Tesis sobre las Américas y el socialismo en el siglo XXI
| Tesis para las V ª Jornadas de Debate sobre la Crisis 2013: Relaciones Internacionales de Dominación, celebradas en León el 22 de Marzo de 2013. | 
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Uno de los problemas teóricos decisivos es el de la perspectiva 
histórica, del mismo modo que uno de los problemas históricos decisivos 
es el de la perspectiva teórica. Historia y teoría forman una unidad a 
la vez que mantienen una separación ya que la historia sólo se entiende 
desde una teoría, pero esta sólo existe si es corroborada por la 
historia. La teoría nos aporta los conceptos claves, esenciales, que nos
 permiten comprender la historia, sus contradicciones y sus tendencias 
evolutivas fuertes, aquellas sobre las que debemos y podemos incidir 
para guiarla hacia objetivos emancipadores. Sin los conceptos teóricos 
elementales no podemos hablar de historia mundial, sino de caos 
interpretativo.
 
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Muy sucintamente dicho y en el problema que ahora tratamos, la teoría
 nos aporta tres niveles interpretativos que confluyen en un todo: el 
capitalismo como modo de producción dominante en el mundo; las 
formaciones económico-sociales específicas que existen; y las 
influencias que en estas formaciones concretas tienen los restos de 
modos de producción precapitalistas.
 
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La lucha antipatriarcal, la de emancipación nacional, la de clases, 
así como todas aquellas movilizaciones relacionadas con la defensa o 
recuperación de los bienes comunes, de las propiedades colectivas y 
públicas, de los recursos del pueblo, del excedente social colectivo sea
 material o simbólico, con los componentes horizontalistas y 
comunalistas de la cultura popular, estas y otras luchas recorren 
internamente los tres niveles expuestos en el Pt º 2. No son por tanto 
un cuarto bloque teórico autónomo ni menos aún independiente de los tres
 restantes, sino que forma parte consustancial al enfrentamiento entre 
el capital y el trabajo a nivel planetario y en los Estados, naciones y 
pueblos concretos, aunque con plasmaciones específicas según los casos 
particulares.
 
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La teoría en cuanto tal es como el hilo de Ariadna que nos guía a 
grandes rasgos por el Laberinto del Minotauro: sin su guía el monstruo, 
la irracionalidad capitalista, termina devorándonos. Y frecuentemente 
cuando deambulamos desorientados dejándonos llevar por los sugestivos 
cantos las Sirenas hacia las promesas del poder, entonces este otro 
componente de la realidad, el de la amarga experiencia de la lucha 
elevada al carácter de teoría, hace lo que Circe con Ulises, advertirnos
 de que la credulidad en el opresor siempre se paga con la derrota, y 
muchas veces con la vida.
 
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Siendo coherentes con lo aquí dicho hasta ahora debo proponer como 
tarea colectiva la relectura crítica de un texto mío de agosto de 2010 
sobre esta misma problemática, titulado «La aportación de las Américas a la revolución mundial»,
 a libre disposición en la Red. Lo propongo porque la esencia dialéctica
 de la teoría marxista exige siempre la crítica y la autocrítica de lo 
dicho y hecho con anterioridad, exigencia ineludible pero que apenas 
practicamos. En ese texto, que no tiene todavía tres años, sostengo que 
las aportaciones revolucionarias de las Américas se sustentan en tres 
grandes prácticas mantenidas contra viento y marea: una, la 
independencia de pensamiento de las fuerzas liberadoras y 
revolucionarias, emancipándose del colonialismo intelectual sufrido 
hasta comienzos del siglo XX, y del neocolonialismo intelectual aplicado
 por el imperialismo desde entonces hasta ahora; dos, la decisiva 
importancia histórica y presente de la defensa de lo común y de lo 
colectivo, como eje tanto del avance del socialismo del siglo XXI como 
de la fuerza autoorganizada cotidiana de las clases trabajadoras y de 
los pueblos oprimidos; y tres, la igualmente decisiva pero casi 
desconocida, silenciada y hasta negada, importancia histórica y presente
 de la lucha de las mujeres, en especial de las que sufren la 
explotación sexo-económica y etno-cultural y nacional.
 
