
- ¿Por qué se producen las crisis?
El objetivo del capitalista es la obtención de
beneficios. Los beneficios surgen de la explotación de los trabajadores ya que
éstos, en su jornada de trabajo, además de generar el valor de su propio
salario, crean un valor extra, la plusvalía, que es lo que se queda el
capitalista y de donde éste extrae los beneficios. Para hacer efectivo este
beneficio el capitalista tiene que conseguir vender las mercancías que producen
los trabajadores de su empresa, y lo hace en condiciones de competencia con
otros capitalistas. Esto implica que el capitalista tiene que estar
constantemente renovando la maquinaria, lo que le permite abaratar los costes
de cada mercancía y tener precios competitivos frente a otros capitalistas.
Tarde o temprano todos tienen que hacer lo mismo si quieren continuar en el
mercado. El incremento de la productividad lleva otro efecto asociado, además
del abaratamiento: aumenta la cantidad de mercancías que es posible producir.
El capitalista, para amortizar lo más rápidamente posible la inversión que ha
hecho en nueva maquinaria y salarios, se ve obligado a utilizar al máximo
posible la capacidad productiva de la empresa.
Las crisis surgen periódicamente porque el ritmo
de expansión de la producción no puede ser acompañado por el ritmo de
crecimiento del mercado, que es más lento. Se produce así una crisis de
sobreproducción. Aunque parezca paradójico, las crisis capitalistas no son por
falta medios de producción o por falta de mercancías; no son crisis de escasez,
sino de abundancia. A pesar de que, para los capitalistas, “sobra de todo” (coches,
pisos, leche, carne, en todas las ramas productivas hay saturación) millones de
personas se ven empujados al paro y a la marginación y los que conservan su
trabajo son sometidos a una explotación todavía mayor. Sólo después de que hay
una destrucción de fuerzas productivas y mercancías en grado “suficiente”, la
actividad económica vuelve a retomar una dinámica ascendente.
Los ciclos de recesión y recuperación se han
sucedido en toda la historia del capitalismo, pero no todas las crisis son
iguales, ni tienen la misma gravedad ni las mismas repercusiones, ya que esto
depende de muchos factores, no sólo económicos, sino políticos, sociales y de
las relaciones que se establecen entre diferentes potencias. En todo caso el
capitalismo no es capaz de “aprender” de sus crisis y autocorregirse. Al revés.
En la medida que el sistema capitalista se hace más viejo y decadente dominado
por el sector financiero-especulativo y un puñado de monopolios, las crisis son
todavía más virulentas, con consecuencias sociales y económicas más
devastadoras y repercusiones políticas más profundas.
- ¿Es una crisis de la economía real o financiera?
La utilización del crédito es una manera de
esquivar la crisis de sobreproducción, ampliando el mercado más allá de sus
límites naturales. Pero sólo funciona durante un tiempo, y cuando la crisis
estalla las consecuencias son todavía más devastadoras, afectando, lógicamente
todo el sistema financiero. En las últimas décadas el endeudamiento de las
empresas, los estados, las familias y los propios bancos, ha alcanzado cotas
nunca vistas en la historia del capitalismo. Por supuesto los banqueros, a
pesar de la crisis financiera, han hecho grandes negocios con la deuda y la
ruina de millones de familias, y sus beneficios están guardados en paraísos
fiscales y cajas secretas, en muchos casos bien lejos de los bancos que ellos
mismos están dirigiendo, llevando a la quiebra y rescatados con dinero público.
Es increíble que, recurrentemente, los medios burgueses culpen de la crisis por
igual a los banqueros y a las familias hipotecadas, diciendo que “la gente ha
vivido por encima de sus posibilidades”. Ahora resulta que, después de haber
dedicado durante años un 70% de los salarios a pagar la hipoteca al banco
(media en el Estado español) somos culpables de la crisis por ir al paro. Es el
colmo de la desfachatez.
