El 23-F nació en La Zarzuela, un artículo del coronel Amadeo Martínez Inglés
- Escrito por Redacción
Fue una maniobra del rey para salvar su corona de las iras de los generales franquistas.
Decía en mi artículo anterior sobre la obligada dimisión
de Adolfo Suárez por parte del rey Juan Carlos I que, efectivamente,
los ciudadanos de este país nos quedamos muy preocupados aquella tarde
del 29 de enero de 1981. La gran mayoría no esperábamos la súbita marcha
del presidente y la sorpresa por su repentina retirada dejó paso pronto
en muchos a la intranquilidad y al miedo por el futuro. No en vano
Suárez, con la única excepción del Ejército, había sabido granjearse
durante los difíciles años en que manejó las riendas del Estado la
simpatía y la admiración del país entero.
Casi todos intuimos en aquel momento que con esa
sonada dimisión del presidente no iban a arreglarse los graves problemas
que atenazaban a la nación entera; todo lo contrario, muchos de ellos
podrían empeorar todavía más y la vuelta a una dictadura militar, que
nadie deseaba, podía ser el colofón de una serie de acontecimientos
desagradables que tal vez se precipitaran cuando el jefe del Ejecutivo
terminara de decir adiós a su pueblo.
Quedaban en aquellos
dramáticos momentos 25 días para el 23-F. Casi nadie podía sospechar
entonces, a pesar de los temores, que algo así podía ocurrir pero en los
cuarteles bastantes militares sí sabíamos que entre bastidores se
estaba preparando algo muchísimo peor que lo que luego finalmente
aconteció, algo mucho más brutal y potencialmente peligroso que unos
pocos guardias civiles asustando con sus metralletas a los padres de la
patria en el Congreso de los Diputados y unos cuantos militares sobre
tanques viejos y desarmados correteando por las calles de Valencia;
deteniéndose civilizadamente, eso sí, en los semáforos en rojo.
Sobre el 23 de febrero
de 1981 se ha escrito mucho, quizás demasiado, pero se ha escrito
periodísticamente, oportunistamente, sin conocer mucho las dos
instituciones armadas que lo protagonizaron (otras que también
intervinieron, civiles, supieron nadar y guardar la ropa), arrojando a
la cara del lector miles y miles de datos, cifras, fechas, nombres,
hipótesis no contrastadas en absoluto, entrevistas y charlas
demenciales... en una abigarrada maraña que le ha impedido siempre
llegar a conclusión racional alguna. Lo que yo he querido hacer, a
través de mis libros y centenares y centenares de artículos y
conferencias tras casi treinta años de investigaciones sobre tan oscuro
tema, ha sido poner a disposición del hombre de la calle, del ciudadano
español medio, un análisis actualizado, serio, riguroso, de los
acontecimientos que tuvieron lugar en Madrid, Valencia y otras capitales
españolas los días 23 y 24 de febrero de 1981, explicándole con todo
detalle pero con claridad (y supongo que con amenidad), cuáles fueron
sus causas, sus antecedentes, sus protagonistas y por qué se
desarrollaron de la forma que lo hicieron y no de otra manera. He
utilizado para ello todos mis conocimientos profesionales y personales,
mis relaciones con el mundo de la milicia donde se gestó el evento, las
conclusiones y evidencias a las que he llegado después de una agobiante
recopilación de datos, y algo muy importante que no pude recoger (por un
compromiso inexcusable) cuando en 1994 publiqué mis primeras
conclusiones: las sensacionales declaraciones personales que en marzo de
1990, en la prisión de Alcalá de Henares, me hizo una de las
principales figuras de la llamada “intentona golpista”, el teniente
general Miláns del Bosch y Ussía.
