Un escenario laboral a medida, ¿pero para quién?
Luis Baratas González
Estudiante del máster Economía Internacional y Desarrollo de la UCM y miembro de econoNuestra
Estudiante del máster Economía Internacional y Desarrollo de la UCM y miembro de econoNuestra
Con la llegada de septiembre empezamos a dejar atrás el verano y a
retomar nuestras dinámicas de vida habituales. Los datos del mercado de
trabajo sufren una suerte parecida, pues dejan de ser “positivamente”
impulsados por el componente estacional, y retoman la senda originaria
—y precaria— que la dinámica de la estructura económica nacional les
permite seguir.
Con el punto de mira puesto en modificar ese escenario de juego, los
dos grandes partidos políticos llevaron a cabo sus respectivas reformas
laborales, encaminadas a conseguir un espacio económico donde los datos
se pudiesen desenvolver favorablemente para con los deseos e intereses
de los mercados. De esta manera, lo que comenzaron siendo unas reformas
laborales para ganar flexibilidad en nuestro rígido mercado laboral,
está acabando por convertirse en el diseño de un escenario laboral a
medida para los grandes y poderosos capitales, en perjuicio de una gran
masa de trabajadores. ¿O es que esa era su verdadera intención?
Los datos que arrojaron el INE y la EPA en el mes de julio son
abrumadores: 24,5% tasa de paro, 53,8% tasa de paro juvenil, 5.622.900
personas sin trabajo. Muestran el marco económico en el que vivimos,
independientemente de la estación del año en la que nos encontremos.
Reflejan la incapacidad de regenerar la estructura económica del país,
tras una crisis en la que no hay cabida para gran parte de los
trabajadores, y menos aún para los jóvenes. Retratan a toda una
población que se queda sin satisfacer su derecho al trabajo.
Pero no por ello hemos de creer que quien sí está dentro del mercado
laboral se encuentra en el Olimpo de los dioses. La incidencia que esas
políticas laborales han tenido sobre dicho mercado ha sido muy notoria,
lo que ha alterado y definido una serie de rasgos en materia de:
salarios, tiempo de trabajo, negociaciones, etc., propios de un
escenario más benevolente con los intereses y beneficios empresariales
que con el desarrollo de una vida digna, plena y satisfactoria de la
masa trabajadora.
En materia salarial descubrimos cómo se ha permitido una mayor
vinculación de las retribuciones con respecto a la productividad y a
objetivos marcados por la propia empresa, así como la sustitución y
eliminación de complementos salariales extras como el de antigüedad,
riesgo, nocturnidad u otros.
En materia de tiempo de trabajo encontramos: la obligada
intensificación del esfuerzo como contrapartida al sistema de
retribución; la prolongación de la jornada laboral con horas
extraordinarias no remuneradas o de muy baja remuneración; la aparición
de jornadas de muy corta duración (10 horas semanales); la
diversificación de la duración y ubicación de la jornada laboral
(horarios irregulares, franjas horarias atípicas, jornadas variables en
tiempo y lugar), y la exigencia creciente de la disponibilidad temporal
de los trabajadores fuera del horario establecido.
En materia de negociaciones nos topamos con convenios “a medida”, que
atienden las necesidades que desde la CEOE y las grandes y poderosas
compañías demandan (por ejemplo, convenio de grandes almacenes o
industria automovilística). Convenios que suprimen cláusulas de revisión
salarial, que generan tratamientos retributivos diferenciados entre los
mismos trabajadores (bien por tipos de contrato o bien por escalas de
calificación profesional) y que incluso a veces son soslayados para
establecer salarios u otras reglas fuera de convenio. Por otro lado,
encontramos cómo la empresa se reserva el derecho a modificar,
unilateralmente, las condiciones de trabajo aludiendo a razones
técnicas, organizativas o de producción, pudiendo llegar incluso a
despedir trabajadores en una situación de obtención de beneficios.
Además, se permite el ejercicio de discriminar a la fuerza de trabajo
según el género, el tipo de contrato, la nacionalidad y se da vía libre a
todo tipo de subcontratación de actividades. Ni que decir tiene que,
en esta vorágine, la presencia de las organizaciones sindicales y de
defensa de los trabajadores en su puesto de trabajo está en permanente
declive.
Es evidente, por tanto, que la dirección tomada en materia laboral
responde a una estrategia concreta para la salida de la crisis, en la
cual se otorga un papel preponderante a los beneficios empresariales y
se deja en un segundo plano a los trabajadores y a la participación
salarial. Si algo nos ha demostrado la historia económica es que este
tipo de medidas son incongruentes a la vez que de dudosa eficacia para
salir de este tipo de crisis. Mientras tanto, esta orientación deja
indudables vencedores y vencidos, y queda claro que, quien se ve
obligado a vender su fuerza de trabajo en un mercado de una naturaleza
como ésta, no es precisamente quien mejor parado sale del intercambio.
Así pues, lo que en un principio era una sospecha, se convierte en una
hipótesis sostenida hasta que el Gobierno demuestre lo contrario. Hasta
que desde el poder se ejerza verdaderamente el mismo como tal, sobre las
grandes corporaciones y los grandes capitales, y se contribuya a crear
un marco laboral armonioso entre las necesidades económicas del país, de
las empresas y sobre todo de los trabajadores a la hora de elaborar su
proyecto de vida. ¿Se conseguirá?
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