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Sobre esta base iniciada prácticamente desde el primer día de la 
invasión europea, que incluso hunde parte de sus raíces en las luchas 
nacionales y sociales precolombinas, las masas oprimidas han ido 
generando multitud de lecciones prácticas, que no podemos resumir aquí 
obviamente, desde las cuales se pueden extraer como mínimo cinco 
lecciones teóricas de decisiva trascendencia para el socialismo del 
siglo XXI en las Américas pero también en el resto del planeta, siempre 
que se apliquen correctamente en cada formación económico-social dada. 
Las lecciones versan sobre: uno, no sólo la recuperación de todas las 
formas de propiedad comunal sino sobre todo su extensión a la total 
propiedad colectiva de los medios de producción; dos, muy especialmente 
la extinción del papel de la mujer como «instrumento de producción» 
cualitativamente único en propiedad exclusiva del hombre; tres, la 
superación de la cosmovisión occidentalista basada en la propiedad 
privada y en el «ego conquiro» aplicado contra la naturaleza en su 
conjunto; cuatro, la interacción de todas o casi todas las formas de 
resistencia según muy correctas evaluaciones estratégicas, políticas y 
éticas; y cinco, la mundialización revolucionaria basada en una 
brillante visión antiimperialista de los próceres latinoamericanos, 
sobre todo de Bolívar.
 
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El imperialismo y las burguesías autóctonas son muy conscientes tanto
 de la tendencia al alza de las prácticas emancipadoras, como del 
enriquecimiento de las lecciones teóricas. Por esto, desde hace unos 
años lanza una contraofensiva general que ya ha sido estudiada en otros 
textos, y que tiene como uno de sus objetivos licuar y reducir a la nada
 las lecciones teóricas elaboradas. Sin embargo, entre muchos otros 
ejemplos que demuestran la necesidad de la teoría para comprender la 
historia, y para transformarla, ahora mismo sólo voy a citar cuatro, 
empezando por los más recientes: uno, el significado de la muerte de 
Chávez y del nuevo papado de Francisco; dos, los procesos abiertos por 
las FARC-EP; tres, el décimo aniversario de la invasión de Irak; y 
cuatro, los ciento treinta años de la muerte de Karl Marx. ¿Qué relación
 existe entre estos acontecimientos aparentemente tan distintos y qué 
importancia tienen para las Américas y para el socialismo en el siglo 
XXI?
 
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La teoría marxista explica que la única forma existente de que el 
imperialismo salga de su crisis actual no es otra que una estrategia 
cuádruple: aumentar la explotación de la humanidad trabajadora todo lo 
que sea necesario; derrotar de algún modo a las potencias 
subimperialistas para que se sometan a las exigencias del imperialismo 
occidental; exprimir la naturaleza hasta sus últimos recursos aun a 
costa de acelerar la catástrofe socioecológica; e introducir a la fuerza
 una revolución tecnocientífica que refuerce al imperialismo occidental a
 pesar de los terribles costos sociales que ello acarreará. La cuádruple
 estrategia variará puntual y formalmente en cada región del mundo, en 
cada bloque imperialista o subimperialista, pero en esencia es 
básicamente la misma para todo el planeta.
 
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Pues bien, para las Américas los ejemplos que hemos escogido muestran
 que la estrategia imperialista se mueve dentro de sus constantes 
históricas asentadas desde comienzos del siglo XX e incluso varias de 
sus expresiones más elementales desde el nacimiento histórico definitivo
 del capitalismo en el siglo XVII. Por tanto, inciden a la vez en la 
lucha de clases entre el capital y el trabajo y, a la fuerza, en la 
adecuación del socialismo a las características del modo de producción 
capitalista en el siglo XXI. La muerte de Chávez, sea inducida o no, 
permite un relanzamiento del terrorismo en todas sus formas contra la 
revolución bolivariana, sobre todo el terrorismo de provocación directa 
tal y como ha advertido el gobierno venezolano sobre los intentos de 
asesinato de Capriles: el imperialismo sabe cómo legitimar invasiones 
atroces utilizando crímenes terroristas organizados por sus servicios 
secretos.
 
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Aquí, la teoría es una vez más incuestionable porque resume y 
sintetiza las lecciones históricas. Es en el contexto de tendencia al 
alza de las luchas populares y obreras en las Américas, que el 
imperialismo ha decidido cambiar de táctica vaticana dando la Tiara 
Papal a un cardenal que no puede esconder su conservadurismo 
colaboracionista bajo los gestos de caridad fútil y denuncia abstracta 
de la pobreza. Con la muerte de Chávez y el nuevo papado 
ultraconservador y demagógico, el imperialismo intenta ampliar e 
intensificar la lucha teórica, ética y moral, política, cultural y 
religiosa contra el socialismo en todas las Américas, incluida la del 
norte, en donde la oficial Iglesia católica es una fuerza decisiva del 
imperialismo en su contraofensiva mundial.
 
