Israel ya ha asesinado a 400 niños palestinos. En el colmo del cinismo,
el gobierno de Netanyahu responsabiliza a Hamás y los mass-media se
hacen eco de esta maniobra
Las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzahal) ya han asesinado a 400
niños palestinos. En el colmo del cinismo, el gobierno de Netanyahu
intenta responsabilizar a Hamás y los grandes medios de comunicación se
hacen eco de esta maniobra. En nuestro país, los mismos que se indignan
cuando se intenta explicar –no justificar- la violencia de ETA, no
plantean objeciones morales cuando Israel ataca a la población civil
palestina con misiles, fósforo blanco y bombas de racimo. Los niños que
perdieron la vida en el infame atentado contra el Hipercor de Barcelona
el 19 de junio de 1987 son víctimas de primera clase, que pueden
explotarse para mantener viva la crispación y boicotear el proceso de
paz y reconciliación en el País Vasco, pero los niños palestinos son
víctimas de segunda categoría, daños colaterales que no pueden
atribuirse a Israel, pese a que sus carros blindados y sus F-16
bombardean escuelas de Naciones Unidas e infraestructuras necesarias
para el suministro de agua y electricidad. Nada entra ni sale de Gaza
porque Israel, Egipto y el Mar Mediterráneo actúan como los muros de una
gigantesca prisión al aire libre. Desde hace ocho años, Gaza sufre un
bloqueo inhumano, que escatima alimentos, medicinas, agua, material
escolar, combustible y material de construcción, pues siempre ha
existido el propósito de transformar la Franja en un lugar inhabitable y
obstaculizar cualquier intento de reconstruir los edificios reducidos a
escombros.
GENOCIDIO EN GAZA, LIMPIEZA ÉTNICA EN CISJORDANIA
Israel y Estados Unidos no reconocen la autoridad de la Corte Penal
Internacional porque el terrorismo de estado es la esencia de su
política exterior. Estados Unidos alienta “primaveras” en Oriente Medio
para reorganizar la zona de acuerdo con sus intereses, practica la
tortura en Guantánamo y en un verdadero archipiélago de cárceles
clandestinas, comete asesinatos extrajudiciales con aviones no
tripulados (drones) y desestabiliza países –como Ucrania o Venezuela-
para controlar las rutas comerciales del gas y el petróleo. Israel es su
estado 51 e imita a su maestro, que se constituyó como nación
exterminando a los pueblos nativos y estableciendo una segregación
racial que aún no ha desaparecido. En Washington D. C., la esperanza de
vida de un hombre blanco supera a la de un hombre negro en 13’8 años. La
esperanza de vida de un judío israelí es de 81’7 años. La de un
palestino 72’8. Es evidente que la “pax americana” y la “única
democracia de Oriente Medio” no garantizan la igualdad de derechos, pues
el racismo –basado en razones étnicas, religiosas o económicas- se
disfraza de economía libre de mercado, suscribiendo las tesis del
darwinismo social, que condenan al más débil a una existencia precaria y
una muerte prematura. Israel no procede a ciegas, movido tan solo por
el deseo de vengar el secuestro y el asesinato de tres adolescentes
judíos en la Cisjordania ocupada. Su objetivo es forzar una segunda
Nakba o emigración forzosa, semejante a la que en 1948 le permitió
deshacerse de casi un millón de palestinos, obligándoles a abandonar sus
hogares. En las aguas territoriales de Gaza, hay importantes
yacimientos de gas sin explotar, pero ésa no es la razón principal de
las sucesivas incursiones militares. El objetivo es expulsar a sus
habitantes a la península del Sinaí u otros países de la zona (Siria,
Jordania, Líbano) para construir un Estado judío, sin la presencia de
árabes que distorsionen su identidad nacional. En Cisjordania, se aplica
el mismo guión, pero de una forma menos cruenta. Las colonias judías se
apropian de los recursos hídricos y condenan a los palestinos a vivir
en asentamientos de escasa viabilidad económica. Esos enclaves están
aislados por muros, carreteras y controles militares, y soportan a
diario las humillaciones de los colonos. En este contexto, ¿se puede
hablar de genocidio y limpieza étnica?
