Debemos, un artículo del escritor Carlo Frabetti
Cuando
uno tiene que manejar habitualmente tanto los mapas físicos del mundo
(las ciencias naturales) como los políticos (las ciencias sociales),
unos por vocación y otros por necesidad, las comparaciones son
inevitables (es precisamente su inevitabilidad lo que a menudo las hace
odiosas), y resulta terriblemente frustrante que los segundos no tengan,
ni de lejos, la precisión y la operatividad de los primeros. Tan
frustrante que es muy difícil ser plenamente consciente de ello todo el
tiempo y no caer de vez en cuando en lo que los psicólogos llaman
“pensamiento desiderativo”.
No
nos resignamos a no tener, en el terreno de la acción política,
fórmulas tan claras y métodos tan eficaces como los que permiten
realizar las más variadas tareas científicas y tecnológicas con un
margen de error despreciable y unos resultados satisfactorios. Pero si
apostar por un “socialismo científico” es, seguramente, la única apuesta
posible, confundir la apuesta con el logro es perderla de antemano.
No
creo que los impulsores de la candidatura Podemos sean oportunistas,
como se ha dicho sin el debido fundamento; pero tampoco creo que sean
oportunos, como dice mi amigo Santiago Alba. Creo, más bien, que Podemos
es un Queremos -probablemente bienintencionado- que no se acerca ni nos
acerca al Debemos, valga el juego de palabras. Confundir el deseo (de
identidad y presencia) con la realidad (organizativa) no solo es
confundir el mapa con el territorio, sino equivocarse de mapa, incluso
de cartografía.
Es
tentador diseñar una organización política adecuada a un determinado
propósito -igual que se hace el plano de un edificio o de una máquina- y
luego buscar los medios materiales y humanos para constituirla; pero
las personas y los colectivos funcionan -deben funcionar- de otra
manera: tienen que ser a la vez arquitectos, albañiles y ladrillos de un
edificio social que no sea una cárcel; ingenieros, obreros y engranajes
de una maquinaria económica que no sea una bomba de relojería; y eso
complica mucho las cosas, es decir, los procesos.
Complica
los procesos, pero simplifica el camino, en el sentido de que lo hace
único, como decía Pasionaria. Solo de la colaboración real en empresas
colectivas concretas -y de la reflexión que dicha colaboración genera y
que revierte a su vez en el proceso participativo- pueden surgir una
organización y un discurso lo suficientemente fuertes y articulados como
para acabar con las mentiras y los abusos de la clase dominante (es
decir, con la clase misma). Queremos hacer muchas cosas y Podemos hacer
bastantes; pero, básicamente, Debemos hacer una: construir poder popular
desde las asambleas, los barrios, los lugares de trabajo y de estudio
(me niego a decir “desde abajo” porque el pueblo está arriba, en lo más
alto; debajo están quienes, desde las cloacas del poder, nos controlan e
intoxican).
Volviendo
a la cuestión de las comparaciones inevitables (y por eso mismo
odiosas), es inevitable comparar la candidatura de Podemos con la de
Iniciativa Internacionalista, en 2009. Dada mi implicación directa en
II-SP, no soy el más adecuado para hacer la comparación; aunque, por
otra parte, ya la han hecho los medios: el contraste entre la buena
acogida dispensada a Podemos y los ataques e injurias que llovieron
desde todos lados sobre Iniciativa Internacionalista, no podría ser más
elocuente. “Sus estridentes ladridos indican que cabalgamos”, dice el
labrador de Goethe, mientras el oso de Iriarte concluye compungido: “Mas
ya que el cerdo me alaba, muy mal debo de bailar”.
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