Aquella llamada telefónica de Chávez
Estaba enfrascado en uno de esos pecados originales con los que uno
trata de justificar los días (vanitas vanitatum et omnia vanita), cuando
cerca del mediodía del 7 de diciembre de 2011, chicharreó mi celular.
- Aló, ¿es el señor José Sant Roz?
Mientras hablaba (por si acaso la conversa sería larga), tomé de la
biblioteca un libro que era precisamente la vida de Maquiavelo de Marcel
Brión. Lo había estado revisando aquellos días. Marcel había sido uno
de mis compañeros de viaje en un recorrido reciente por Italia.
Lo cierto era que en mi celular escuchaba a un general de la Casa
Militar que decía: - Lo estamos llamando desde Miraflores porque el
Presidente Hugo Chávez necesita hablar con usted, manténgase en línea
por favor.
¡El Presidente Chávez, hablar conmigo! Vaya.
A los pocos segundo escuché su voz:
- Qué tal José. Cómo estás...
El hombre de otras mil campañas admirables tronando por aquel aparatito,
con su voz impecable, gruesa, llana, directa, cordial, amena y con toda
la sutileza de su inconfundible genio, yendo al grano. Y me dije que
buena oportunidad de hablar de Maquiavelo porque uno tiene muy poca
gente con la cual comunicarse sobre estos inmensos talentos. O hablar
sobre Bolívar que es mi personaje preferido.
Claro, estuve por unos segundos confundido y tratando de entender a qué
se debía aquella llamada. Luego de un saludo introductorio, preguntando
por mi familia y a qué me estaba dedicando, pasó a preguntarme por un
libro que imagino tenía en sus manos o había estado consultando en esos
dolorosos días.
- He estado leyendo un libro de tu hermano Argenis que yo no lo conocía. ¿Cuándo escribió él ese trabajo?
Entonces me refirió unos párrafos que de momento me parecieron
desconocidos. Yo trataba de recordar en medio de la gran confusión que
me embargaba, los textos que él en esos momento me leía, cuando caí de
pronto en la cuenta de que se trataba de una selección que yo había
hecho del libro “Escrito con odio”, efectivamente de Argenis, y que
luego yo publicaría con el nombre de “Los lacayos Pompeyo y Teodoro”.
Rápidamente comencé a recordar como el rayo aquel trabajo cuyo prólogo
yo le había hecho, y que fue publicado en 2004. Procuraba saber qué le
había llamado de allí la atención al Comandante Chávez. Mi mente
retrovisora no daba para tanto.
La conversación se extendió por varios minutos recorriendo el tema de
los grupos de izquierda alzados en armas por allá por la década de los
sesenta. Hablamos de Argenis en la época en que el Comandante Chávez
escribía en “El Nuevo País”. Recordamos unas anécdotas que se remontaban
a mediados de los noventa; me había contado mi hermano que en una
ocasión él requería unos lentes y que en medio de una gran peladera se
los pidió a Chávez. El Comandante también se estaba comiendo un cable,
pero así y todo se metió la manos en el bolsillo y le entregó lo que
tenía:
- Bueno, mira, aquí esta esto. No se si te alcanzará.
Y Argenis lo recordaba muy agradecido, porque me decía:
- Yo me encontraba ciego de bolas desde hacía varias semanas, y vino el
Comandante y me puso a ver. A Venezuela toda le hacen falta unas
tremendas lupas.
Argenis no era de los que se encandilaban con la luz. La buscaba, la miraba con sus rayos más intensos y severos.
En aquella conversación telefónica no sé por qué motivo mencionamos a Teodoro Petkoff, y entonces Chávez me dijo:
- Hace poco hablaba con Fidel y no sé por qué alguien nombró al
personaje ese, y entonces Fidel me dijo: - ¿Y esa mierda todavía vive?
Inmediatamente el Comandante Chávez corrigió y me dijo: -Bueno, el no lo
dijo exactamente así, tú sabes que Fidel es muy correcto.
