¿Como orientarnos ante el sindicalismo en la actualidad?
1. Origen y desarrollo del sindicalismo
Desde su
surgimiento en el siglo XIX los sindicatos obreros se especializaron en
la lucha por reivindicaciones salariales, la reducción de la jornada de
trabajo, y la mejora general de las condiciones de trabajo. Sin embargo
mantuvieron la aspiración común de la supresión del capitalismo y
estrechos lazos y afinidades ideológicas con los partidos obreros que
proponían otro modelo de sociedad (socialista, comunista, anarquista…).
Incluso alguno de ellos tiene un origen claramente sindical como el
Partido Laborista del Reino Unido.
Con el
crecimiento de la gran industria y la implantación del
Fordismo-Taylorismo en las primeras décadas del siglo XX, crece entre la
clase obrera la conciencia solidaria como consecuencia de procesos de
trabajos interdependientes en grandes unidades productivas. Eso
fortalece enormemente a los sindicatos, que poco a poco van condicionado
los cambios sociales que el desarrollo creciente de las fuerzas
productivas estaba imponiendo.
Por su
parte, este desarrollo capitalista edificado sobre el saqueo de los
países dependientes favorece la gran producción y abaratamiento de
artículos de consumo en los países adelantados que posibilita el acceso a
los trabajadores a bienes que antes eran inexistentes o les resultaban
inaccesibles, lo que también condiciona al sindicalismo.
A mitad
del siglo pasado, una vez recompuesta la capacidad productiva de las
destrucciones de la II Guerra Mundial, se inicia una nueva etapa
capitalista, caracterizada básicamente por la reconstrucción de la parte
del mundo devastada por la guerra, un nuevo equilibrio entre las
potencias hegemónicas y en la que la producción de artículos de consumo
duradero ocupa el papel motor de toda la economía. La fabricación de
coches, electrodomésticos y otros artículos de consumo a precios
asequibles para los trabajadores impulsa la economía en general.
Este
avance en el mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores, es
completado por la consolidación de reivindicaciones históricas de la
clase obrera (reducción de la jornada laboral, subsidio de desempleo,
sanidad universal, educación gratuita, jubilación y otras ventajas
sociales) que se van conquistando a través de los potentes sindicatos en
países capitalistas; cuyos gobiernos estaban condicionados por la
existencia del campo socialista, -al que miraban de reojo- y por el
creciente movimiento de liberación de los pueblos oprimidos. Es la
llamada sociedad del bienestar, la aplicación del modelo de crecimiento
económico capitalista keynesiano y el desdoblamiento de los crecientes
salarios en una parte recibida en metálico y otra en forma de
prestaciones socializadas.
La
mejora de las condiciones de vida de los trabajadores tienen un efecto
contradictorio entre la clase obrera: por un lado permiten el
acomodamiento y la extensión de la idea de que el capitalismo puede
satisfacer a las masas (se desarrollan en este terreno tanto las teorías
que lamentan el conformismo de la clase obrera como las que confían en
la posibilidad de suprimir paulatinamente el capitalismo como
eurocomunismo en España o compromiso histórico en Italia); pero por otro
lado esta mejora de la situación de la clase obrera permite adquirir
conciencia de la fuerza de la clase obrera para la conquista de
determinados derechos. Pese a todo esa confianza en su fuerza nunca
llegó a poner en cuestión el sistema.
Paralelamente,
tanto las nuevas prestaciones sociales, como el desarrollo de las
fuerzas productivas impulsan el aumento de los trabajadores empleados en
los servicios mientras disminuyen los empleados en la industria y
agricultura. Estos nuevos trabajadores asalariados –muchos de ellos de
origen pequeño-burgués y con formaciones superiores, y técnicas- acuden a
los sindicatos sin la histórica tradición de lucha que caracterizaba a
los obreros industriales. Pero tampoco los procesos de trabajo donde
desempeñan sus funciones –generalmente en pequeñas unidades
relativamente autónomas- son propicias para desarrollar una conciencia
solidaria desde el punto de vista de clase, aunque en determinados
ámbitos de los servicios sociales, la favorece desde el punto de vista
social.
