Mass Media — 10 agosto 2014
En el libro “El Cuarto Poder en Red. Por un periodismo (de código) libre” (Ed. Icaria), Víctor Sampedro pone como ejemplo a Julian Assange, Chelsea Elisabeth Manning y Edward Joseph Snowden
como iconos de aquellos pioneros de la nueva comunicación pública que
derribaron una puerta aunque no fueran los primeros que pasasen por
ella. “Nuestra esperanza reside en recuperar la comunicación como un
bien común; es decir, resultado de la colaboración entre los periodistas y las comunidades a las que sirven. Deberían hacerlo de dos formas. Primero, generando de forma mancomunada, con los individuos y colectivos más dinámicos, un contrapoder. Se trata de afirmar el control y la supremacía de la sociedad civil sobre sus representantes.
Segundo, ayudándonos a componer narraciones sociales que nos reconozcan
como actores políticos y comunicativos de pleno derecho. Mostrándonos
capaces de debatir y decidir nuestro destino”, dice el autor de este
libro.
“Para castigar la corrupción y el engaño no bastan la tecnología ni los modelos de negocio digitales.
Estas son las dos obsesiones que acaparan el debate. Pero de nada
sirven los nuevos formatos y empresas de noticias si no nos dejan
decidir, en pie de igualdad con los poderosos, quiénes somos y a dónde
queremos ir. El periodista debería reconocer, de una vez por todas, que ahora comparte protagonismo y visibilidad con unos ciudadanos que pueden producir noticias. Su capacidad para liberar datos les convierte en aliados imprescindibles. Respecto a los empresarios, por lo que les atañe y por su propio bien, mejor que entiendan, cuanto antes, que ya no basta con vender nuestra atención (las cuotas de audiencia)
a los publicitarios para hacer negocio. Ese negocio ya no es de ellos,
sino también nuestro. Podemos intervenir en el producto, su
procesamiento y difusión, generando atención social; por ejemplo, en las
redes sociales”, escribe Sampedro.
El autor, profesor de Comunicación Audiovisual, advierte que “en vez de maximizar beneficios económicos (sueldos y cotizaciones bursátiles) los amos de la comunicación debieran entender las noticias como un bien común. Sobrevivirán si se aseguran ingresos suficientes para sostener medios independientes. Lo lograrán si rentabilizan lo que no tiene un retorno económico inmediato, pero les confiere credibilidad;
que es la base de su actividad. Para ello han de aliarse con los
sectores ciudadanos más capaces y valientes, tal como hizo el periodismo
en épocas de cambios sociales drásticos. No necesitan héroes ni líderes
carismáticos, pero sí individuos comprometidos, con destrezas técnicas y valores éticos sólidos.
Ciudadanos que se saben capaces de ejercer la sanción política y tomar
la palabra. Preparados para narrar su propia historia en tiempo real. Y,
no menos importante, dispuestos a pagar por ello, porque el código libre no es gratis,
hay que trabajárselo y costearlo. Sobran las tumbas donde entonar
letanías y recrearnos en la nostalgia por un pasado que (por fortuna) no
va a volver”.
Víctor Sampedro observa: “Que la Prensa
alimente narraciones sociales no niega su veracidad. Necesitamos
relatos que nos permitan soñar lo que podríamos construir al despertar.
Y, sobre todo, que no provoquen las pesadillas. Al contrario, que nos
quiten el miedo. WikiLeaks representa una de las
fábulas digitales más estimulantes. Y acabó advirtiéndonos del horror
que sobrevendrá si no hacemos algo para detenerlo. Una Internet,
bajo control estatal-corporativo, propiciará (como poco) un
autoritarismo amable o (como mucho) nuevas formas totalitarias de
gobierno y explotación”. “Nos creemos actores soberanos ante los folletos en que se han convertido los medios de comunicación.
Los anuncios corporativos y los eslóganes electorales se disfrazan de
noticias que ocultan nuestra indigencia. Una pobreza que, por desgracia,
es triple: económica, moral y política”, afirma.
Su relato histórico es demoledor: “una Prensa que convirtió el parte (los comunicados franquistas) en línea editorial.Y que en la Transición blindó consensos,
que se sustentaron más en silencios impuestos que en acuerdos libres.
Ahora los medios, sometidos a la lógica del capital, también difunden el
miedo entre los más débiles. Creen que mostrar su indigencia y
ayudarles a tomar la palabra pone en peligro la democracia.
Ignoran que estas funciones son imprescindibles para que el cuerpo
social cobre protagonismo. Y que constituyen tareas básicas del
periodismo: que se escuche a la calle y que las instituciones funcionen
como ágoras, plazas, verdaderos espacios públicos. En
realidad, los amos de la comunicación temen el fin de sus agonizantes
negocios. Y los periodistas están anclados en unas rutinas profesionales
obsoletas que no saben reinventar.”
Sampedro cuenta como la persecución de Assange, Manning o Snowden, imputándoles falsos delitos, formó parte de una estrategia mucho más amplia: “Lo de Suecia es erotismo escandinavo, una película S, como se las llamaba en la Transición,
comparado con el porno de los calabozos y tribunales estadounidenses.
El cuentacuentos oficial incorpora el discurso progresista y la
corrección política para justificarse. Naomi Klein, lo resumió bien claro, desde un feminismo asentado en el humanismo antibelicista: «La violación se usa para perseguir a Assange del mismo modo que la libertad de las mujeres se usó para invadir Afganistán. ¡Despertad!». La extradición de Assange busca aplicarle los mismos cargos y escarmiento que a Manning. Su encierro en Londres le impediría desarrollar un grupo multimedia en Islandia. Allí había impulsado un marco legislativo con principios hacker”. El autor cree que convertiría Islandia en el refugio más avanzado del periodismo de denuncia de todo el mundo: “el primer medio del Cuarto Poder en Red estaba preparado para ser lanzado y era preciso detenerlo”.
En Espía en el Congreso
hemos desentrañado las conexiones entre los medios y el poder político y
financiero revelando la información que aparece en los correos de Blesa
(Blesaleaks) y se la presentamos a nuestros lectores de forma completa en estos dos libros:
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