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Uno de los objetivos de la contraofensiva es el de debilitar al 
máximo a las FARC-EP para que cedan en las actuales negociaciones. 
Además de otros instrumentos de presión, la situación abierta en 
Venezuela, que se estabilizará pronto con la victoria de Maduro, pero 
sobre todo la incrementada beligerancia reaccionaria del nuevo papa 
buscarán debilitar la incuestionable legitimidad de las FARC-EP. La 
teoría marxista entiende el recurso al derecho humano a la rebelión 
contra la tiranía en su forma de lucha armada, porque hay otras formas, 
como un instrumento táctico utilizable en determinadas condiciones y 
contextos, y siempre sujeto a la valoración política y ética de sus 
resultados en cuanto impulsores de la emancipación o retardadores de 
ésta, pero nunca rechaza el derecho a su empleo ni lo condena, aunque no
 lo practique porque haya valorado que se puede avanzar más rápidamente 
hacia el momento crítico de la revolución mediante otros métodos de 
lucha.
 
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Las masas trabajadoras americanas observan atentas el desenlace de 
las conversaciones en Cuba, porque saben que significan uno de los 
puntos críticos para la emancipación del continente. Saben que las 
FARC-EP se han recuperado de las derrotas tácticas sufridas en el 
pasado, que han desarrollado nuevas tácticas y estrategias, más 
movilidad y fuerza de choque de difícil localización y, sobre todo, que 
la burguesía colombiana empieza a comprender que no puede vencer 
militarmente pese a la ayuda yanqui y a los enormes e improductivos 
gastos militares, que frenan el desarrollo económico. También saben que 
el pueblo colombiano, su juventud obrera y popular, estudiantil, sus 
movimientos populares y sociales, sus medios intelectuales críticos, 
etc., se están autoorganizando y creciendo, perdiendo el miedo al 
terrorismo y a la represión, y pasando incluso a la ofensiva en muchas 
reivindicaciones. Para ese amplio y creciente movimiento obrero y 
popular, la victoria política de las FARC-EP, basada en su clara 
recuperación militar, en las conversaciones en Cuba supone un tremendo 
espaldarazo a su proyecto emancipatorio.
 
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Las masas trabajadoras americanas, y en especial las colombianas, 
también saben que se han producido cambios secundarios en el bloque de 
clases dominante en el país, que son parte de otros cambios similares en
 todas las Américas, como veremos. Por un lado, la vieja y arcaica 
burguesía latifundista y terrateniente, aliada incondicional de los 
EEUU, está perdiendo algo de poder y de fuerza frente al ascenso de una 
nueva burguesía interesada en distanciarse un poco de los EEUU para 
crecer autónomamente acercándose a Brasil y Argentina, e incluso un poco
 a la «boliburguesía» venezolana, y sectores de la ecuatoriana y 
boliviana. De este modo, y con el apoyo de China, integrar sus intereses
 financieros y agroindustriales con la gran corriente económica en 
ascenso del eje-Pacífico y africano.
 
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No es esta una fracción burguesa progresista, en absoluto, y jamás 
estará dispuesta a un choque político duro con los terratenientes y 
narcoparamilitares, sus hermanos de clase; además está cediendo 
políticamente en decisiones importantes ante las presiones de esta 
ensangrentada burguesía que recompone día a día su política a la espera 
de dar el golpe, bien apoyando un giro ultraduro del presidente Santos, 
simultáneo a su abandono de las conversaciones en Cuba, bien 
desplazándolo del poder con maniobras clásicas de los servicios secretos
 yanquis. Hay que decir muy claro que las contradicciones entre estas 
fracciones hermanas no son irreconciliables, sino secundarias, 
resolubles mediante negociaciones del reparto de la tarta, de los 
suculentos narcodólares, del reparto de tierras y de otros favores 
mutuos, todo ello para intensificar un ataque terrorista masivo contra 
el pueblo colombiano si no sigue avanzando en sus luchas.
 
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Las FARC-EP tienen toda la razón cuando tantean a esta fracción 
burguesa y, en especial, cuando se adelantan para poner el centro del 
debate, por ahora, en la decisiva cuestión agracia. Las FARC-EP saben 
que el capitalismo mundial en crisis necesita apropiarse de toda la 
tierra latinoamericana y mundial, como veremos luego, y que la 
independencia socialista de Colombia dentro de la Patria Grande 
bolivariana sólo puede sostenerse sobre la propiedad socialista de la 
tierra y de las fuerzas productivas. La propiedad de la tierra ya fue un
 tema decisivo planteado por Marx y Engels en su tiempo, y la historia 
les está dando la razón. Por esto, la política de las FARC-EP va 
directamente al corazón del modelo de socialismo del siglo XXI en todas 
las Américas, y del resto del planeta.
 