La
difusión de la ideología de la clase dominante a través de los medios
tradicionales (escuelas, universidades, iglesias, y los nuevos medios de
comunicación) encuentra cada vez más el terreno más abonado en la
medida que los hábitos de vida, de producción y de consumo derivados de
las relaciones de producción capitalista van formateando las existencias
y costumbres de los trabajadores. Un fenómeno similar señala Engels a
Marx en una carta fechada en 1858:: “El proletariado inglés se va
aburguesando de hecho cada día más; por lo que se ve, esta nación, la
más burguesa de todas, aspira a tener, en resumidas cuentas, al lado de
la burguesía una aristocracia burguesa y un proletariado burgués.
Naturalmente, por parte de una nación que explota al mundo entero, esto
es, hasta cierto punto, lógico”.
Este
nuevo marco económico-social favorable a la adopción de los valores
capitalistas en la clase obrera, y la consecuente renuncia a
contrarrestar el capitalismo con otro modelo de sociedad antagónico, lo
que permite que las organizaciones en las que expresan sus intereses
inmediatos, los sindicatos, acaben siendo considerados pilares y
corresponsables de la sociedad capitalista –en algunos casos
constitucionalmente-. Las consecuencias en la comprensión de los métodos
de lucha son claras: la movilización es percibida por las direcciones
sindicales como medida extrema, y la acción sindical acaba entendiéndose
principalmente como negociadora, y de servicios en el contexto de un
sistema capitalista mutuamente aceptado.
En un estudio sobre la afiliación sindical en la UE publicado en El Viejo Topo (2008-293) citando a Beneyto dice:
“Si vamos a la variable de edad, los niveles más bajos en general los encontramos entre los jóvenes menores de 30 años, aunque hay algunas diferencias entre países. En relación con la variable ocupacional, las tasas más bajas de afiliación suelen estar en los servicios privados, debido “a sus características estructurales (predominio de pymes y microempresas, sistemas de relaciones laborales débilmente formalizados, etc.)”. En la industria se sitúan los niveles medios y en los servicios públicos los niveles más altos de afiliación. La Tasa de sindicación es siempre mayor en el sector público que en el sector privado.
Respecto a los grupos ocupacionales, los niveles más altos se dan entre los técnicos-profesionales y cuadros y también entre los trabajadores manuales cualificados. Los niveles medios se encuentran entre los administrativos y trabajadores no manuales. Por último, los niveles más bajos se dan entre los trabajadores manuales no cualificados”
La
cacareada traición y soborno de las burocracias sindicales no se puede
generalizar ya que lo más probable es que se produjera un proceso de
ajuste entre la existencia de una clase obrera afiliada en muchos
aspectos comprometida con el sistema y sus estructuras de dirección y
representación sindical e incluso política. Y ello, independientemente
de que algunos sindicatos sigan declarando retóricamente su aspiración a
la supresión de las clases sociales.
A fin de
frenar la tendencia a la caída de la tasa de beneficios motivada por la
cada vez mayor necesidad de inversión de capital para mantener la
producción en espiral ascendente, en los años ochenta del siglo XX el
sistema capitalista opta por desprenderse del keynesianismo como modelo
económico y se decide por la implantación del neo-liberalismo. Se abre
un periodo, que se prolonga hasta el presente, caracterizado por la
privatización de empresas estatales, por el desmontaje de los servicios
públicos y la supresión paulatina de las prestaciones sociales. Con ello
lo que se persigue es una bajada de los salarios por la vía de la
eliminación de aquella parte que los trabajadores reciben en forma de
prestación social. Estas medidas son acompañadas de continuos y
renovados pactos sociales con los sindicatos –que con contradicciones
hacen suyos los nuevos criterios neoliberales- consagrando la moderación
salarial, estableciendo nuevas formas de contratación en beneficio
empresarial, anulando derechos, y estableciendo clausulas que
representan retrocesos de derechos adquiridos.
