La España Confederal. La Historia como guía para una reforma
 
 
La 
reorganización del capitalismo tardío, fase en la que predomina la 
especulación sobre la producción, exige la creación deliberada de 
grandes espacios precarizados. El siglo XX conoció este fenómeno de 
manera muy llamativa en el continente americano. La transformación de 
las repúblicas del centro y del sur del continente en grandes patios 
traseros y en miserables colonias dependientes fue obra de la política 
yanqui. Esta hizo un amplio despliegue de intervenciones militares 
directas, fomento de los golpes de estado, apoyo a guerrillas 
contrarrevolucionarias, sobornos a dirigentes y funcionarios, amaño de 
elecciones, apoyo a grupos mediáticos y mil recursos más. La 
precarización ha llegado a Europa: este es el panorama del siglo XXI. 
Por medio de diversas tácticas de "violencia estructural" (no hemos 
llegado a recuperar el golpe de Estado o la invasión militar directa) la
 Unión Europea al servicio de Alemania ha reajustado las consecuencias 
de su errónea política financiera –meramente especulativa- castigando a 
los países que se dejaron llevar por ella, aceptando el aterrizaje de 
capitales "paralizantes" de la autonomía productiva. Llamo capitales 
"paralizantes" a aquellos que, como el curare, se constituyen en un 
veneno exterior que impide la producción y el dinamismo de una formación
 social. El capital alemán y –en general- europeo- tanto en la forma 
privada (orientada a la especulación inmobiliaria) como en la forma 
oficial (por vía de diversos fondos estructurales, de cohesión, de 
reconversión, etc.) llegó a España con estos resultados. Es un capital 
especulativo (toma el dinero y corre) y, por tanto, para su aterrizaje 
en una neocolonia es preciso que se lleve a cabo todo un escenario de 
recorte y modelado de lo que previamente fue esa neocolonia. En el Reino
 de España, y muy en concreto en mi País Asturiano, se ha podido ver en 
qué consistió ese escenario "arreglado" a golpe de decretos de despacho y
 a golpe de porrazos de los antidisturbios: adelgazamiento brutal de los
 sectores primario y secundario. 
Vayamos por partes. 
--
 Adelgazamiento del sector primario. Los ataques a la Casería, 
organización ancestral de la Asturies eterna, se han focalizado en la 
guerra de la leche. La imposición de las cuotas lácteas y de criterios 
de productividad capitalista que nada tienen que ver con las finalidades
 culturales, ecológicas e institucionales de la Casería tradicional 
asturiana ha sido uno de los elementos más desestabilizadores de la 
identidad del País Asturiano. El ingreso de España en la Comunidad 
Europea con los calzones bajados en tiempos del felipismo supuso dejar 
en la estacada a la Iberia del Noroeste, la verde, la rica en pastos, 
carne y leche, esa Iberia donde se localiza Asturies. Llegaron a estar 
prohibidas las vacas en el paraíso del vacuno. Hoy el campo asturiano 
está casi abandonado a mayor gloria de los supermercados franceses. Hoy 
en día, el ganadero de la Iberia atlántica es un esclavo en manos de la 
gran industria láctea, que le impone precios ruinosos para la 
producción. En algunos aspectos el ganadero y el propietario de 
explotaciones agrarias es el mayor vapuleado del sistema, pues a 
diferencia del obrero, éste "empresario" no goza de libertad para fijar 
precios de sus mercancías producidas, ni tampoco puede contar con un 
abanico flexible de compradores. Tampoco puede con facilidad unirse a 
otros campesinos y paralizar la sociedad por medio de huelgas, aunque lo
 haya intentado. Su posición cada vez más marginal en una sociedad 
dependiente de la gran industria foránea, y supeditada a las grandes 
decisiones euroburocráticas, hace que Asturies y los demás países del 
Noroeste (Galicia, León, Cantabria) no pinten nada y no puedan hacerse 
escuchar con voz propia y fuerte. Entre medias está un Estado Español de
 signo sureño y levantino, remiso a la defensa de intereses de una 
Iberia atlántica cada vez más marginal y potencial competidora de 
Francia y de demás países "verdes". Si a ello le sumamos las propuestas 
etnocidas que en España se estilan con respecto al campo, y de las que 
no faltan defensores locales, el campo se verá muerto y más que muerto 
durante todo el próximo siglo. Entre esas propuestas etnocidas que tanto
 se cacarean en la llamada "prensa regional" figuran la eliminación de 
concejos o la fusión de los mismos, contraviniendo la naturaleza 
histórica y antropológica de los mismos. También hay que citar el 
proceso de unificación y centralización de las escuelas rurales, 
violando con ello un derecho humano fundamental, que es el de recibir 
educación en igualdad de condiciones y sin perder las raíces de la 
tierra natal. Con criterios economicistas, se centralizan los servicios 
de salud y otros servicios básicos del Estado, con lo cual no es de 
extrañar que las familias jóvenes, en edad de reproducirse, emigren a 
los grandes conglomerados urbanos, como el triángulo Uviéu-Xixón-Avilés,
 por ejemplo. Universitarios sin cabeza, o simplemente cipayos sin alma,
 han defendido la creación de una "Ciudad Astur", esto es, la 
reconversión de la antigua Nación Asturiana en un gran municipio de un 
millón de habitantes, homologable a un barrio de Madrid, 
convenientemente rodeado de zona verde con algunos servicios para 
turistas. Estas agresiones contra el campo asturiano son, en realidad, 
agresiones contra la nación asturiana. 