Volvimos a mencionar el libro de Argenis “Los lacayos Pompeyo y
Teodoro”, y entonces refiriéndose al prólogo que yo le había hecho,
agregó:
- Mira, es verdad eso que dices, que si yo hubiese sido escritor, habría escrito como Argenis.
Recordaba que en ese prólogo yo había dicho: “En la historia se recuerda
con horror las “Confesiones” de San Agustín o de Rousseau, el
Diccionario Filosófico de Voltaire o las Memorias de Bertrand Russell. A
la gente, y sobre todo en estos tiempos de enorme dominio y engaño
mediático se le ha tratado de meter en la cabeza de que es muy feo o al
menos inconveniente, hablar claramente, decir toda la verdad, ser franco
con uno mismo y con los demás. El que uno se desnude. La gente tiende a
huirle a todo el que lleva un diario. Casi nadie se atrevía a hablar
delante de Argenis en Venezuela, porque como decía el propio Argenis la
gente tiene un mal concepto de sí misma, y que sólo los que se conocen
profundamente no ocultan sus defectos y los sacan a la luz. “Porque
cuando uno habla de uno mismo, habla por todos. A mí por esto de
escribir tres tomos de memorias me han condenado, me han hecho preso...
Mussolini vivía asustado del diario que llevaba su yerno, el conde
Galeazo Ciano. Tal vez eso influyó para mandarlo al paredón y dejar a su
propia hija viuda”.
Hoy en día Chávez lleva un diario de cara al público, y nosotros lo
podemos ver abierto cada vez que habla. Eso nos llena de vitalidad y
fortalece nuestra imaginación y nuestro espíritu. Porque como dice
Argenis, él habla por todos nosotros. Por todo lo que nosotros desde
hace mucho hemos también querido decir.”
Y añadí: “El desenmascaramiento que en el terreno de la política hoy
está haciendo Chávez, lo hizo Argenis enteramente solo en la literatura
venezolana. ”
Y allí estaba el Comandante Chávez, sin duda hallando un punto clave de
su obra y de su gesta, y que era en parte lo que le había movido a
llamarme.
Yo había conocido al Comandante en 1994, poco después de salir de la
cárcel, cuando organizamos un acto en la Facultad de Ciencias de la ULA,
llamado “Encuentro de dos rebeliones”. Desde aquella ocasión no nos
habíamos comunicado directamente.
Ese mismo día el Presidente me preguntó por el libro de Argenis
“Febrero”, y que si podía conseguirle un ejemplar. Entonces agregó que
era necesario reeditar toda la obra de Argenis y que se lo iba a
comunicar a Pedro Calzadilla (el ministro de Cultura, para la época.
Hasta hoy no se ha cumplido esa solicitud del Comandante). También me
dijo que si tenía algún trabajo sobre la rebelión del 4 de Febrero, y le
dije que había escrito, poco después de aquella acción, un libro que se
tituló: “El espíritu del 4-F”, a lo que me pidió que lo reeditáramos
para la celebración de los veinte años de tan significativo
acontecimiento, y que yo lo actualizara según todos los hechos ocurridos
posteriormente. Aquello me estalló como una bomba por toda la enorme
responsabilidad que implicaba. Igualmente me solicitó que escribiera un
guión para que yo le hiciera una entrevista en Miraflores, y que se lo
enviara cuanto antes. Debo confesar que a raíz de esa llamada pasé tres
semanas sin conciliar el sueño hasta haber concluido todo lo que me
pedía el Comandante. El guión se lo envié a los tres días de aquella
conversación y lo recibió Erika Farías, la cual estuvo comunicándose
conmigo.
