Tasas judiciales contra la Justicia
«La justicia será gratuita cuando así lo disponga la ley y, en todo caso, respecto de quienes acrediten insuficiencia de recursos para litigar», artículo 119 de la Constitución española (CE). La Constitución dice lo uno y lo otro, ofrece diferentes opciones al entendimiento y a su interpretación; y este gobierno lo interpreta estableciendo unas #Tasas judiciales, atacando derechos de forma restrictiva, con perjuicio para la ciudadanía y para la esencia misma de la Justicia.
Una de las argucias de la 
CE —redactada expresamente de manera ambigua—, es dejar a la libre 
interpretación de jueces y gobiernos, remitiendo el desarrollo de los 
principios a leyes posteriores, que es donde los gobiernos de turno se 
lucen, para bien o para mal, dependiendo del viento que respiren; y ya 
sabemos como se las gasta el gobierno de Rajoy. Tanto el anterior 
ministro de Justicia Gallardón, como el actual Catalá, respiran para 
llevarse todo el aire y dejar a la mayoría social exhaustos. 
La
 ley de tasas vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva, al 
impedir que una gran parte de la sociedad, pueda a acudir a los 
tribunales por razones económicas. Los recortes en gastos sociales nos 
quitan el aire, junto con servicios públicos esenciales y en algunos va 
la vida. Con la subida de impuestos, copagos, repagos y precios 
públicos, nos vacían los bolsillos; y las tasas de «dudosa 
constitucionalidad», como la que se aplica en la Justicia. Gallardón, se
 inspiró en Stephen Shavell, profesor conservador de Harvard, quien 
sostiene que «la gratuidad de la justicia no es un imperativo categórico
 del Estado de derecho, sino del Estado del Bienestar» y precisamente 
por eso instaura las tasas, para completar la desaparición del 
bienestar, que persiguen. 
 La  ley 10/2012,
 vino a regular el pago de tasas en el ámbito de la Administración de 
Justicia y del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, en
 plena crisis económica, cuando la necesidad de tutela judicial es 
mayor. Se impulsó con carácter de urgencia, encareciendo el acceso de 
los ciudadanos a la práctica totalidad de procedimientos judiciales. El 
problema no sólo es cuantitativo —encarecimiento del acceso a procesos 
civiles, administrativos o laborales—, sino también cualitativo, al 
obedecer a un modelo de justicia en el que prima el afán de recaudación y
 disuasorio, «modelo que dista mucho de lo que debe ser la 
administración de justicia en un estado social de derecho» (Jueces para la Democracia). 
Dos
 años después de su implantación, ninguna asociación jurídica, 
progresista ni conservadora, defiende la ley; todos consideran las tasas
 excesivas y piden su derogación. Gallardón modificó la ley, rebajando 
algunas cuantías y ampliando los  colectivos exentos 
 (personas con de menos de 15.975 euros/año, las víctimas de maltrato, 
terrorismo, trata de personas y accidentes con secuelas permanentes, los
 desahuciados, discapacitados psíquicos y divorcios de mutuo acuerdo. 
Además de la Administración General del Estado, de las CCAA y de las 
entidades locales, entre otros organismos públicos). El actual ministro 
de Justicia defiende la existencia de las tasas, aunque con ajuste. Las 
tasas fijas van de 150 a 1.200 euros y el tope de la variable 2.000 
euros para las personas físicas y 10.000 para el resto. Lo recaudado iba
 a ir a la justicia gratuita, pero las CCAA han protestado al no recibir
 nada para este fin. 
Las tasas judiciales están provocando 
«importantes desigualdades procesales». La pueden abonar sin problemas 
las grandes empresas, las entidades bancarias y los grandes patrimonios,
 pero disuade del acceso a la Justicia a la clase media y a la clase 
trabajadora. «Nos encaminamos a una Justicia que solo podrá ser 
utilizada por quienes puedan pagársela», aseguraba Joaquín Bosch. A su 
juicio, el argumento de que esta medida aligeraría la carga de trabajo 
de los tribunales no ha resultado. La implantación de las tasas 
judiciales «solo se explica desde un desmesurado afán recaudatorio, que 
no tiene en cuenta los efectos sociales de la medida y castiga a los 
sectores más vulnerables de nuestra sociedad». La solución para 
descongestionar los juzgados es dotarles de medios suficientes, en 
contra de los recortes aplicados. 
 La «Brigada Tuitera»
 dice en su campaña, a la que me he sumado: «Queremos una Justicia sin 
tasas y para todos, independiente y dotada de los medios necesarios para
 cumplir su función». Hace treinta y seis años, los españoles y 
españolas, deseando establecer la justicia y las libertades, nos dimos 
una Constitución que garantizaba la convivencia democrática, conforme a 
un orden económico y social justo. Pasado el tiempo los deseos y 
esperanza se ven frustrados «merced a leyes y políticas inicuas que han 
conducido a este país a la bancarrota económica y moral que hoy 
padecemos». 
