| El socialismo es una transición hacia otra sociedad, la comunista. Por Germán Sánchez Oteropor La pupila insomne | 
El intelectual y diplomático cubano 
Germán Sánchez Otero me ha honrado con enviarme sus propuestas de 
modificaciones al Proyecto de Constitución que por estos días discutimos
 en Cuba. Por su extensión y mi escaso tiempo aun no he terminado de 
leerlas, pero con su anuencia reproduzco de entre ellas, por su sólida 
argumentación, la relacionada con un tema varias veces abordado en este 
blog y que ha suscitado no pocas intervenciones en el debate: La 
pertinencia de explicitar en dicho documento "la  transición socialista hacia una sociedad comunista"; 
PÁRRAFO ORIGINAL
- DECIDIDOS
- a llevar adelante la Revolución triunfadora del Moncada y del Granma, de la Sierra y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia nacional, estableció el poder revolucionario, realizó las transformaciones democráticas e inició la construcción del socialismo;
PROPUESTA DE ENMIENDA
- a llevar adelante la Revolución triunfadora del Moncada y del Granma, de la Sierra, del llano y de Girón que, sustentada en la más estrecha unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, conquistó la plena independencia nacional, estableció el poder revolucionario, realizó las transformaciones democráticas, antimperialistas y anticapitalistas e inició la transición socialista hacia una sociedad comunista;
ALGUNAS RAZONES QUE SUSTENTAN ESTA PROPUESTA 
Primera: Añado a “las transformaciones 
democráticas” los conceptos “antimperialistas y anticapitalistas”, 
porque son tales cambios    sustantivos realizados de modo 
ininterrumpido junto a los primeros entre 1959 y 1960, los que permiten 
crear las condiciones  para el tránsito socialista.
Segunda: Se sustituye “construcción del 
socialismo” por “transición socialista” y más adelante propongo también 
el verbo “crear” en vez de “edificar” o “construir”, para  enfatizar que
 la transición socialista es un proceso  creativo, no predeterminado.
A pesar de que se menciona a menudo  el 
conocido   alerta de Mariátegui – el socialismo no es calco ni copia 
sino creación heroica–   predomina en el lenguaje político de Cuba  la 
metáfora “construcción” o “edificación” del socialismo –importada de los
 textos soviéticos–, como si este fuese un edificio o un puente, del que
 ya tenemos el proyecto diseñado en todos sus detalles y solo es 
necesario erigirlo según un cronograma.
Tampoco es fortuito que Fidel,  a principios
 de este siglo expresara que nuestro mayor error fue haber creído que 
alguien sabía cómo se hacía el socialismo.   Su juicio está avalado por 
las experiencias cubanas de mimetismo  y otros errores 
propios,  y   por  lo ocurrido en procesos socialistas fenecidos 
o  existentes.  En el fondo es la misma idea: el socialismo no está 
escrito en las tablas de Moisés, es una transición hacia otra sociedad, 
la comunista, y hay que crearlo. Y tal  certeza, basada en la teoría 
original de Carlos Marx,  implica realizar ensayos, cometer errores, 
tener éxitos y hacer evaluaciones críticas siempre colectivas y 
democráticas, nunca complacientes ni burocráticas.
En consecuencia sugiero cambiar   el término
 “construir”    por el  de “crear” u otro equivalente, y el de 
“construcción del socialismo”  sería más preciso sustituirlo por 
“transición socialista”.
Tercera: Además,  recomiendo valorar la 
conveniencia de definir el concepto de socialismo que se alude en la 
Constitución. Se conoce la diversidad de variantes   que han existido o 
existen –socialdemócratas, las del llamado socialismo real, las 
asiáticas, las del  “socialismo del siglo xxi”… – y entre ellas la de 
Cuba.