Luego de aquella conversación con Chávez, se produjo un fogonazo de
llamadas desde una multitud de connotados funcionarios públicos. Me
llamó el ministro Pedro Calzadilla y gran parte de su tren ejecutivo. Me
llamó desde Miraflores la camarada Erika Farias; aterrado me llamó el
entonces gobernador de Mérida Marcos Díaz Orellana porque a la vez a
éste lo había llamado el general Héctor Rodríguez de la Brigada Justo
Briceño solicitándole el número de mi teléfono.
A los pocos días me volvió a llamar el Presidente y de lo más cordial le
envió saludos a mi esposa y a toda mi familia. Me preguntó cómo iba el
libro y le hice algunos comentarios. Me pidió que llamara a Francisco
Arias Cárdenas para coordinar con él la información de algunos hechos
que yo mencionaba en el libro en relación con un personaje que había
sido un testigo presencial de lo que ocurrido el 4-F. Y me dijo: “-Yo sé
que tú sabrás tratar lo que refiere ese personaje, que no es nada
ético”. Claro que conocía en profundidad al personaje porque en una
ocasión él había amenazado con demandarme por un artículo que yo envié
al semanario “La Razón”.
Aquellos días de diciembre de 2011 se tornaban terribles por la
enfermedad del Comandante. Y lo de la entrevista que debía hacerle se
fue complicando. Me llamó un día y me dijo que Erika me mantendría
informado de lo que debía hacer en caso de que tuviera que ir para
Caracas. Me conmovía que un pobre diablo como uno estuviera ocupándole
parte de su importantísimo tiempo.
Aquel mal se interponía feroz y terrible frente a su inaudita actividad.
Lucha cuerpo a cuerpo con aquel mal que nadie llegó a ver por los
medios aunque siempre estaba frente a ellos sereno, alegre, amable,
firme, entero.
Yo había vivido noches enteras totalmente entristecido por la situación
de su enfermedad desde aquel fatídico 10 de junio cuando lo
intervinieron de urgencia en Cuba. Pese a que en septiembre se aseguró
que su cáncer había sido derrotado, me dejaba llevar de la imaginación
viéndole en los meses lejanos totalmente repuesto para la batalla.
Estaba pendiente de sus gestos, de sus palabras, de sus miradas y
sentimientos cada vez que aparecía en televisión. El 20 de diciembre fue
a Montevideo en su primer viaje oficial tras la enfermedad. Vinieron
otros momentos confusos y dolorosos, y ya el Presidente no tuvo el
control, que otrora llegó a tener, de su agenda de trabajo.
Aquel ser de inconmensurable capacidad para leer y pensar, aquel hombre
humilde que se convertía en una hormiga al tratar a todo el mundo que le
rodeaba, cuando él era lo más grande de esta tierra, nos dejó
enteramente huérfanos a todos: huérfanos de aquellos cantos llaneros, de
aquellas salidas tan certeras y fulminantes; huérfanos de aquella
sabiduría silvestres y sublime de su palabra oportuna y contundente;
huérfanos de esa alegría que sabía trasmitir en las horas más difíciles;
aquel gran vivificador de las almas de Bolívar, San Martín, de Martí,
Artígas, de todos nuestros próceres. El que le dijo a la Patria Grande:
anda Lázaro, levántate. Poeta infinito, batallador incansable que como
dijo hace poco Fidel “el mismo Chávez desconocía cuán grande era”.
Por eso me he echado a recordar aquellas llamadas que me hizo en
diciembre del 2011, dirigiéndose a este pendejo prodigiosamente
desconocido, en lugar él de estar tratando los temas más álgidos de
aquellas horas con los Kirchner, con Correa o con Evo, con Fidel o con
Daniel Ortega o sumergidos, buceando como cotidianamente hacía en los
tratados filosóficos de Marx, Nietszche, Sartre, Mariátegui, Itsvan
Mézaro.... Con Dios o con el misterio inefable de la naturaleza
inclemente, cuando comenzaba ya él a tener conciencia de que nos dejaba.
Eso es lo que he pensado en estos días. Y por eso me puse a escribir
estas líneas. Comandante amado.
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