Pero en
una sociedad cuyo motor de desarrollo era todavía la producción de
medios de consumo masivo, el deterioro de la capacidad de compra de los
trabajadores bloqueaba la economía y aceleraba el estallido de la crisis
de superproducción latente en el modo de producción capitalista. Para
evitar tal parálisis se activó a gran escala la concesión de préstamos
al consumo a fin de mantener artificialmente el poder de compra de la
clase obrera y los sectores populares. Así, se incrementó exageradamente
la demanda, y provocó la subida de los precios de algunos artículos de
consumo duraderos muy por encima de su valor real –por ejemplo la
vivienda, que sirvió como inversión especulativa- y se encadenó a
trabajadores a entregar parte de su salario al capital financiero
durante años o de por vida.
2. El caso español
En el
marco descrito es en el que España entra en la llamada Transición. El
desarrollo de la lucha obrera y popular en el Estado Español es
peculiar. Se dan cuatro fenómenos que determinan también la forma en la
que cristaliza el sindicalismo en este país:
- Como en el resto de países, en términos globales, hay un progresivo deterioro real de la capacidad de compra de los trabajadores
- La protección de los derechos de la clase obrera en la legislación laboral cede a la presión neoliberal, al tiempo que los sindicatos mayoritarios van asumiendo las sucesivas reformas laborales. (No hay que olvidar que al calor de la lucha contra la dictadura entre el 60 y el 78, la clase obrera arriba conquistando muchas mejoras). El retroceso en el blindaje de derechos laborales de la clase obrera hasta el mismo inicio de la crisis es palmario.
- Ese deterioro de la capacidad de compra real y de nuestros derechos queda eclipsado por la extensión de los préstamos al consumo. Gracias especialmente a ese desarrollo artificial de la economía financiera y, al final, gracias al “boom inmobiliario”, se percibe en lo inmediato por la clase trabajadora una sensación de progreso.
- Pero además, a esto se suma que, pese a esa disminución de la capacidad de compra real, hay un incremento del salario indirecto, como proyección de la política socialdemócrata del PSOE. Educación, sanidad, y prestaciones sociales se extienden desde los años ochenta. Al final de esta etapa cualquier trabajador percibe que puede asistir a la sanidad ante cualquier problema y que sus hijos pueden tener una carrera universitaria. paralelamente hay una mejora de las condiciones laborales de los sectores vinculados a estos servicios (servicios a la ciudadanía, educación y sanidad). Sectores que tienen un peso importante dentro de la afiliación sindical.
Pese a
la pérdida real de poder adquisitivo de todos los sectores de la clase
obrera. La sensación de progreso de los dos últimos fenómenos señalados
tendrá claras consecuencias, especialmente porque las aparentes
victorias conseguidas no van acompañadas de movilización y participación
de las bases del sindicato. Ni la mejora en las condiciones de trabajo
de algunos sectores (sector público), ni la extensión de determinados
servicios, ni el aparente aumento de la capacidad de compra implican el
compromiso directo de los trabajadores, lo que permite la extensión de la cultura de la delegación y son el abono para la asunción del ideario liberal.
El
sindicalismo que se asienta en esta cultura de la delegación y las tesis
neoliberales es incapaz de confrontar en la actualidad la dura ofensiva
de la oligarquía contra los derechos de los trabajadores, por más que
asistamos a un desarrollo progresivo de la lucha obrera. Es ilustrativo
el hecho de que en España la afiliación sindical sea, según fuentes,
entre el 17,5\% y el 19\% del conjunto de los trabajadores, y en Francia
del 8\%. Sin embargo la mayor combatividad de los sindicatos en Francia
impiden los recortes en derechos laborales y sociales.
