El escandaloso comportamiento de la industria farmacéutica
España se gasta muchísimo en el capítulo de farmacia, un 
dato que es incluso más notorio y visible porque el gasto público 
sanitario es muy bajo. En realidad, nos encontramos con la situación 
paradójica de que España es uno de los países que se gasta menos en 
sanidad pública (mucho menos de lo que debería por su nivel de riqueza) 
y, a la vez, es uno de los que se gasta más en farmacia. El argumento 
que se utiliza con mayor frecuencia para explicar el elevado gasto en 
farmacia es que los pacientes, al no tener que pagar el coste de 
producir el fármaco, abusan del sistema, adquiriendo muchas más 
medicinas de las que en realidad necesitan.
Además de errar en este diagnóstico –pues la mayoría de la ciudadanía
 española tiene que pagar por los fármacos–, el hecho es que dicha 
explicación del elevado consumo farmacéutico ignora que el acceso a los 
fármacos no es tan fácil como se cree, pues aunque los precios de los 
productos farmacéuticos son inferiores a los de otros países, se olvida 
que el nivel de los salarios y/o transferencias públicas a las familias,
 ancianos y grupos sociales vulnerables es mucho más bajo que el que 
existe en la mayoría de países de la UE-15, el grupo de países de la UE 
de semejante nivel de desarrollo económico al español.
Pero las consideraciones más importantes deberían hacerse sobre el 
comportamiento de la industria farmacéutica, una de las industrias con 
mayores beneficios en la economía, fenómeno que es generalizado en la 
mayoría de países desarrollados a los dos lados del Atlántico Norte. En 
EEUU, los beneficios empresariales de este sector económico –el 
farmacéutico– son de los más elevados de aquel país. Las diez empresas 
más importantes del sector tienen una tasa de beneficios (el porcentaje 
que representan sobre el total de ventas) del 17%, que es muchísimo 
mayor que el promedio (5%) de las 500 empresas más grandes de aquel 
país.
Estos enormes beneficios (que ocurren también en España) se basan en 
la protección que les ofrece el Estado, permitiéndoles dictar el precio 
de los productos farmacéuticos al nivel que deseen, a través de las 
patentes. Estas patentes son una manera de saltarse el mercado, 
asegurando a las empresas farmacéuticas el poder de controlar la 
producción y distribución, con un comportamiento claramente 
monopolístico. El caso más claro es el precio de un nuevo tratamiento 
para la hepatitis C, que cuesta nada menos que la friolera cantidad de 
25.000 euros por paciente. En EEUU es 84.000 dólares (unos 63.000 euros)
 por paciente. Esta situación, por cierto, ha creado un problema enorme 
en el sistema penitenciario estadounidense. Paradójicamente, en un país 
donde el Estado no garantiza la accesibilidad a los servicios sanitarios
 por parte de la población, sí que lo hace en el caso de los prisioneros
 en las cárceles estatales (1,3 millones de presos) y federales (200.000
 presos). Estos sí que tienen el derecho a recibir los servicios 
sanitarios gratuitos, situación que, repito, no existe para la mayoría 
de la población estadounidense. Y un 17% de toda la población en prisión
 está infectada por el virus que causa la hepatitis C, que se transmite 
al compartir las jeringuillas entre los drogadictos. En realidad, un 
tercio de todas las personas infectadas con el virus está en prisión. El
 tratamiento de estos pacientes está suponiendo una crisis enorme del 
sistema penal de aquel país (ver Margot Sanger-Katz, “Why the Hepatitis 
Cure Sovaldi Is a Budgetary Disaster for Prisons”, The New Yor Times, 
07.08.14).
Cuando analizamos la causa de que el precio del Sovaldi sea tan 
elevado, vemos que tanto el Estado federal de EEUU como el Estado 
español garantizan que el laboratorio que lo produce defina el precio de
 la medicina, impidiendo por varios años que otros laboratorios 
produzcan el mismo fármaco o uno de semejante. El mercado no funciona en
 el sector farmacéutico cuando las patentes son las que rigen el precio 
de los productos. La justificación para que el Estado garantice tal 
beneficio al productor es que la empresa farmacéutica tiene que 
recuperar los costes de haber inventado y producido la medicina. Es lo 
que se llama coste de la investigación y desarrollo de un fármaco. Ahora
 bien, dicho argumento debe cuestionarse en base a la mucha evidencia 
ignorada en este argumento. Una es que el coste en investigación y 
desarrollo del fármaco es mucho más bajo de lo que indica la propia 
industria. La evidencia de ello es robusta. En realidad, Egipto produce 
el mismo fármaco genérico por 900 dólares (unos 675 euros) y la India va
 a sacar un producto idéntico por 200 dólares (unos 150 euros). ¿Por qué
 el Estado español se gasta tanto dinero por paciente cuando puede 
adquirirlo por muchísimo menos?
Se me dirá que la Comisión Europea (teóricamente el máximo exponente 
de las teorías neoliberales promotoras del mercado) no lo permite. Le 
sorprenderá al lector conocer que la Comisión Europea, a pesar de su 
discurso neoliberal, en la práctica se ve a sí misma como la defensora 
de la industria farmacéutica europea. Pero debería saberse que para el 
Estado español sería más barato pagarle al paciente español para que se 
fuera a comprar el fármaco a Egipto o a la India (viaje y hotel 
incluido), que no comprarlo en España. Esto es lo que precisamente Dean 
Baker, uno de los economistas más interesantes de EEUU, aconseja al 
Estado de California que haga: que las autoridades públicas de aquel 
Estado les paguen a los pacientes de hepatitis C el viaje a Egipto 
(familiares incluidos). Con ello, dichas autoridades gastarían 7.000 
millones de dólares menos de los que se gasta solo el Estado de 
California en comprar el producto al fabricante actual en EEUU (ver Dean
 Baker, “Who’s Afraid of Trade? Expensive Drugs and Medicaid”, 
Counterpunch, 06.08.14).
Pero más económico que todo ello sería incluso que el Estado fuese el
 que investigara y desarrollara el producto. En realidad, el Estado ya 
financia la gran mayoría de la investigación básica que determina el 
descubrimiento de nuevos fármacos. En EEUU, los famosos centros de 
investigación médica (NIH) son los mayores centros de investigación 
básica. Lo que hace la industria farmacéutica es aplicar este 
conocimiento básico a su investigación aplicada, mercantilizándola. Si 
el Estado financiara también la aplicada (lo que le significaría doblar 
la cantidad de dinero en investigación), se ahorraría muchísimo dinero, 
pues el precio del producto sería muchísimo menor. El hecho de que ello 
no se esté considerando se debe única y exclusivamente al enorme poder 
de la industria farmacéutica, uno de los grupos económicos más poderosos
 e influyentes sobre el Estado tanto en EEUU como en España.
 
 
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