Sociología ideológica

viernes, 1 de enero de 2016

Cuatro fábulas de consumo navideño

Cuatro fábulas de consumo navideño

Cuatro crónicas navideñas para leer juntas o separadas. Si va pendiente, apague el Directv, si no, léalas por separado. O no lea un coño.

1. La fábula de la catástrofe navideña

Siempre, incluso en un diciembre tan bajitono como este, los días antes del 24 de diciembre son un opulento bombardeo de pronósticos, catástrofes, promoción del desencanto por el sentimiento fallido de una presunta navidad incompleta, con todos los corotos posibles.
Los titulares relacionados al tema en torno a los elementos de consumo tradicionales de fin de año dibujaron ese terrible escenario desierto, vacío, mortal, en el que nada iba a haber, y la cena venezolana del fin de año de vaina y llegará a mortadela de tapara, mayonesa y pan jólsun. Y ciertamente, pagar todo el combo completo que compone esa suerte de canasta familiar de emergencia que reúne a todos los atavíos de la comida y la caña para fin de año, costó treintisiete veces más que en el ya económicamente vapuleado 2014.
Hoy es 25 y no voy a hablar de las causas y la madeja económica otra vez. Pero hablando en términos culturales, la presión de la ídem en todo esto es descomunal. Y no dejó de haberlo en los días pre 24. Pero al menos en Caracas no se percibía en su intensidad habitual esa lógica frenética del diciembre suicida. Hubo más silencio, volumen bajo.
Pero -porque existe un gran "pero"- no se puede asegurar que el momento de la reunión y la parranda tuvo los ribetes de 2002. Posee otras tensiones. Y no por ellas y a pesar de la catástrofe de los centavos, no fue poca la gente que pudo apañarse de alguna forma en lo "esencial" de pasar el 24. En muchos casos no hubo niño Jesús, pero al menos unos zapatos; hubo cena navideña, hubo reunión, peas descomunales y amanecidas, parranda. Se sostuvo desde cierto punto de vista el habitual espíritu de reunión y reencuentro. Y eso, en cierto modo, también es resistir.
Pasó un fin de año incluso más difícil que el pasado, y "las peores navidades de la historia de la humanidad" no sucedieron como tales. En un artículo queescribimos Wiliam Serafino y un servidor en algo le entrompamos a la economía cultural de fin de año. Cómo es una generación en particular la que todavía se representa la navidad con las variables simbólicas e hiperconsumistas de fin de siglo. Uno no padece ese mal cuando desde el día que tiene memoria existe la palabra "crisis" en el vocabulario.
Dos lecciones entonces: una cosa es la Noche Buena venezolana y el encuentro, y otra esa versión subcultural que todos los años se anuncia como su fin. Y ciertamente. Porque, la otra lección, no hay posibilidad de sostenerlo así como se imagina, sea a partir del "modelo" que sea.
Al menos yo las asumo.
No hay posibilidad de sostener la versión subcultural de la Noche Buena como se imagina