En los  años sesenta del siglo pasado 
intentamos un curso original, quizás lo que hoy en día se denomina en 
otros países “socialismo con características propias”; luego nos 
inscribimos durante  14 años en la tradición del socialismo soviético, 
aunque sin perder ciertas esencias, entre ellas la política exterior 
independiente,  y más tarde, cuando fracasa allende el Atlántico y 
también en Cuba el modelo que copiamos  hemos estado más de 20 años buscando redefinir o afinar nuestros conceptos y políticas socialistas.
En mi opinión, el debate en torno al 
proyecto de nueva Constitución está generando un bagaje de ideas que 
puede permitir sustentar con mayor rigor que todos los documentos 
previos, los conceptos hegemónicos en Cuba, o que debieran serlo, sobre 
un modelo específico de socialismo. El reto es enorme, la oportunidad 
histórica también y corresponde al Partido interpretarla y  lograr esa 
definición, consensuada entre  la abrumadora mayoría de los ciudadanos 
que apuestan por la alternativa  socialista cubana. Existe una extensa 
bibliografía al respecto, y en Cuba hay varios autores en el campo de 
las ciencias sociales y en otras disciplinas, que han realizado 
excelentes aportes en los últimos años.
Cuarta: En la acepción original de Marx y 
Engels, como es conocido, el socialismo es un período de transición 
entre el capitalismo y el comunismo.  Desde entonces llovió mucho y 
en   varias partes.   Diversas teorías y experiencias históricas 
–fracasadas la mayoría y otras en curso– se han acumulado en más de un 
siglo de procesos autodefinidos de tal modo desde 1917. Y aunque 
ese  “tránsito” ha sido más complejo y difícil de desarrollar que lo 
imaginado por los dos  fundadores de la teoría,   sigue vigente la 
idea  original de ese período intermedio de mutaciones y contradicciones
 para crear la nueva sociedad,  proceso  que hoy sabemos puede ser 
reversible y girar otra vez hacia el capitalismo, aunque la Constitución
 de uno u otro país declare irrevocable el socialismo. El peligro de tal
 fórmula pétrea es que pueda  suponerse  inexorable el decurso 
socialista, tema sobre el que  alertó Fidel en su memorable discurso de 
la Universidad de La Habana en noviembre de 2005.
Quinta: Por  todo lo expuesto y mucho más 
que se podría  añadir, recomiendo mantener la referencia al comunismo 
donde sea necesario, por ejemplo como  está inscrita en el artículo 5 de
 la Constitución de 1976, que termina diciendo: “(…) hacia los altos 
fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad 
comunista”. Esa es nuestra genética teórica y política, y no hay razón 
para dejar de expresar  tal componente definitorio, que funciona además 
como la estrella polar en las noches y madrugadas de un mar 
proceloso,  cuando existen peligros de equivocar el rumbo.
Desde que decidimos declarar en 1961 el 
carácter socialista de la revolución, asumimos que el objetivo sería el 
comunismo. Nuestro  pueblo mayoritariamente así lo entendió y por esa 
aspiración  hemos luchado y han muerto miles de  compatriotas. Debemos 
expresar el objetivo estratégico más importante y la relación de este 
con lo que hagamos durante la transición. ¿Transición hacia dónde? El 
socialismo no termina en una meta o en el piso 9, 23 o 52, como si se 
construyera un edificio.
No existe tampoco una frontera que se cruza 
entre el socialismo y el comunismo. La revolución socialista tiene que 
avanzar de modo ininterrumpido,  y restarle poder de todas las maneras 
posibles al capitalismo en sus diferentes dimensiones, 
siempre  basándose en el consenso del pueblo y en la hegemonía del 
proyecto emancipador. Y la Carta Magna debiera expresar con claridad que
 el sostén y propulsor primordial  de este es la clase trabajadora en su
 más amplia acepción, incluidos sus intelectuales orgánicos.
No hay solución de continuidad entre el 
socialismo y el comunismo: es un proceso histórico cuya 
naturaleza,  energía y posibilidades de éxito radica en su interconexión
 y continuidad.
