miércoles, 29 de junio de 2016

España, Cuba y la tortura del aire acondicionado

España, Cuba y la tortura del aire acondicionado



José Manzaneda, coordinador de Cubainformación.- La Coordinadora para la Prevención de la Tortura ha denunciado que, en 2015, 232 personas fueron víctimas de maltratos o torturas por parte de cuerpos policiales españoles (1). El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España en 8 ocasiones (2). Pero, salvo excepciones, los grandes medios silencian estas informaciones. Mientras, en sus páginas leemos las hilarantes declaraciones del “disidente” cubano Guillermo Fariñas, quien acusaba a su gobierno de torturar a los detenidos poniéndoles muy frío el aire acondicionado (3).

13 personas muertas, 25 desaparecidas y decenas de heridas es el resultado del brutal desalojo policial de maestros en Oaxaca, México (4). La mayoría de titulares de la prensa internacional indicaba que las muertes se produjeron por “enfrentamiento entre profesores y fuerzas de seguridad” (5), ocultando que los fallecidos correspondían a una sola de las partes: la del profesorado en lucha contra la reforma educativa neoliberal del gobierno mexicano (6). ¿Se imaginan cómo variaría el titular de la noticia de haber ocurrido en Cuba o en Venezuela?

Si en EEUU, la policía decide arrestar a 145 personas en una protesta contra la deportación de inmigrantes –más de 2 millones han sido expulsados solo durante el mandato de Obama-, los diarios nos especifican que estaban “bloqueando la acera” (7). Pero si es en Cuba donde son arrestadas las llamadas “Damas de Blanco”, ¿creen Vds. que nos explican que estaban obstaculizando el tráfico mediante una sentada (8)? 

Muchos medios enfatizan que, en 2015, más de 43.000 personas emigraron de Cuba rumbo a EEUU (9). Pero no nos cuentan que de Puerto Rico –con apenas un tercio de la población de Cuba- salieron 71.200 con el mismo destino. Curiosamente, Puerto Rico ha sido la colonia mimada de EEUU, y a donde multinacionales y administración han encauzado, durante décadas, gigantescas inversiones (10). Cuba, por el contrario, lleva 60 años de bloqueo total. Puerto Rico –recordemos- afronta una dura crisis financiera, con una deuda de 72.000 millones de dólares, y el gobierno local acaba de anunciar su impago (11). 

El Estado de Israel sigue asesinando población palestina. En marzo, veíamos a un soldado pegando un tiro en la cabeza a un herido indefenso, en plena calle (12). Y no pasa nada. En las 22 cárceles sionistas, hay 7.000 presos políticos palestinos (13), 438 de los cuales son menores (14). Desde 1967, más de 750.000 personas de origen palestino han sido detenidas (15). Pero los medios no generan campañas de condena contra el gobierno de Israel, como sí lo hacen –de manera sistemática- contra los de Cuba o Venezuela. 

Tampoco contra otros aliados políticos de la Unión Europea o EEUU que comparten una historia oscura de violaciones de derechos humanos. El gobierno de Turquía arrestaba hace unos días a tres periodistas por supuesta "propaganda terrorista" (16). Su delito: apoyar a un periódico pro kurdo, cuyo redactor jefe fue detenido en mayo (17). En Marruecos, en el mes de abril, moría el líder sindical saharaui Brahim Saika, después de cumplir una huelga de hambre y de haber sido torturado (18). Y un pastor nómada –también saharaui- era asesinado por disparos de soldados marroquíes en la zona desmilitarizada (19).

Pero ni Turquía ni Marruecos sufren el linchamiento mediático que precede a las condenas diplomáticas y las sanciones económicas. ¿Quizá tenga esto que ver con la necesidad –por parte de la Unión Europea- de contar con gendarmes fieles que sigan poniendo freno a la llegada de refugiados e inmigrantes (20)?

Por cierto, ¿los medios de comunicación no eran un “elemento de control” y un poder “independiente” del poder político?


Viva la Revolución.

Viva la Revolución. Por Ernesto Estévez Rams*  .

“Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo”
Luis Eduardo Aute, 
Para la reciclada mentalidad colonial criolla toda trascendencia es, no solo irrelevante, sino dañina. Al fin y al cabo para ellos, el planeta, en toda su diversidad y riqueza, se reduce a la hegemonía cultural norteamericana. Es la mentalidad de que “outside is America”. Cómo esperar entonces que puedan reconocer trascendencia en la cultura propia. Mucho menos reconocerle utilidad a la virtud y necesidad al ideal emancipatorio. Como bien señala Luis Britto en El imperio contracultural: del rock a la posmodernidad, “las bombas empiezan a caer cuando han fallado los símbolos” (Luis Britto, Editorial arte y literatura, 2005) . En el caso de Cuba, que ciertos sectores del poder imperial en EE.UU hayan decidido dejar de insistir en las bombas, aunque reconocimiento al fracaso de la violencia física para derrocar la Revolución, es también resultado de la certeza de que hoy pueden lograr el mismo propósito con la violencia cultural.
La mejor arma de dominación y conquista en la historia siempre ha sido la cultura. Originalmente llegada después, o junto, a la conquista de las armas, acompañó al conquistador español, con la cruz en la mano, a la larga mucho más efectiva para asegurar la hegemonía que el arcabuz.
Una república frustrada, resultado del encontronazo entre una nacionalidad cristalizada en la manigua cubana por décadas de lucha y la intervención recolonizante de la potencia imperial emergente de los EE.UU, no podía ser circunstancia social favorecedora del desarrollo armónico de una cultura nacional. Todo el siglo XVIII y XIX fue testimonio de un creciente sentido de cultura propia, pimero criolla y luego cubana, que fue gradualmente abarcando todas sus dimensiones: artística, literaria, científica. Más aún, ese sentido creciente de empeño intelectual propio se forjó sobre la certeza de que una Cuba independiente sería no sólo condición necesaria, sino suficiente, para el florecimiento de la cultura que sería base de una sociedad educada en la virtud. Todo ello se frustró con la intervención recolonizadora. Las consecuencias fueron terribles. Un complejo de inferioridad social, civil e intelectual, sobre todo a partir de la segunda intervención norteamericana, fue penetrando en todos los estamentos de la sociedad cubana.
La idea de que éramos incapaces de valernos por nosotros mismos fue la premisa ideológica esgrimida por los interventores y sus amanuenses locales, para justificar la colonización desde el norte. Ese “complejo” en lo político fue trasladado a los demás ámbitos sociales, incluyendo la cultura. La educación pública, cuando fue promovida por los invasores, en particular por Magoon en la segunda intervención, se hizo en buena medida como instrumento de penetración cultural norteamericanizante. No sólo se introdujo en las escuelas el mantra de que la independencia de Cuba era resultado del altruismo de los Estados Unidos de América, sino además, que el futuro de Cuba estaba indisolublemente ligado a su supeditación al vecino norteño. Lo peor no es la visión que de nosotros tenía el interventor, sino que esa perspectiva penetró en no poca medida en la sociedad insular, aupada por la medio burguesía nacional clientelar de las migajas que dejaba el capitalista transnacional. Apareció la idea de que la prosperidad entraba por el puerto o los aviones, desde los EE.UU, como la tierra mítica del cuerno de la abundancia. Junto a ello, la convicción de América como “continente vacío”, lo cual en la cultura afirmaba que siempre seríamos provincianos, imitativos, atrasados y hasta patéticos.
Todo ello vino acompañado del secuestro de los símbolos de la nacionalidad cubana, incubados dolorosamente durante más de un siglo, primero de desarrollo criollo y luego cubano e insurgente. La bandera era admirada como símbolo supremo y demostración de que éramos una nación independiente. Pero la pomposa formalidad oficial en su uso, era sólo un juego de máscaras. En un complejo, pero no menos claro, propósito de engaño, los sucesivos gobiernos genuflexos pretendieron hacer de la apropiación superficial  de la simbología de lo nacional, una manera de canalizar el irreductible ímpetu patriótico hacia cauces de esterilidad no transformadora. La idea de que ya no había nada que hacer en términos emancipatorios, que todo estaba hecho, era parte del mensaje que se intentaba transmitir detrás del uso fatuo de la bandera. Luego, y de manera creciente, sobre todo en la corrupción y decadencia moral de los gobiernos auténticos hasta Batista, los símbolos patrios fueron tornándose cada vez más en mercancía o promotores de mercancía. La mercantilización de la vida en Cuba, especialmente en La Habana alcanzó nuevos niveles. Con la promoción del negocio del turismo dirigido al ocio más banal y degrandante, los símbolos nacionales no escaparon de la ola de relajo. La televisión que comenzaba y el anuncio publicitario agregaron el uso de los símbolos culturales de lo cubano como puro fetichismo promotor del consumo. Todo valía en función de la ganancia, en especial de esquilmar al turista norteamericano, ávido de engullir lo prohibido en su casa pero permitido en nuestra tierra, cercana y a la vez éxotica, vista como paraiso de pecado y excesos.