Si no fuera 
porque hay importantes intereses comerciales extranjeros –franceses- en 
contra del desarrollo de la Casería, en contra del sector de la leche 
del N.O., del campo atlántico de Iberia, en general, no podríamos 
entender bien la raíz de este abandono en que Madrid y las "autonomías" 
concernidas (incluyendo el "Principado") le ha dejado. Sustanciosos 
fondos han sido malgastados en manos de los sindicatos corruptos, CCOO y
 SOMA-UGT, enemigos del Pueblo Asturiano, y se han convertido en fondos 
obstaculizadores del desarrollo. Por otra parte, sorprende la cantidad 
enorme de subsidios oficiales que el Estado destina a población 
flotante, no contributiva, extranjera, etc., filantrópicamente 
destinados, se supone, a su perfecta integración en las grandes 
ciudades, que es donde se concentra ésta. Mientras que se malgasta este 
dinero en incentivar todo género de parasitismo urbano en personas 
desarraigadas o –a veces- delincuentes, a los verdaderos pobladores del 
País, que en última instancia son los pobladores del campo, se les 
retiran los servicios sociales, educativos, sanitarios, etc. Sin temor a
 la exageración se podría decir que los auténticos habitantes del País 
Asturiano han estado sufragando con sus propios recursos el proceso de 
sustitución étnica que consiste en (1) abandonar el campo para 
superpoblar la ciudad (asturiana), en una segunda fase (2), que puede 
darse dentro de la misma generación o en la siguiente: abandonar la 
ciudad (asturiana) y emigrar a España o a Europa. El "nicho ecológico" 
urbano (que no el rural) será ocupado por las limaduras de hierro que 
atraiga el imán de las subvenciones y de ciertas ventajas relativas de 
un Estado del Bienestar en franca decadencia. Así se convertirá Asturies
 en un solar vacío de gente o, en caso contrario, en un solar repoblado 
por contingentes foráneos cuya llegada y cuyos relativos privilegios 
(relativos sobre todo por comparación a su provincia o país de origen) 
han sido sufragados por el esfuerzo de los nativos que han tenido que 
marcharse. Toda la crítica a este proceso es bloqueada con un anatema: 
¡xenofobia!, condenación que saben manejar muy bien los apóstoles del 
neoliberalismo cuando recomiendan y hasta exigen movilidad a los 
trabajadores asturianos, así como los izquierdistas, que se tornan 
ultrasensibles hacia unos desconocidos, cuya nacionalidad incluso es 
ignota y que exigen sus derechos nada más aterrizar, pero que al mismo 
tiempo miran con gran conmiseración a los "reaccionarios" campesinos 
que, al no saber readaptarse a los nuevos tiempos abandonan la aldea, la
 Casería y el género tradicional de vida, pues es "una Ley Natural" ésta
 que se llama Ley del Progreso. 