Corren malos tiempos para la Justicia. No es 
necesario acudir a las páginas de sucesos o tribunales, para conocer los
 diferentes casos en los que la Justicia es protagonista. Corrupción, 
malversación, estafas y conflictos de intereses de todo tipo, con un 
denominador común: delitos cometidos por políticos y gente de primera 
línea pública, en detrimento de las arcas del Estado, con el máximo 
agravante de que lo que ellos defraudan o roban, lo pagamos todos. 
Ya
 vemos como se utiliza la vara de medir, ya sea contra unos o hacia 
otros. Ni las leyes son iguales para todos, ni la justicia se aplica a 
todos por igual. Hay casos que parecen ejemplares, cuando están dentro 
de la normalidad jurídica; me refiero al caso Nóos y el procesamiento de
 Cristina de Borbón; o la investigación de la trama Gürtel y todas las 
piezas separadas que han ido surgiendo en el procedimiento, contra la 
cúpula del partido en el gobierno y sus amistades. El poder es el poder y
 tiene sus privilegios. Unos salen de la cárcel tras pagar millonarias 
fianzas, y otros entran por manifestarse defendiendo sus derechos. 
Algunos populares y poderosos ni entran ni se les investiga, y otros 
pobres pasan años en prisión por delitos considerados menores. 
De
 las 64.000 personas que estaban en prisión el 1 de octubre, 615 cumplen
 pena por delitos económicos y solo 150 han sido condenadas por delitos 
contra la Hacienda Pública, por haber defraudado a las arcas del Estado 
al menos 120.000 euros en un mismo ejercicio, que es el límite que 
separa la infracción del delito fiscal. Es decir, sólo el 0,23% de los 
presos son delincuentes fiscales, según  InfoLibre.es.
 Cabría preguntarse ¿Por qué entran tan pocos delincuentes fiscales en 
prisión?: porque «La ley actual está pensada para el 'robagallinas', no 
para el gran defraudador», decía el presidente del CGPJ y del Tribunal 
Supremo,  Carlos Lesmes.
 La ley penal que da facilidades para eludir la cárcel si se abona la 
deuda con Hacienda; además, los técnicos destacan que 36 defraudadores 
han sido indultados por el gobierno entre 1997 y 2014. Según coinciden 
fiscales, inspectores y técnicos de Hacienda, se da el caso de que algún
 defraudador « pide a la Inspección que envíe su expediente al juzgado 
para tratarlo como delito fiscal, porque le resulta más favorable el 
trato en la vía penal que en la administrativa». 
Desde 
tiempos remotos, la sociedad ha ido elaborando diferentes conceptos 
sobre la idea de «justicia», en función de la costumbre, formas de vida y
 lo que ha querido conceder el poder en cada momento; hasta llegar a la 
imagen de la mujer con ojos vendados, balanza en la mano izquierda y en 
la diestra una espada: ceguera, equilibrio y venganza. De la justicia 
divina a la justicia social. De la justicia para unos, a la justicia 
para todos. De la justicia para todos a la justicia según el poder que 
ostentes. El jurista romano Ulpiano definió: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi
 (La justicia es la constante y perpetua voluntad de conceder a cada uno
 su derecho). Es Justicia, lo que dice que es, la mayoría de los 
miembros de un tribunal y ya sabemos como actúan determinados consejos y
 tribunales: con «indisimulada» y «notoria» proximidad al poder 
político. A juicio de Jueces para la Democracia, esta circunstancia 
explica los «silencios clamorosos» del órgano de gobierno de los jueces,
 en un momento en el que los togados son atacados en su independencia. 
Junto
 con la falta de independencia, que toca a los principios del Estado de 
Derecho, surgen las tasas judiciales, que gravan y agravan la situación.
 La Ley de Tasas de Gallardón y ahora de Catalá, es un ataque directo a 
la democracia y a la ciudadanía. El gobierno ha creado una Justicia para
 favorecer a los poderes económicos y a las grandes corporaciones. Las 
tasas judiciales son una medida claramente discriminatoria y disuasoria 
de acceso a la Justicia. Los ciudadanos no apelan y si lo hacen y ganan 
no les devuelven las tasas, convirtiendo a la Justicia en artículo de 
lujo. 
Lo perverso de las tasas judiciales son sus importes 
desorbitados, que no cuadran ni con la Constitución ni con los convenios
 internacionales. No se tiene en cuenta la capacidad económica del 
litigante, por lo que va en contra del principio de capacidad 
contributiva y contradice el principio de no discriminación. La ley de 
tasas se ha aprobado como real decreto-ley, saltándose informes 
preceptivos y careciendo de estudio técnico-económico necesario, en 
opinión de  Verónica del Carpio.
 Todo es ejemplo de la forma de legislar: para qué y para quiénes y de 
cómo se legisla, despreciando principios constitucionales, en provecho y
 beneficio de los poderosos y de los secuaces a su servicio. 