Con el
estallido de la crisis económica a finales del año 2007 los grandes
capitales intentan mantener o incluso aumentar los beneficios
empresariales –que entienden como la condición imprescindible para salir
de la crisis- atacando en primer lugar a los salarios percibidos en
forma de prestación social con una continua política de recortes, en
segundo lugar con el mantenimiento de una bolsa de parados suficiente
para posibilitar bajos salarios directos y, en tercer lugar, con
legislaciones que adaptan la contratación de la fuerza de trabajo a las
necesidades de trabajo precarias, inestables y desprotegidas que
requiere ahora un capital que, habiendo descartado el aumento del
consumo interno, mira hacia los mercados exteriores; esperando el
surgimiento de una nueva producción, sector, producto, o invento que se
convierta en motor de toda la economía, como lo fueron los artículos de
consumo duradero.
Las
direcciones sindicales educadas en la negociación, y el pacto social,
previa aceptación implícita o explícita del modo de producción
capitalista, no acaban de entender que en estos momentos la defensa de
los intereses de los trabajadores choca directamente con el modelo
productivo y en el mejor de los casos, se limitan a pedir una reedición
del keynesianismo. Esta incomprensión incapacita a los sindicatos para
situar objetivos estratégicos a medio plazo y organizar respuestas
inmediatas, incluso para su numerosa base afiliada instruida,
proveniente de los sectores públicos, técnicos y trabajadores
cualificados, sobre los que también se está descargando el peso de la
crisis en forma de recortes sociales y salariales directos. Tal es así
que, como ocurre en España, las reivindicaciones, protestas,
movilizaciones, y a veces negociaciones de los trabajadores de sanidad,
educación, y otros servicios públicos circulan por canales diferentes de
los sindicatos tradicionales. Por ejemplo las mareas.
3. Por un modelo sindical capaz de dar alternativas útiles
Lo
cierto es que especialmente la dirección de los sindicatos mayoritarios
(y gran parte del aparato) hoy en sus prácticas asumen los métodos y las
ideas de las clases dominantes (a veces con contradicciones), por más
que, como restos de un pasado combativo, mantengan en sus principios
objetivos a largo plazo. En los estatutos de CCOO, por ejemplo, se
explica que “CCOO reivindica los principios de justicia, libertad,
igualdad y solidadridad (…) Se orienta hacia la supresión de la sociedad
capitalista y la construcción de una sociedad socialista democrática”. Sin embargo, el mismo desarrollo del sindicato ha hecho inocua la apuesta por el socialismo que defiende blanco sobre negro.
¿Quiere
esto decir que hay que abandonar los sindicatos mayoritarios y apostar
por los sindicatos alternativos? Por supuesto que no. El sindicalismo de
delegación, como hemos explicado, ha sido una práctica que se ha
desarrollado al calor del mismo avance del capitalismo, y al que ningún
sindicato ha sido inmune. Mientras que los sindicatos “mayoritarios” han
roto en su práctica con la apuesta por un cambio de modelo social y
como consecuencia, pese a tener centenares de miles de afiliados, su
combatividad ha sido cuestionable; los sindicatos que han caminado más
“alejados” de los métodos e ideas del las clases dominantes y han
defendido un sindicalismo más “puro” han acabado cayendo con frecuencia
en la marginalidad.
Conviene
en cualquier caso entender que el desarrollo de la crisis
necesariamente cambia las relaciones entre los sindicatos y la misma
clase obrera. Aquellos que han sido más combativos en relación a los
mayoritarios en la crisis, se fortalecen. Los sindicatos “mayoritarios”
en épocas de crisis y extensión de la movilización, pese a tener
centenares de miles de afiliados, van a la zaga del mismo desarrollo del
movimiento obrero. Pero siguen siendo útiles a la lucha.
