La alianza forjada en sangre entre Arabia Saudí e Israel
David Hearst. Middle East Eye
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos. |
Detrás del ataque del ejército israelí a Gaza hay muchas manos. A Estados Unidos no le desagrada que Hamás este recibiendo semejante paliza. Cuando el domingo llegaban las imágenes de la matanza en las calles de Shejaiya, John Kerry afirmaba en el programa Meet the Press del canal NBC que Israel tenía todo el derecho a defenderse y el embajador estadounidense Dan Shapiro afirmó en Channel 2 news de Israel que Estados Unidos trataría de contribuir a fortalecer a las fuerzas moderadas en Gaza, en alusión a la Autoridad Palestina.
Egipto tampoco está abrumado por el dolor. Después de que Hamás rechazara el alto el fuego el ministro de exteriores egipcio Sameh Shoukry le hizo responsable de la muerte de los civiles.
A
Netanyahu ninguno de los dos le importa tanto como el tercer socio no
declarado de esta nefasta alianza, ya que por sí mismo ninguno de ellos
podría darle la cobertura que necesita para una operación militar de
semejante ferocidad. Y eso no puede venir de un padre angustiado aunque
impotente, como Estados Unidos. Este permiso solo puede venir de un
hermano árabe.
El ataque a Gaza ocurre por designación de Arabia
Saudí. Esta orden real es nada menos que un secreto a voces en Israel, y
tanto ex altos cargos de defensa como los que están en activo hablan
relajadamente de ello. El ex ministro de defensa israelí Shaul Mofaz
sorprendió al presentador de Channel 10 al afirmar que Israel
tenía un papel específico para Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos
en la desmilitarización de Hamás. Cuando se le preguntó qué quería
decir con ello, añadió que los fondos saudíes y de los Emiratos se
utilizarían para reconstruir Gaza una vez que se hubiera neutralizado a
Hamas.
Amos Gilad, el hombre clave del sistema de defensa de
Israel con el Egipto de Mubarak y ahora director de la política del
ministerio de Defensa israelí y del departamento de relaciones
político-militares, señaló recientemente al académico James Dorsey.
“Todo está oculto, no hay nada público. Pero nuestra cooperación de
seguridad con Egipto y los Estados del Golfo es única. Este es el mejor
periodo de las relaciones de seguridad y diplomáticas con los árabes”.
La
alegría es mutua. El rey Abdullah permitió que se supiera que había
llamado al presidente [egipcio] Abdel-Fattah el-Sisi para aprobar una
iniciativa de alto el fuego egipcia que no se le había planteado a Hamás
y el Jerusalem Post citaba a analistas que se preguntaban si este alto el fuego había sido alguna vez serio.
El
Mossad y la inteligencia saudí se reúnen regularmente. Ambas partes se
consultaron cuando se estaba a punto de deponer en Egipto al ex
presidente egipcio Mohamed Morsi y son uña y carne acerca de Irán, tanto
a la hora de prepararse para un ataque israelí al espacio aéreo saudí
como a la de sabotear el programa nuclear existente. Fuentes bien
informadas incluso han afirmado que los saudíes están financiando la mayor parte de la muy cara campaña de Israel contra Irán.
¿Por
qué han establecido Arabia Saudí e Israel esta cómoda alianza? Durante
décadas ambos países han tenido una sensación similar en la barriga al
mirar a su alrededor: miedo. Su reacción era similar. Ambos pensaban que
solo podían sentirse seguros frente a sus vecinos invadiéndolos
(Líbano, Yemen) o financiando guerras y golpes por intermediación
(Siria, Egipto, Libia). Tienen enemigos o rivales comunes (Irán,
Turquía, Qatar, Hamás en Gaza y los Hermanos Musulmanes en todas
partes). Y también tienen aliados comunes (la clase militar industrial y
militar británica y estadounidense, el hombre fuerte de Fatah y la baza
estadounidense, Mohammed Dahlan, que una vez trató de hacerse con el
poder en Gaza y probablemente esté dispuesto a hacerlo de nuevo).
La
diferencia hoy es que por primera vez en la historia de ambos países
hay una cooperación abierta entre dos potencias militares. El sobrino de
Abdullah, el príncipe Turki, ha sido la cara pública de este
acercamiento, que se apreció por primera vez cuando los saudíes
publicaron un libro de un académico israelí. En mayo el príncipe fue a
Bruselas para reunirse con el general Amos Yadlin, el ex jefe de la
inteligencia acusado por un tribunal turco a causa del papel que
desempeñó en el ataque al Mavi Marmara.
Se podría argumentar que no
hay nada malo en el hecho de que el príncipe Turki se implique en el
debate israelí y que sus pasos son tan pacíficos como loables. El
príncipe es un defensor a ultranza de la loable iniciativa de paz
propuesta por el rey saudí Abdullah. De hecho, la Iniciativa de Paz
Árabe apoyada por 22 Estados árabes y 56 países musulmanes podría haber
sido un base para la paz si Israel no la hubiera ignorado hace unos 12
años.
El príncipe Turki se deshizo en elogios al hablar de la perspectiva de paz en un artículo publicado en Haaretz,
en el que escribía: “Y qué placer sería poder invitar no solo a los
palestinos, sino también a los israelíes, los cuales me gustaría que
vinieran a visitarme a Riyad, donde pueden visitar mi casa ancestral en
Dir’iyyah, que sufrió a manos de Ibrahim Pasha la misma suerte que
Jerusalén a manos de Nabucodonosor y los romanos”.
Lo que pone en
evidencia el verdadero coste humano de estas alianzas es los medios y
no el fin. El príncipe Turki promueve la Iniciativa Árabe de Paz a costa
de que el reino abandone su apoyo histórico a la resistencia palestina.
El
analista saudí con muy buenos contactos Jamal Khashogji observó lo
mismo cuando habló en lenguaje cifrado acerca de la cantidad de
intelectuales que atacan la idea de resistencia: “Por desgracia, la
cantidad de este tipo de intelectuales que hay aquí en Arabia Saudí
supera la media. Si esta tendencia continúa destruirá el honorable
derecho del reino a apoyar y defender la causa palestina desde los
tiempos de su fundador, el rey Abd Al-Aziz Al-Saud”.
Todo el
mundo recibiría verdaderamente bien la paz, sobre todo Gaza en este
momento. La manera como los aliados de Israel en Arabia Saudí y Egipto
hacen para lograrlo, animando a Israel a infligir a Hamás un golpe
demoledor, hace dudar de lo que realmente está pasando aquí. El padre
del príncipe Turki, el rey Faisal bin Abdulaziz, se revolvería en la
tumba al saber a qué pone su nombre su hijo.
Esta alianza saudí-israelí está forjada en sangre, sangre palestina, la sangre de más de mil almas el domingo en Shejaiya.
David Hearst es redactor jefe de Middle East Eye.
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