La
 CE diseña una Justicia impartida por jueces independientes a ciudadanos
 iguales ante la ley. Pero esto agoniza entre leyes que condicionan el 
ejercicio del derecho de acceso a tener que pagar. Después de treinta y 
seis años, hemos visto la nula atención que se ha dedicado a la Justicia
 y los escasos recursos destinados a mejorar su funcionamiento, de forma
 que el primero de los motivos que nos llevaron a darnos esta 
Constitución está virtualmente frustrado (Manifiesto por la Justicia de la Brigada Tuitera). 
La
 situación creada es la que ha permitido que la corrupción se haya 
instalado en las instituciones públicas, conduciendo a la quiebra 
económica, así como al alejamiento ciudadano y la falta de credibilidad 
que ofrece. «Sin Justicia da igual que se proclamen derechos porque 
nadie podrá reclamarlos. Si la Justicia no funciona correctamente, 
ningún derecho o ley que se promulgue tendrá eficacia; si el acceso a la
 Justicia se somete a precio, el ejercicio de sus derechos estará 
también sometido». 
La campaña de la #T es una demanda de 
Justicia; un rechazo a las tasas judiciales impuestas, que evoca a la 
balanza igualitaria. Una #T en recuerdo de que la justicia y la 
convivencia es de #Todos y no propiedad de unos pocos. La convivencia 
democrática se hace imposible sin Justicia, por lo que tenemos la 
obligación de evitar su deterioro, con la esperanza de convivir 
democráticamente, en libertad, dignamente. 
Jueces para la 
Democracia quieren que la ley se derogue, porque «Miles de personas se 
han quedado fuera de la tutela judicial efectiva por motivos económicos.
 La ley ha fracasado en sus objetivos y ni siquiera ha recaudado lo que 
esperaban». La Asociación de jueces Francisco de Vitoria, quiere 
derogarla o al menos reducir las cuantías de las tasas a un mínimo 
indispensable, para que las pueda pagar cualquier ciudadano. Para la 
Asociación profesional de la Magistratura, aunque hay que evitar el uso 
abusivo de la justicia, deben pagarse al final del proceso e imponerse a
 quien pierda. 
El Consejo General de la Abogacía, pretende 
que se derogue. Su presidente Carlos Carnicer, considera que la ley es 
una de las que «más daño ha causado a los ciudadanos y que menos ha 
servido para hacer Justicia». Se desconoce lo recaudado por este 
concepto, pero está seguro de que no ha ido a la Justicia, ni lo hará en
 2015, a la vista de los Presupuestos aprobados. «El acceso a la 
Justicia no admite barreras ni tasas». 
La Unión progresista 
de Fiscales, también ha pedido que se derogue, porque la ley hace mucho 
daño a la gente «que se retrae a la hora de litigar». Los procesos de 
por si ya son bastantes gravosos entre abogados, demandas y peritos. 
Además, las tasas chocan de frente con el artículo 24.1 la Constitución,
 al establecer que «Todas las personas tienen derecho a obtener la 
tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus 
derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda 
producirse indefensión». 
Las tasas limitan e impiden el 
acceso de la mayoría de la población a la justicia, atacando 
frontalmente el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva. 
Resulta inaceptable, que no se curse una demanda, por la razón de que la
 persona no pueda afrontar el pago de la tasa. La elevada cuantía de la 
tasa, tiene como única finalidad la de restringir el uso del servicio 
público de la justicia a la mayoría de la población, permitiendo litigar
 sólo a aquellos que económicamente puedan afrontarlas. 
La 
racionalización, agilización y optimización del funcionamiento de la 
administración de justicia, debe conseguirse mediante reformas 
organizativas, que no vulneren los derechos fundamentales, como el de la
 tutela judicial efectiva (Manifiesto  de Jueces para la Democracia, Unión Progresista de fiscales y Sindicato de Secretarios Judiciales). 
En
 un Estado Social y Democrático de Derecho la justicia debe tener una 
innegable vertiente de servicio público y no puede convertirse en una 
herramienta recaudatoria, que está haciendo recaer las consecuencias de 
la crisis económica y financiera en los sectores más desfavorecidos de 
la ciudadanía, que además ven como sufragan con sus impuestos servicios 
que luego quedan al servicio de las clases más favorecidas. 
Hay
 que exigir la inmediata derogación de la ley de tasas judiciales, 
demandando que se destinen a la administración de justicia los recursos 
necesarios para que esta funcione adecuadamente, así como reclamar una 
Justicia Gratuita digna, conminando al gobierno a que reforme las leyes 
que ponen en peligro la independencia judicial. 
El gobierno,
 no solo no da respuestas eficaces a la crisis económica, sino que ataca
 las libertades públicas y los derechos fundamentales de las personas, 
como el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a la 
educación, a la sanidad, a un salario digno y a unas pensiones decentes.
 También ataca el derecho de acceso a la justicia. 
La 
Justicia ya no es para todos. Rajoy ha establecido una Justicia para 
ricos y otra para pobres, que por lo elevado de las tasas no pueden 
acceder a ella. La Justicia deja de serlo, al discriminar y tratar de 
forma diferente ya sean unos u otros. En el Estado social y democrático 
Derecho, la Justicia debe ser independiente, para todos y sin tasas.
 
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