La justicia, muy otra, de Galeano
MOVIMIENTO ZAPATISTA
Aprendizajes y enseñanzas desde la selva Lacandona tras el asesinato del votán Galeano.
ÁNGEL LUIS LARA. Sociólogo.Diagonal⎮14/06/14
Zapatistas en la realidad. / MARTA MOLINA
I. La voz del subcomandante insurgente Moisés suena
clara y serena. El mando zapatista pasea la lengua castellana
arrastrando las eses, con la misma cadencia singular con la que el
caminar tzeltal, tzotzil, zoque, mame o tojolabal sube una loma o se
adentra en un maizal. “Por mi voz hablan el dolor y la rabia de cientos
de miles de indígenas, hombres, mujeres, niños y ancianos del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional”. Han asesinado al compañero Galeano y
el dolor de los pueblos zapatistas hace una muesca más en su ristra de
siglos de crueles agravios. Los poderes políticos y económicos mandan y
la criminalidad paramilitar ejecuta. A Galeano lo emboscaron para
asesinarlo de tres disparos y un machetazo en la boca, como si con esas
balas y con el filo de ese machete quisieran detener el corazón rebelde y
callar la palabra zapatista. Nada más lejos. “Si no pudieron acabarnos
el amanecer del primero de enero de 1994, menos ahora. Porque es nuestro
compromiso liberar este país, pase lo que nos pase, cueste lo que nos
cueste y venga lo que venga”. Las palabras del subcomandante Moisés
dibujan un viaje desde la serenidad a la determinación. Es el viaje al
revés de alguien que ya ha estado allí y viene de vuelta. “Venimos a
desenterrar al compañero Galeano”, dice Moisés. El zapatismo tiene
siempre de regreso y de mundo al revés. En un planeta enfilado por los
poderosos hacia la devastación y la catástrofe, vivir al revés no es
solo cuestión de dignidad y de rebeldía, es, sobre todo, el único camino
posible para la sensatez. Al compañero Galeano lo han matado
precisamente por eso, por ser zapatista, o sea, digno, rebelde y
sensato.
Las palabras del subcomandante Moisés dibujan un viaje desde la serenidad a la determinación. Es el viaje al revés de alguien que ya ha estado allí y viene de vuelta
II. La venganza y la justicia emanan de raíces diferentes. La primera se deriva del vocablo latino vis, que
significa fuerza y es el origen también de palabras como violación o
violencia. La segunda se relaciona con el término sanscrito yoh, que
quiere decir sanar y salvar. La práctica paramilitar asociada a la
guerra contrainsurgente que soportan los pueblos zapatistas persigue la
conversión de la justicia en venganza. La acción paramilitar tiene un
doble propósito: la producción de miedo y la reproducción de su imagen
especular en el seno del proyecto emancipador que trata de reprimir. Su
objetivo es conseguir que el rebelde al que combate se envenene con sus
mismas pasiones tristes. “Ser como ellos”, decía el otro Galeano, ese
que se llama Eduardo.
El proyecto zapatista,
sin embargo, consiste en una fuga sistemática de toda imagen especular
del poder y de los malos gobiernos. Su concepto y práctica de la
justicia emanan de una cosmovisión radicalmente otra. Desde su levantamiento en armas en enero de 1994, los
pueblos zapatistas han soportado una constante agresión que ha buscado
su reacción en forma de venganza. Pero los zapatistas y las zapatistas
son muy otros y muy otras. A la guerra le han respondido con la paz. A
la venganza le han opuesto siempre la justicia. “Nos da dolor y tristeza
lo que le hicieron a nuestro compañero Galeano, pero no vamos a
mancharnos del mal al mal”, ha explicado el subcomandante insurgente
Moisés. Sus palabras no comunican una estrategia, expresan una verdadera
ética.
III. El compañero Galeano era un maestro de la escuelita en
la que en el último año los pueblos zapatistas han compartido con el
mundo sus modos de vida. Miles de estudiantes llegados de diferentes
partes del planeta han tenido la oportunidad de participar de un proceso
de co-aprendizaje en el que han estado acompañados de un votán, un
maestro zapatista con el que han convivido de noche y de día. Galeano
era uno de ellos.
Cada estudiante de la
escuelita porta como un tesoro sus historias y su propio relato de las
intensidades vividas. El mío tiene que ver con el aprendizaje del
carácter profundamente decolonial de la práctica y la cosmovisión
zapatistas, así como con un proyecto revolucionario que se aloja en
primer término en el tejido de los afectos y en la transformación de los
hábitos: más en el territorio inmanente de los cuerpos que en la
entelequia casi siempre insondable de la conciencia.