Y creo, así me lo han
expresado muchos lectores, que desde ese año 1994 en que por primera vez
dejé muy claro en las páginas del libro “La Transición Vigilada” que el
rey Juan Carlos era el máximo responsable de la maniobra
político-militar-institucional desencadenada en España en la tarde/noche
del 23 de febrero de 1981 (la llamada indebidamente intentona golpista)
hasta 2009 en el que di por fin carpetazo al tema sacando a colación en
“La Conjura de Mayo” todo el entramado operativo del golpe duro o a la
turca de los generales franquistas previsto para ponerse en marcha el 2
de mayo de 1981, he hablado muy claro, de una forma concisa, concreta,
sin dejar nada en el tintero por fuerte o escandaloso que pueda parecer a
algunos, sin tabúes, autocensuras o miedos. Intentando que los
españoles dejáramos de referirnos al famosísimo 23-F como el misterio
del siglo, el intento de golpe de Estado “llevado a cabo por un pequeño
grupo de militares nostálgicos” que nunca podrá esclarecerse, el oscuro
suceso de la transición que “mejor es no meneallo” y pudiéramos
encontrar de una vez respuestas adecuadas a preguntas como éstas: ¿Cómo
se gestó aquella ridícula y rocambolesca entrada de guardias civiles en
el Congreso? ¿Por qué dos generales monárquicos se levantaron contra el
rey? ¿Por qué Armada llamó a La Zarzuela minutos después del asalto y el
rey no quiso hablar con él? ¿Por qué Armada se embarcó como cabecilla
de un intento de golpe de Estado si en este país todo el mundo sabía, a
mediados de febrero del 81, que ya había consensuado con los principales
partidos políticos de la época la puesta en marcha de su peculiar
operación de cambio de rumbo político a dos años vista? ¿Por qué otro de
los principales dirigentes de la “intentona”, el teniente general
Miláns del Bosch, obedeció enseguida a la autoridad contra la que
teóricamente estaba montado el operativo, el jefe del Estado, y
acuarteló sus tanques sin disparar un solo tiro? ¿Por qué los autobuses
de Tejero fueron conducidos “en volandas” al Congreso por coches del
CESID para evitar que se perdieran por la maraña del tráfico y no
llegaran a la hora prevista? ¿Por qué el Estado Mayor de la Guardia
Civil protegió con coches camuflados los alrededores del Congreso horas
antes de que acudiera Tejero? ¿Por qué el teniente coronel golpista
recibió tantas facilidades de sus jefes naturales para reclutar a sus
hombres y organizar su caravana hacia la fama? Y tantas y tantas otras…
Voy, pues a concretar,
porque este pequeño recordatorio de la génesis del falso golpe militar
del 23-F no quiero que se eternice en el tiempo y se salga de lo que
solo aspira a ser: un trabajo periodístico (oportuno, que no
oportunista) ante la burda maniobra propagandística cortesana que estos
días ha vuelto a saltar a los medios de comunicación de la mano del
bodrio literario pseudohistórico de la señora o señorita redactora PU.
Empecemos, pues, ya sin más dilaciones. Estamos, no lo olvidemos, a 29
de enero de 1981 y Adolfo Suárez acaba de dimitir como presidente del
Gobierno. Este hecho, como apuntaba antes, va a influir decisivamente en
la vida política del país y, sobre todo, en la definición y desarrollo
de las maniobras involucionistas en marcha desde meses atrás.
Para abordar el misterio
que todavía puede representar para algunos el 23-F con ciertas
garantías de desentrañarlo, es conveniente sacar cuanto antes a la
superficie del relato el conglomerado de conspiraciones o golpes
cívico-militares que estaban en preparación en aquellas preocupantes
fechas. Después de analizar múltiples informes secretos de los Servicios
de Inteligencia de la época, de recabar decenas de testimonios
personales directos y de sintetizar toda la confusa información que ha
llegado a mis manos estoy en condiciones de diseñar lo que era el “mapa
golpista” español a punto de comenzar el fatídico mes de febrero de
1981:
a).- Golpe duro a la turca.
Su nacimiento o sus orígenes hay que
buscarlos en la famosa reunión de Játiva de septiembre de 1977 donde la
cúpula militar, después de la legalización del Partido Comunista (9 de
abril) y de las primeras elecciones democráticas (15 de junio), sienta
las bases (su peculiar doctrina golpista salvadora de la patria en
peligro) para un eventual frenazo a la transición política española en
el momento que considere más oportuno. Recordemos que a aquella reunión
asistieron, entre otros, los generales De Santiago, Miláns del Bosch,
Alvarez-Arenas, Pita da Veiga, Prada Canillas, Coloma Gallegos... Ese
“espíritu de Játiva” no se perdería ya en los meses y años siguientes,
antes al contrario, se afianzaría y fortalecería con el aporte
ideológico de la trama civil (el aparato franquista todavía muy
importante en aquellos momentos) y su entramado periodístico y de
propaganda.
Este movimiento
involucionista, el más importante y peligroso de todos los que
intentaban abrirse camino en la atormentada España de principios de
1981, recibe nuevos bríos e ideas operativas con el golpe de Estado en
Turquía (septiembre de 1980), plasmado por el coronel Quintero, agregado
militar en Ankara, en su ya famoso Informe de noviembre de ese mismo
año. De ahí que haya sido bautizado con el sobrenombre de “golpe a la
turca”, aunque también se le conoce con los de “Operativo Almendros”
(pseudónimo con el que publica sus arengas panfletarias en El Alcázar) o “golpe de los tenientes generales”.