La brújula  durante la transición debiera 
estar siempre orientada hacia   las máximas aspiraciones, que deben 
comenzar a conseguirse desde el presente con resultados pequeños y 
grandes, aunque no sepamos cuánto tiempo demorarán en realizarse 
plenamente, pues además son impredecibles eventuales retrocesos 
parciales.  Tales aspiraciones no esperan ya consumadas   en un sitio 
ideal,  cual  si fuera el Paraíso al que llegaremos algún día si nos 
portamos bien.
A medio siglo de haber expresado Fidel 
aquella explosiva idea sobre construir el socialismo y el comunismo en 
forma paralela, podría ser conveniente analizar su sentido más profundo.
 Marx concibe el socialismo   como una transición entre el capitalismo y
 el comunismo no solo en el ámbito económico.    Durante la transición 
los diferentes procesos forman una totalidad dinámica, interactúan e 
influyen entre sí, en la perspectiva medular de largo plazo de superar 
(en un sentido hegeliano) el capitalismo, hasta que en esa larga disputa
 el universo del trabajo, entendido en todas sus dimensiones 
–económicas, ideológicas,  políticas y culturales– lo reemplace.  El 
documento “Conceptualización  del modelo económico y social cubano de 
desarrollo socialista” lo expresa de este modo:   “constituye un 
prolongado, heterogéneo, complejo y contradictorio proceso de profundas 
transformaciones en las estructuras políticas, económicas y sociales”. 
Útil, aunque genérico.
Sexta: ¿Por qué los adversarios están  de 
plácemes con que se  haya excluido la mención al comunismo en el 
proyecto de la nueva  Carta Magna? En las constituciones de los países 
que hoy se declaran socialistas ha sido  borrada la palabra comunismo. 
Incluso en Corea del Norte  sucedió   en la reforma de 2009. Pregunto: 
¿Por qué Cuba debe hacerlo también?  No creo que debamos seguir  la 
pauta de las demás constituciones de países que se declaran 
socialistas,   sino reafirmar y elaborar con el máximo rigor nuestros 
conceptos sobre el socialismo y el comunismo.  Son suficientes las 
experiencias negativas de haber copiado varios conceptos  de la 
Constitución soviética, cuando se elaboró y aprobó la nuestra en 1976.
El argumento de que al mencionarse el 
socialismo ya incluimos el comunismo, es discutible. Entre otras razones
 porque existen diferentes modalidades de socialismo, por ejemplo los 
socialdemócratas siguen llamándose muchas veces de tal modo y la 
corriente llamada socialismo del siglo xxi tiene algunos  defensores que
 solo se proponen reformar el capitalismo, o intentar un híbrido 
capitalista–socialista cuyo destino ha sido o será el fracaso.
Debiéramos transitar nuestro derrotero 
socialista     consciente y explícitamente hacia el  horizonte 
comunista.   Lograr que  tal idea sea hegemónica en la  inmensa mayoría 
de los ciudadanos, o sea la hagan suya porque están convencidos, es una 
responsabilidad primordial del Partido y su éxito está asociado en 
primer lugar a que la gente perciba los avances en todos los ámbitos, 
materiales y espirituales, y a que los ciudadanos y ciudadanas  sean y 
se sientan actores del proceso.
Sabemos que  Cuba  en solitario o con un 
grupo de países no podrá alcanzar la sociedad comunista,  pues esta solo
 podrá existir a escala ecuménica. En eso  los dos alemanes no se 
equivocaron. Pero debemos recordar que ellos desde su primera proclama 
arrancan diciendo: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del 
comunismo”. Y  en el párrafo final enfatizan:  
“Los  comunistas  no  se  cuidan  de  disimular  sus 
opiniones  y  sus  proyectos”.
