| Cuba (y España y Venezuela), sin esperar a abrilpor Luis Toledo Sande | 
Aunque les duela a los enemigos de las revoluciones verdaderas —en las 
que se triunfa o se muere, como afirmó Ernesto Che Guevara—, el próximo 
24 de febrero la inmensa mayoría del pueblo cubano dará un Sí consciente
 y rotundo en el referendo sobre la segunda
 Constitución socialista que tendrá la República de Cuba, y que ya fue 
perfeccionada y fortalecida en un ejemplar proceso de consulta 
legítimamente democrático. Mucho ha aprendido esa mayoría en sesenta 
años de Revolución para que algo —por muy poderoso y manipulador
 que sea, y nada lo es más que el imperio— venga a sacarla del camino 
labrado desde el 1 de enero de 1959, el cual le aseguró a Cuba la 
soberanía que el imperialismo estadounidense le arrebató en 1898 y le 
secuestró durante seis décadas, y la equidad social
 coherente con la médula del independentismo encauzado por patriotas que
 echaron su suerte con los pobres de la tierra.
El espíritu de lucha afianzado en esa tradición, y erguido contra la 
realidad negativa que precedió a la victoria de aquel enero, abonó la 
marcha sembradora que condujo a la victoria en Playa Girón en 1961 sobre
 la invasión mercenaria que los gobernantes de
 los Estados Unidos prohijaron con el fin de restaurar la dominación 
imperialista. Ninguna fecha mejor para proclamar la nueva Constitución 
que el próximo 19 de abril, aniversario 58 —casi también seis décadas— 
de una victoria que sigue dando frutos.
Ella, además, fue un logro no solamente del pueblo cubano, sino también 
de otros. Fidel Castro, guía de la Revolución Cubana, y en particular de
 la hazaña con que esta alcanzó el triunfo en Girón, dijo fundadamente 
que después de ese hito todos los pueblos
 de América fueron cuando menos un poco más libres. Pero la victoria 
desbordó esos lindes, porque la derrota del imperio estimuló los afanes 
justicieros en todo el orbe.
En La consagración de la primavera, novela de Alejo Carpentier, en las 
arenas de Girón un combatiente cubano recuerda su participación en la 
defensa de la Segunda República Española —un mérito que compartió con 
más de mil compatriotas— y afirma: “Ésta nos desquita
 de otras que hemos perdido allá […] En la guerra revolucionaria, que es
 una sola en el mundo, lo importante está en ganar batallas en alguna 
parte”.
Y quiso la casualidad histórica que la victoria mencionada se alcanzara 
un día del mismo mes con que está vinculada señeramente, en sus luces y 
en sus tragedias, la República española asesinada, a la que alude aquel 
personaje literario con médula de realidad
 histórica.
En el próximo abril el significado de aquel sembrador afán, que 
oficialmente no se recuerda en España, y acaso se silencia, se honrará 
de modo especial en la Universidad Autónoma de Madrid, con jornadas de 
reflexión que empezaron en similares fechas de 2003,
 gracias al afán sostenido por el catedrático y ensayista Julio 
Rodríguez Puértolas apoyado por colaboradores y colaboradoras 
republicanos como él, y a menudo con participantes de otros países. Tras
 la muerte del eminente profesor el 19 de septiembre de 2017,
 aquellas jornadas seguirán cumpliendo el cometido con que nacieron y, 
por tanto, serán también un justo homenaje a la memoria de quien las 
animó sin denuedo durante casi quince años.
La recordación de la República asesinada es un acto de dignidad y 
justicia, y condena la hipocresía de la “democracia” monárquica 
—oxímoron si los hay— fabricada por el máximo responsable del criminal 
derrocamiento de la República, el dictador Francisco Franco.
