Democracia frente a poder oligárquico
Democracia es un sistema de participación de la ciudadanía o el pueblo en los asuntos públicos. Su contrario sería dictadura, como ausencia de participación y libertades, u régimen oligárquico, como gobierno prepotente de unos pocos. La distinción democracia/oligarquía está en el ámbito de las formas o procedimientos de gobierno y en el carácter de sus instituciones públicas.
Al señalar el énfasis en la democracia los
portavoces de Podemos ponen el acento en un aspecto crucial: la
involución democrática del régimen político actual y la necesidad de
fortalecer la democracia como sistema político representativo de la
población y como participación ciudadana. Se revaloriza la política para
hacer frente a la oligarquía institucional y económico-financiera.
Además, otro elemento no menor, dadas las acusaciones del establishment
por su supuesta condición totalitaria, antipluralista, incluso
liberticida y violenta, es la reafirmación en una alternativa
nítidamente democrática, elevada a la categoría de eje central de su
proyecto, con la aspiración de conformar las principales identidades
colectivas.
A lo largo de la historia, la ausencia de respeto
al pluralismo y la diversidad, así como las políticas de exclusión o
marginación hacia minorías disidentes o diferentes se han pretendido
justificar por la jerarquía de un supuesto bien mayor. Según qué
tradiciones políticas e ideológicas ha sido en nombre de Dios, la Patria
y el Estado. Igualmente, se han cometido atrocidades con el pretexto de
defender al proletariado o el pueblo, incluso para el supuesto avance
de la civilización, el socialismo, la democracia o los derechos humanos.
La alternativa de los poderes autoritarios y grupos fundamentalistas
para los disidentes u opositores es la asimilación, la rendición y el
sometimiento o, bien, el aislamiento, la expulsión y la represión.
Por tanto, hay que reafirmar los criterios democráticos básicos ante la
presencia de divergencias: la tolerancia, el respeto y el
reconocimiento del ‘otro’, el diálogo, los procedimientos consensuados
para abordar los desacuerdos y, en todo caso, la garantía de convivencia
social, cultural e interétnica ante la persistencia o profundidad de
las diferencias. Incluso ante oligarcas criminales o terroristas hay que
respetar sus derechos humanos y las reglas del Estado de derecho. Esta
doble dinámica democrática de combinar las decisiones por mayoría con el
respeto a la minoría y sus derechos no siempre es bien comprendida y
aplicada.
El concepto plural de pueblo
La
utilización de expresiones colectivas, ciudadanía, pueblo… (en los dos
sentidos, de conjunto y parte mayoritaria de la sociedad) no presupone
ni conlleva necesariamente una visión intrínseca unitarista, de no
reconocimiento de la diversidad o de marginación a partes minoritarias,
ya sean de las élites o de capas subalternas y personas diferentes. La
palabra pueblo (diccionario María Moliner) quiere decir: 1)
Conjunto de los habitantes de un país (o una comunidad) o de todos los
gobernados; 2) Conjunto de personas que viven modestamente de su
trabajo. En esta segunda acepción sería la gente corriente o el pueblo
llano, es decir, la parte de la sociedad diferenciada de las élites o la
casta, significado similar al que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española-DRAE
en la segunda acepción: “Población de menor categoría, o gente común y
humilde de una población”. La palabra pueblo no conlleva un déficit
democrático en relación a la palabra ciudadanía que es, precisamente, la
que Podemos suele utilizar como referencia frente a casta en el otro
polo del antagonismo. Es un exceso sin fundamento decir que el uso de
esa palabra sea sinónimo de antipluralista porque pueblo remite a una
unidad incompatible con el reconocimiento de sus partes constitutivas.
Esta expresión, al igual que otros conceptos globales, permite la
desagregación interna de los distintos individuos, habitantes o
personas, así como ocurre con los diversos grupos sociales y las
diferentes naciones, grupos étnicos y clases sociales.
Existen
corrientes fundamentalistas o totalitarias (neofascistas, nacionalistas o
comunitaristas-identitarias extremas) con una visión esencialista
(organicista) que pretenden anular al sujeto individual u otros grupos
diferentes. Esa posición sí es incompatible con la percepción usual de
un pueblo compuesto por grupos sociales diversos, por personas autónomas
y concretas con sus derechos individuales y colectivos. No obstante, es
poco objetivo asociar a Podemos con esas posiciones totalitarias y
antipluralistas, tal como hacen algunos portavoces de la derecha
mediática.
A cualquier palabra se le puede dar un significado
compacto y monolítico sin aceptar la diversidad interna de su contenido.
Es el caso no solo de pueblo sino las citadas de nación, grupo étnico o
clase social. Pero también de grupos pequeños como la familia o la
pareja en las concepciones patriarcales, o el propio individuo, única
realidad existente según el fundamentalismo individualista, postmoderno y
liberal extremo. Sin embargo, deducir el supuesto déficit democrático
del pensamiento de Podemos a partir del uso de la palabra pueblo como
eje de su discurso frente a las élites dominantes es, cuando menos,
tendencioso.
Algunas formulaciones del entorno de este partido-movimiento son
de línea gruesa para reforzar el empoderamiento del pueblo o la
ciudadanía y romper el monopolio del poder oligárquico. Su atrevimiento
con esa tarea legítima es respondido por una ofensiva ideológica
conservadora para deslegitimar los fundamentos de sus críticas y
volverlas contra ellos, tal como se escucha desde los portavoces del establishment:
“Podemos tiene una ideología totalitaria y antidemocrática y nosotros
(los poderosos) somos los demócratas, respetuosos de la libertad y los
derechos humanos”.