La crisis financiera estalló empezando por su punto más débil, con el impago de las hipotecas subprime en EEUU. Pero eso fue sólo el inicio. De forma abrupta y encadenada, todas las expectativas de devolución de las deudas contraídas se han cortado o están sumidas en una profunda incertidumbre. Todo eso se agrava por la interconexión financiera mundial y el desarrollo de todo tipo de mecanismos de “ingeniería financiera” como los derivados. Con la crisis, la preocupación fundamental de los banqueros no es conceder créditos, sino recuperar los préstamos concedidos y utilizar al Estado burgués para robar el dinero público. Evidentemente, esto tiene un efecto en la economía productiva; la crisis financiera y la crisis de la economía real se retroalimentan. En ese sentido es una doble crisis. Pero la crisis financiera no es la causa fundamental de la crisis, la clave está en la economía real. En sí mismas, las deudas no serían un problema especialmente grave si la actividad económica se recuperase sólidamente. Pero en la medida que la economía se estanca o entra en depresión y los ingresos de las empresas, las familias y los estados son menores o disminuyen, el problema de la deuda, aunque nominalmente se mantenga igual, se agrava todavía más. En este contexto, los créditos se estancan no sólo porque los bancos no prestan, sino porque los empresarios no tienen ninguna intención de pedir créditos para invertir en producir nuevas mercancías. Todo eso explica lo superficial que es buscar en la “falta de liquidez” la causa de la crisis. Este falso e interesado diagnóstico ha servido de excusa para inyectar multimillonarias cantidades de dinero público a los bancos.
La crisis financiera estalló empezando por su punto más débil, con el impago de las hipotecas subprime en EEUU. Pero eso fue sólo el inicio. De forma abrupta y encadenada, todas las expectativas de devolución de las deudas contraídas se han cortado o están sumidas en una profunda incertidumbre. Todo eso se agrava por la interconexión financiera mundial y el desarrollo de todo tipo de mecanismos de “ingeniería financiera” como los derivados. Con la crisis, la preocupación fundamental de los banqueros no es conceder créditos, sino recuperar los préstamos concedidos y utilizar al Estado burgués para robar el dinero público. Evidentemente, esto tiene un efecto en la economía productiva; la crisis financiera y la crisis de la economía real se retroalimentan. En ese sentido es una doble crisis. Pero la crisis financiera no es la causa fundamental de la crisis, la clave está en la economía real. En sí mismas, las deudas no serían un problema especialmente grave si la actividad económica se recuperase sólidamente. Pero en la medida que la economía se estanca o entra en depresión y los ingresos de las empresas, las familias y los estados son menores o disminuyen, el problema de la deuda, aunque nominalmente se mantenga igual, se agrava todavía más. En este contexto, los créditos se estancan no sólo porque los bancos no prestan, sino porque los empresarios no tienen ninguna intención de pedir créditos para invertir en producir nuevas mercancías. Todo eso explica lo superficial que es buscar en la “falta de liquidez” la causa de la crisis. Este falso e interesado diagnóstico ha servido de excusa para inyectar multimillonarias cantidades de dinero público a los bancos.
- Crisis y especulación
Igual que el sobreendeudamiento, el enorme peso
que tiene la actividad especulativa en la economía es un gran agravante de la
crisis, por supuesto. Pero, ¿por qué se produce? Los datos son realmente
impresionantes: los productos derivados, los mercados de cambios de divisas y
las bolsas movilizan cada día unos 5,5 billones de dólares, 35 veces más que el
PIB mundial y 100 veces más que el volumen del comercio mundial. Estas cifras
valen tanto para el periodo de crecimiento como para la crisis. Marx decía que
el ideal del capitalista era obtener beneficios sin pasar por el doloroso
proceso de la inversión productiva. De hecho, llegaron bastante lejos por ese
camino. Los beneficios capitalistas provienen cada vez en mayor proporción de
las operaciones financieras que de las inversiones productivas. Mientras que a
principios de los años 80 del siglo pasado aquellas propiciaban el 25% de los
beneficios, antes de estallar la actual crisis habían alcanzado ya el 42%. Otro
dato significativo de las tendencias de fondo del capitalismo durante las
últimas décadas es que la proporción de beneficios destinados a repartir
dividendos (superior al 60% en el primer decenio del siglo XXI) es cada vez
mayor respecto a la reinversión en capacidad productiva.