-- Ahora le toca el 
turno al sector secundario. Desde los tiempos anteriores a la conquista 
romana, el País Asturiano contó con condiciones propicias para la 
minería y la metalurgia. Los astures independientes y después los 
romanizados eran famosos por sus actividades en este sector, hasta el 
punto de que las riquezas naturales del territorio astur –que incluyen 
los metales preciosos- disminuyeron considerablemente desde los tiempos 
del imperialismo romano. Las condiciones geológicas de Asturies 
favorecieron una actividad minera que, con el inicio de la Revolución 
Industrial trastocaron el País de arriba abajo. Las entrañas hendidas y 
descoyuntadas de la tierra astur quedaron hoy como cicatrices de un 
paisaje rural y una actividad agropecuaria autosuficiente. La Minería, 
hoy en trance de extinción, supuso una grave pérdida de identidad del 
País, por la afluencia de emigrantes sureños que vinieron al País a 
buscarse su pan. Emigrantes que, junto a los nativos, sufrieron 
horrendas condiciones de explotación, casi podría decirse que martirio. 
Todo tipo de costumbres extranjeras penetraron hacia el norte de la 
Cordillera cantábrica: tabernas de vino, festejos taurinos y 
flamenquistas, castellanismos y andalucismos. Las consecuencias de la 
Revolución industrial son siempre el desarraigo poblacional, tanto de 
los que afluyen como de los que se quedan y contemplan cómo su escenario
 les cambia por completo. La tranquila sociedad rural asturiana, que 
estaba lejos de ser una Arcadia opulenta, había vivido durante siglos en
 el remanso de la fe, del paternalismo señorial, de la inmovilidad de 
las clases sociales, del tradicionalismo. Pero la agudización de la 
explotación de los obreros, y la sacudida de los cimientos tradicionales
 de explotación del agro, descoyuntaron al País. Vinieron muy pronto 
ideologías que sirvieron para sustituir a las Ideas. En lugar de Bondad,
 Lealtad, Honor, se trajeron los ideales de la Libertad, la Igualdad, la
 Fraternidad. Pronto aparecieron el Anarquismo, el Republicanismo 
Federal, el Socialismo, y el Comunismo. A costa de su paisaje y de sus 
aparentemente inconmovibles raíces medievales, el País Asturiano, un 
País de aldeas y caserías, se descoyuntó en torno a una línea de 
fractura: la lucha de clases. La virulencia de las huelgas asturianas 
llegó a su epítome en la Revolución de Ochobre de 1934. De esta 
calamidad la nacionalidad asturiana no se ha recuperado. La catedral y 
sus símbolos nacionales más preciados, sitos en la Cámara Santa, 
quedaron destruidos. La Universidad, destruida y clausurada. Miles de 
muertos, miles de violaciones cometidas por las tropas de la República 
Española y sus mercenarios los moros. Se habilitaron campos de 
concentración para los miles de revolucionarios asturianos detenidos, 
que además fueron sometidos a todo género de torturas y humillaciones. 
Se
 puede decir que desde 1934, Asturies no levantó cabeza como 
nacionalidad. Todo proyecto regionalista y autonomista se bloqueó, y las
 ideologías más intransigentes, a izquierda y derecha, se adueñaron de 
las calles. Toda visión nacional se supeditó a la lucha de clases, y 
desde que los revolucionarios asturianos fueron traicionados por los 
partidos y centrales obreras de España, se fomentó el mito castrante de 
que Asturies siempre había dado su sangre por los demás, por otras 
instancias: por España en la Covadonga del siglo VIII, por el Rey y por 
España otra vez, en la Revolución antinapoleónica de 1808, y por el 
Proletariado Internacional en 1934. Asturies vivió ya para siempre en un
 largo sueño y en una insoportable mentira. Pues tras la Guerra, y tras 
ser aplastado el Consejo Soberano de Asturies y León, la posguerra 
aguardó para el País un destino propio para un País ocupado: ser 
colonia. Sobre Asturies y sobre los territorios circundantes que 
formaron el viejo País Astur (el Noroeste de la Península) el Reino 
Español, reconvertido en dictadura totalitaria, se ejerció con mayor 
intensidad el proceso de aculturación que ya un siglo antes habían 
emprendido los gobiernos liberales de Madrid. En realidad, toda la 
batería de críticas que los "soberanistas" e independentistas de toda 
laya dirigen contra el Régimen de Franco como causante de los males del 
centralismo, como principal agente de la españolización de todos los 
territorios, deberían retrotraerse a los gobiernos de la Monarquía 
Española del siglo XIX, y de forma muy especial a los liberales. Tras 
1812, se fue consumando la desarticulación étnica y política de los 
pueblos ibéricos, con divisiones provinciales arbitrarias, con la 
disolución de la Junta General del Principado (1835), con la 
uniformización de la enseñanza, el derecho civil, etc. 