Nuestra
apuesta tiene que partir, primero del reconocimiento de los mismos
límites de la actividad sindical. Un sindicato, en tanto que recoge las
aspiraciones inmediatas de los trabajadores no puede evitar mantener una
dependencia íntima con el sentido común del conjunto de la clase
obrera. Lo contrario es la muerte del sindicato. Un sindicato, además,
en tanto que una de sus funciones, lo quiera o no lo quiera, es regular
las relaciones laborales dentro del capitalismo, solo puede contribuir a
la superación del capitalismo si no pierde de vista la perspectiva
política de superación del sistema. No podemos olvidar que un sindicato
siempre va a tener que llegar a acuerdos con la patronal.
Nosotros
tenemos que participar en aquellos sindicatos que contribuyan a
defender en lo inmediato a los trabajadores sin perder de vista la
perspectiva política. Y nuestra intervención en ellos debe partir de
criterios objetivos: por números de afiliados, por el número de
militantes, por su combatividad, por su relación con la ciudad ciudad,
por la práctica democrática, por las posibilidades de intervenir… Pero
también subjetivos: por las mismas características de nuestros
militantes, ¿cual es el sindicato en el que mejor se puede trabajar?
¿Que modelo de sindicalismo queremos entonces?
Esta
crisis está demostrando que dentro del actual modelo productivo ya solo
es posible un empeoramiento general de las condiciones de vida y
trabajo. Este es un sistema que nos invita a permanecer en él para
retroceder continuamente. En estas condiciones una práctica sindical
consecuente debe volver a situar como objetivo estratégico la abolición
del capitalismo y la construcción de una nueva sociedad capaz de
conservar los logros sociales conseguidos, y dar paso una nueva época de
avance y progreso.
Pero en
estos momentos la fijación de objetivos estratégicos en un nuevo modelo
de sociedad superador del capitalismo no aparece como algo difuso e
ideal que solo sirve para demostrar la adhesión a una determinada
ideología. Ahora, en esta coyuntura y para un largo periodo –salvo que
se diera otra situación imprevista- , la defensa y conservación de las
ventajas sociales logradas dentro del capitalismo y su extensión y
ampliación a otros campos económicos y sociales es incompatible con la
supervivencia del modo de producción capitalista; por lo menos en su
forma conocida hasta el momento.
Por lo
general, los trabajadores afiliados a sindicatos tienen un mayor grado
de conciencia social que quienes no lo están. No es casualidad que la
fuerte ofensiva del capital que estamos soportando busque el
desmantelamiento y derrota total de los sindicatos, por mucho que hayan
asumido la misma ideología de las clases dominantes.
A partir
de ello es necesario señalar los tres ejes que consideramos vitales
para ejercer una acción sindical realmente revolucionaria.
- Plantear una acción sindical conectada con la superación del Modo de producción capitalista. Este objetivo no está divorciado de las cientos de movilizaciones que contra los recortes sociales, en defensa de la educación, la sanidad pública, y por la conservación de las prestaciones sociales se están produciendo continuamente en nuestro país. Pero es necesario que los trabajadores tomen conciencia de la trascendencia estratégica de estas movilizaciones y los sindicatos asuman la necesidad de romper el actual modelo productivo
- Apostar por la democracia participativa. Lo que significa dos cosas:
- Apuesta por la transparencia y la participación directa de los militantes y el conjunto de la sociedad en la toma de decisiones. Tanto de los órganos de dirección como de las líneas de trabajo. La cuestión de la democracia participativa se tiene que adaptar a cada momento de desarrollo de la conciencia colectiva. En este sentido, unas primarias abiertas no aseguran la participación ni mucho menos la democracia de una organización, pero en el momento en el que se cumplen las condiciones de que las direcciones de las organizaciones están copadas de conservadores y a la vez están alejadas del movimiento y aspiraciones de la gran mayoría de la sociedad (que a día de hoy se encuentra en posiciones más progresistas que los dirigentes sindicales), las primarias abiertas significan a la vez el hacer un llamamiento a la participación y el barrer de las direcciones sindicales a aquellos que utilizan los sindicatos para otros fines.
