¿Es posible una reforma sin ruptura?; una reflexión de Julio Anguita
Cualquier fuerza política o social que se proponga implantar en su
país los contenidos políticos y sociales de la solemne Declaración de la
ONU del 12 de diciembre de 1948, debe ser consciente de que se verá
abocada a afrontar este dilema: ¿ruptura o reforma?
Lo que está ocurriendo con el programa económico de Podemos redactado
por los catedráticos de Economía Navarro y Torres, lo demuestra con
creces. Ninguna reforma que sólo se limite a cambiar contenidos
secundarios, cuando no formales, podrá salir adelante porque las
reformas superficiales no concitarán en torno a ellas la base social
activa que todo cambio necesita.
Pudiera pensarse que tal vez una serie de reformas escalonadas en el
tiempo produciría el tránsito de la reforma a la ruptura. En ese caso
los protagonistas del mensaje y del proyecto deben explicitarlo en el
frontispicio de su propuesta para que ésta sea entendida por los
beneficiarios del mismo.
Los que objetan que las medidas propuestas son irrealizables ( y eso
que Podemos ha dado marcha atrás en algunas cuestiones) llevan razón
porque, efectivamente, en el marco de la economía que funciona realmente
como un hecho consumado, esas propuestas son de muy difícil aplicación.
Y aun así, tendrían la oposición y el sabotaje del estatus y, por otra
parte, no tendrían el apoyo social de quienes confiaron en cambios
profundos.
El peor de los errores en que se puede caer consiste en
buscar la legitimación del poder para poner en práctica decisiones
económicas que lo cuestionan. Es decir, la simple aplicación
consecuente del texto constitucional vigente desde 1978 produce la
ruptura; por eso es sistemáticamente incumplido. Y es que el problema,
por muy económico que parezca, es eminentemente político, o sea de
correlación de fuerzas, intereses y apoyos sociales a ellos. Este país
llamado España tiene ante sí el dilema que ya se presentó en 1975.
Aprendamos la lección.
eleconomista
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