Cuando el enemigo es definido como un hermano y la causa del delito se desaloja del individuo, se asiste a una dialéctica muy otra del conflicto y a una práctica abiertamente diversa de la justicia
Una parte sustancial de
mi aprendizaje ha tenido que ver con la relevancia de las pasiones
alegres en los modos de vida zapatistas, fundamentalmente con el papel
central que juega la práctica de la amistad en la constitución de las
relaciones sociales, los marcos normativos y las formas de la política.
La profundidad de la intersubjetividad y de la amistad en la praxis de
los pueblos zapatistas alcanza una intensidad inusitada en la relación
con el otro, con el diferente, con aquel que no es zapatista. “Volvimos a
regresar a la comunidad y ya no había nada porque lo aprovecharon todos
los hermanos que quedaron ahí, que son priístas”, cuenta Miriam, una
base de apoyo zapatista de Morelia. “(…) pero esa tierra recuperada está
en manos de los priístas, que son los hermanos de Agua Clara”, continúa
Floribel, ex-integrante de un Consejo Autónomo. “Ese hermano
paramilitar mató no por su ser hermano, sino porque ha sido confundido
por el mal gobierno o los finqueros. Yo pierdo mi dignidad si hago lo
mismo que él me hizo”, apunta Aníbal, el votán que me acompañó como
maestro en mis días en la escuelita zapatista. Cuando el enemigo es
definido como un hermano y la causa del delito se desaloja del
individuo, se asiste a una dialéctica muy otra del conflicto y a una
práctica abiertamente diversa de la justicia. En el territorio zapatista
la criminalidad posee una raíz eminentemente social y no se deriva de
una cualidad particular de la persona. “Nosotros no nos vengamos, nos
vamos a vengar pero contra el capitalismo”, ha expresado el
subcomandante insurgente Moisés sobre el asesinato del compañero
Galeano.
IV. ¿Quiere decir todo esto que en el territorio zapatista los delitos no se pagan ni se castigan? No.
“Los engañados asesinos, sí se hará justicia”, ha dicho Moisés. Lo que
quiere decir es que la justicia es para los zapatistas antónimo de
venganza y algo muy diferente al Derecho. La realidad de la justicia
según los zapatistas determina una distancia con la racionalidad
punitiva del Estado. En el territorio zapatista el castigo no consiste
tanto en separar a la persona que comete un delito de los espacios y los
tiempos de la sociabilidad mediante el encierro, como de una
intensificación de la integración social mediante tareas de índole
comunitario. “Nuestra ley es para prevenir y dar vida a nuestros
pueblos. Para nosotros la justicia es la razón, cómo vamos a ayudar al
compañero o a la compañera para que se componga otra vez. Lo que
queremos es volver a componerlo”, me enseñó Aníbal.
Decía Iván Illich que
cada vez que se propone utilizar el Derecho como herramienta de
transformación de la sociedad, los poderosos ponen la misma objeción: no
todos pueden ser juristas. La justicia para los hombres y mujeres
zapatistas es otra cosa. “Es una justicia desde abajo, controlada y
vigilada desde abajo y hecha por todos”, me contó Aníbal. La cualidad
profundamente democrática del régimen normativo zapatista descansa sobre
el carácter participativo y participado de la administración de
justicia: de abajo hacia arriba. Y la esfera militar del movimiento no
escapa a la pauta: “Pero no podemos hacer como queramos, sino que
tenemos que respetar y obedecer a nuestros pueblos cuál es el camino que
hay que seguir y qué tenemos que hacer como EZLN que somos”, explica
Moisés.
A fuerza de rebelarse
durante siglos a la imposición de la condición de objeto, los pueblos
zapatistas se muestran incapaces de concebir como objeto a nadie. El
agente zapatista de justicia es un mediador que impone un marco
dialógico y de negociación para resolver los problemas. Mientras que el
Derecho coloca a denunciante y denunciado frente al Estado,el
modo zapatista de hacer justicia trata de recomponer la relación entre
las personas afectadas: denunciante y denunciado no entran en relación
de delegación y dependencia con una instancia superior, sino que
participan del intento de restauración de la relación entre ellos. De
este modo, el carácter dialógico de la administración de justicia
convierte en sujetos de la acción de justicia a los propios afectados.
Si el sistema judicial del Estado constituye siempre un ejercicio de
heterodeterminación, la justicia zapatista se relaciona con un ejercicio
de autodeterminación mediado por la comunidad y por las autoridades.
Lo que subyace en el
fondo de los modos zapatistas de la política, el gobierno y la justicia
es un desplazamiento desde lo universal, concebido como aquello que
existe en cada uno de nosotros, hacia lo común, que se funda siempre en
la relación de unos con otros. Es la diferencia entre un derecho
universal y una justicia de lo común. Definitivamente, una racionalidad
muy otra, obsesionada con la restitución de la relación y del lazo
social hasta cuando la gravedad del delito impone la dureza de la
sanción y del castigo.
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