Los señores y señoras que dominan la economía mundial, los grandes capitalistas, están mucho más centrados en incrementar su riqueza personal reduciendo salarios y aumentando la jornada laboral, expoliando la riqueza pública ya acumulada (privatización de empresas públicas), creando monopolios privados de servicios básicos en connivencia con la cúspide del aparato estatal (distribución del agua, energía, telefonía, etc…), saqueando los presupuestos generales del Estado (reducción de impuestos, ayudas directas a sus empresas…), robándose entre ellos (fusiones, absorciones), que en la creación de riqueza mediante la inversión productiva, debido a la sobreproducción. La degeneración de la clase dominante tiene una base objetiva en la decadencia del propio sistema.
No hay una separación absoluta entre capital especulativo y capital productivo. En EEUU, según datos de 1998, el 50% de las empresas, las más importantes, estaba en manos de “inversores institucionales” (grandes fondos privados dedicados a la actividad especulativa). No existe una casta especial de “especuladores” al margen y menos aún contrapuesta a la actividad de la los grandes capitalistas. Son uno y lo mismo. La lucha por acabar con la especulación es, por tanto, la lucha por acabar con el propio sistema capitalista.
- ¿Por qué fallan las ‘recetas’ contra la crisis?
La crisis sigue una espiral descendente que
todavía no ha tocado fondo. La crisis financiera sigue agravándose, la
inversión sigue cayendo, igual que el consumo. No hay ninguna medida tomada
desde el propio sistema que pueda detener esta tendencia hacia abajo. De todas
maneras, más que una “solución a la crisis” las medidas que están tomando los
gobiernos van encaminadas a satisfacer las exigencias del sector financiero,
que es quien realmente gobierna el mundo, Europa y cada uno de los países.
Todas las medidas para controlar los bancos y “regular” el sector financiero
son una farsa y es comprensible que sea así ya que el Estado burgués
difícilmente se va a rebelar contra su propio sistema. Los gobiernos han
gastado centenares de miles de millones en apoyar a la banca (créditos sin
intereses, avales, garantía de depósitos, intervenciones para sanear las
entidades y luego revenderlas, etc.). La última medida del BCE ha sido
prolongar la barra libre del dinero gratis a la banca europea. Lo mismo pasa en
EEUU. Eso ha servido para evitar un colapso bancario, pero también para que los
bancos sigan especulando con la deuda pública, que a su vez ha crecido como
consecuencia de estas ayudas a la banca. La “ayuda” a Grecia es un ejemplo del
tipo de “recetas” que los capitalistas toman para salir de la crisis: el dinero
no ha ido a salvar el país heleno sino a los bancos franceses y alemanes en
posesión de deuda griega. Como consecuencia de los recortes exigidos a cambio
de estas ayudas la economía griega ha colapsado, ahora es como un limón
exprimido y seco que se tira al cubo de la basura. El resultado final está
siendo una población tremendamente empobrecida y unos cuantos millonarios,
incluidos algunos griegos, todavía más enriquecidos. Es verdad que el default
de Grecia puede agudizar todavía más la crisis financiera y que los
capitalistas que no se han deshecho de los bonos griegos con suficiente rapidez
pueden encontrarse con unas ganancias menores de las que esperaban, pero
tratarán de compensarlo saqueando de forma más sistemática las arcas públicas
de sus propios países (es decir, a su propia clase trabajadora). De hecho, ya
lo están haciendo. Efectivamente, detrás de cada medida que “no funciona”
contra la crisis hay un objetivo (inconfesable para la burguesía) que sí
se cumple: se avanza un paso más en la transferencia de riqueza de los más
pobres a los más ricos. La burguesía ya ha asumido que el capitalismo ha
entrado en una fase recesiva por un largo periodo de tiempo y, por tanto, su
objetivo principal es amortiguar la disminución del negocio robando lo máximo
que pueda a los trabajadores, actuando cada vez con más descaro y urgencia.
- ¿Se puede aumentar el consumo de los trabajadores sin afectar los intereses de los capitalistas?