El Convenio de 1948 sobre la Prevención y Castigo del Crimen de
Genocidio describe los actos que caracterizan a las políticas genocidas:
“matanza de miembros de un grupo nacional, étnico, racial o religioso;
atentado grave contra la integridad física o mental de los miembros del
grupo; sometimiento deliberado del grupo a condiciones de existencia que
puedan acarrear su destrucción física, total o parcial”. En 1993, el
académico polaco Raphael Lemkin propuso una definición más precisa: “El
genocidio se desarrolla en dos fases: por un lado, la destrucción del
modelo nacional del grupo oprimido; por otro, la imposición del modelo
nacional del opresor mediante el desplazamiento forzoso y la
colonización del territorio”. Es indiscutible que Israel actúa de este
modo y, por tanto, procede hablar de genocidio, limpieza étnica y
crímenes de guerra, pues en todas sus operaciones de castigo contra Gaza
ha violado el Protocolo I adicional de 1977 de los Convenios de
Ginebra, según el cual se considera un crimen “convertir a civiles y
localidades no defendidas en objeto o víctimas de ataques
indiscriminados”. No simpatizo con Hamás, pero sus cohetes artesanales
son simples petardos comparados con la tecnología del Tzahal. La
desproporción en el número de bajas demuestra que no se puede hablar de
una guerra, sino de actos de resistencia contra la ocupación israelí.
Cuando Al Fatah –un partido laico y socialista- era la fuerza política
más influyente del pueblo palestino, el Estado de Israel no se mostró
menos agresivo. De hecho, invadió el sur del Líbano para destruir las
bases de la OLP y el 16 de septiembre de 1982 colaboró con las milicias
cristianas libanesas en la masacre de Sabra y Chatila, donde perdieron
la vida 3.500 refugiados palestinos. Los falangistas de Gemayel
asesinaron a hombres, mujeres y niños durante 48 horas, mientras el
Tzahal aseguraba el perímetro y lanzaba bengalas para iluminar los
campamentos de noche, facilitando la búsqueda y exterminio de las
víctimas.
Al contemplar a los niños palestinos asesinados en la Operación
Margen Defensivo, comprendo la indignación de Pilar Manjón, que se dejó
llevar por los sentimientos en Twitter. Indudablemente, no escogió las
palabras adecuadas, pero fue valiente y sincera. A estas alturas, el
Presidente Barack Obama y su insoportable mujer se han ganado el
desprecio de todos los que un día les contemplaron como la promesa de un
cambio. Estados Unidos no es una democracia, sino un imperio gobernado
por grandes grupos empresariales, que impulsan políticas neocoloniales
disfrazadas de intervenciones humanitarias. La reacción histérica del
actor John Voight increpando a Penélope Cruz y a Javier Bardem por
firmar una carta colectiva acusando a Israel de genocidio, muestra
claramente la verdadera faz de una potencia mundial que apenas tolera
las voces disidentes. El macartismo nunca se marchó. Solo cambió su
discurso, reemplazando el anticomunismo por una islamofobia que no le
impide colaborar con Arabia Saudí, cuyas leyes se basan en el wahabismo,
la versión más intolerante del Islam. El terrorismo de Al Qaeda –si es
que existe la fantasmagórica organización- ha ocupado el lugar de la
subversión comunista, permitiendo recortar libertades y suprimir (o
vulnerar) derechos.
¿ES LA SHOAH UN GENOCIDIO SINGULAR?