2. La fábula de los precarios (contada al estilo Gustavo Borges, el viejo)

Hay un momento por la mañana temprano, antes de que se haya derramado demasiada sangre, antes de que la crueldad de los fuertes haya alcanzado su apogeo, cuando los jugadores nocturnos caen dormidos al fin y se libran de su tristeza, hay un momento en el que el nuevo día parece casi inocente.
John Berger
Si en la primera fábula se narra una descripción de "lo común" y de "lo normal" en la dinámica decembrina, sin considerar su nivel de desafección o lejanía, o la dimensión de su interpretación religiosa o seglar, y se habla de lo colectivo en sus niveles familiares o de amistades, y se pondera dentro de eso que ese sistema de relaciones la puede asumir una gran mayoría de la población, luego también existe quienes la padecen con una precariedad, se diría colombianamente, "del putas".
Conmemorar una fecha y obligarse a ejercer una serie de afectos independientemente del nivel de alienación familiar, señalan el ritual de la reunión, el acto de modificar la linealidad de lo fatal del tiempo y ganarle una a la soledad. Eso que entraña la fibra tiene sus usurpados, sus evidentes desposeídos, su posibilidad proscrita de desarrollar el mapa del deseo, del corazón y de la espiritualidad de verse con quien quiere y se quiere.
Tocó correr para comprar el pan de jamón a precio de última hora del 24, con su respectivo impuesto de guerra económica en la panadería. Siendo ya las 7 de la noche y ya mucha gente adobada, borracha o en todo caso empleando la plusvalía en otra cosa que no sea el trabajo. Y de los improvisados como uno, con la neura de la compra a última hora. Yo compré en la panadería abierta que quedaba, y mi hermano decidió en la última hora de la última hora contribuir con otras cosas.
Salí a fumar mientras hacía su cola, que no era el único, para luego arrancar.
Me crucé en la fumadera con la amiga que todavía me queda de la gente que ahí trabaja (rara vez, en este tipo de sistemas, la gente dura más de seis meses). Arrecha estaba y no le faltaba razón: el portupatrón les había anunciado que cerraban a las 5. Ya eran las 7 y no había seña de que fuera a parar ni el despacho ni el sifrinaje habitual con la compradera. Y, de paso, me decía, le iban a quitar la botella al combo que le daban a todo el personal. Alguien le contó que el año pasado fue así.
Me dijo que no estaba clara si esas horas extra se las iban a pagar. Ella tiene tres niñas, y vive cerca de Primero de Mayo. Para hoy 25 pagaban triple para el que decidiera ir a trabajar, porque también tenían la opción de librar. "Que se meta el 25 por el culo", dijo la cristiana, "ni de vaina vengo mañana".
El resto del aguinaldo consistía en un pan de jamón, la botella y una pasta seca por persona. Cero metálico, obviamente, cero porcentaje de esas horas de ñapa y desgaste con las que los dueños salían caballo blanco, en una panadería que se conoce como "la joyería". La historia de siempre: no hay que trabajar en Econométrica para saber cuánta ganancia se estaba "arriendando" el portupatrón.
El cuarto mundo es el menos atractivo, y el de mayor potencia para hacer revolución
Entonces se tienen esas navidades fracturadas. Fractura del tiempo de vida, del mismo derecho sobre el papel que otros sí tuvimos anoche. Una aproximación a esa precariedad que hoy impera a niveles de pandemia en un mundo donde se pierde de vista la millonada de almas (sin importar edad o identidad) que sencillamente no son sujetos de derecho, que cada vez son más, y se (¿les?) prefigura en lo global un destino aún más fatal. La esclavitud estéticamente suavizada donde el salario es la cadena más eficaz.
El 6 de diciembre, por cierto, no se le dio permiso al personal para ir a votar.
La compañera de la panadería; los millones de gariteros, guachimanes, vigilantes; el combo de turno del aseo haciendo su propia cola en el cajero viendo a ver si se hizo efectivo el bono navideño; las indigencias múltiples; a quien le toca una maldita guardia en un call center, a quien obligatoriamente se le hace más gris la ilusión del festejo; todos son expresión de la misma errabundia y peso de la miseria que hace que otros tengamos la ilusión de que el encuentro se da por sí solo. Ahí se prefigura, en toda su macabra lucidez, el modelo de humanidad al que se le apuesta con la combinación "de todas las formas de lucha"... del fascismo. 
Que cada quien administre lo que le toca de vergüenza dentro de esa ecuación. Sobre todo cuando esa definición actualizada de proletario no complace mucho a esa franjita de opinión de "sin tetas no hay leninismo", porque no se trata de un obrero de la industria pesada.
El cuarto mundo es el menos atractivo. El más vulnerado. Y el que tiene la mayor y más dura potencia para hacer revolución. Que es, en realidad, lo menos atractivo que hay. "La vía revolucionaria era la menos popular", dijo Melissa Harris-Lacewell, asistente de Martin Luther King cuando el pastor decidió reivindicar las huelgas automotrices en el estado de Tennessee, pellizcándole el culo al mecanismo de acumulación.