Hay una tendencia bastante
extendida entre algunos intelectuales de la izquierda y los dirigentes de los
sindicatos y partidos reformistas, que tratan de convencer a los capitalistas
de que lo mejor para ellos es aumentar el gasto social y los salarios, porque
así “aumentará el consumo y los empresarios también saldrán ganando”. Por
supuesto que los marxistas estamos a favor y creemos que es absolutamente
necesario aumentar urgentemente el gasto social y los salarios, pero esto sólo
se puede conseguir con la lucha sindical y política contra los capitalistas y
en último término con la nacionalización de todos los sectores decisivos y la
planificación democrática de la economía.. En todo caso la cuestión es, ¿por
qué los capitalistas se emperran en no hacerles ni caso a los que plantean la
necesidad de aumentar el consumo de las masas si es tan bueno para ellos? Los
capitalistas, por lo general, suelen actuar de forma muy consecuente con sus
intereses. Cuando se exige más dinero para el consumo como una vía para salir
de la crisis, la pregunta es: ¿de dónde sale este dinero? Si los empresarios
aumentasen el salario de los trabajadores (obviamente están haciendo todo lo
contrario) lo tendrían que restar necesariamente de sus beneficios (lo cual
sería absurdo para ellos porque el objetivo de los empresarios es precisamente
éste) o de la inversión (lo cual contrarrestaría, mediante más paro, los
efectos benéficos de un mayor poder adquisitivo). Si el dinero para fomentar el
consumo de las masas tuviese que salir del Estado (para invertir más en obra
pública o aumentar el salario de los funcionarios, por ejemplo) sólo hay dos
maneras de conseguirlo: endeudándose más (y el Estado ya está muy endeudado por
las ayudas a la banca) o con más impuestos; si éstos recaen sobre las rentas de
capital los capitalistas se opondrán, ya que afectaría a sus beneficios, y si
salen del trabajo se actuaría contradictoriamente con el objetivo de aumentar
el consumo. Por supuesto que la crisis también se expresa en la falta de
consumo, y que las medidas que deprimen todavía más el poder adquisitivo de los
trabajadores acentúan más la crisis. Sin embargo, el problema del consumo es un
síntoma de un problema mucho más general: el modo de producción capitalista,
basado en la propiedad privada y en la búsqueda del máximo beneficio
individual. Exigir más consumo sin cuestionar lo anterior, además de revelar un
error teórico, equivale a tratar de conciliar los intereses de los capitalistas
y los trabajadores y alimenta la idea, errónea y negativa (sobre todo si es
entendida como una propuesta de “izquierdas”), de que es posible otro tipo de
capitalismo capaz de satisfacer las necesidades de la mayoría.
- ¿Es posible un capitalismo diferente?
Efectivamente, hay quien defiende,
también desde un punto de vista supuestamente favorable a los intereses de los
trabajadores, que es posible otro tipo de capitalismo más “productivo” frente
al actual, que es más “especulativo”. Antes hemos demostrado que no hay una
separación entre especuladores y capitalistas, ambos son lo mismo. Pero es que
además, también es un hecho demostrable que la inversión productiva y
tecnológica bajo el capitalismo, incluso en los países en los que esto ha
ocurrido de forma muy intensiva, no ha evitado la crisis y la clase obrera se
enfrenta ahora a graves problemas sociales, similares a los del resto de
países. El ejemplo más claro es Japón, donde el Ministerio de Trabajo reconoció
que uno de cada seis japoneses —20 millones de personas— vivía en la pobreza en
2007. En aquel país donde todo está automatizado, lo que haría posible una
reducción drástica de las horas de trabajo y un incremento brutal del nivel de
vida, está extendida una enfermedad laboral mortal, el karoshi, que se produce
como consecuencia del agotamiento por exceso de trabajo, y que afecta a 10.000
trabajadores cada año. La tecnología tampoco evitó en Japón la especulación
inmobiliaria y posterior crisis bancaria, que todavía pesa como una losa en la
economía del país. EEUU, el país capitalista más poderoso del planeta, modelo
de iniciativa empresarial donde los haya, se ha convertido en una de las
principales bolsas de miseria del mundo y los trabajadores, a pesar de todos
los recientes avances en informática y robotización de los procesos productivos
de las últimas décadas, trabajan más que nunca y ganan menos que nunca. Lo
mejor que pudo ofrecer el capitalismo, a escala mundial, lo hizo en los años 50
y 60 del siglo pasado, cuando se produjo un importantísimo desarrollo de nuevas
ramas productivas (derivados del petróleo, industria automovilística,
aeronáutica, electrónica, industria militar, etc.), la creación del llamado
“estado del bienestar” y prácticamente el pleno empleo. Aún así, este periodo
de prosperidad afectó tan sólo a una pequeña parte de la población mundial y se
dio por una combinación de factores históricos muy particulares, entre otros la
brutal destrucción de fuerzas productivas como consecuencia de la Segunda Guerra
Mundial. A partir de 1973 el tipo de crecimiento fue muy diferente, con avances
mucho menores y una reinversión de las ganancias en el aparto productivo muy
modestas, inaugurando un periodo en el que la actividad especulativa adquirió
dimensiones gigantescas, como ya hemos hecho referencia. En el boom de mediados
de los 90, que acabó en la crisis actual, a pesar del crecimiento económico y
la explosión de beneficios capitalistas, la clase obrera retrocedió en salarios
y condiciones de trabajo, incrementándose de forma exponencial la desigualdad
social. Es significativo que el único país que todavía puede presentar tasas de
crecimiento significativas, China, base su expansión en una explotación de la
clase obrera similar a la del siglo XIX. Las expectativas que los trabajadores
podemos depositar en alguna suerte de capitalismo “de rostro humano” o en una
futura recuperación del sistema para resolver nuestros problemas es exactamente
ninguna.