 Él diseñó esa transición, o transacción, para frenar las ideas y la 
acción revolucionarias, y frente a esa maniobra inmoral la República 
contra cuya continuidad posible se urdió la transacción debe ser 
rememorada y honrada cada día. No se ha de hacer solo
 ni fundamentalmente con fines académicos, sino, sobre todo, en busca de
 lecciones válidas para la transformación que España necesita, y abril 
aporta un especial valor simbólico para concentrar y renutrir los 
ideales republicanos.
El 14 de ese mes de 1931 fue proclamada la República que puso fin a la 
monarquía, pero solo le fue dado transcurrir en paz hasta 1936, cuando 
estalló la Guerra Civil impuesta por el mal llamado Bando Nacional, 
condensación del fascismo vernáculo. Reforzado
 con la alianza de sus iguales de otras latitudes, atacó con las armas a
 la República democrática y constitucional, y la derrocó en 1939. Aunque
 en las montañas permanecieron guerrilleros republicanos que sería 
indigno olvidar, en ese año comenzó un período
 de encarcelamientos, persecuciones y linchamientos que, en la senda de 
luto abierta desde la contienda, caracterizó al régimen franquista, que 
formalmente finalizó con la muerte del caudillo asesino y dejó secuelas 
que siguen haciéndose sentir, a pesar de
 las maniobras propagandísticas desplegadas para dar la imagen de 
democracia.
La historia de la República confirmó que la ingenuidad política, a la 
cual parecen inmunes las derechas, no las izquierdas, se paga muy caro. 
En defensa de la causa republicana brilló uno de los mayores exponentes 
del pensamiento y el quehacer revolucionarios
 del siglo: las Brigadas Internacionales, formadas por miles de 
combatientes de numerosos países. Pero el gobierno de la República 
estimó que su desmovilización estaría en concordancia con los Trece 
puntos propuestos para lograr la paz, y eso lo aprovechó arteramente
 la arremetida fascista, que contó con el apoyo de la Italia de 
Mussolini y la Alemania de Hitler, y la complicidad de otros gobiernos.
El abril que se avecina volverá a ser ocasión especial para conmemorar 
la proclamación de dicha República y se repasar las lecciones de su 
derrota —golpe de estado mediante al servicio de la sedición fascista— y
 las consecuencias que tuvo para el movimiento
 revolucionario no solo en España. Y mientras Cuba celebrará otro 
aniversario de su victoria en Girón y lo hará proclamando su nueva 
Constitución socialista, es difícil prever en detalles qué estará 
ocurriendo en la Venezuela bolivariana amenazada por el imperialismo
 estadounidense y sus secuaces de distintas latitudes.
La actual administración española —socialista y obrera solo de nombre, 
con el cual da pábulo a una socialdemocracia que sirve a las fuerzas del
 imperio y usurpa el rótulo de socialismo— se ha plegado también 
desvergonzadamente al amo yanqui. Promueve sanciones
 desmesuradas para los independentistas catalanes, y avala al 
autoproclamado presidente de Venezuela, un ser abyecto emporcado en la 
traición a su patria y a su pueblo, y que será borrado por la historia 
como ya lo fue quien, con el intento de ocupar la presidencia
 de aquel país en 2002, se ganó el título de Pedro el Breve. Él habría 
facilitado, como, de lograrse la farsa, haría el nuevo títere en juego, 
los pretextos para la injerencia del imperio, que procuró hacer algo 
similar en Cuba con la invasión mercenaria de
 1961, entre cuyos planes figuró instaurar una cabeza de playa, con un 
gobierno ilegal como el encargado al apátrida venezolano, “presidente” 
para lelos.
En la España republicana no se pudo cumplir el grito de “¡No pasarán!”, y
 el régimen fascista entró y se entronizó por las puertas de los errores
 y las debilidades de la República, contrarias a tanta heroicidad 
prodigada. En Venezuela la dirección revolucionaria
 persistirá en su resistencia, pero urge que la solidaridad 
internacional contribuya a que no pasen los fascistas de hoy: si lo 
consiguieran, las consecuencias serían letales no solo para la patria 
cuna de Simón Bolívar.