Atribuir a Hamás la muerte de civiles palestinos en la Franja de Gaza
es un gesto de cinismo que evoca la aberrante pirueta jurídica de los
militares españoles sublevados en 1936, cuyas leyes tipificaron la
lealtad a la Segunda República como delito de rebelión militar castigado
con la pena de muerte. El 87% de los israelíes apoyan la Operación
Margen Defensivo y celebran en las calles que los colegios ya no
funcionen en Gaza, pues toda la Franja ha quedado devastada, con decenas
de cadáveres entre los escombros. En el pasado justifiqué la
singularidad de la Shoah, pero ahora pienso que todos los genocidios se
parecen. ¿Qué diferencia hay entre morir a machetazos en Ruanda, gaseado
en Auschwitz o abrasado en Gaza? En todos los casos, se trata de un
crimen horrible, imprescriptible y tal vez imperdonable. En relación a
la Operación Margen Defensivo, el polémico Elie Wiesel, superviviente de
Auschwitz y Buchenwald, ha escrito: “Lo que estamos sufriendo hoy no es
una batalla de judíos contra árabes o israelíes contra palestinos. Es
en realidad una batalla entre los que celebran la vida y los que
apuestan por la muerte. Es una batalla de la civilización contra la
barbarie. ¿No comparten las dos culturas que nos dieron los Salmos de
David y las valiosas bibliotecas del Imperio Otomano el amor a la vida y
la transmisión de la sabiduría a sus hijos? ¿Puede encontrarse esto en
el negro futuro que ofrece Hamás a los niños árabes, ser terroristas
suicidas o escudos humanos para sus cohetes? […] Hombres y mujeres de
espíritu moderado y fe, sea en Dios o en el hombre, deben abandonar sus
críticas a los soldados israelíes –cuya terrible elección consiste en
disparar y arriesgarse a dañar a los escudos humanos, o no disparar y
arriesgarse a que mueran sus seres queridos–, y volverlas contra los
terroristas que han quitado toda posibilidad de elegir a los niños
palestinos de Gaza.” Es imposible leer estas líneas sin experimentar
repugnancia, pues justifican el asesinato de niños palestinos por el
ejército israelí y mienten descaradamente sobre las tácticas de
resistencia de Hamás. No hay pruebas sobre la presunta utilización de
los niños palestinos como escudos, salvo las proporcionadas por Israel.
Hasta ahora, Hamás solo ha causado bajas entre las filas de Tzahal, un
ejército de ocupación. Si alguien hubiera escrito algo semejante a lo
expresado por Wiesel, invirtiendo los términos –especialmente, si
poseyera un Premio Nobel de la Paz-, se habría desatado una avalancha de
críticas, acusando a su autor de antisemita. Israel se beneficia de lo
que Norman G. Finkelstein, judío norteamericano e hijo de supervivientes
de Auschwitz y Majdanek, llama “la industria del Holocausto”. Según
Finkelstein, “afirmar la singularidad del Holocausto es como declarar
que los judíos son especiales. No es el sufrimiento de los judíos el que
concede su condición única al Holocausto, sino el hecho de que los
judíos sufrieran. Dicho de otro modo: el Holocausto es especial porque
los judíos son especiales”. Sin embargo, entre 1891 y 1911 murieron diez
millones de africanos por culpa de la explotación europea del marfil y
el caucho en la actual República Democrática de Congo. Los africanos
trabajaron en horribles condiciones de esclavitud, sufrieron masacres,
torturas y mutilaciones. Fueron expulsados de sus hogares y se
convirtieron en esclavos de Leopoldo II de Bélgica. Su sufrimiento es un
doloroso recuerdo y una elocuente advertencia para la humanidad, pero
no un activo político que se pueda explotar por intereses
geoestratégicos. Solo hace poco ha comenzado a hablarse de este
genocidio.