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Para el socialismo en el siglo XXI a escala planetaria, estos 
procesos suponen una confirmación de la teoría en general y a la vez su 
enriquecimiento porque atañen a realidades muy diversas aunque 
aplastadas por el mismo enemigo, el imperialismo, como sucede con el 
décimo aniversario de la invasión para destruir Irak y convertirla en un
 espacio desestructurado sometido al saqueo implacable del capitalismo 
occidental. La teoría marxista muestra que las lecciones históricas 
necesitan de un tiempo para ser plenamente entendidas. Aunque ya antes 
de la invasión sabíamos de sobra qué buscaba el imperialismo, solamente 
cuando se ha desarrollado su brutalidad metódica podemos captar su 
criminal alcance estratégico en todos los sentidos. La teoría ya nos lo 
había advertido en lo sustantivo, pero una década después lo conocemos 
en todos sus detalles, desde la masiva destrucción de las libertades de 
las mujeres hasta el expolio cultural, pasando por el energético y 
económico, así como por las torturas, asesinatos y otros crímenes de 
lesa humanidad.
 
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Y es así porque la historia es la única jueza de la teoría, la 
condena y niega, o la confirma y mejora, como sucede siempre con los 
veredictos de la historia con respecto a la teoría marxista. Pues bien, 
enriquecidos por estas lecciones histórico-teóricas, debemos saber que 
el imperialismo no ha descartado en modo alguno aplicar la misma 
«solución» a zonas de las Américas, y de facto lo ha hecho de manera 
directa como en Honduras o de manera indirecta mediante presiones de 
todo tipo, sea para instalar bases militares o ampliar las existentes, 
para relanzar la neocolonización económica y cultural, etc. La teoría 
como la historia nos enseñan que el imperialismo aprende de sus errores y
 de nuestras victorias, así que lo más probable es que adapte a las 
condiciones actuales de las Américas las tácticas empleadas hace diez 
años contra Irak, y el ataque a Honduras así lo demuestra, por citar un 
único pero decisivo caso.
 
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Marx no se hubiera sorprendido en absoluto por estos acontecimientos,
 y Engels tampoco, y menos todavía por los conflictos militares. Me 
refiero al Marx y al Engels que pulieron y mejoraron su esquema teórico 
conforme transcurrían los años y según sus primeras ideas eran superadas
 y criticadas por la acelerada expansión capitalista y por las luchas 
sociales de todo tipo que se libraban en su interior. Los ciento treinta
 años transcurridos desde la muerte de Marx nos enseñan seis cosas 
básicas sobre lo que ahora tratamos: una, que su inicial eurocentrismo 
ha sido muy dañino para la emancipación de los pueblos; dos, su inicial 
economicismo ha sido igualmente dañino; tres, la síntesis de 
eurocentrismo en versión de «rusocentrismo» y de economicismo 
determinista creada por la URSS a partir de finales de la década de 
1920, unida al dogma de la «burguesía nacional antiimperialista» ha sido
 muy dañina para los pueblos; cuatro, la fuerza del dogma stalinista más
 la efectividad de la represión imperialista y burguesa autóctona 
retrasó mucho la recuperación del marxismo dialéctico en sí mismo y del 
llamado «marxismo maduro», o «último»; cinco, pese a esto la 
recuperación y recomposición de las luchas se hizo confirmando lo 
esencial de este marxismo dialéctico y negando sus tergiversaciones 
mecanicistas; y seis, la gravedad de la actual crisis refuerza la 
necesidad de un marxismo abierto, crítico, dialéctico y, por tanto, 
revolucionario.
 
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Tras repasar tan rápidamente estos cuatro ejemplos vemos que tienen 
una esencial identidad válida para cualquier parte de las Américas: 
solamente los pueblos explotados, las clases trabajadoras, las mujeres, 
las masas empobrecidas, etc., pueden crear las dinámicas sociales 
capaces de avanzar al socialismo y a la Patria Grande latinoamericana, 
la única alternativa capaz a su vez de integrar a los llamados «sectores
 intermedios», «clases medias» viejas y nuevas, el grueso de las 
fracciones de la pequeña burguesía y en definitiva a todos los sectores 
sociales machacados por el imperialismo y por las grandes burguesías 
autóctonas, que nunca se enfrentarán a los EEUU ni al euroimperialismo, y
 que tenderán a establecer alianzas o pactos de media duración por 
subimperialismos emergentes para presionar al imperialismo occidental.
 