Sólo la Revolución, culminación de un largo y azaroso proceso de regeneración nacional desde el pueblo, puso fin a todo eso y recuperó como arma redentora de la nación los símbolos de la patria. Redifinió su función de síntesis de todo lo que nos hace distintos del otro, a la vez que nos une en función de un destino y propósito común basado en lo socialmente emancipador. En ese último sentido, se da, solo posible desde una revolución como la nuestra, que los símbolos de la nacionalidad propia se tornan para nosotros mismos en recordatorio de lo universalizador de nuestra gesta. La bandera no es plasmación simbólica de chovinismo o arrogancia imperial, superioridad cultural, fetichismo consumista, sino recordación de un deber de justicia social y humildad, que va más allá de la geografía nacional para estar en todo rincón del planeta donde haya un revolucionario cubano o no que lleve por dentro la enseña de la isla redentora.
La bandera ahora acompaña la firma de la reforma agraria, al alfabetizador lo mismo en el campo cubano que en el nicaraguense, en el angolano, en el venezolano; al pueblo soldado lo mismo en Girón que en Bolivia, Argelia, el Congo, Angola, Etiopía; al médico lo mismo en cualquier rincón del país que en Guatemala,  Bolivia, Ecuador, Mozambique, Sudáfrica, Sierra Leona; al deportista lo mismo en el Pedro Marrero o el Latinoamericano que en San Juan, Montreal, Moscú, Madrid, Atenas, Londres.
Toda esa historia viene a la mente al ver la triste manera en que se usó la bandera sobre el cuerpo de bailarinas para recibir al primer crucero norteamericano llegado a Cuba desde hace mucho tiempo.
Pero más allá de lo anecdótico del hecho en sí, lo que debe llevarnos a reflexionar es, en que medida este suceso es reflejo de un mal más profundo, que silenciosamente hemos ido incubando desde adentro y hoy se siente con suficiente fuerza para mostrar la cara. Perfumes con nombres de Celia, Alejandro, Chávez o el Che; una proliferación en establecimientos de venta en divisas o del sector turístico, de modelos de publicidad que recuerdan esos empeños de asociar los símbolos de lo cubano con la mercantilización y la mercachiflería. Ninguno de esos ejemplos nacieron huérfanos, fueron diseñados, aprobados o aceptados por personas con poder de decisión empresarial, administrativa o política. Son reflejo de la emergencia de actores sociales con importantes lagunas culturales e históricas, que los conducen a no rebasar en la apropiación de la simbología nacional, su dimensión utilitaria mas pueril. La realidad demuestra que las carencias culturales en el plano de los valores que defiende la Revolución, no se quedan vacías, son llenadas consciente o inconscientemente por una simbología ajena y contrapuesta a esos mismos valores. Y en el contexto cubano, las lagunas no conquistadas por la cultura revolucionaria, son llenadas con aguas recicladas del neoautonomismo o el neoanexionismo.
Conceptualizado por el Che en “El hombre y el socialismo en Cuba” y desarrollado por otros como Alfredo Guevara, la Revolución necesita del revolucionario “difícil”, contestatario y a la vez, fiel en la médula y culto en la expresión más cabal del término, para que su rebeldía resulte cósmica y no la del aldeano ignorante del gigante de siete leguas. El peor enemigo de la Revolución es la entronización de la mediocridad en los espacios de decisión política, administrativa, económica. Personas sin sentido del titanaje universalizador que Fidel de manera permanente le confirió a la Revolución. Debemos negarnos a aceptar que el destino de la Revolución más grande del tercer mundo sea el naufragio en las costas de lo culturalmente estéril.
En demasiadas ocasiones se promueve a personas a espacios de decisión que desconfían de la mirada culta, de la necesidad de la reflexion pausada, del espacio para el pensamiento. A ello no escapa la seleccion de los que dirigen entidades económicas, políticas, educativas o culturales con casi nula cultura y poco sentido del diálogo, resultado de la incomprensión de la complejidad social actual. La busqueda del buen administrador capaz de atenerse a una disciplina, no niega la necesidad del dirigente capaz y culto que logra conducir procesos complejos y diseñar e implementar respuestas adecuadas, frutos de su pensamiento. Si promovemos la incultura, no podemos luego escandalizamos cuando se le ocurre diseñar o aprobar manifestaciones vulgares y sietemesinas de identidad nacional o de lo revolucionario.
