lucrativo negocio, saqueando las cuentas públicas, hundiendo los
salarios, aumentando los ritmos de producción y la jornada laboral
(plusvalía absoluta y relativa), apropiándose de los servicios sociales
estratégicos para convertirlos en un gran negocio (sanidad, educación,
dependencia), especulando en bolsa con deuda pública…
No sólo
eso. Si se trata de una cuestión de “voluntad”, de “honestidad”, de
“sentido común”, ¿Por qué los capitalistas no invierten sus beneficios
en la economía productiva, no agregan más demanda, no suben los salarios
y no acaban con el desempleo? No es por falta de dinero. Según un
cálculo de la consultora corporativa Thompson Reuters las 5.100
corporaciones capitalistas más grandes del mundo tienen una reserva
combinada de unos 5,7 billones de dólares, equivalentes a alrededor de
la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) anual de Estados Unidos. ¿Por
qué entonces no movilizan esos gigantescos recursos en la economía
productiva? ¿No lograrían superar así la crisis política y de
deslegitimación que atraviesa el sistema capitalista y sufren los
partidos burgueses y socialdemócratas? Pero el capitalismo no funciona
sobre la base del sentido común, lo lógico o lo beneficioso para la
mayoría. Funciona por y para el lucro de los grandes propietarios de
capitales y de los medios de producción.
No, el
marxismo revolucionario no es una ideología anticuada o pasada de moda.
De hecho, la teoría marxista, su método dialéctico, su llamado a la
acción revolucionaria, ha demostrado toda su vigencia y vitalidad
precisamente cuando ha estallado la crisis financiera y de
sobreproducción más virulenta desde los años treinta del siglo pasado.
No es el marxismo lo que ha fracasado, han fracasado el capitalismo y
aquellos que se erigen en los doctores democráticos de un sistema
orgánicamente enfermo.
Seamos
concretos. Si Pablo Iglesias y PODEMOS llegará al gobierno en coalición
con Izquierda Unida, una posibilidad que no se puede descartar en el
medio plazo: ¿Cómo resolverían el problema de los desahucios, del
desempleo, de la defensa de la enseñanza y la sanidad pública, de los
derechos democráticos de las nacionalidades históricas, de la
corrupción? ¿Imponiendo controles a los capitalistas, animándoles a
invertir? ¿Creando una banca pública pero manteniendo intacto el poder
de la banca privada y las grandes multinacionales?
Siendo
realistas, la única manera de lograrlo sería aplicando una política
socialista de verdad: expropiando a los poderes financieros (banca,
seguros), a los grandes grupos empresariales que controlan los sectores
estratégicos de la economía (eléctricas, telecomunicaciones, acero,
cemento…etc), y dedicando los recursos gigantescos que crea la propia
sociedad a resolver sus necesidades y carencias, además de proporcionar
una igualdad y un bienestar común que es la única base objetiva para la
justicia social; reemplazando el actual aparato del Estado por el
control y la gestión directa de la población organizada
democráticamente; librando una batalla decidida contra la jerarquía de
la Iglesia, el ejército, la burocracia política, judicial y policial (es
decir la Casta), que actúan como fuerzas auxiliares de los grandes
capitales. Y un gobierno al servicio de la mayoría, de los oprimidos, de
los trabajadores, para llevar estas medidas a la práctica tendría que
apoyarse en la participación activa y en la movilización contundente de
las masas de la población. Una política semejante abriría el camino a la
auténtica democracia, al socialismo, no en abstracto sino en términos
tangibles y materiales.
¡Eso es
una utopía! nos contestarán los “pragmáticos”, los “realistas”. Pero no,
no es verdad, no es ninguna utopía. La propia experiencia de estos
cinco años de luchas, el surgimiento de la PAH, de la Marea Blanca, de
la Marea Verde, del 15M o de PODEMOS lo que demuestra es lo contrario,
que ¡Sí se puede!
Por el Frente de Izquierdas
Existe
una oportunidad histórica para asestar un golpe decisivo al PP y a la
dirección pro capitalista del PSOE, empezando por desalojar a la derecha
de numerosos ayuntamientos en las próximas elecciones municipales. El
pavor de Rajoy y sus mentores les está llevando a tomar todo tipo de
iniciativas desesperadas, como la reforma electoral caciquil para
designar alcaldes con el 40% de los sufragios.
Algunos
dirigentes de PODEMOS como el europarlamentario Pablo Echenique han
declarado públicamente: “No creo que lo que se suele entender
habitualmente por una unidad de la izquierda sea algo necesario o
siquiera deseable”. Es una opinión respetable pero sinceramente no
pensamos que sea mayoritaria entre los seguidores y militantes de
PODEMOS ni, sobre todo y más importante, entre los auténticos
protagonistas de la rebelión social que con su acción decidida han
puesto patas arribas el bipartidismo y en un brete muy complicado al
sistema. La idea de esperar a celebrar la Asamblea de otoño que decidirá
el programa y elegirá la dirección de PODEMOS no puede servir de excusa
para que no haya un pronunciamiento claro, que responda a una mayoría
social que se ha expresado en la calle por un cambio radical y por la
confluencia de la izquierda (como demuestra que se estén impulsando
plataformas políticas en más de 20 ciudades a partir del ejemplo de
Guanyem Barcelona).
Los
trabajadores, los jóvenes, los sindicalistas y activistas de la
Corriente Marxista El Militante, participaremos decididamente en
PODEMOS, como lo hacemos en Izquierda Unida, en los sindicatos de clase y
en los movimientos sociales defendiendo estas ideas. Estamos
convencidos de que el programa del marxismo revolucionario se abrirá
camino, y conectará con la experiencia práctica de miles de personas que
han dado un paso decisivo en su implicación política, que han
construido la lucha social desde abajo en estos años, y están decididos a
reatar el nudo de la historia. Podemos, ¡Claro que Podemos!
[1] John Maynard Keynes. De su conferencia “¿Soy un liberal?” recogida en “Ensayos en persuasión”, 1925
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