- El acceso a cualquier órgano de dirección se debe hacer con apoyo de las bases primero del mismo sindicato, segundo del resto de la sociedad y con la explicitación de un programa y principios básicos.
- Recuperar la solidaridad como el principal punto fuerte de los sindicatos. Los sindicatos no hubieran sido posible si no hubieran utilizado la solidaridad como arma principal. La resistencia contra la burguesía, de un trabajador aislado, resultaba inútil, pero la existencia de unas condiciones de vida y explotación más o menos uniformes facilitó la organización y el apoyo mutuo en las luchas y movilizaciones. Los sindicatos de gestión y asesoramiento –que por lo general han renunciado a la práctica de la solidaridad como instrumento de presión en los conflictos- son incapaces de resultar útiles para los trabajadores de pequeñas empresas, aislados precarios, sometidos a mercados de trabajo desregulados, o regulado de forma retrograda, ilegales, porque en caso de violación de los derechos laborales, incumplimientos de contratos u otros abusos tan frecuentes en las empresas, no aportan otra vía para la defensa de los intereses del trabajador más que el asesoramiento legal, y la mediación. Pero no consideran la movilización en solidaridad como servicio a prestar a fin de inclinar a su favor la resolución del conflicto. Una práctica de clase consecuente pasa por el ejercicio de la solidaridad sindical combativa en todos y cada una de las batallas que se libran en el ámbito laboral. Sin ella, los sindicatos obreros solo hubieran sido posibles en grandes fábricas. Y, sin ella, los trabajadores diseminados en pequeñas empresas, que además son los que peores condiciones de trabajo y salarios soportan, seguirán sin ver su utilidad.
- Romper la actual legislación antiobrera. Desde los años ochenta del siglo pasado los trabajadores españoles han soportado continuas, leyes y decretos, que establecían distintos tipos de contratos diseñados en las oficinas de la CEOE; se recortaron los años necesarios para hacer el cálculo de la jubilación; se redujo la indemnización en caso de despido improcedente, se acorto el cobro de la prestación por desempleo; se establecieron contratos que legalizaban la sobreexplotación para los jóvenes, se pusieron a disposición de las empresas contratos para algunas horas diarias, cuando en realidad se emplea a trabajador todo el día, etc. Casi todas estas medidas gubernamentales han sido sancionadas por los actuales sindicatos mayoritarios con una huelga ritual, o una “enérgica protesta”, para a continuación llamar al cumplimiento de la legalidad. Pero nunca, los sindicatos se han propuesto luchar por la aprobación de una ley que claramente represente un avance de los trabajadores, o la derogación de algunas de las cientos aprobadas en sentido contrario. La conquista de mejores condiciones de trabajo, al estilo de la lucha por la jornada de 8 horas, o los derechos sociales y laborales adquiridos, parece que ya no está en los objetivos de los actuales sindicatos.
Pero la
resistencia contra los efectos de la crisis nos ha mostrado que con la
movilización es posible hacer retroceder a una ley injusta. Y que no hay
causa más justa que movilizarse contra una ley injusta. La lucha de la
Plataforma de Afectados por las Hipotecas es un ejemplo.
El Tratado de Libre Comercio (TTIP) EEUU-UE: la fase superior del capitalismo
EEUU y la UE están negociando un Tratado de Libre Comercio e Inversión con total falta de transparencia y que está pasando desapercibido para la opinión pública.
La
mayoría de los textos negociados son secretos; pero gracias al trabajo
de entidades de la Sociedad civil y grupos políticos de izquierdas, se
han filtrado borradores del acuerdo y aspectos muy importantes de las
negociaciones. Como dice el premio nobel Joseph Stiglitz sobre la
negociación clandestina del TTIP , no se entiende tanto secretismo, a no
ser que lo que están tramando sea realmente malo.