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Los pueblos de las Américas tienen en la actualidad cinco grandes 
retos que superar: uno, la necesidad angustiosa del imperialismo 
occidental por apropiarse de sus recursos globales. Tengamos en cuenta 
la rapidez del agotamiento de los recursos naturales a escala mundial, 
los efectos negativos de la crisis socioecológica, las exigencias 
salvajes de las grandes corporaciones energéticas y de agrocombustibles,
 agroindustriales y alimentarias, de la sanidad y biotecnología, de la 
«bioeconomía» y de las industrias punteras en I+D+i que necesitan 
materiales estratégicos, tierras raras, y un largo etc. Si a esto le 
unimos las necesidades de bases militares, guerra electrónica e 
informática, etc.; sin olvidarnos de las exigencias implacables del 
capital financiero para poder depredar a sus anchas por todo el mundo, 
así como su creciente necesidad de aumentar la explotación económica, 
por ejemplo, la necesidad del debilitado subimperialismo español por 
volver a enriquecerse gracias a la sobreexplotación de las Américas, 
viendo todo esto, comprendemos los espeluznantes peligros que acechan a 
sus pueblos.
 
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Dos, las decisiones de las burguesías colaboracionistas dispuestas a 
ceder con tal de mantener sus propiedades privadas y derrotar 
estratégicamente a sus pueblos, especialmente de las más débiles, las 
que más necesitan de las fuerzas armadas y de las ayudas económicas 
directas del imperialismo occidental. Estas burguesías, que irán 
creciendo en número estatal conforme la economía tarde y tarde en 
recuperarse un poco, conforme aumente la lucha obrera y popular y 
conforme aumenten las presiones imperialistas, tenderán cada vez más a 
la derecha. Debemos considerar la experiencia de Honduras, el golpe 
contra Lugo en Paraguay, el empeoramiento de la situación social y el 
aumento del narcocapitalismo en Centro América y otras áreas. Estas 
débiles burguesías estatales tienen también «hermanas de clase» en 
fracciones burguesas en retroceso en Estados latinoamericanos más 
poderosos, como es la fracción burguesa narcoparamilitar liderada por el
 criminal ex presidente Uribe, y otras fracciones idénticas en Perú, 
México, Venezuela y en general en todo el continente. El imperialismo 
occidental tiene en estas burguesías un fiel peón.
 
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Tres, las presiones menores, sólo económicas pero inquietantes a 
largo plazo de subimperialismos como el japonés y el chino 
fundamentalmente, y en menor medida el ruso, el indio, el surcoreano, y 
otros, que buscan quedarse con todos los recursos posibles pero 
manteniendo las formas, las apariencias, ayudando con préstamos e 
inversiones menos onerosas y duras que las del imperialismo occidental. 
No hay duda de que el grueso de la nueva burguesía latinoamericana 
idéntica a la colombiana descrita, tiene claros intereses de acuerdos 
con estos subimperialismo que van más allá de lo simplemente económico 
para buscar incluso una cierta legitimación propagandística cara a sus 
pueblos, intentando así aumentar su fuerza electoral y debilitar a las 
fuerzas de izquierda institucional y reformista, y sobre todo a la 
revolucionaria. De cualquier modo hay que dejar nítidamente claro que 
estos subimperialismos se opondrán a los procesos revolucionarios una 
vez que estos amenacen sus intereses en las Américas, y que no dudarán 
en apoyar medidas represivas para salvaguardar sus beneficios.
 
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Cuatro, la política de las burguesías brasileña y argentina 
fundamentalmente, y parcialmente uruguaya, pero con simpatías y apoyo en
 otras fracciones burguesas, dispuestas a establecer alianzas para 
contrarrestar el poder occidental, pero que en modo alguno aceptarán un 
recorte serio de sus beneficios y jamás la pérdida de sus propiedades. 
Como toda burguesía, también estas tienen sus fuerzas militares y 
policiales, sus servicios secretos, y sus conexiones internas con el 
imperialismo occidental, con las Flotas yanquis, con sus Fuerzas de 
Intervención Rápida, y con sus instrumentos de terrorismo, ese que el 
«demócrata» Obama ha fortalecido y ampliado.
 
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Y cinco, las presiones sistemáticas del imperialismo occidental para 
impedir el despegue económico de esas burguesías latinoamericanas, 
manteniéndolas como secundarias, productoras de materias primas y 
energías baratas, de bienes de baja calidad, con poca o nula base 
tecnocientífica propia. Occidente siempre ha empobrecido y arrancado de 
raíz cualquier despegue productivo e industrial de Estados, regiones y 
continentes enteros que pudieran llegar a serle un serio competidor en 
el futuro. El caso de Japón y Alemania tras la II GM es excepcional, 
porque fueron fortalecidas sólo como baluartes contra China Popular y la
 URSS, respectivamente. El trato dado a Sudáfrica es muy esclarecedor al
 respecto: con la ayuda de los insoportables errores de la izquierda 
sudafricana, el imperialismo occidental sigue mandando en esta zona 
geoestratégica.
 