El
 franquismo fue una continuación del siempre fracasado proyecto liberal 
por hacer del Reino de España un Estado-Nación a la manera francesa. Un 
intento tardío pues ya en Europa se había dado la acumulación de capital
 necesario para que las burguesías de otros estados-nación se 
apelotonaran en torno de gobiernos y ejércitos que se lanzaran a la 
conquista y reparto del mundo. La Monarquía Hispana se había lanzado a 
la conquista del mundo sin haber consolidado burguesía alguna, antes 
bien, liquidándola a comienzos del siglo XVI. Su inmensa máquina militar
 y burocrática, alzada durante el reinado de los Habsburgo, se reveló 
como ineficaz desde el principio, sobre muy precarias bases 
hacendísticas, ajenas a la racionalidad que exigía en Capitalismo 
boyante en los otros estados europeos. Tras los Habsburgo, los Borbones 
fueron acometiendo sus planes centralistas –aquellos que Olivares no 
había podido ejecutar en el siglo XVII. Los Borbones fueron los que 
realmente trajeron la castellanización por decreto del Reino. El 
"castigo" de eliminar los fueros a los territorios austracistas (los de 
la Corona de Aragón) no pudo ser aplicado a otros territorios 
autogobernados desde antiguo, de naturaleza foral y con cámaras de 
representación popular propias (Principado de Asturies y las Provincias 
Vascongadas), por haber permanecido leales a la causa borbónica. 
El
 verdadero nacionalismo asturiano, que debe separar bien su frontera con
 ese "soberanismo" que, en realidad, es una prolongación secreta de 
Izquierda Unida para dividirle y neutralizarle, es una causa 
legitimista. Todos los nacionalistas asturianos somos legitimistas: no 
revindicamos un "derecho a decidir" o un "derecho a la 
autodeterminación". Reclamamos en realidad el ejercicio de una soberanía
 ilegalmente pisoteada pero que es soberanía originaria. España no 
existirá desde el punto de vista de la legitimidad natural mientras no 
se reconozca y no se permita el ejercicio de la soberanía de Asturies. 
Asturies fue el primer reino en tiempos de la dominación mora, y de este
 estado medieval brotaron los concilios que, andando el tiempo, serían 
la Junta General del Principado. Del Reino Asturiano irían brotando 
todos los demás entes políticos (condados o reinos, así como las Cortes y
 Juntas que regionalmente surgirían en el medievo). 
Resulta
 penoso observar cómo la ignorante prensa "regional" asturiana, así como
 sus intelectuales provincianos, hacen amplio uso del nombre de 
"Principado" entendiéndolo en un sentido patrimonial, como si la 
vinculación a la primogenitura del Rey Castellano fuera un hecho eterno e
 inexpugnable. "Principado" tenía en el medievo un sentido más bien 
aproximado al de "República". El circo –o payasada- anual que se celebra
 en Oviedo con la entrega de los premios de la Fundación "Príncipe de 
Asturias" no es otra cosa que un montaje para dar publicidad a la Casa 
Real, a la monarquía española, pero Asturies ya fue Principado antes de 
que existiera España, y su denominación histórica no tiene nada que ver 
con el sentido patrimonialista que se le pretendió dar en 1388, cuando 
el rey castellano quiso hacer suyos estos territorios, por cierto bien 
levantiscos y que podrían haber formado parte de otra Corona –por 
ejemplo, inglesa- o mantenerse de forma republicana (a través de una 
Junta General o Hermandad de todos los concejos asturianos) de haber 
sido otros los resultados de las luchas de los nobles independentistas. 