Debemos entender además que la lucha contra la corrupción económica comienza en primer lugar por una batalla contra la corrupción cultural. Por la incultura entra la vanidad de creer que el “sacrificio” de dirigir te hace merecedor de privilegios. Por la incultura entra el afán desmedido de lucro, de poseer bienes materiales como fin primero de la actividad  humana.
Tenemos un problema serio en la degradación de lo político, lo histórico y lo ideológico como símbolo cultural en todos los grupos etáreos de nuestra sociedad. El neoautonomismo y neoanexionismo que nunca murió, sino buscó refugio durante décadas fuera del país, hoy siente que comienza a llegar su hora. La hora de su ofensiva cultural, con la reescritura de la historia, la invocación de la nostalgia, con el desenterrar de la mentalidad de inutilidad nacional, del fatalismo frente a la hegemonía norteamericana. Y siente que las condiciones están dadas para que esa ofensiva se haga desde adentro de manera tal, que toda resistencia sea inútil. Hoy, los revolucionarios no estamos llevando la iniciativa, estamos cediendo terreno en el imaginario social, solo hay que salir a la calle para darnos cuenta. En esta guerra cultural, cada espacio que es tomado por la incultura colonizante, es una trinchera que abandonamos para ser ocupada por el enemigo. A ello contribuye, cada vez que la entronización del silencio es la respuesta pública a los cuestionamientos argumentados.
El silencio tiene extrañas maneras de aullar las ausencias.
Algunos decisores nuestros creen revolucionaria la práctica de imitar a Dorian Gray y creen necesario mostrar al público una falsa belleza, a sabiendas de que detrás de la puerta, un cuadro más real refleja las cicatrices necesarias o no, de la práctica de la autoridad. Frente a la pretensión enemiga de mostrar una imagen falsificada del ejercicio del poder revolucionario por más de cinco décadas, no hay mejor respuesta que no sentir angustia de enseñar el curtido rostro del veterano combatiente y estar dispuesto a debatir cada una de sus marcas, erradas o no, todas testigos de su entrega heroica. Al fin y al cabo, no serán esas las últimas huellas en su tesitura: la Revolución estará viva mientras su rostro siga reflejando el paso del tiempo.
En la etapa actual de la Revolución, la batalla por el triunfo se plantea contra tirios y troyanos: tanto hacia afuera contra las fuerzas imperialistas, como hacia dentro contra los representantes de la incultura estéril y colonizada. La primera se seguirá oponiendo a la trascendencia de la Revolución cubana con todas sus fuerzas, la segunda no entiende qué es trascender. Ambas batallas no pueden ni deben ser eludidas. No olvidemos las enseñazas de la historia, fue esa costra inculta la que traicionó a la Unión Soviética cuando esta se constituyó en freno a su desmedida ambición aldeana.
Hemos ido incubando durante años una pequeña protoburguesía propia, heredera de aquella clientelar con alma enana. Hoy ella siente menos verguenza en mostrarse públicamente posando para fotos en pasarelas de modas importadas y excluyentes, frecuentando espacios sociales hechos exclusivos a razón de su carácter económicamente inalcanzable para el resto. Rescatando para si y sus familias modos de vida consumistas y vacíos. Promoviendo su incultura elitista, su imagen de éxito, creando sus propias tribus sociales.
Viendo los procesos de desmerengamiento del socialismo europeo, la pregunta sobre cuándo la protoburguesía emergente toma conciencia de si misma como clase y busca aliarse con la burocracia no ha sido contestada. Preguntas como esa no sólo son importantes como curiosidad académica, son esenciales para abortar amenazas y conjurar peligros a tiempo. Hay que trascender lo descriptivo en los estudios sobre el fracaso del socialismo europeo, en particular el soviético, y ahondar para lograr periodizar, descubrir dinámicas, entender cómo se comporta el tiempo como variable social. Otras muchas preguntas de la misma índole y mirando hacia nosotros mismos esperan respuestas.
Estamos viendo en el país el paso de una forma participativa pero centralizada y verticalmente estructurada de democracia, a otras formas participativas desde lo individual y donde la centralizacion vertical se debilita necesariamente y en ciertas áreas pasa a ser irrelevante. El fenómeno, con todas sus aristas es sencillamente el resultado objetivo de un decursar social determinado.
