LA TEORÍA DE LOS VASOS COMUNICANTES.
Una agradable mañana de
nuestro maravilloso veratoño (contracción muy utilizada en el vocabulario
reciente), un grupo de buenos amigos reunidos en torno a una mesa donde se
comparten viandas, cariño, libertad y emociones a partes iguales, andábamos
reflexionando sobre las últimas encuestas del CIS y nuestra valoración de las
posibilidades reales de nuestra querida alternativa PODEMOS, encabezada por el
insigne líder Pablo Iglesias. En una de esas curvas de la conversación
tertuliana carente de organización e intrínsecamente libre, derivamos hacia los
casos de corrupción mas recientes, ente los que destaca, por tratarse del
último, el protagonizado por el Presidente de la Junta de Extremadura, el
ilustre señor D. José Antonio Monago y el sufragio de sus múltiples viajes a
Canarias a cuenta del presupuesto del Senado, nada realmente importante parece
ser, a juicio de los mentideros políticos de su entorno, y una pieza más del
puzle del CIRCO DE LOS HERMANOS CARADURAS.
En esas andábamos cuando
uno de nosotros se ha cuestionado: ¿Por qué hemos estado tanto tiempo
desconociendo todos estos casos de corrupción? Otro de los contertulios;
ilustre orador y mejor persona, anuncia con su proverbial modo de comunicarse:
¡Todo eso es culpa de los funcionarios? ¡Culpa! ¿Por qué? Preguntó inocente
otro de los presentes. Bueno, más bien que culpa habría que hablar de
complicidad. ¿Y eso? Volvió a interrogar con mirada desorientada, ¿los
funcionarios precisamente? Sí, respondió. Escucha mi teoría:
Antes los funcionarios
estaban bien pagados, tenían sus días “moscosos”, sus vacaciones y sus
retribuciones complementarias. No olvidemos que funcionarios son todos las
personas que componen los cuerpos del Estado y de las Administraciones periféricas.
Pues bien, estas personas estaban cómodamente ocupando con mayor o menor éxito
su puesto de trabajo, hasta que llegó la bola de fuego (crisis) y los poderes
acometieron contra ellos. En primera instancia les impusieron una jornada
laboral de 37,5 horas cuando habían conseguido las 35 entre sus múltiples
reivindicaciones; les recortaron un 5 % los sueldos sin más contraprestación;
les redujeron los días “moscosos” dejándolos solamente en tres, cuando alguno
de ellos podía disfrutar de 10, merced a las distintas cesiones en sus
retribuciones bastante mermadas a lo largo del tiempo que no dispusieron de
amortización del IPC, es decir, ni puta subida; no sintiéndose satisfechos les
obligaron a fichar en sus puestos de trabajo y someterlos a algo que no estaban
acostumbrados y, en definitiva, una serie acumulada de desmanes contra los
empleados de la función pública en todos sus ámbitos, entre los que se incluyen
los de la Seguridad
del Estado. Evidentemente un mal clima para permitir corruptelas de los mismo
políticos que se habían ensañado con ellos.
¿Y bueno, ahora qué?
Volvió a preguntar un contertulio, ¿qué importancia tiene eso? Te responderé de
nuevo, expresó tranquilo el ilustre pensador, observa:
Antes, como estaban
cómodos en sus ocupaciones laborales, todo se podía perdonar en aras al
mantenimiento de sus condiciones de trabajo, mejores o peores, pero asimiladas
como muy aceptables en la mayoría de los casos. No olvidemos la famosa frase
funcionarial que dice: «me engañarán en el sueldo, pero no en el trabajo», que
había sido un axioma sobre el que se fundamentaba la estabilidad emocional del
funcionario. Ahora se ha roto, se sienten engañados en el sueldo y en el
trabajo. Mal rollo, manifestó sonriente el magnifico filósofo.
¿Y después de eso, qué? Interrumpió
de nuevo uno de nosotros, desconociendo por donde caminaba su intrincada
propuesta filosófica. ¡Está claro, pero no os enteráis! Manifestó con los
brazos en alto, rogando que fuésemos capaces de interpretar su sutil propuesta,
apta solamente para intelectos bien preparados.
De súbito otro de los
tertulianos increpó: ¡Ya está, lo tengo! ¿Qué, qué? Preguntamos el resto emocionados.
Pues está claro, indicó: La teoría de los vasos comunicantes. Nuestra
perplejidad aumentó hasta extremos insalubres, ahora nos vienes con una teoría
que inventó el mismísimo Galileo antes de ser quemado por la inquisición y que
guarda relación con la presión atmosférica y el equilibrio que proporciona a
los líquidos sometidos a idénticas condiciones, hasta que alcanzan el nivel
adecuado. Pues eso, ¡está claro! Repitió el conversador que había descubierto
la propuesta del filósofo, mirad: cuando la bola de fuego no había llegado, ya
existía la corrupción, es más, fueron los tiempos en que esa lacra se cebó en
la mayoría de las personas que ocupaban los puestos institucionales y de la
administración. ¿Quién sabía lo que estaba ocurriendo? Es evidente: los
funcionarios. Pero claro, ellos estaban bien, consideraban que era una cuestión
menor y que no importaba que se produjeran prebendas a los altos cargos. A fin
de cuentas, en ocasiones ellos también recibían alguna de menor cuantía. La
cuestión de la presión atmosférica y económica, estaba compensada y entendían
que la “cosa administrativa” funcionaba bien. Pero llego el Armagedón y las
primeras víctimas fueron los funcionarios, aquellos que antes «permitían y
daban cobijo» a tanta sinvergonzonería. Era necesario recobrar el equilibrio
perdido, si los funcionarios habían dejado sus relativamente cómodas costumbres
y modus vivendi, estaba claro que los verdugos eran las personas que ocupaban
los puestos gubernamentales y que se habían convertido en enemigos. Así que la
mejor manera de vengarse era poniendo en evidencia todo el sucio mercado de
intercambios y corruptelas. Los medios de comunicación han colaborado, pero los
cómplices necesarios han sido y son los funcionarios.
Cuando finalizó la
disertación, quedamos sobrecogidos y pronunciamos como en Fuenteovejuna:
¡Gracias funcionarios por
destapar las tramas viciosas que se han producido en vuestras narices! ¡Viva la
teoría de los vasos comunicantes!
SANTA CLAUS.
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