En cambio, la Shoah ha inspirado más de 10.000 libros. Casi ninguno
menciona que la doctrina nazi del espacio vital o Lebensraum se inspiró
en el Destino Manifiesto de los Estados Unidos, una doctrina mesiánica
expuesta por el periodista John L. O’Sullivan en la revista Democratic
Review de New York en el número de julio-agosto de 1845: “El
cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el
desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un
derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra
necesarios para el pleno desarrollo de sus capacidades y el crecimiento
que tiene como destino”. Lector apasionado de Karl May, Hitler afirmó en
varias ocasiones que la expansión de Alemania hacia el Este imitaba la
Conquista del Oeste. De hecho, las Leyes de Núremberg de 1935, que
prohibían a los judíos el derecho al voto y los matrimonios mixtos, se
basaron en las leyes de segregación racial vigentes en Estados Unidos,
donde los linchamientos de afroamericanos producían en esa época más
víctimas que los pogromos europeos. Se puede decir lo mismo de las
campañas de esterilización forzosa, vigentes en la sociedad
norteamericana hasta los años 70 o en países tan democráticos como
Suecia. Finkelstein señala que Estados Unidos ha utilizado el Holocausto
para justificar sus intervenciones militares en Irak o la antigua
Yugoslavia, asegurando que su objetivo era proteger a los kurdos o a los
kosovares. Por supuesto, no esgrimió ese ejemplo cuando el 17 de julio
de 1976 Indonesia se anexionó Timor Oriental. Tanto Estados Unidos como
Australia querían conseguir un tratado privilegiado sobre la explotación
de las reservas de crudo. Por eso, apoyaron al corrupto y despiadado
Suharto, que se había hecho con el poder mediante un golpe de estado y
el exterminio de la oposición comunista. De una población que apenas
superaba los 600.000 habitantes, al menos 60.000 murieron asesinados en
Timor Oriental en las primeras semanas de la agresión indonesia. Al poco
de acceder al cargo, Jimmy Carter autorizó la venta de grandes
cantidades de armamento para que Suharto pudiera continuar la matanza.
Indonesia utilizó napalm para destruir la masa forestal de Timor
Oriental que servía de refugio a la guerrilla independentista. La cifra
total de asesinatos supera los 250.000 casi el 50% de la población.
Oficiales norteamericanos entrenaron a las sanguinarias fuerzas de elite
Kopassus, verdaderos escuadrones de la muerte que –entre otros
crímenes- asesinaron a cinco periodistas (los británicos Brian Peters y
Malcolm Rennie, los australianos Greg Shackleton y Tony Stewart y el
neozelandés Gary Cunningham, conocidos como los “Cinco de Balibo”). Los
Kopassus fueron tan implacables con la población civil como el Batallón
Atlácatl del ejército salvadoreño o los kaibiles del ejército
guatemalteco, otras dos unidades de elite formadas también por Estados
Unidos con el objetivo de aniquilar a las guerrillas marxistas y diezmar
a los campesinos que les apoyaban.
En Guatemala, El Salvador y Timor Oriental se cometió un genocidio
tan cruel como la Shoah: violaciones masivas, niños asesinados, pueblos
arrasados. Más de 200.000 mayas fueron exterminados en Guatemala, a
veces con grandes dosis de sadismo: embarazadas destripadas, recién
nacidos descuartizados, mujeres violadas y decapitadas. Cualquiera puede
verificar estos datos leyendo el Informe “Guatemala: Nunca más” o
Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI). ¿Por qué
esta atrocidad merece menos atención que el Holocausto? O ¿por qué no se
publicita que el gobierno de Álvaro Uribe en Colombia utilizó hornos
crematorios en la selva para eliminar los cadáveres de sus opositores?
Sólo en el pequeño pueblo de La Macarena, región del Meta, 200
kilómetros al sur de Bogotá, se halló en 2010 una gigantesca fosa común
con más de 2.000 víctimas del ejército colombiano. Escribe Finkelstein:
“¿No está repleta la historia normal de la humanidad de espantosos
capítulos de inhumanidad? […] La anormalidad del holocausto nazi no
deriva del hecho en sí mismo, sino de la industria que se ha montado a
su alrededor para explotarlo”.