Hay que entender que las consecuencias de ese proceso de paso a formas democráticas, igualmente participativas pero no verticales, de toma de decisiones, ha abierto la puerta a cambios importantes en las dinámicas políticas y sociales. La pretensión de imponer el silencio social a opiniones contrarias es hoy irrealista. No ya la opinión minoritaria, sino incluso la opinión éticamente rechazable (léase en ello, por ejemplo, puntos de vistas misóginos, machistas, racistas y hasta neofacistas) puede lograr y logran transmitirse por el carácter descentralizado de los mecanismos digitales de divulgación.  Estos fenómenos conducen igualmente a la desjerarquización de la información y los medios. Si en la opinión pública, la veracidad y calidad de una información se daba no sólo por su presencia en los canales aprobados como la radio y la televisión, sino además por la ausencia social de la “otra” información, hoy, en buena medida, una información no se califica de calidad solo por su presencia en los medios oficiales (por el contrario, para ciertos sectores sociales, la presencia de una información en medios oficiales la hace de por sí sospechosa). Los medios de comunicación  hasta ayer considerados marginales, cada vez se vuelven más centrales. Las consecuencias de todo esto aún no las apreciamos en todo su alcance.
El enemigo, en su guerra de símbolos, apuesta a nuestra lentitud en reaccionar frente a las nuevas dinámicas. Ellas, siendo irreversibles, le plantean a las ciencias sociales, como sustento de las decisiones políticas, retos en sus investigaciones básicas o fundamentales. Es evidente que la supervivencia de nuestro proyecto social pasa por encontrar formas de estructurar, dentro de las relaciones de producción socialista, una superstructura que asimile estas formas participativas no verticales, como formas también fundamentales de una democracia realmente desterradora de la enajenación humana. Alienación que aún se da en buena medida en nuestra sociedad por ser heredada en primer lugar de las prácticas del ejercicio del poder en el capitalismo, pero también fertilizadas desde nuestras propias carencias actuales.
 Carencias culturales tenemos en muchos ámbitos esenciales de la sociedad. Estas carencias conducen, en ocasiones, por ejemplo, al mimetismo en nuestra televisión, radio y medios digitales de lo que vemos realizado por los centros de poder imperial capitalista y su industria de producción de símbolos. Si la televisión bombardea desde los productos televisivos norteamericanos, la imagen de la bandera imperial, por qué nos asombra que prolifere su uso en la población. No hay espacio televisivo norteamericano, sea seriado o fílmico, que no muestre en reiteradas ocasiones la bandera de las barras y las estrellas como símbolo poderoso de superioridad cultural. Ello, además, provoca la reacción errada de creer que la respuesta a esa invasión es usar las mismas armas culturales para promover la nuestra. No se dan batallas en el terreno escogido por el enemigo, es estratégico crear nuestros propios escenarios de guerra y obligarlos a pelear en ese espacio, así hemos llegado hasta aqui.
Todo mimetismo cultural por definición es colonial.
No hay revoluciones por revoluciones, como espejo del arte por el arte. La belleza en este caso no es fin en si misma, sino resultado de un propósito social emancipador. Las revoluciones, como el verdadero arte, no tienen que ser bonitas, tienen que ser liberadoras, en eso estriba su belleza. Si un Degas elitista podía preguntarse retóricamente, que el colmo sería que el arte se hiciera para ser mostrado, las revoluciones no pueden darse ese lujo. Las revoluciones se hacen con todos y para el bien de todos, son por tanto, bien público.
La Revolución vale más que todas nuestras vanidades y egos, que pueden llegar a ser muy grandes.
Más allá del análisis de nuestros errores pasados y recientes, o su falsa contraparte, en el halago empalagoso y el abuso de lo hagiográfico, ejercicios ambos que pueden tornarse en un regodeo enfermizo para unos y una agenda deliberada para otros, los cubanos debemos entender que esta es la Revolución que tenemos, no hay otra y no habrá otra. Si esta perece, nuestras generaciones y las que están por venir en un buen tiempo, no tendrán una segunda oportunidad de construir una utopía realizable. Es por ello que esta es la Revolución que debemos defender y que tenemos el deber de defender. Defenderla desde la cultura en todos los ámbitos.  Pero debemos entender que defenderla, no es defender nuestras manquedades en nombre de ella, sino por el contrario, desterrar las manquedades que, secuestrando su nombre, se esconden a la vista de todos. Entender que es desde ese accionar permanente de emancipación, justicia social y carácter universalizador que tiene sentido un socialismo próspero y sostenible por el que siga valiendo la pena gritar: ¡Viva la Revolución !
*Miembro de la Academia de Ciencias de Cuba