3. Fábula del lego y el cadivismo

Mi niña está en la plenísima edad del juego. La imaginación le madura bellamente y se encuentra justo en el punto en el que cada accidente y cada elemento puede ser cuña pa construir universos. Sin hambre, sin frío y sin desamparo, tiene el chance de desarrollar eso que será luego estratégico para la plenitud del corazón cuando la fantasía noble sea derrocada por el desencanto irrefrenable del crecimiento.
Así ya hayan cosas que le duelan en el corazón, al parecer de este cronista, ella sigue en su derecho a negar ese dolor en la medida en que la función de padre mitigue la posiblidad de peligros espirituales innecesarios.
Luego está la tanda de lo inevitable. Y en esa parcela de la cosmovisión en la que el juego y la imaginación son los principales valores revolucionarios de la infancia (y no la verdad y el sincericidio). Toda madre y padre quiere algo más o menos en esa dirección, más allá del esquema de valores en el que se mueven. Así para algunos a la hora de explicar las bondades de compartir la principal referencia moral sea Peppa la cochinita británica.
En esa medida, comprar juguetes en navidad para uno al menos que además de desordenado no ostenta la capacidad de comprar una mierda de plástico a 25 mil bolos (ni está interesado), dadas las circunstancias, se vuelve un maldito suplicio. La verdadera batalla ideológica es al criar, porque ni lo que la adultez entiende por valores revolucionarios funciona por sí solo. Con adultos es un paseo. Un vano paseo.
Para la discusión: con qué carajo deberían jugar nuestros hijos
Este año fui aproximadamente a 13 jugueterías. Signo macabro de la oferta y la demanda con casi nada, y como le tocó al resto de padres con preocupaciones clasemedieras que habitan los principales centros urbanos de Venezuela ("mi país, tu país"), a todos los sitios donde fue a buscar algo aproximado a la basura que la hija o hijo vio por televisión y quería para alcanzar su deseo, encontró la misma exacta, única, indiscutible, plena como la luna llena, cagada de plástico del mismo, único, exacto, indiscutiblie y pleno como la luna llena, distribuidor.
Y a partir de esa muestra sintomática, y ahorrándonos la lamentadera por no "conseguir lo que quiera", como todo al moverse en tiempo de crisis, aparece la discusión sobre con qué carajo deberían jugar nuestros hijos, más cuando en momentos como este queda en evidencia lo que proveemos como herramientas para imaginar. Y el mierdal que se repetía en esa docena de jugueterías era un martilleo que recordaba a la guerra económica en su variable más brutal: contra los hábitos del consumo infantil. 
Y así como mis regalos para mi niña (incluyendo al niño Jesús) no estuvieron a la altura de lo que vio durante meses en Directv de lo que ofrecía la lógica Kreisel, fracasando a tal punto que sólo por ese detalle se dio cuenta de que el niño ídem no le leyó su carta porque no le trajo nada de lo que quiso, consigo apareció la oportunidad de venirle con la verdad aquella de que el fulano carajito que reparte regalos en navidad no existe (para que ella lo descubra por sus propios medios, se entiende).
Porque en el fondo subyace el proceso en que a mi hija y al resto de la infancia la llevan al estatuto exclusivo de consumidora que tienen sus padres, y que todavía no tiene asentado. De acuerdo al acceso de sus representantes al lado más de pinga de la desigualdad.
Sí, claro, aparece el cuento de los juguetes artesanales, de los juegos que no parten de una lógica competitiva y suma-cero, etc. De ese mercado en principio anticapitalista, pero que en gran medida depende de lo material en eso. Pero el problema no está ahí. Se sabe que toda escuela de administración en el norte global, toda escuela de Master On Bussiness & Administration (los MBA, los em-bi-éi de los yupis que tienen postgrado en especulación y acumulación estructural) los entrenan para fabricar necesidades. Y que la base operativa de toda la propaganda del consumo se enfoca principal y fundamentalmente en los niños como objetivo (el target).