En algunos textos,
investigaciones e incluso informes reservados de los servicios de
inteligencia del Estado (“Panorámica de las operaciones en marcha”,
CESID, noviembre de 1980) se habla de un “golpe de los coroneles”,
independiente de la trama general que estudiamos. No es exacta la
información. El movimiento de los coroneles existía, desde luego, con la
mayoría de sus componentes localizados en el Estado Mayor del Ejército y
Estados Mayores de capitanías generales, pero más bien como colectivo
auxiliar y pensante desde el punto de vista ideológico y de la
planificación operativa, subordinado totalmente a la autoridad de la
“cúpula de Játiva” en cuyo marco trabajaba tanto en el campo legal y
reglamentario como en ilegal o subversivo.
Este golpe duro o a la
turca, en preparación adelantada en febrero de 1981, jamás llegaría a
materializarse. Sería abortado por una enmarañada y maquiavélica
operación pseudo constitucional auspiciada por el general Armada y
conocida (y aceptada) en los más altos ambientes políticos nacionales.
Se ha juzgado y condenado, eso sí, a algunos, muy pocos, de los que
intervinieron en esta última operación quirúrgica preventiva, que fueron
arrastrados por la vorágine de la confusión e interrelación de los
distintos movimientos sediciosos en marcha como el coronel Ignacio San
Martín o su subordinado el comandante Pardo Zancada, “fichado” después
por Miláns del Bosch para su golpe primorriverista, hombre honesto y
testimonial en las últimas horas del fallido 23-F; y a alguno más, en
general hombres de segunda fila que jugaron sin saberlo en un juego de
varias barajas que apenas conocían.
Para conocer en
profundidad la génesis y el desarrollo de este golpe duro, nonato
afortunadamente, remito al lector a mi libro “La Conjura de Mayo”
(Styria, 2009), agotado y censurado ¡faltaría más! pero que todavía
puede descargarse libremente en la Red.
b).- Golpe primorriverista de Milans
Desgajado del anterior
por las ideas férreamente monárquicas del general Miláns del Bosch, toma
carta de naturaleza a partir de mediados de 1980. Miláns acude en
septiembre de 1977 a la reunión de Játiva y es, por lo tanto, “socio
fundador” del gran movimiento franquista que se pone en marcha desde ese
momento. Pero no está de acuerdo en prescindir del rey. Desde meses
atrás, desde el 9 de abril de ese mismo año (“Sábado Santo rojo”) no
había dejado de acariciar la idea de una acción contundente del Ejército
para modificar en ciento ochenta grados el rumbo político del país,
siempre respetando la institución monárquica. En aquella ocasión, a
pesar de tener todas las bazas en su mano al estar al mando de la unidad
operativa más poderosa del Ejército español (la División Acorazada
Brunete), no se “atrevió” (más adelante supe exactamente por qué a
través de sus propias palabras) a dar el gran salto hacia adelante.
Después de Játiva, impulsó decididamente una acción fuerte y coordinada
contra la nueva democracia española, pero dejando siempre bien patente
su oposición a una hipotética república presidencialista aunque fuera
dirigida por un militar. Su pensamiento aparece muy claro en los
círculos de la conspiración: el Ejército debe “salvar” a la patria una
vez más, pero con la efigie del monarca elegido por Franco presidiendo
las salas de banderas.
En el verano de 1980, Miláns encarga a Tejero el
asalto al Congreso de los Diputados (más bien acepta los planteamientos
de éste sobre dicha acción), fundiendo en el suyo el “golpe de mano de
los espontáneos” (Tejero e Inestrillas) de la antigua “Operación
Galaxia”. El general buscaba una acción espectacular contra el sistema
como punto de partida de las medidas a tomar por el Ejército en su
momento, y al tener conocimiento, a través de sus enlaces en Madrid, de
la contumacia golpista de Tejero y de sus estudios para relanzar la
desmantelada operación de noviembre de 1978, ocupando ahora el Congreso
de los Diputados en lugar de La Moncloa, no dudó en darle luz verde para
que completase la planificación de tan arriesgada acción con vistas a
ponerla en práctica cuando él lo ordenara.
c).- Golpe de mano de los espontáneos.
Llamado también “golpe primario” por el
CESID y los servicios de inteligencia militar, salió a la luz pública en
noviembre de 1978 al desmantelar la policía la “Operación Galaxia”,
denominada así por ser en la cafetería madrileña del mismo nombre donde
sus dos principales promotores, el teniente coronel de la Guardia Civil
Antonio Tejero y el comandante del Ejército destinado en la policía
Ricardo Sáenz de Inestrillas, planificaban sus acciones.
Estos militares pretendían, antes de que en España se
votase la Constitución, asaltar el palacio de La Moncloa mediante una
acción espectacular (al estilo de la realizada en Nicaragua por el
comandante “Cero”) para secuestrar al Gobierno en pleno y provocar con
ello una reacción en cadena dentro del Ejército, muy sensibilizado por
aquellas fechas como sabemos. Contaban para ello con dos o tres
centenares de guardias civiles y policías, mandados por algunas decenas
de oficiales y suboficiales de plena confianza.