martes, 28 de junio de 2016

Lo que los medios no dicen sobre las causas del Brexit

Lo que los medios no dicen sobre las causas del Brexit

No hay pleno conocimiento y conciencia en las estructuras de poder político y mediático (que en terminología anglosajona se llama el establishment político-mediático) que gobiernan las instituciones de la Unión Europea, así como las que gobiernan en la mayoría de países que constituyen la tal Unión, de lo que ha estado ocurriendo en la UE y las consecuencias que las políticas propuestas e impuestas por tales establishments han estado teniendo en las clases populares de los países miembros. Durante estos años, después del establecimiento de la Unión, ha ido germinando un descontento entre estas clases populares (es decir, entre las clases trabajadoras y las clases medias de renta media y baja) que aparece constantemente y que amenaza la viabilidad de la UE.El rechazo de las clases populares a la UE
Indicadores de tal descontento han aparecido ya en muchas ocasiones. Una de las primeras fue el resultado del referéndum que se realizó en varios países de la UE que, por mandato constitucional, tenían que hacer para poder aprobar la Constitución europea. En todos los países donde se realizó el referéndum, la clase trabajadora votó en contra. Los datos son claros y contundentes. En Francia, votaron en contra el 79% de trabajadores manuales, el 67% de los trabajadores en servicios y el 98% de los trabajadores sindicalizados; en Holanda, el 68% de los trabajadores; y en Luxemburgo, el 69%. Incluso en los países en los que no hubo referéndum, las encuestas señalaban que, por ejemplo en Alemania, el 68% de los trabajadores manuales y el 57% de los trabajadores en servicios hubieran votado en contra. Unos porcentajes parecidos se dieron también en Suecia, donde el 74% de los trabajadores manuales y el 54% de los trabajadores en servicios también hubieran votado en contra. Y lo mismo ocurrió en Dinamarca, donde el 72% de los trabajadores manuales también hubieran votado en contra.
El rechazo a la UE por parte de la clase trabajadora ha ido aumentando
Otro dato que muestra tal rechazo fue el surgimiento de partidos que explícitamente rechazaron la Unión Europea, partidos cuya base electoral era precisamente la clase obrera y otros segmentos de las clases populares que antes, históricamente, habían votado a partidos de izquierdas, siendo el caso más conocido (pero no el único) el del partido liderado por Le Pen y que, según las encuestas, podría ganar las próximas elecciones en Francia. En realidad, la identificación de los partidos de izquierda tradicionales con la Unión Europea (y con las políticas neoliberales promovidas por el establishment de tal Unión) ha sido una de las mayores causas del enorme bajón electoral de estos partidos en la UE (y, muy en particular, entre las bases electorales que les habían sido más fieles, es decir, entre las clases trabajadoras). Para que baste un ejemplo, en Francia, si la mitad de los votos (predominantemente de la clase trabajadora) que habían apoyado al partido de Le Pen hubieran sido para la candidata socialista Ségolène Royal, ésta hubiera sido elegida Presidenta de Francia. En paralelo con la pérdida de apoyo electoral, los partidos socialdemócratas en la UE perdieron también gran número de sus militantes. El caso más dramático fue el del Partido socialdemócrata alemán que, junto con la pérdida de apoyo electoral, perdió casi la mitad de sus militantes, de 400.000 en 1997 a 280.000 miembros en 2008.
La evidencia es pues abrumadora que la identificación de tales partidos de izquierda (la mayoría de los cuales han sido partidos gobernantes socialdemócratas que han jugado un papel clave en el desarrollo de las políticas públicas promovidas por la UE) con la Unión ha sido una de las principales causas de su enorme deterioro electoral y de la pérdida de su militancia.
El rechazo a la UE ha ido aumentando más y más entre las clases populares, a la vez que ha ido aumentado el apoyo entre las clases más pudientes
Por desgracia, las encuestas creíbles y fiables sobre la UE (que son la minoría, pues la gran mayoría están realizadas o financiadas por organismos de la UE o financiadas por instituciones próximas) no recogen los datos de la opinión popular sobre la UE según la clase social. Sí que los recogen por país, y lo que aparece claramente en estas encuestas es que la popularidad de la UE está bajando en picado. Según la encuesta de la Pew Research Center, las personas que tienen una visión favorable de la UE ha bajado en la gran mayoría de los 10 mayores países de la UE (excepto en Polonia). Este descenso, desde 2004 a 2016, ha sido menor en Alemania (de un 58% a un 50) pero mayor en Francia (de un 78% a un 38), en España (de un 80% a un 47). Grecia es el país que tiene un porcentaje menor de opiniones favorables a la UE (un 27%).