El Principado de Gales o el Delfinado francés también fueron ejemplos de
 "retención" de un País a una Corona por medio de la primogenitura 
regia. Y en una época tan poco propicia a las repúblicas, la existencia 
de Juntas soberanas –como las vascas y la asturiana- junto con el 
constitucionalismo y federalismo de los reinos de la Corona aragonesa 
son buenos ejemplos de la tendencia no absolutista del Medievo. Sin 
embargo el Principado de Asturies, con su vinculación a la Corona 
Castellana perdió fronteras con otros estados extranjeros a los que 
poder reclamar ayuda. Su vinculación al Reino de León, por traslado de 
la corte de Uviéu a Lleón fue la condición de su absorción posterior por
 parte de Castilla, pero realmente no fue hasta bien entrado el siglo XV
 cuando se dio lugar la anexión castellana. Y esa anexión fue de todo 
punto ilegal, pues de la misma manera que los castellanos reclamaron 
como parte natural de su Corona al Principado, éste bien habría podido 
exigir a los reyes de León, primero, y de Castilla, después, su 
incorporación a Asturies como parte conquistada y sometida a la 
jurisdicción. No fue así, pues Asturies decayó lentamente y se vio 
marginada de los grandes aconteceres de la Reconquista (y por tanto de 
los botines correspondientes). Pero fue de hecho y de derecho una 
especie de República autogobernada. 
Cuando los 
castellanos y los españolistas reclaman que Asturies es "parte" suya, se
 les debe replicar que con mucho mayor motivo Castilla y su proyección 
fantasmal, España, es parte de Asturies, ilegítimamente desgajada. 
La
 lucha del nacionalismo asturiano es una lucha completamente diferente 
de la lucha del nacionalismo vasco o catalán. Es una lucha en la que no 
entran los elementos "modernos" del Derecho (arbitrario) a decidir, como
 si en cualquier momento se pudiera consultar al "pueblo" (y ¿quién es 
el "pueblo") desgajarse de un Estado o no. La composición y las 
dimensiones de los estados, así como las fronteras, serían fluidas en 
grado sumo, sujetas a la máxima inestabilidad a la que –tendencialmente-
 propende la Democracia Cibernética. El Pueblo podría separase 
"pacíficamente" de otros Pueblos, y la guerra de votos derivada de una 
serie de consultas –"legales" o no- se sustituiría por la Guerra de 
Censos. Si votan los emigrados de la diáspora (asturiana, vasca, 
gallega) no censados ¿entraremos en las causas de esa diáspora? Si 
consideramos que la nacionalidad no se corresponde con los límites de 
provincias decretados por Javier de Burgos en el siglo XIX ¿no son 
asturianos los de León al norte, los de las Asturias de Santillana, los 
hijos y nietos de emigrantes en Sudamérica? ¿Se sienten vascos todos los
 navarros? ¿Independencia de Cataluña sin contar con los demás "Países 
Catalanes"? 
A posta, formulo todas estas preguntas 
polémicas para obligar a orientar los desvelos del nacionalismo 
asturiano hacia una Visión de Estado y a marcar distancias con respecto 
al "soberanismo" en el que algunos ingenuos han ido cayendo, como 
incautos en una burda trampa, y esa es la trampa de los llamados 
"soberanismos" vasco y catalán. Desde Asturies no estamos interesados en
 la lucha de esos pueblos por su destino, aunque en el "soberanismo de 
izquierda" suelen darse inocuas llamadas a una "solidaridad 
internacionalista". Más les valdría a estos incautos del independentismo
 (en el País, articulados en torno a pequeños grupúsculos herederos de 
la -¿desparecida?- Andecha Astur) estudiar a fondo a Marx. Si hubieran 
estudiado a fondo el marxismo, que pocos conocen e invocan, sabrían de 
sobra que las Condiciones Objetivas, estructurales, son las que 
determinan las relaciones entre las clases y entre los pueblos. Sabrían 
que la "solidaridad internacionalista" para con las reclamaciones de 
Artur Mas o, de forma más comedida, Íñigo Urkullu, son objetivamente 
destructivas y perjudiciales para con la Formación Social Asturiana. 