Por lo
que se sabe hasta ahora, este tratado sería una clara amenaza a los
derechos de los ciudadanos y un ataque a la soberanía popular. Estamos
ante un nuevo instrumento del neoliberalismo, un acuerdo para garantizar
los intereses del poder capitalista; ya que concentraría todavía más
poder en las manos de las élites económicas.
Uno de
los efectos del TTIP sería la pérdida de control regulador. La UE
pretende dar cabida a la permisiva legislación norteamericana sobre
cultivos transgénicos, normativa sanitaria, ambiente muy alejada de los
estrictos controles de calidad y seguridad europeos. Es un ataque al
modelo social europeo y supone un importante giro en regulación europea.
Pretende
eliminar las barreras reguladoras que limitan los beneficios de las
multinacionales a ambos lados del Atlántico. Las multinacionales
tendrían derecho a cuestionar las decisiones que tienen los Estados
soberanos y a ser indemnizados cuando éstos les perjudiquen. Para colmo,
el Tribunal no sería público, sino privado.
Capítulo
importante merece este pacto sobre la “Protección de Inversiones”, que
permitirá a las grandes compañías reclamar indemnizaciones ante los
“Tribunales internacionales de arbitraje” (con abogados de las mismas
empresas) a los Estados, si consideran que sus beneficios económicos o
sus expectativas de ganancias se ven afectados por leyes o políticas en
un país en el que han invertido. Es decir, si no ganan lo que quieren,
pueden demandar en tribunales privados al Estado en el que han
invertido. Pasarían por encima de la soberanía de los gobiernos y
parlamentos para favorecer los intereses y beneficios de las
multinacionales y grandes compañías.
Permitiría
a los bancos eliminar regulaciones así como demandar a los gobiernos
por “pérdidas de beneficios potenciales” y recibir compensaciones
pagadas con los impuestos de los ciudadanos. Y demandar al gobierno, si
éste resolviese por ejemplo, no pagar la deuda ilegítima para garantizar
los derechos sociales de la población.
Conservadores
y socialistas intentan vender el Tratado basándose en un único punto:
más comercio, más empleo. Los beneficios serán la creación de puestos de
trabajo. Pero si los supuestos beneficios económicos del Tratado
dependen de la eliminación de reglamentos y normas, nos veríamos
afectados por recortes sin precedentes en derechos sociales y laborales.
El
Congreso rechazó una moción planteada por IU, que pedía a Rajoy
paralizar las negociaciones del TTIP, algo que rechazaron la mayoría de
los grupos. De hecho, PP, PSOE y UPyD también votaron en contra de
realizar un referéndum. El PP volvió a echar mano del rodillo de su
mayoría absoluta para impedir una comisión que pudiera explicar a los
españoles cómo les afectaría este Tratado. Según el PP “es necesario que
estadounidenses y europeos nos pongamos de acuerdo en las nuevas reglas
del comercio y la inversión. Solo así se va a conseguir liberalizar
muchos sectores con complejas normas de seguridad y control.” Estas
palabras son bastante esclarecedoras.
Hoy,
luchar por una democracia real, por la defensa de los servicios
públicos, por el trabajo digno y los derechos de los trabajadores, pasa
también por luchar contra el TTIP. Esto no es sólo comercio. Esto es un
acuerdo que garantiza derechos a los inversores por encima de los
ciudadanos. Es la institucionalización que necesita el neoliberalismo
para consolidar su régimen. En definitiva, la pérdida de la soberanía
popular ante unos inversores voraces que ya no respetan ni las normas
más básicas del pacto social.
Esto
acabaría de culminar la etapa superior del capitalismo. Están muy
interesados en esconder este tratado, por ello necesitamos una
ciudadanía consciente e informada para poder responder y movilizarnos
YA.
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