La Virgen censura twitter
De hecho, se me acaba de aparecer la Virgen ahora mismo ante el ordenador para explicarme que, subrepticiamente, estoy llamando al ministro gilipollas, y que eso puede ser constitutivo de delito. “No, doña María”, le he respondido a la visión con gesto y tratamiento agnósticos. “Jamás osaría llamarle gilipollas a un meapilas. El segundo adjetivo engloba al primero, como usted debería saber tras recibir la Medalla al Mérito Policial”. La Virgen, investida de la dureza policial propia de estos tiempos, me ha golpeado con su báculo la cabeza, pero para mi suerte y para la de mis lectores, al ser también el báculo visión, me ha atravesado sin aparente daño craneal o neurológico.
Isabel Carrasco era una política controvertida, como dicen los horteras. Fue condenada por amañar una oposiciones en la Diputación que presidía, acusada de pagarse la peluquería con fondos públicos, de pasar kilometrajes que no había recorrido o de subirse el sueldo hasta 9.000 euros en 2011, cuando la crisis aquella que ya estamos superando. Para colmo, corren en los medios historias sobre si la venganza no podría tener algo que ver con un sombrero vikingo, lo que siempre alienta el cachondeo zafio.
No me parece bien regodearse en el asesinato de nadie. Pero no me extraña que, tratándose de un político, de un cargo del PP, de un presunto corrupto, y de una señora que cobra 150.000 euros más dietas por empobrecer León, la gente se enerve un poco y se ponga estupenda, soez o torpe de verbo. Es tan censurable como natural.
Novela negra leonesa
En lugar de hacer el chorra pegando tiros al aire y zanjando crímenes vía twitter, la policía prefirió seguir los métodos tradicionales de investigación: interrogatorios a testigos, recogida de huellas, análisis, búsqueda de culpables y calma, mucha calma. Pero, del mismo modo que el Pravda del PP se lanzaba al despiece del asesinato con el cadáver todavía caliente (a ver cuántos votos podían sacarle a la desgracia) algunas lumbreras de la trinchera de enfrente empezaron a hacer chistes y a extrapolar la supuesta justicia poética del homicidio. De inmediato, el célebre detective Sherlock Hermann Tertsch apareció en escena para sugerir que el Gran Wyoming se hallaba detrás de aquellas necrófilas celebraciones (la sugerencia no carecía de riesgo, ya que la última vez que Tertsch involucró a Wyoming en un acto delictivo resultó que el asesino era el taburete). No contento con ello, el detective Tertsch, famoso entre otras cosas por sus trifulcas virtuales, se enredó en una disquisición filosófica con Pablo Iglesias, cuando el líder de Podemos señaló que no entendía cómo se detenía la campaña electoral por el asesinato de un político, por lamentable que fuese, y no, por ejemplo, ante el suicidio de un desahuciado. Esta fue la escueta respuesta de Hermann:
El terrorismo equipara los asesinatos con la muerte natural o cualquier tipo de hecho común. Sus actos como lógicos. Así hace Pablo Iglesias.
Dejando aparte la sintaxis, que es de juzgado de guardia, hablar de un suicidio como “muerte natural” o “hecho común” nos llevaría a replantearnos todo el código penal, el civil e incluso la obra de Albert Camus, pero el argumento de Tertsch no tiene vuelta de hoja: si alguien se suicida, lo natural es que se muera. Podría replicarse que si a alguien le pegan cuatro tiros, también es muy común que se desangre, pero la precisión de la réplica de Hermann reside en la casuística: ya nos hemos acostumbrado a que la gente se suicide porque la echan de su casa o porque le desespera el hambre. Lo que nos resulta del todo punto anormal, por inaudito, es que asesinen a un político y si, además, la víctima en cuestión contaba con trece cargos y trece sueldos públicos más un amplio historial de corruptelas, la novela no iba a durar ni un capítulo. El asesinato de Carrasco se convirtió en un 11-M en miniatura.
Sin embargo, al igual que en el 11-M, que en el batacazo de Tertsch y que en todas las novelas negras cuya trama se alarga más de diez páginas, en el asesinato leonés también empezaron a aparecer más sospechosos. Concretamente del PP, lo que corrobora tristemente el canibalismo de los grandes partidos políticos españoles resumido en aquel consejo estelar de Vito Corleone: “Ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”. Cómo sería Isabel Carrasco que Sostres habla bien de ella. En Astorga circula ya la hipótesis, banal y poco aventurera, de que detrás de este crimen no hay nada de intriga política ni de revanchismo social sino un sórdido lío de faldas mezclado con venganzas personales. Pero hay periodistas tan enamorados de su oficio que no van a dejar que la verdad, una vez más, les estropee la novela.
PÚBLICO
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