Suponen la creación de entes parasitarios del Estado Español, suponen la
 discriminación de otras naciones, nacionalidades y regiones 
convirtiéndolas en rehenes de unas aspiraciones muy curiosas, pues lejos
 de venir refrendadas por una revolución netamente popular, como la de 
Irlanda, por ejemplo, suponen una especie de independencia 
subvencionada. Como asturiano yo voy a tener que pagar con mis impuestos
 el capricho de Artur Mas de contar con un Estado propio. Lo curioso de 
ese nacionalismo de sardana y butifarra es que viene impulsado por una 
burguesía indígena desde siempre explotadora y capitalista (otro tanto 
se diga del PNV, si bien éste cuenta con más base popular). Esa 
burguesía se ve ahora demográficamente convertida en minoría, y los 
apellidos catalanes "de pura cepa" escasean cada vez más, hecho 
contrarrestado con la catalanización de los nombres de pila. Muchos 
"Jordi" Fernández o González, o Pérez, son los que ahora apoyan las 
demandas de esa minoría con pedigrí cada vez más ajena a la realidad: la
 realidad de una nación, Cataluña, que habla "andaluz" en buena parte, y
 que el día de mañana hablará árabe en un porcentaje decisivo. Cuando 
Mas invoca la herencia franca o carolingia de su vieja nación está 
revelando el grave complejo de identidad que le aqueja. El rigor 
histórico debería haberle recordado que los francos llamaban "hispani" a
 los catalanes de entonces, y también eran, para ellos, los "godos". 
Este brote de independentismo debe vincularse a la crisis de identidad 
que ha provocado en la burguesía, antaño pujante y hoy fosilizada, del 
centralismo barcelonés. En todas las sociedades heterogéneas desde el 
punto de vista étnico se dan tales brotes de nacionalismo "reactivo". 
Sabino Arana fue, hace un siglo, expresión exacta de lo mismo. Y la 
invención de Castilla, ya desgajada de Asturies y Lleón, lo mismo: la 
abundancia de judíos y moriscos exacerbó un sentimiento feroz de 
identidad, de cuya ferocidad –siempre artificial- dan prueba las 
persecuciones y matanzas de los "otros". 
El nacionalismo identitario asturiano nunca fue agresivo precisamente porque nunca necesitó de dotarse de artificios
 políticos con los que albergar/expulsar a los otros. La sociedad 
asturiana fue muy homogénea hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que 
llegó emigración sureña y gallega con la Revolución Industrial. La mayor
 crisis identitaria fue la provocada por la posguerra franquista y la 
incentivación que de la emigración interna la Dictadura llevó a cabo en 
todo el Estado. Franco sabía de sobra que con el aguijón del hambre, 
pueblos y comarcas enteras podían desplazarse de sur a norte, y de 
centro a periferia con el fin de lograr la homogeneidad tan buscada por 
él, justo como por los liberales del XIX. Fue precisamente en la 
Transición (años 70 del siglo pasado) cuando la conciencia de la 
identidad asturiana brotó sobre bases nuevas, un tanto distintas de 
aquellas bases que sustentaron el regionalismo anterior al desastre de 
1934. Entre esas bases se encontraba un mayor énfasis en la 
reivindicación de la lengua (énfasis al que se circunscribieron algunos 
asturianistas, limitando con ello el alcance de la lucha), un celtismo 
cultural, unas demandas de mayor autonomía, un rechazo al covadonguismo 
como ideología, etc. Pero estas bases fueron débiles: los que iniciaron 
el movimiento de "Conceyu Bable" no contaron con el doble respaldo que 
había entre nacionalistas catalanes y vascos: una burguesía autóctona 
que pusiera el dinero, y un sector popular de izquierda que "animara" 
las calles. El nacionalismo necesita de ambas cosas: dinero y masas. En 
Asturies no hubo nada de esto. 
El carácter de vía 
muerta de aquella iniciativa de "Conceyu Bable" está hoy a la vista. 