- ¿Qué alternativa hay al capitalismo?
Marx y Engels
señalaron que la contradicción fundamental del capitalismo se da entre el
carácter social de la producción y la forma de apropiación individual de los
beneficios que comporta la existencia de la propiedad privada de los medios de
producción. Esta contradicción ha acompañado al capitalismo desde su
nacimiento, tanto en periodos de boom como en las recesiones. Sin embargo,
cuanto más se han desarrollado las fuerzas productivas, cuanto más se ha
integrado la economía en un todo mundial, más aguda e insoportable se ha hecho
esta contradicción. La crisis económica actual la ha exacerbado en grado
extremo.
¿Qué significa que la producción sea social? Pues que todo lo que necesitamos para la vida, incluso lo más simple, es producto de un proceso en el que participan muchas personas, desde la extracción de la materia prima hasta el transporte final, pasando por los diferentes estadios de la producción. La gran mayoría de productos que necesitamos no pueden ser creados por una sola persona, ni siquiera por una sola fábrica o un solo país. El capitalismo, a través de un largo proceso, ha socializado la producción al máximo; en eso ha consistido su misión histórica progresista. Sin embargo, estas fuerzas productivas están aprisionadas en el marco de la propiedad privada, en los conflictos de intereses de las distintas burguesías nacionales y en el mezquino afán de beneficios privados, un combustible de muy baja calidad para mover y ampliar (realmente no sirve ni para conservar) la riqueza acumulada por la sociedad. Y no digamos para distribuir. La misión histórica de los capitalistas está totalmente agotada y su existencia es un auténtico obstáculo para el progreso social y la verdadera causa del caos económico y de las crisis.
¿Qué significa que la producción sea social? Pues que todo lo que necesitamos para la vida, incluso lo más simple, es producto de un proceso en el que participan muchas personas, desde la extracción de la materia prima hasta el transporte final, pasando por los diferentes estadios de la producción. La gran mayoría de productos que necesitamos no pueden ser creados por una sola persona, ni siquiera por una sola fábrica o un solo país. El capitalismo, a través de un largo proceso, ha socializado la producción al máximo; en eso ha consistido su misión histórica progresista. Sin embargo, estas fuerzas productivas están aprisionadas en el marco de la propiedad privada, en los conflictos de intereses de las distintas burguesías nacionales y en el mezquino afán de beneficios privados, un combustible de muy baja calidad para mover y ampliar (realmente no sirve ni para conservar) la riqueza acumulada por la sociedad. Y no digamos para distribuir. La misión histórica de los capitalistas está totalmente agotada y su existencia es un auténtico obstáculo para el progreso social y la verdadera causa del caos económico y de las crisis.
La única manera de salir de la
crisis es liberando las fuerzas productivas, las fuentes de creación de
riqueza, de los llamados “mercados”. ¿Quiénes son los misteriosos mercados?