ISRAEL HACE PEDAGOGÍA DEL ODIO
Israel es culpable de la actual masacre de civiles palestinos. No es
menor la responsabilidad de Estados Unidos, que ha construido su imperio
con políticas de exterminio en el interior (los pueblos nativos) y el
exterior (América Latina, África y Asia, con sus incontables víctimas de
guerras y golpes de estado organizados por Washington). En su artículo
“En el nombre de Yahvé, ¡exterminad a esos Untermensch!” (4-08-14), la
politóloga Nazanín Armanian ha recordado las palabras del profesor
universitario israelí Mordechai Kedar, que ha propuesto violar a las
madres y hermanas de los militantes palestinos para proteger a Israel
del terrorismo islámico. Por supuesto, continúa ejerciendo la docencia,
sin que nadie le moleste. Se demoniza a los musulmanes, pero se pasa por
alto que el Antiguo Testamento bendice las masacres de los enemigos del
pueblo de Israel. En el Pentateuco (cinco primeros libros), Yahvé
convoca a su pueblo para liberarse de la esclavitud en Egipto y
recuperar la tierra de sus antepasados, exterminando a las tribus
cananeas que vivían esa región. En el Deuteronomio, ordena que la
matanza incluya indistintamente a hombres, mujeres y niños. En el Libro
de Josué, se narra que se ha cumplido el mandato divino, aniquilando
sistemáticamente a todos los habitantes de Canaán, ciudad por ciudad,
pueblo por pueblo. Escribe Armanian: “Hoy ningún “contertuliano” se
atreverá a preguntar, ni mucho menos afirmar, la relación entre la
religión judía con la masacre de los palestinos, organizada por el
Gobierno israelí, al menos que quiera ser acusado de antisemitismo, con
todas sus consecuencias. El objetivo de este truco-chantaje es impedir
cualquier crítica, incluso constructiva, hacia sus políticas de extrema
derecha. […] Menachem Begin llegó a llamar a los palestinos “bestias que
caminan sobre dos piernas” e Isaac Shamir dijo que la cabeza de los
palestinos sería aplastada como saltamontes contra las rocas y paredes.
Este tipo de afirmaciones ideológicas de expresión de superioridad y la
voluntad de ejercer un poder devastador sobre otros seres humanos, que
estremecían a judíos como Albert Einstein y Hannah Arendt, abundan en el
Antiguo Testamento, al igual que en otros libros de antiguas
religiones”. No sé si han muerto más niños palestinos mientras escribo
estas líneas, pero el genocidio que se está perpetrando ante nuestras
narices debería sacudir nuestras conciencias y obligarnos a buscar la
verdad, reconociendo que ésta no se encuentra en los grandes medios de
comunicación, sino dispersa en libros, artículos y blogs. Es arduo
contrastar fuentes y esbozar hipótesis, pero hay muchas personas –a
veces poco conocidas- trabajando para construir un relato alternativo.
Pueden equivocarse, pues sus recursos son limitados, pero dedican su
tiempo a saber qué sucede realmente y desmontar las mentiras mediáticas.
Israel y Estados Unidos despliegan una pedagogía del odio, con el
pretexto de combatir el terrorismo. Nuestra responsabilidad es elaborar
una pedagogía del conocimiento que al menos incomode a los asesinos,
especialmente si poseen un Premio Nobel de la Paz o se escudan en las
víctimas de la Shoah para bombardear Gaza. El filósofo judío Günther
Anders escribió una carta abierta dirigida a Klaus Eichmann, hijo de
Adolf Eichmann, uno de los arquitectos del Holocausto. Le pedía que
repudiara a su padre y le recordaba que “la deslealtad puede ser una
virtud”. Creo que en estos días la dignidad del pueblo judío reside en
su capacidad de repudiar los crímenes de Israel en la Franja de Gaza. Si
no lo hace, adquirirá la misma responsabilidad moral e histórica que la
sociedad alemana durante los años del nazismo. Es decir, se convertirá
en cómplice de una abominación. Solo un miserable puede interpretar esta
demanda como una expresión de antisemitismo.
RAFAEL NARBONA
Fotografías del bombardeo de Gaza de Hatem Ali
Fotografías del bombardeo de Gaza de Hatem Ali
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