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La política de «asesinato económico» de pueblos y Estados que podían 
haber llegado a serle competidores –recordemos cómo y por qué fracasó la
 estrategia de la «burguesía nacional» latinoamericana de «sustitución 
de importaciones» entre 1940-70, que de asentarse hubiera dado un giro 
al capitalismo mundial--, se basa también en la manipulación estratégica
 de las grandes decisiones económicas mundiales dictadas por los poderes
 imperialistas diseñados por los EEUU entre 1944-48, con los acuerdos de
 Bretton Wood como referencia, así como reforzadas posteriormente, desde
 la segunda mitad de 1980 con la liberalización financiera, así como con
 el Consenso de Washington, por no extendernos en lo ya sabido.
 
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Estas y otras intervenciones diseñadas a medio y largo plazo, 
desconocidas casi siempre para la grandísima mayoría de la población 
estrujada hasta su último aliento, inciden dentro de las leyes 
tendenciales de evolución del capitalismo, en especial en lo relacionado
 con el sobredimensionamiento del capital financiero, del muy 
correctamente denominado capital-ficticio por Marx, en detrimento del 
capital industrial, el produce valor y plusvalía, y vital a la larga 
para la supervivencia del capitalismo como modo de producción. De este 
modo, las leyes tendenciales del capitalismo orientadas en tal o cual 
sentido por la burguesía en la medida de lo posible, que condenaron a la
 miseria al mal llamado «tercer mundo» son las que actúan en el subsuelo
 de la historia mediante la lucha de clases, y las que irrumpen con 
devastadora fuerza en la superficie en los período de crisis en los que 
la lucha de clases plantea ya, a estas alturas, el dilema de comunismo o
 caos.
 
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Cualquier reflexión sobre el socialismo en el siglo XXI que no parta 
de lo aquí visto, y sobre todo, del hecho de que el capitalismo mundial 
ya ha condenado a la miseria relativa y en algunas cuestiones también 
absoluta a los pueblos del «tercer mundo», y cada vez más también a los 
del «primero», está condenado al fracaso. Antes de seguir conviene 
recordar algunas cifras: el 60% de las personas mayores latinoamericanas
 no cobran pensión alguna; más del 30% de las familias malviven en 
chabolas precarias; la cesión de la independencia económica mexicana a 
los EEUU está suponiendo el empobrecimiento brusco de otros doce 
millones de mexicanos, país en el que hay más de 20.000 agentes yanquis 
reconocidos; el 45% de la infancia y adolescencia peruana malvive en la 
pobreza y el 75% de entre 11-16 años no tiene seguro médico; entre 2006 y
 2009 la pobreza en Chile aumentó del 13,7% al 15,1%, y sigue en 
aumento; según la CEPAL en 2010 el 63% de los niños eran pobres, y en 
2010 en Buenos Aires 2 millones de personas malvivían en las «villas 
miseria»; en 2010 un quinto de la población latinoamericana acaparaba el
 60% de los recursos mientras que el 20% más pobre sólo el 3,5%.
 
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La complejidad, diversidad y diferencias internas que caracterizan a 
las Américas hacen imposible que ofrezcamos aquí un modelo de socialismo
 para el siglo XXI. Además sería una pretensión engreída típica de la 
prepotencia eurocéntrica; sería una intromisión ignorante con efectos 
negativos al crear confusión artificial, y como toda ingerencia 
exterior, sería contraproducente. Teniendo esto en cuenta, voy a 
enumerar sólo cuatro aspectos generales que por ello mismo pueden ayudar
 a una reflexión que siempre debe ser examinada por las prácticas 
concretas.
 
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El primero consiste en recordar los límites políticos y teóricos 
insalvables que separan de forma irreconciliable al socialismo del 
capitalismo. Son estos: la teoría de la explotación asalariada, de la 
producción de plusvalía y de beneficio que se apropia la burguesía en 
detrimento del pueblo trabajador; la teoría del Estado como instrumento 
decisivo en manos del capital contra el trabajo, instrumento clave que 
está por encima y al margen del parlamentarismo y de la democracia 
burguesa, y cuya efectividad última no es otra que la aplicación de la 
violencia extrema, del terrorismo, para salvar la propiedad privada; y 
la teoría del conocimiento, el método dialéctico materialista, que 
sostiene que se puede conocer y transformar la realidad opresora, 
destruyéndola.
 
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De un modo u otro, el reformismo ha negado estas tres cuestiones 
elementales, optando por versiones burguesas más o menos sofisticadas o 
burdas. El reformismo ha optado por alinearse con el capitalismo al 
relativizar la explotación asalariada, al creer que el Estado es una 
administración neutral y pacífica, «al servicio de la ciudadanía» y 
controlable por esta mediante las elecciones periódicas y el «juego 
parlamentario»; y ha optado por variantes neokantianas, que relativizan o
 niegan la posibilidad de conocer y destruir el capitalismo. Las 
diferencias irreconciliables ya surgieron en el último tercio del siglo 
XIX elaboradas con detalle, y desde entonces han marcado nítidamente la 
frontera insuperable entre práctica socialista y capitalista, sea 
reformista o contrarrevolucionaria.
 