Así lo atestigua descarnadamente el documental La corporación, basado en el libro homónimo de Joel Bakan, donde al analizar la persona jurídica de una corporación se confirman todos los rasgos de una personalidad psicopática. Y esa psicopatía se enfoca principalmente en los niños en el estímulo simbólico de ese mercado, en moldearles el deseo y la imaginación vía la comiquita y su respectiva figurita de plástico. Y aquí es donde se me embarranca la historia.
Porque por la baranda, mi señora madre, planificadora al fin, le compró por internet un castillo de Lego del carajo, meses antes de la coyuntura navideña para que llegara a tiempo con x persona que viajó al x lugar donde lo compraron. Un castillo enorme, complejísimo y sencillo a la vez. Universalmente bello. A los juguetes Lego, como se sabe, los arropa un aura cercano a la perfección en cuanto a su estructura lógica y su mecánica en el que de lo sencillo se alcanzan armazones arquitectónicos complejos. En cuyas piezas las combinaciones podrían ser casi infinitas en su tarea de reproducir el mundo.
Es de origen danesa, de 1932, y con un principio elemental de construcción, es decir, series de piezas suficientemente dúctiles como para emplearse en diversas modalidades de construcción, que cuentan con minuciosas e impecables instrucciones para construirlas, y que en principio desarrollaban una trama narrativa del juego en relación a las instituciones (urbanas) esenciales: la policía, los bomberos, los hospitales y las ambulancias, la vivienda modelo, y otras figuras del paisaje urbano en los servicios, en aspectos de lo industrial, etc. Había cierta "nobleza" en la composición de relatos que ofrecían en tanto juguetes.
¿Cómo custodiaremos el juego mientras piloteamos en alienaciones?
Eso avanzó con el tiempo, y desde lo externo se constata que Lego asimiló por completo todos los elementos del corretaje de la "industria cultural", la fábrica antropológica del consumo, al reproducir en su oferta toda la gama de sagas y narrativas del mercado (desde algunas propias a laGuerra de las galaxias). En algún momento Lego fue absorbida por la Shell. Obviedad de obviedades, sus particulares ladrillos (imitados de miles de formas en formatos más baratos) son petroderivados.
Y si este servidor que en su infancia era un indiscutible integrante del sector B de la sociedad, y si con esos beneficios creció jugando con esa juguetería, los Legos que se disponían apelaron a esa institucionalidad descrita más arriba, reflejando en su fuero interno el imaginario y la narrativa de la ciudadanía adaptada a la vertebración de la socialdemocracia escandinava, con una simbología estable, y poco abiertamente orientada ideológicamente, hoy en día Lego es parte de la supermaquinaria del aparato de propaganda turbocapitalista.
Y así como asimila códigos y produce los suyos propios, valiéndose de una de las operaciones lógicas más profundas de la niñez, la construcción, Lego en su fase actual instala las narrativas macabras, aplanadoras y nacionalicidas de las fábulas corporativas. Impone narrativas estúpidas y espectaculares, individualizantes y banales.
Si antes lo "neutro" de la institucionalidad liberal danesa ofrecía la posibilidad de ciertos límites, el mal como personaje cobra otras facciones más deliberadas, dibujando al mundo entre buenos y malos, de acuerdo a la lógica Shell y del aparato neocon. Entubando las posibilidades de la historia que pueda desarrollarse con los juguetes que proponen.
Por más fantasía ascéptica y blanca que se disfrace.
Y ahí llego al cierre y nuez del asunto. ¿Cómo carajo hacemos con el moldeo del espíritu que habita el juego en nuestra carajitada, sin que caiga en el seudovirtuosismo de los niños macrobióticos pero tampoco en el lobotomizado ciber perverso polimorfo clasemediero, ni en el que a los 14 ya da sus primeros pasos sicariales en la autopista de la muerte del hampa cada vez más paramilitarizado?
¿Cómo custodiaremos el juego mientras piloteamos en alienaciones, quienes al parecer tenemos tiempo para eso?
Amar es creer y eso ofende a la imposibilitada razón vericueta de lo racional