La detención y posterior procesamiento en consejo de
guerra de ambos implicados, que se saldó por presiones corporativas con
unos pocos meses de condena testimonial, no lograron, más bien al
contrario, paralizar los planes golpistas de este reducido colectivo
desestabilizador que a lo largo de los años 1979 y 1980 siguió
conspirando con la idea de llevar adelante sus alocados deseos.
El teniente coronel Tejero, sobre la base de
rudimentarios análisis de los planes estratégicos del general Mola para
ocupar Madrid en 1936, y también, sin duda, obedeciendo a irrefrenables
deseos de protagonismo personal y a inclinaciones ancestrales de la
clase castrense española de humillar y meter en cintura a los padres de
la patria en cuanto la ocasión se presentara favorable, dentro de los
escasos períodos democráticos que ha disfrutado a lo largo de la
historia este bendito país, decidió preparar, sin prisas pero con
determinación absoluta de llevarlo a cabo en el medio plazo, algo tan
sonado o más que lo del palacio de La Moncloa: asaltar el Congreso de
los Diputados y encerrar entre sus muros al Gobierno y a los tres
centenares largos de diputados. Como todos sabemos, lograría ejecutar
semejante acción el día 23 de febrero de 1981, pero no de una forma
autónoma y como jefe supremo de lo operación. Captado por el general
Miláns del Bosch en julio de 1980 para su golpe primorriverista, fue
este impetuoso jefe de la Guardia Civil el que con su rocambolesca
entrada en el hemiciclo del Congreso, pistola en mano y gritos
cuarteleros de por medio, desbarató los sofisticados designios de un
numeroso grupo de políticos y militares que habían previsto un 23-F muy
distinto del que vivimos.
d).- Solución Armada.
Planificada por el general Armada, consultada y
después aceptada por la JUJEM (Junta de Jefes de Estado Mayor) y por los
principales partidos políticos del arco parlamentario español de la
época (PSOE, sector crítico de la UCD, PCE...) nace con la finalidad de
desactivar el grave peligro militar que se cierne sobre la corona y la
democracia españolas a mediados del año 1980, reconduciendo la situación
política hacia un Gobierno de coalición o de concentración presidido
por un alto militar de prestigio.
Los planes en marcha contemplaban “el respeto
posible” a la Constitución y a las normas democráticas vigentes en
España y consistían, en esencia, en que inmediatamente después de la
previsible dimisión de Adolfo Suárez (en cuya consecución se trabajaría
coordinadamente en aras de buscar una rápida solución a la crisis), el
rey, en uso de sus atribuciones constitucionales, presentaría al
Congreso una reconocida personalidad de las Fuerzas Armadas, de talante
abierto y conciliador, que obtuviera de inmediato el respaldo suficiente
de la Cámara como futuro presidente de un Gobierno de concentración o
salvación nacional.
Armada, hombre de la máxima confianza del monarca,
empieza a mover los hilos de esta solución político-militar a partir del
verano de 1980. Patrocina contactos con conocidos dirigentes políticos
de UCD (sector crítico), del PSOE, de Alianza Popular, del PCE...y, por
supuesto, con generales de la cúpula militar fieles a la monarquía,
incluido el capitán general de Valencia, Miláns del Bosch. Armada conoce
muy bien tanto lo que prepara el grupo de tenientes generales
contrarios al sistema como la variante involucionista auspiciada por
este general monárquico de tradición familiar proclive a la asonada.
Sabe mucho también del profundo malestar reinante en
el Ejército a través de sus estrechos contactos con el CESID, la JUJEM y
servicios de Inteligencia de los tres cuarteles generales de las
Fuerzas Armadas y mantiene puntualmente informado de todo ello a La
Zarzuela, de la que consigue el plácet para poner en marcha una solución
política capaz de frenar en seco o desactivar de una manera importante
los pronunciamientos en preparación, satisfaciendo, de paso, las
“comprensibles” aspiraciones de las Fuerzas Armadas y salvando con ello
la corona.
Para adelantarse a las maniobras anteriores, Alfonso
Armada decide poner en ejecución su plan a mediados del mes de marzo de
1981. Concretamente baraja en su mente una fecha: el día 21 de ese mes.
Posteriormente ¡por presiones del CESID! y conveniencias operativas en
su trato con el teniente general Miláns del Bosch, decidirá adelantarlo
al 23 de febrero de 1981. Continuará…
Fdo: Amadeo Martínez Inglés
Coronel. Escritor. Historiador.
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