Burdos y tristes tópicos típicos sobre los comunistas made in “El País”.
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Armando B. Ginés⎮Rebelión⎮31 enero 2015
Para el periódico global El País, santo y seña de
la progresía urbana bipartidista, los comunistas son objeto recurrente
de cierto tratamiento especial en sus páginas, entre la ironía distante y
el tópico grueso según venga a cuento o en función de la pluma de cada
redactor o articulista.
En palabras de Manuel Vicent, uno de los pesos pesados históricos del rotativo dentro de su elenco con mayor pedigrí, los comunistas
recios y auténticos no tienen humor, subliman el placer y, en fin, su
vitalidad siempre se encuentra en entredicho, salvo una honrosa
excepción: Manuel Vázquez Montalbán.
Parecen recursos estilísticos sin ningún
afán ideológico o intención más allá de lo descriptivo o literario. Sin
embargo, estamos ante un tópico típico de escritores o periodistas que
hacen suyos (y los alimentan y dan publicidad gratuita) los prejuicios
del establishment cultural capitalista.
Alrededor del concepto comunista, al
menos desde el franquismo en España, quizá antes en los mentideros de la
crema intelectual orgánica de las clases altas, se ha venido tejiendo
un vasto campo semántico que relaciona la palabra directamente con
situaciones, hechos o ideas claramente negativas. A Vicent cabría
pedirle una sutileza superior a la media habitual para sortear con
decoro una sintaxis tan pobre, trillada y maloliente.
Vicent, y tantos otros literatos, aún
mantiene como verdad absoluta e icono predilecto de sus miradas
arraigadas en el tiempo, las añejas imágenes de los últimos jerarcas
nonagenarios soviéticos asomados a los balcones del Kremlin en pose
adusta e hierática, prieto el ademán ante el frío ambiente y el juicio
inminente de la devastadora actualidad que se les venía encima.
Extrapolar esa foto congelada a la
compleja realidad histórica no es más que pereza del conocimiento por
exigir un trabajo más selectivo al espíritu crítico. Vicent, y tantos
otros exegetas acomodados al bipartidismo y ensimismados en su silencio
creativo, olvidan que los comunistas a lo largo de la historia han sido
los individuos más buscados, vilipendiados, vejados, golpeados,
encarcelados, perseguidos, torturados y asesinados por el régimen
capitalista en sus diferentes versiones políticas y geográficas.
Que la vida penda de un hilo suele
provocar tensión muscular y, tal vez, el gesto de la sonrisa no quede
tan simpático ni logrado como en los comunistas buenos o de los buenos
tiempos de paz una vez restablecida la democracia parlamentaria formal.
Mientras eres perseguido, el tiempo para los placeres mundanos suele ser
escaso y, además, los hombres y mujeres comunistas son y han sido gente
trabajadora en su inmensa mayoría, por tanto los suculentos placeres
capitalistas de hoy en día, y los de ayer, están lejos de su alcance
económico.
Siguiendo la tesis estrecha de Vicent y
El País, ¿consideramos como gente con humor a Hitler, Franco, Mussolini,
Pinochet, Videla, Suharto o Idi Amin? Esos sí que eran líderes
capitalistas del mundo libre como Dios manda, aunque sus placeres
particulares quizá superaban y exceden ahora mismo los gustos exquisitos
del óptimo demócrata progresista.
Eliminen los nombres anteriores por
demasiado tendenciosos y prueben, por ejemplo, con Bush hijo o Mario
Vargas Llosa: el primero es el causante de millones de muertos inocentes
en Irak y Oriente Medio, mientras el segundo nada más que es
responsable de dar cobertura estética de autoridad infalible al
neoliberalismo rampante de los últimos años. Seguro que ambos personajes
(ninguno de los dos comunista, por supuesto) son gente afable que jamás
se priva del humor ni de los placeres de la vida, muy al paladar de El
País y Vicent.
No hay tópico neutral o inocuo. Todo
tópico anquilosa la capacidad de pensar y fija las ideas a la mente y al
discurso como verdades inquebrantables y definitivas. Detrás de cada
tópico existe una historia dialéctica larga y contradictoria, de lucha
ideológica, social y política que escoge algunas palabras concretas como
tabú que arroja así en bruto a los lectores confiados y al público en
general para facilitarles una línea de interpretación que no ponga en
cuestión el orden establecido.
Las palabras cambian de sentido o
recuperan sus orígenes muy lentamente. Detrás de cada medio existe una
intención política oculta. Y en cada articulista que se somete al
dictado del orden establecido, al menos opera una pereza intelectual
dolosa: el que vive de las palabras, los conceptos y la sintaxis sabe
muy bien que elegir una palabra u otra es una alternativa ideológica y
política y que dejarse llevar por los tópicos empobrece la capacidad de
comprensión del lector y restringe a la vez su saludable espíritu
crítico.
Los tópicos mal usados y fuera de
contexto explicativo tienen tal fuerza descriptiva que convierten en
verdad anécdotas secundarias o prejuicios culturales, dando pie a
interpretaciones erróneas o sesgadas del mundo en el que vivimos y de la
memoria histórica.
Ya existe demasiada producción cultural
de saldo y también elitista, que refugiada en tópicos banales
debidamente procesados por los laboratorios populistas o posmodernos,
eleva a mercancía literaria obras de dudosa calidad. El uso y abuso de
los tópicos crea un sentido común vicario de las relaciones de poder
hegemónicas. Ir contra el tópico es situarse a favor de que la razón
crítica pueda abrirse hueco en la realidad capitalista contemporánea.
Y, qué duda cabe, lo dicho hasta aquí
sirve igualmente, con algunos matices peculiares, para otras palabras
devastadoras dentro de los tópicos capitalistas negativos. Rusia,
Venezuela, Cuba, anarquista, rebelde, rojo, sindicalista y otras
similares juegan en la imaginación popular roles muy parecidos a
comunista. Lean atentamente y verán cómo los tópicos ideológicos afloran
copiosamente como las setas silvestres durante las lluvias
primaverales. Salirse del tópico fácil resulta sumamente difícil porque
su idea forma parte de nuestro acervo emocional más profundo.
Los tópicos no tienen apariencia ni de
verdad ni de mentira. Simplemente funcionan bien. Ahí radica su enorme
potencialidad intoxicadora o venenosa. Manuel Vázquez Montalbán era un
comunista atípico para El País y Vicent, un comunista bueno.
Los comunistas que van a la huelga son
toscos y feos. Y los que fueron asesinados por Franco, Hitler o
Mussolini poniendo las bases de las democracias imperfectas actuales,
hoy están mejor en el olvido histórico. Su sangre y su recuerdo no casan
bien con la estética posmoderna. ¡Esos comunistas ni tuvieron humor ni
disfrutaron de la vida como los buenos comunistas literarios de Vicent y
El País!
Muertos, hasta los comunistas pueden alcanzar la belleza que se les niega en vida.
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