4. Ser cristiano en 2015

a Numa Molina
y a los genios anticlericales: mamen
Soy, como tantos, bautizado cristiano por convención y no por elección. En el siglo XVI, cuando los anabaptistas propugnaban que la religión era una elección que se reservaba para la mayoría de edad, 18 años, todos fueron calcinados en la hoguera. Por lo que, visto así, salimos barato. De vaina y crecí a una repulsa a la copeyanización del cristianismo como modelo moral tan inherente a mi clase detestable.
Fui bautizado católico e hice la primera comunión, pero de ahí a identificarme con Baltasar Porras o "monseñor" Lückert o con los asquerosos pañales repletos de hiel de Ovidio Pérez Morales, ha sido tarea imposible; me formaron católico pero no hijueputa. Y para un atribulado "sifrino con un ego enorme", el tema dios y la religión ha persistido. Pero antes de 2015 valía de otra forma a lo que es ahora, si se pone en perspectiva.
Nunca he sido ateo, ese no es uno de mis problemas. Tengo, de paso, la fe maleable. Pero admiro el ejercicio de la misma como se presenta ante el mundo y sus guerras, porque ojalá pudiera hablar de las paces si no fuera una nostalgia de cuando el frío no recorría el espinazo de la bala. Y la fe encarna otra variable de la herencia cultural que la progresía abjura por peines.
Hoy ser cristiano, fuera del mierdal de la multipropaganda y los multintereses, es estar en peligro. De nuevo: no soy religioso, pero asumo lo cristiano y sus maleabilidades por herencia cultural, por ser hijo de un país mayoritariamente así. Hoy quiero ser cristiano en esa medida, no sólo en la del estar por ti para que no caigas, sino en la de que soy cristiano y sobrevivo a lo peor de la muerte: a las nuevas variables del fascismo nihilista. Me matan porque quiero creer, no importa en qué. Entonces me matan por amar.
Y en esa medida, el peligro de ser efectivamente cristiano deslumbra. En el Donbas ucraniano los ortodoxos pelean contra unos hermanos escindidos, y la navidad de sus niños no es esta del 25. Pero cristianos son, en guerra y en hambre y en dolor. También sus agresores.
En el otro tablero, los grandes agresores y campeones del exterminio blanco son cristianos, y fundamentalistas, y dementes, y cretinos, e impecablemente matones. Y matan en razón de un presunto algo superior. Sus "valores" cada vez más se desdoblan de la fe de los habitantes de Malula, donde se habla arameo, la lengua de Cristo. Y sobrevivió, de nuevo, a la pruebla del tiempo que le supusieron el frente Al Nusra y Ahrar al Sham. Se han perdido dólares por coñazo.
Se cagan olímpicamente en el hecho de que son ellos los pluscuancristianos que expulsaron a la mayoría de cristianos de Irak, y que los martirizaron como a Tarik Aziz. Mi admirado cristiano caldeo Tarik Aziz (repito su nombre).
Que la muerte impregne a los católicos orientales de Siria le sabe media mierda al ultracristiano McCain, por ejemplo. La misma mierda que masca el Cardenal Velazco, su monseñoridad, más ocupado en meterle armas y almas a la mendozización de la guerra en Venezuela, Bolivariana, para mayores urticarias, que al corazón de ayudar al prójimo, que según él mismo tanto necesita.
Nervio fundamental de toda revolución: que usted sea capaz de hacer que a quien tiene cerca, o lejos, sufra menos
Amar es creer y eso ofende a la imposibilitada razón vericueta de lo racional, venga del campo de la izquierda o la derecha. Quedan vaciadas, simulan comprender y no lo hacen. No creen en la fe, igual que el Estado Islámico.
Y por eso celebro que lo revolucionario hoy es que Hezbolá sea el principal defensor de la cristiandad, que sus milicianos, ante cada reconquista, saluden con tanta reverencia a la virgen María y repongan la estatua de la señora en Malula. Que me haya conmovido cuando Serguei Shoigu, ministro de defensa ruso, al inaugurar la marcha de la victoria de Stalingrado contra el fascismo, en mayo, se haya persignado.
Que al ver las imágenes de los devastados (pero rescatados) pueblos cristianos de Latakia, en el noreste de Siria, haya sido el multicultural y multirreligioso Ejército Árabe Sirio el que lo haya logrado, y que los sunitas de Tartus inauguren una mezquita nombrada en honor a la mismísima vírgen María que le quiebra la estabilidad ideológica a los (idiotas) predicadores wahabitas del Estado Islámico, y que sea la misma virgen que adoran en Guasdualito, como desafío al idiotismo ideológico de los tafkiris del Estado Islámico, me siento cristiano en tanto que reúne una de las formas más poderosas de resistir al balbuceo de la muerte y de la nada. Pudieron más por cristianos, pudieron más que Dick Cheney.
En el norte de Nigeria las principales víctimas cuando empezó a operar Boko Haram eran los cristianos, hoy su principal objetvo y el de las peores facciones de su ejército, son los chiítas nucleados alrededor de Ibrahim Zakzaky. Porque son los chiítas los que mejor han protegido a los cristianos en toda la geografía del globo. En la iglesia de Belén, en la Palestina ocupada, por otro lado, George W. Bush y Tony Blair tienen prohibida la entrada. Fue una monja católica la primera en denunciar la farsa de los ataques químicos con gas sarín en Guta, en las afueras de Damasco, en 2013.
Las convenciones ideológicas del siglo XX ya están totalmente incapacitadas para entender estas mecánicas hermosas de la realidad ante la muerte. El principio de toda virtud humana. No me quiero imaginar cómo les irá al discutir valores con esa dirección ética. El nervio fundamental de toda revolución: que usted sea capaz de hacer que a quien tiene cerca, o lejos, sufra menos. Y pueda ser feliz, como usted.
Así milite en Marea Socialista.

En portada, un cristiano reza en la iglesia de San Jorge destrozada por el Estado Islámico en un poblado cerca de Hasaka, al norte de Siria. La foto es de Valery Melnikov, para Sputniknews.

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