Ahora bien, aunque raramente se recoge información por clase social, sí que se ha recogido el distinto grado de popularidad que la UE tiene según el nivel de renta familiar. Y, ahí, los datos muestran que hay un gradiente, de manera que a mayor renta familiar, mayor es el apoyo a la UE. Es razonable, pues, suponer que la parte de la población que tiene una visión más desfavorable de la UE es la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares.
Y lo que también aparece claro en varias encuestas es que una de las mayores causas de tal rechazo es la percepción que las clases populares tienen del impacto negativo que tiene, sobre su bienestar, la aplicación de las políticas propuestas por el establishment político-mediático de la UE. Esta percepción es mucho más negativa entre las clases populares (clase trabajadora y clases medias, de renta media y baja) que no entre las clases más pudientes. En realidad, el rechazo, siempre especialmente agudo entre las clases populares, es claramente mayoritario entre la gran mayoría de la población. Ahí vemos que, según la encuesta Pew, el 92% de la población en Grecia desaprueba la manera como la UE ha gestionado la crisis existente en Europa; tal porcentaje es de 68% en Italia, el 66% en Francia y el 65% en España, países donde precisamente el descenso del porcentaje de población con la opinión favorable de la UE ha sido mayor.
Este rechazo a la UE existe también entre la clase trabajadora del Reino Unido
Es en este contexto descrito en la sección anterior, que debe entenderse el rechazo de las clases populares del Reino Unido, rechazo que ha ido claramente acentuándose en los barrios obreros de aquel país, y muy en especial en Inglaterra y Gales. El voto de rechazo a la permanencia en la UE procede en su mayoría de las clases populares. Y ha sido un voto no solo anti-UE pero también (y sobre todo) un voto anti-establishment británico y, muy en particular, anti-establishment inglés, siendo este último el centro del establishment británico, pues concentra los mayores centros financieros y económicos del país. El establishment británico y el establishment de la UE habían movilizado todo tipo de presiones (por tierra, mar y aire) a fin de que el referéndum fuera favorable a la pertenencia. De esta manera, es un claro signo de afirmación y poder que las clases populares se opusieran y ganaran al establishment. Por otra parte, los datos mostraban que lo que ha ocurrido, iba a ocurrir. La popularidad de la UE en el Reino Unido pasó de ser un 54% (ya uno de los más bajos de la UE) en 2004 a un 44 en 2016 (según Pew). En realidad, el Reino Unido es el país donde el porcentaje de población opuesta a dar más poder a la UE es mayor (65%) después de Grecia (68%) Y, según otras encuestas, el sector menos entusiasta con la UE eran las clases populares, que gradualmente han ido transfiriendo su apoyo electoral del Partido Laborista al UKIP (el partido anti-EU).
La supuesta excepcionalidad de España
Es un dicho común en los mayores medios de comunicación que España es uno de los países más pro-EU, lo cual es cierto, pero solo en parte (lo mismo era cierto con Grecia). Es lógico que Europa, percibida durante muchos años como el continente punto de referencia para las fuerzas democráticas, por su condición democrática y su sensibilidad social, se convirtiera en el “modelo” a seguir por países como España, Portugal y Grecia, que sufrieron durante muchos años dictaduras de la ultraderecha, seriamente represivas y con escasísima conciencia social. Para los que luchamos contra la dictadura, Europa Occidental era un sueño a alcanzar.