La pugna cultural y de legitimación social es
dura y compleja. La ambición del desafío al poder establecido exige
afinar las críticas y evitar ideas ambiguas o que se presten a
confusión. Conviene siempre precisar convenientemente los argumentos y
no dar pie o facilitar campañas de tergiversación y aislamiento,
sabiendo que los errores van a ser utilizados, desproporcionadamente,
como ejemplos de grandes deformaciones ideológicas y de comportamientos
dictatoriales, mucho más peligrosos cuando se tenga más poder
institucional.
Podemos, por la democracia y el refuerzo de la ciudadanía
Podemos ha definido y propuesto elementos básicos de un proyecto
político: un adversario (casta, sistema oligárquico), una base social de
apoyo (ciudadanía o pueblo –descontento-), un programa (más democracia,
más derechos, economía al servicio de la gente) y una estrategia
transformadora (nuevo campo electoral, movilización social y
participación cívica, proceso constituyente). Existen insuficiencias de
cada uno de esos aspectos. Pero globalmente constituyen pilares de una
alternativa al poder establecido y sus políticas regresivas y
autoritarias y señalan un camino transformador. Todo ello ha sido
suficiente para enlazar con el apoyo y la simpatía de una parte
significativa de la ciudadanía indignada y el movimiento popular. Pero
hay que profundizarlo y matizarlo para acometer las nuevas tareas que
aparecen por delante: fortalecer un polo alternativo unitario, social y
político, ganar representatividad y peso en las instituciones políticas y
apostar por el cambio político y la transformación socioeconómica.
Dejamos al margen la valoración crítica que merece el rechazo global al
conjunto de este proyecto, tachado de totalitario y extremista, venido
desde el poder establecido y su aparato mediático. También se apunta a
esa descalificación la dirección del partido socialista. Así, Pedro
Sánchez, su Secretario General, al definir su estrategia política,
insiste en desacreditar a Podemos como un grupo populista que sigue el
modelo ‘venezolano’, sin libertad ni progreso y, además, ¡son aliados
del PP! (con el desacuerdo de Pérez Tapias, de Izquierda Socialista, que
representa al 15% del PSOE y pide un acercamiento). Ello aunque Pablo
Iglesias, portavoz de Podemos, recalque que la situación latinoamericana
es distinta a la española y que su objetivo fundamental es combatir a
la casta y su dominio y privilegios, profundizar la democracia y
ensanchar la libertad y la participación ciudadana.
Cabe citar
algunas interpretaciones no equilibradas, basadas en puntos débiles o
parciales, que llevan a elaborar un diagnóstico sesgado sobre Podemos.
Existen análisis que ponen el acento en la inexistencia o irrelevancia
de la casta, su concepción antipluralista del sujeto ciudadanía o
pueblo, su inconsistencia, la inconcreción de su programa y, en fin, la
falta de estrategia transformadora y el carácter mítico o formalista de
su propuesta de proceso constituyente. En ese sentido, se hace
abstracción del contenido sustantivo de casta, el poder establecido,
regresivo, prepotente y con ventajas especiales, y se infravalora la
amplitud de una ciudadanía indignada, su composición de capas populares y
el impacto del movimiento de protesta social progresista. Así mismo, no
se valora suficientemente que sí han definido unas ideas clave
–democracia, derechos, economía al servicio del pueblo- frente al poder
establecido y que sus mensajes han sido comprendidos y sus líderes
aceptados por un sector significativo de la ciudadanía crítica y
descontenta.
Distintas posiciones del ámbito progresista
reconocen la influencia social y política de este fenómeno y el
incremento de espacios de participación ciudadana, es decir, lo más
evidente. Pero algunas de ellas achacan este hecho, sobre todo, a la
oportunidad y el acierto en la difusión de una buena campaña
comunicativa (publicitaria), con unos lemas populistas y basados en el
estímulo de las emociones populares. O sea, no valoran suficientemente
el proceso de conformación de la actual polarización sociopolítica
entre, por un lado, élites dirigentes que aplican una política regresiva
y prepotente y, por otro lado, una ciudadanía indignada, con un fuerte
movimiento popular, progresista y democrático. Es la base consistente en
que se ha apoyado un proyecto político-electoral cuyos componentes
principales han sido realistas, transformadores y explicados con
argumentos racionales, y cuyos mensajes sintéticos han conectado con la
cultura cívica y han facilitado el apoyo popular a su liderazgo. La
consecuencia es la infravaloración de la construcción de un polo de
referencia alternativo, diferenciado de la socialdemocracia y, según los
últimos datos, de similar peso representativo.
En definitiva,
este nuevo proyecto político, que acaba de nacer en una coyuntura
crítica, todavía es frágil y necesita maduración. Pero se asienta en una
realidad de, por una parte, desigualdad y autoritarismo y, por otra
parte, una amplia conciencia popular crítica y fuertes demandas
ciudadanas de cambio. Permite aventurar, si acierta en el desarrollo de
sus posiciones clave y la convergencia con el resto de fuerzas
alternativas, que puede condicionar todo el panorama político.
Antonio Antón. Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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