Con Fidel, ayer, hoy y siempre(II). Por Ángel Guerra Cabrera
Nunca
 he olvidado lo que escuché al excelso bailaor y coreógrafo español 
Antonio Gades después de que el público habanero premiara su actuación 
en La casa de Bernarda Alba con una cerrada ovación: lo que más admiro de ustedes es su dignidad.
El
 artista sintetizó así la esencia del legado de Fidel y de la Revolución
 Cubana, que son inseparables. Como inseparables son la interacción 
dialéctica entre el pueblo cubano y el líder histórico de la 
revolución. 
Naturalmente,
 la dignidad de que hablaba Gades emana de la historia de Cuba y, 
especialmente, de la profunda trasformación cultural y social realizada 
en la isla con métodos ingeniosos y rasgos muy cubanos típicos del 
liderazgo fidelista.  A partir de la reforma agraria, las 
nacionalizaciones y la campaña de alfabetización(1961), incluye los 
singulares logros educacionales, la salud pública gratuita y universal, 
la gestación de una honda conciencia solidaria, el enorme impulso al 
desarrollo de la ciencia, el sistema popular de defensa nacional y la 
participación activa del pueblo en la política.
Entre
 los errores de Fidel no ha habido ninguno de carácter estratégico. Y 
como la fallida zafra de los diez millones han sido aguijoneados por el 
afán de elevar el bienestar del pueblo y reforzar la independencia y la 
soberanía en condiciones internacionales excepcionalmente adversas. En 
aquel momento, a la implacable hostilidad de Estados Unidos se sumaba un
 largo periodo de deterioro de las relaciones con la URSS.
No
 recuerdo uno solo de mis compañeras y compañeros, cuya mirada hacia el 
jefe de la revolución disminuyera después de aquella aciaga experiencia.
 Al contrario, nuestro respeto, cariño y admiración se hicieron mayores 
al apreciar hasta qué grado podía llegar su entereza y su fe en la 
victoria y participar nosotros mismos de las medidas rectificadoras 
puestas en práctica por él, en conjunto con la dirección de la 
revolución, para remontar la coyuntura. Dudo que algún otro dirigente 
revolucionario se haya sometido a una autocrítica tan dura.
Fidel
 hizo realidad el pensamiento martiano “patria es humanidad”, al educar a
 varias generaciones de cubanos en la práctica de la solidaridad 
internacionalista, que no abandonó ni en los momentos más difíciles de 
la revolución.
Guardo
 en la memoria por vivencia personales, o por el testimonio de otros 
compañeros, no pocos momentos en los que vimos al comandante 
invariablemente inconmovible en su actitud internacionalista con las 
luchas populares y con los movimientos de liberación al discutir con sus
 contrapartes soviéticas y de otros países socialistas.
Constructivo
 y fraterno, podía ser muy flexible en cuestiones secundarias, y no era 
raro que, después de argumentar sus puntos de vista, aquellos 
interlocutores los aceptaran. En otros artículos he hablado de su 
actitud solidaria hacia los movimientos revolucionarios y progresistas 
de América Latina y el Caribe. Solo añadiría por ahora que su liderazgo y
 el de Raúl, unidos a la abnegada resistencia del pueblo de Cuba, 
particularmente durante el periodo especial, hicieron una invaluable 
contribución cuando menos a que se adelantara en el tiempo el cambio de 
época en América Latina y el Caribe y surgieran nuevos líderes de talla 
excepcional como Hugo Chávez, acompañado por Evo, Correa, Kirchner y 
Cristina, Lula y Dilma.
Nunca
 nuestra América había llegado tan lejos en términos de unidad e 
integración. El prestigio y la autoridad internacional de Cuba 
alcanzaron las más altas cotas. Estados Unidos, en vida de Fidel y 
sabiendo que es consultado por Raúl en los temas más delicados, se vio 
forzado a aceptar el fracaso de su política de hostilidad hacia la isla y
 restableció relaciones diplomáticas.
La
 solidaridad de Cuba con África ha sido una constante de Fidel, quien 
tuvo una estrecha amistad con líderes como Amílcar Cabral, Agustinho 
Neto y Nelson Mandela. Comenzó con la ayuda militar y humanitaria a los 
revolucionarios argelinos y no ha cesado desde entonces. Sus capítulos 
cimeros son el fin del apartheid en Suráfrica, la independencia de 
Namibia y la consolidación de la independencia de Angola después de la 
aplastante derrota del ejercito del régimen racista en Cuito Cuanavale 
por tropas cubano-angolano-namibias.
Hoy
 se concreta en la presencia de cooperantes, sobre todo de la salud, en 
muchos países de ese continente. Una brigada de personal sanitario 
cubano fue muy importante para liquidar el ébola en África Occidental.