Pues personas (por designarles de alguna manera) con nombres y apellidos, que
constituyen una infinitésima parte de la sociedad y que, sin embargo, acumulan
un gigantesco patrimonio financiero, industrial e inmobiliario, determinantes
para el funcionamiento y el desarrollo de la economía y la sociedad en su
conjunto. Un estudio reciente revela que, sólo en el Estado español, 1.400
personas, un 0,035% de la población, controlan las entidades fundamentales de
la economía y una capitalización equivalente al 80% del PIB. A escala mundial
se ha demostrado que tan sólo 737 bancos, compañías de seguros o grandes grupos
industriales controlan el 80% del valor de las 43.000 principales empresas
multinacionales. Un grupo todavía más selecto de 147 entidades controlan el 40%
del valor económico y financiero de todas las multinacionales del mundo; entre
los 147, domina un grupo todavía más pequeño de 50, en el que están
principalmente bancos norteamericanos y europeos. Todo eso indica que habría
que expropiar a poquísimas personas para que la inmensa mayoría de la sociedad
pudiese vivir decentemente.
Efectivamente, hay una forma de acabar con los “desequilibrios presupuestarios” y los “déficit excesivos” realmente eficaz y, además, en beneficio de la gran mayoría de la sociedad: nacionalizando todo el sistema financiero y las empresas estratégicas bajo control obrero y poniendo en marcha un plan de inversiones y producción al servicio de la mayoría de la sociedad.
Efectivamente, hay una forma de acabar con los “desequilibrios presupuestarios” y los “déficit excesivos” realmente eficaz y, además, en beneficio de la gran mayoría de la sociedad: nacionalizando todo el sistema financiero y las empresas estratégicas bajo control obrero y poniendo en marcha un plan de inversiones y producción al servicio de la mayoría de la sociedad.
Con los medios
de producción en manos de los trabajadores y al servicio de la mayoría de la
sociedad, el desarrollo económico, social y cultural daría un salto de gigante.
Nada impediría que todo el mundo pudiera trabajar en buenas condiciones y con un
trabajo decente; que cada avance técnico redundase en más tiempo libre para
desarrollarnos en todo el potencial que nos brinda nuestra condición humana,
que es infinito.
La teoría marxista y la lucha por el socialismo están más vigentes que nunca. Además de tener la razón de nuestra parte, la clase trabajadora tenemos la fuerza para poder imponerla, aunque éste es otro tema. Terminemos esta sintética exposición sobre la crisis capitalista con una frase de Engels en su obra Anti-Dühring: “En la sociedad capitalista los medios de producción no pueden ponerse en movimiento más que convirtiéndose previamente en capital, en medio de explotación de la fuerza humana de trabajo. Esta imprescindible condición de capital de los medios de producción y de vida se alza como un espectro entre ellos y la clase trabajadora. Ella sola es la que impide que se engranen la palanca material y la palanca personal de la producción; ella es la que no permite a los medios de producción funcionar y a los obreros trabajar y vivir. De una parte, el régimen capitalista de producción revela, pues, su propia incapacidad para seguir rigiendo estas fuerzas productivas. De otra parte, estas fuerzas productivas acucian con intensidad cada vez mayor a que se liquide la contradicción, a que se les redima de su condición de capital, a que se les reconozca, efectivamente, su condición de fuerzas productivas sociales”.
La teoría marxista y la lucha por el socialismo están más vigentes que nunca. Además de tener la razón de nuestra parte, la clase trabajadora tenemos la fuerza para poder imponerla, aunque éste es otro tema. Terminemos esta sintética exposición sobre la crisis capitalista con una frase de Engels en su obra Anti-Dühring: “En la sociedad capitalista los medios de producción no pueden ponerse en movimiento más que convirtiéndose previamente en capital, en medio de explotación de la fuerza humana de trabajo. Esta imprescindible condición de capital de los medios de producción y de vida se alza como un espectro entre ellos y la clase trabajadora. Ella sola es la que impide que se engranen la palanca material y la palanca personal de la producción; ella es la que no permite a los medios de producción funcionar y a los obreros trabajar y vivir. De una parte, el régimen capitalista de producción revela, pues, su propia incapacidad para seguir rigiendo estas fuerzas productivas. De otra parte, estas fuerzas productivas acucian con intensidad cada vez mayor a que se liquide la contradicción, a que se les redima de su condición de capital, a que se les reconozca, efectivamente, su condición de fuerzas productivas sociales”.
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