Sin el ánimo de utilizar a Fidel en  nuestra
 argumentación, me siento obligado a  referir que él defendió con 
especial vehemencia esta idea, en especial durante la coyuntura de la 
bancarrota del llamado campo socialista, y en los años posteriores. Por 
ejemplo,   el 28 de octubre de 1989, cuando se hacía añicos el muro de 
Berlín expresó: “(…) tenemos que atrincherarnos en las ideas del 
socialismo y el comunismo más que nunca”.     Y añadió: “¡Pase lo que 
pase!, seguiremos adelante, ¡pase lo que pase!, seguiremos luchando por 
el socialismo y por el comunismo; ¡pase lo que pase en el mundo!”.   Y 
el 3 de junio de 1998  afirmó: “Nosotros sí creemos en las ideas con una
 firmeza inconmovible, y las defendemos y las defenderemos; y creemos en
 el socialismo, creemos en el comunismo. Hoy, cuando muchos se asustan 
de haber hablado alguna vez de comunismo — y los hay por ahí —, nosotros
 con qué gusto les decimos a periodistas y a estadistas: ‘Nosotros somos
 socialistas, somos comunistas, y seguimos pensando en el socialismo y 
en el comunismo’”.
La principal guerra que nos hace el imperio 
es de índole cultural y por ende no  es casual que nuestros enemigos 
insistan una y otra vez en el fracaso del “comunismo” y del 
“socialismo”.  Los adversarios hace mucho tiempo que centran sus ataques
 en la destrucción de los imaginarios y las prácticas solidarias de los 
países que se declaran socialistas y de los procesos progresistas y 
revolucionarios en cualquier lugar del mundo. Es lo que, por 
ejemplo,   hacen hoy contra la Revolución Bolivariana.
Aunque no se escriba la palabra  comunismo 
en nuestros documentos, o se mencione en público cada vez menos, 
nuestros antagonistas  seguirán aludiéndola en relación con el 
socialismo, porque  pareciera que conocen muy bien el marxismo de Carlos
 Marx, Engels, Lenin y Fidel.  En sus códigos, no cesan ni dejarán de 
decir que el socialismo y el comunismo es lo mismo, un infierno que ha 
fracaso en  todas partes. En el caso de China y Vietnam, reconocen  sus 
éxitos económicos,  que atribuyen al predominio capitalista, pero 
señalan que es  autoritario en lo político por no practicar la 
democracia liberal.
Ejercitar y conocer las ideas sobre el 
comunismo no es un ejercicio de futurismo o de ciencia ficción, es una 
necesidad para contribuir a que el metabolismo de la transición 
socialista nos haga funcionar y desarrollarnos de una manera determinada
 y no de otra. Por ejemplo en la formación de valores de solidaridad, 
equidad, justicia social y democracia, donde cada vez más se ejercite el
 autogobierno del pueblo. Además, con ello estamos contribuyendo desde 
Cuba a mantener la  vigencia de una utopía de emancipación humana 
plena,  sometida desde que fue proclamada por el Manifiesto Comunista en
 1848 a la  guerra ideológica más completa y  perversa  de todas 
cuantas  han realizado y seguirán ejecutando las burguesías del mundo. 
Ahí están ahora Trump y sus compinches reiterándolo cada día y muchos 
otros en el mundo, como el troglodita Bolsonaro en Brasil y el infame 
Macri en Argentina, aunque también  son  muy dañinos quienes lo hacen 
con estilos más refinados. Son  muchísimos, con rostros y modales 
diversos, y muy poderosos.
Tener plena conciencia de ello nos obliga 
aún más a crear nuestro socialismo rápido y bien, que es entre todas las
 formas existentes del internacionalismo la que  apenas se exalta. Y 
esto es paradójico,  pues  desde nuestras 
“trincheras”  podemos  suscitar con el éxito del socialismo en la isla 
efectos de demostración que incentiven a otros pueblos  en sus luchas y 
búsquedas.
 
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