Pero, debido al control o excesiva influencia del pensamiento neoliberal en el establishment político mediático de la UE (muy próximo al capital financiero y al capital exportador alemán, que ha estado configurando las políticas públicas neoliberales que los establishment político-mediáticos de cada país de la UE han hecho suyas), este sueño se ha convertido en una pesadilla para las clases populares, particularmente dañadas por tales políticas neoliberales. Las reformas laborales que han dañado el estándar de vida de estas clases y los recortes de gasto público, con el debilitamiento de la protección social y del estado del bienestar, así como la desregulación en la movilidad del capital y del trabajo, han sido un ataque frontal a la democracia y al bienestar de las clases trabajadoras, realidad muy bien documentada (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015). La pérdida de soberanía nacional que conlleva la UE ha significado la pérdida de soberanía popular, causa del deterioro de su bienestar. La evidencia de que ello es así es contundente, clara y convincente. Es más que obvio que esta Europa no es la Europa de los pueblos, sino la Europa de las empresas financieras y de los grandes conglomerados económicos.
¡No es chauvinismo lo que causa el rechazo a la UE!
Ante esta situación, el establishment político-mediático europeo quiere presentar este rechazo como consecuencia de un retraso cultural de las clases populares, todavía estancadas en un nacionalismo retrógrado, que incluye un chauvinismo anti-inmigrante que merece ser denunciado. John Carlin, en el El País, 24·06·16, define este rechazo (Brexit) como resultado “de la mezquindad, ignorancia, carácter retrógrado, xenofobia y tribal” de los que votaron en contra de la permanencia. Y así se está interpretando, por parte de la mayoría de los medios de comunicación europeos, el voto de rechazo a la UE por parte de las clases populares británicas. Este mensaje intenta ocultar las causas reales de tal rechazo, causas que he descrito en este artículo. Olvidan que, si bien todos los xenófobos votaron a favor de la salida del Reino Unido de la UE, no todos los que así votaron eran xenófobos.
En esta manipulación están participando poderes de la socialdemocracia europea que no han entendido todavía lo que está ocurriendo entre lo que solían ser sus bases. No quieren entender que el rechazo que está ocurriendo es hacia esta Europa que la socialdemocracia ha contribuido a crear, una Europa que carece de vocación democrática y sensibilidad social. El maridaje de los aparatos dirigentes de las socialdemocracias con los intereses financieros y económicos dominantes en la UE (y en cada país miembro) ha sido la causa de su gran declive, que todavía no entienden porque no quieren entenderlo. Lo que pasa en Francia, donde hay un gobierno socialdemócrata que está intentando destruir a los sindicatos (como la señora Thatcher hizo en el Reino Unido), o en España, donde el PSOE fue el que inició las políticas de austeridad, son indicadores de esta falta de comprensión de lo que está ocurriendo en la UE, y que es el fracaso de las izquierdas para atender a las necesidades de las clases populares. De ahí la transferencia de lealtades que están ocurriendo, en lo que refiere a los partidos.
Es lógico y predecible que las políticas neoliberales y los partidos que las aplican sean rechazados por las clases populares, pues son éstas las que sufren más cada una de estas políticas, incluyendo la desregulación de la movilidad de capitales y del trabajo. Regiones enteras en el Reino Unido han sido devastadas, siendo sus industrias trasladadas al este de Europa, creando un gran desempleo en esas regiones. Y la desregulación del mundo del trabajo, acompañada de la dilución, cuando no destrucción, de la protección social, ha creado una gran inestabilidad y falta de seguridad laboral. En realidad, fueron las políticas del gobierno Blair y del gobierno Brown (1997-2010) las que sentaron las bases para este rechazo generalizado hacia la UE. Tales gobiernos de la Tercera Vía facilitaron la llegada de inmigrantes a los que los empresarios contrataban con salarios más bajos. Y así se inició el desapego con la Unión Europea (ver Don’t blame Corbyn if Brexit wins, Denis McShane).
En España, frente al descrédito del partido socialdemócrata (PSOE) debido, entre otras razones a su participación en la construcción de esta Europa, han aparecido una serie de fuerzas políticas, tanto en la periferia como en el centro (Unidos Podemos y confluencias), que están canalizando este desencanto popular acentuando, con razón, que esta no es tampoco nuestra Europa, y que se requieren cambios profundos para recuperar la Europa democrática y social a la que aspiramos y que debe construirse. Así de claro.

Fuente: http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2016/06/25/lo-que-los-medios-no-dicen-sobre-las-causas-del-brexit/