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Por tanto, cualquier reivindicación, movilización, programa, lucha o 
estrategia política que no avance hacia el fin de la explotación 
asalariada, del Estado burgués y de la dominación ideológica y cultural 
burguesa, debe definirse como reformista si sólo pretende cambiar algo 
insustancial para mantener lo decisivo del capitalismo, y como 
reaccionaria y contrarrevolucionaria si abiertamente opta por el 
fortalecimiento de la burguesía y la derrota del proletariado. Desde 
luego que la aplicación práctica de esta línea absoluta de demarcación 
debe realizarse en cada situación concreta, siendo imposible y 
totalmente negativo querer imponerla desde fuera de los pueblos, desde 
las alturas burocráticas de partidos separados de las clases explotadas.
 
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El segundo es que estas tres diferencias se desarrollan más 
concretamente en otras que han ido creciendo con el transcurso del 
tiempo, en base a las lecciones aprendidas en las luchas. Hablamos de, 
por ejemplo, el rechazo frontal al patriarcado y la sistemática lucha 
para la emancipación de las mujeres, ya que siguen siendo «instrumentos 
de producción» de propiedad masculina incluso después de haber sido 
parcialmente derrotado el capitalismo. Nunca se desarrollará el 
socialismo en un sistema patriarcal. Otro tanto hay que decir de la 
opresión nacional, y del mantenimiento de una forma de vida centrada en 
el consumismo y en la destrucción de la naturaleza.
 
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Cualquier práctica de lucha en cualquier reivindicación o problema 
social que no sea coherente en estas tres decisivas confrontaciones con 
el imperialismo, está reforzando indirectamente el sistema explotador 
porque está fortaleciendo la propiedad privada masculina sobre las 
mujeres, la propiedad imperialista sobre las naciones oprimidas y la 
propiedad burguesa sobre la naturaleza. Estas tres formas de propiedad 
se unen a otras formas de propiedad burguesa ya vistas, como la de las 
fuerzas productivas, del Estado y de los sistemas culturales, de modo 
que, como resultado se extiende la propiedad capitalista.
 
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El tercero que es la lucha contra las múltiples formas de propiedad 
burguesa --económica, estatal, ideológica, patriarcal, nacional y 
natural, además de otras menores--, sólo puede realizarse con 
efectividad concienciadora si las clases explotadas van aprendiendo 
mediante su propia práctica autoorganizada y mediante sus relaciones con
 las organizaciones revolucionarias. Hablamos de la pedagogía de la 
praxis colectiva y de la pedagogía del ejemplo de las organizaciones 
revolucionarias. Hablamos de la estrategia de generalización en la 
medida de lo posible dentro del capitalismo de la autogestión social, 
hasta que choque frontalmente con el Estado burgués, cosa que se produce
 bien pronto si la autogestión social tiende a generalizarse desbordando
 los muy estrechos y coercitivos márgenes de la democracia-burguesa.
 
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Hablamos de autogestión social en términos amplios y extensos porque 
cada zona, cada barriada, villa, pueblo, ciudad, fábrica y taller, 
hospital y centro sanitario, escuela y universidad, servicios públicos y
 sociales, asociaciones vecinales y barriales, cooperativas de todo 
tipo, de viviendas, de producción y consumo, de educación, de 
transporte, etcétera, semejante red de redes que el pueblo trabajador va
 entretejiendo en medio de su lucha de clases contra la burguesía debe 
buscar la construcción de «islotes de socialismo» dentro del océanos 
capitalista, islotes conectados entre sí a modo de archipiélagos que van
 cubriendo de rojo la realidad social. En el interior de esta dinámica 
debe avanzarse deliberadamente en la recuperación de todo lo colectivo y
 público, de todo lo comunal, que ha sido expropiado por la burguesía y 
convertido en propiedad privada suya. Autogestión social y bienes 
comunes significan lo mismo.
 
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La práctica de la autogestión social dentro de lo posible en el 
capitalismo dominante, que es muy poco, ha de ser muy consciente de la 
interrelación de todas las formas de lucha por los derechos y las 
necesidades, alternándolas, posponiendo unas según las circunstancias, y
 desarrollando otras en momentos precisos; pero siempre ha de estar 
preparada para los momentos críticos, en los que chocan los derechos de 
la burguesía con los derechos del proletariado, los derechos del 
explotador a ejercer su opresión, y los derechos del explotado a 
defenderse y emanciparse. La teoría marxista enseña que cuando chocan 
dos derechos iguales pero antagónicos, entonces decide la fuerza, sea la
 contrarrevolucionaria o se la revolucionaria.
 