Fracaso tras fracaso electoral, los nacionalistas, soberanistas, 
asturianistas, viven en tribus aisladas, sin saber ofrecer un proyecto 
de nación en común. Casi todo el sector a la izquierda ha venido siendo 
instrumentalizado por el PCE –y grupúsculos españolistas adjuntos- y 
después por Izquierda Unida. El grado de control que ejercen sobre los 
jirones del movimiento de reivindicación nacional es enorme, y fácil de 
ejercer. Se percibe incluso en las relaciones personales, en la censura 
practicada sobre ciertas webs, en campañas ad hominem. Todo 
intento de construcción –aunque consista en una mera propuesta teórica- 
de un amplio frente nacionalista, por encima de la trampa bipolar de 
"izquierdas" o "derechas" es inmediatamente tachado de "interclasista" o
 de "tercera vía neofascista". La crasa ignorancia de la tradición 
marxista por parte de ciertos elementos radicales y anti-sistema les 
impide comprender que hasta el mismo Lenin veía como fase necesaria de 
la lucha proletaria la incorporación de éstas a amplios frentes 
populares en los que otras clases sociales y estamentos descontentos de 
éstas podían hacer las veces de válidos compañeros de viaje. Frente a la
 instrumentalización que lleva a cabo la izquierda oficial, claramente 
corrupta, clientelar y ávida de pesebres proporcionados por el PSOE, 
todavía queda por hacer un amplio movimiento popular en la que se 
imbriquen cada vez más los aspectos ecológicos, sociales e identitarios 
del País Asturiano. Ese movimiento popular debe ir desbloqueando poco a 
poco los mecanismos de sujeción ideológica que la "izquierda plural" del
 PSOE-IU y grupúsculos adjuntos viene ejerciendo a través de la prensa, 
la enseñanza, los concejos, las fundaciones y entramados diversos. 
Además, con la debida conciencia de que las naciones se están quedando 
muy pequeñas y de que el mapa autonómico (cuando no el sistema al 
completo, que hoy es la "España de las Autonomías") se va a 
reconfigurar, este amplio movimiento popular debe enlazarse con el de 
los países vecinos, y formar lo que yo he llamado una Alianza del 
Noroeste. Por medio de colaboraciones generosas en todos los terrenos, 
debe propiciarse: 
- Un apoyo decidido al leonesismo: León no es Castilla, debe ser el lema de todos los nacionalistas identitarios de Asturies, apoyando además la recuperación de su lengua (que es la nuestra, aunque reciba denominaciones diferentes en cada territorio, leonés o asturiano). Apoyar el proyecto de recuperación del "País Astur", mucho más amplio que la actual comunidad autónoma uniprovincial del Principado de Asturias.
- Una coordinación cordial con el nacionalismo gallego, superando puntos de conflicto, recordando que la reivindicada Gallaecia de tiempos remotos coincide básicamente con el Noroeste ibérico, de común raíz céltica.
- Apoyar decididamente la recuperación de la lengua asturiana de gran parte de Cantabria, por encima de las denominaciones locales que de ella se quieran hacer, y recuperar en el terreno cultural la idea de Les Asturies/Las Asturias, en plural, como base para esa Alianza del Noroeste.
La
 España de las 17 autonomías es inviable en lo económico y en lo 
histórico-cultural. Después de 30 años ha devenido una farsa. Es una 
farsa que impide la creación de grandes núcleos de pueblos con afinidad 
histórica y étnica. En territorio y población, el Noroeste (Galicia, 
Asturias, León y Cantabria) podría medirse con más justicia al lado de 
las dos Castillas reunificadas, un País Vasco que incluya a Navarra, 
unos Países Catalanes, Aragón, una Andalucía… Pocas entidades 
nacionales, grandes y, a su vez dotadas de internamente de una 
estructura federal. Esto supondría el arrinconamiento de esa monstruosa 
ciudad de Madrid, como vieja capital de un Imperio ya inexistente, así 
como la supresión de las Diputaciones Provinciales y otras entidades 
intermedias entre lo local y lo Confederal. El nuevo mapa se parecería 
mucho a las viejas entidades históricas (Reino Asturleonés, Reino 
Castellano, Corona de Aragón…) adaptado a las nuevas realidades 
(desgajamiento de lo andaluz frente a lo castellano, insularidad de las 
Canarias, aumento de la conciencia identitaria en las provincias vascas,
 tradicionalmente desunidas y más vinculadas a Castilla que a Pamplona…)
 pero, por regla general sostengo que la Historia es una regla más 
fiable que el capricho de las oligarquías y de la casta política 
indígena, y desde luego, ofrece unas orientaciones más saludables que 
las que emanan de los cocederos de Madrid, villa y Corte. De dicha Corte
 siempre se ha proyectado una visión fantasmagórica, irreal, de lo que 
significa la diversidad territorial y etnológica de España.
 
 
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