- 
La diferencia cualitativa entre el ascenso de la autogestión social y
 la autogestión socialista no es otra que el paso revolucionario, el 
salto cualitativo del poder burgués al poder popular organizado en 
Estado obrero. La autogestión socialista sólo puede expandirse cuando el
 poder popular construye su propio Estado tras conquistar el poder 
político. Hay que construir un nuevo Estado, destruyendo los componentes
 políticos, económicos, represivos, culturales, etc., del viejo Estado, y
 transformando cualitativamente sólo aquellos que son vitales para la 
administración social, es decir, infraestructuras, carreteras, sanidad, 
energía, comunicaciones, a la vez que se depura implacablemente al 
funcionariado estatal y se disuelven las fuerzas militares y represivas,
 aplicándoles la justicia popular garantizada por el pueblo en armas. A 
la vez, se construye un Estado cualitativamente diferente que debe estar
 vigilado desde fuera por el poder popular autogestionado para impedir 
todo atisbo de burocratización corrupta y degenerativa. El poder popular
 extraestatal es el encargado de dirigir el proceso de autoextinción del
 Estado conforme se llega al socialismo.
 
- 
El Estado obrero unido al poder popular, planificará el desarrollo 
económico hacia el socialismo, el plan económico estratégico al que se 
supeditarán los planes locales tácticos, con autonomía dependiente de 
los intereses generales del pueblo socialista. Tendrá que organizar la 
defensa del pueblo en armas, así como las relaciones internacionales en 
el proceso hacia el socialismo. Desconocemos las condiciones que 
reinarán en el siglo XXI, pero en base a la experiencia anterior, será 
decisiva la permanente intervención rectora del pueblo mediante la 
democracia socialista, intervención facilitada por la gran reducción del
 tiempo de trabajo necesario y el enorme aumento del tiempo libre, 
creativo y crítico, el único que garantiza el desarrollo de la 
potencialidad emancipatoria. La autogestión socialista y el Estado 
obrero no son contradictorios sino complementarios durante el período de
 vida del segundo hacia su autoextinción, durante el cual se extinguirá 
también la ley del valor-trabajo, el valor de cambio, y el dinero, y la 
desaparición histórica del valor para quedar sólo la producción 
socialmente planificada de los valores de uso.
 
- 
Y el cuarto y último es el contenido mundial e internacionalista 
proletario de cualquier lucha por pequeña que sea, aunque se realice en 
una aldea rural, un pueblito apenas conocido y sea realizada por una 
remota asociación de amas de casa, de mujeres, que exigen mejoras 
básicas, elementales, y en apariencia no revolucionarias sino 
reformistas. El socialismo es mundial o no es. No hay posibilidad alguna
 de «construir el socialismo en un solo país, aunque cada pueblo debe 
avanzar lo más posible al socialismo. La más pequeña lucha 
revolucionaria que empiece superando el reformismo y rozando siquiera 
los límites de la tolerancia estatal, esta lucha tiene en sí misma un 
contenido mundial latente, al margen de lo que opinen sus practicantes. 
Es así porque, como hemos dicho, el modo de producción capitalista 
domina a escala planetaria y tarde o temprano una lucha en un rincón 
lejano que afecta a la estructura capitalista empieza a engarzar con 
otras luchas ayudando a desencadenar el efecto «bola de nieve». Para que
 esta bola adquiera velocidad es decisiva la capacidad comunicativa de 
las izquierdas revolucionarias.
 
- 
Las Américas están en especiales condiciones para avanzar al 
socialismo superando la mortal trampa del «socialismo en un solo país» 
porque la extensión de las luchas en el continente, la fuerza del 
sentimiento antiimperialista y el arraigo creciente del ideal de la 
Patria Grande, facilitan que las fuerzas progresistas impulsen dinámicas
 de cooperación regional e interestatal, aun dentro del marco actual, 
que pueden aumentar la conciencia continental antiimperialista, primer 
paso para pensar y realizar un socialismo continental, como única salida
 factible a la opresión imperialista y a los riesgos de las «ayudas» de 
los subimperialismos. Los esfuerzos de Chávez han sido magistrales en 
este sentido, pero falta mucho que hacer, y el Movimiento Continental 
Bolivariano debe aportar un generoso esfuerzo creativo imprescindible 
para saltar de la conciencia continental antiimperialista a la 
conciencia socialista continental, y de esta a la conciencia comunista 
mundial.
 
 
 
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