La victoria cubana en Girón compensó, más allá de lo simbólico incluso, 
derrotas como la sufrida por la Segunda República Española. Pero el 
derrocamiento del gobierno legítimo y democráticamente electo de la 
Quinta República Venezolana sería un duro revés para
 la brega emancipadora en el mundo, especialmente en nuestra América, 
donde el reflujo de la reacción está revirtiendo varios de los intentos 
significativos que en esta parte del mundo se han hecho por abrir para 
los pueblos vías a la justicia social y afianzar
 gobiernos garantes de la soberanía nacional de sus países.
El imperio y las oligarquías locales se proponen impedir que el ejemplo 
de la Revolución Cubana siga cundiendo, dando frutos válidos para hacer 
más libres a otros pueblos, y la mantienen en su mira sañuda. No 
abandonan el afán de derrocarla, aunque pérfidamente
 lo disfracen con otro lenguaje, como hizo Barack Obama. Sería iluso 
suponer que renunciarán a la aspiración que no pudieron consumar ni 
siquiera cuando lograron aislar a la Revolución Cubana en el ámbito 
gubernamental, nunca en el de los pueblos: aplastarla
 valiéndose del agotamiento que han pretendido imponerle al pueblo por 
medio del inmoral e ilegal bloqueo que ya para sesenta años. Los 
imperialistas estadounidenses buscan lograr a toda costa que se 
materialice la teoría de la fruta madura, por cuyo cumplimiento
 esperan desde que ella —enunciado de ambiciones que venían desde que la
 voraz potencia se fundó como nación— se hizo explícita en 1823.
El presente artículo se escribe cuando crece en grados cada vez más 
alarmantes la desfachatada ofensiva imperialista contra los afanes de 
soberanía nacional que han venido dándose en la región, señaladamente en
 Venezuela. Ello habla de la calidad del proyecto
 bolivariano, y del respaldo que ha concitado en su pueblo y en la 
alianza cívico militar que ha sido uno de los pilares de su permanencia.
 Se había conformado ya cuando, acto de coincidencia histórica, en otro 
abril, el de 2002, se frustró el golpe de estado
 contra el presidente Hugo Chávez, quien emergió victorioso y más 
fortalecido.
Ahora el presidente Nicolás Maduro, en quien no por gusto el comandante 
Chávez su confianza, y que ha ganado las elecciones correspondientes, 
tiene la misión, que va cumpliendo tesoneramente, de mantener la firmeza
 que lo ha caracterizado, junto con toda la
 cautela necesaria. No puede darse el lujo de cometer la menor 
ingenuidad ante fuerzas reaccionarias domésticas que acuden a todo, por 
muy sucio que sea, y que tan visceralmente domesticadas se muestran al 
servicio del imperio.
Demasiadas elecciones comprobadamente limpias ha ganado el proyecto 
bolivariano para que vengan a exigirle elecciones gratas a dicha 
reacción, que tiene de su lado el poder desinformativo y manipulador del
 imperialismo, encarnación mayor del fascismo actual.
 Las implicaciones de la realidad desbordan al propio gobierno 
venezolano y a su pueblo: el reclamo que brota de ellas convoca a todas 
las personas de buena voluntad del mundo —incluidas las 
estadounidenses—, a bogar para conseguir que en Venezuela se cumpla
 un desiderátum vital para la soberanía de los pueblos de nuestra 
América, no solo el venezolano, y en general para la humanidad que sufre
 las consecuencias de la hegemonía que el imperialismo se empeña 
criminalmente en conservar: ¡No pasarán!
Abril de 2019 debe seguir siendo un mes de victorias revolucionarias, 
como la proclamación —no su derrocamiento— de la Segunda República 
Española, y la que doblemente celebrará Cuba: lo hará honrando el 
triunfo logrado en Girón, y proclamando una carta magna
 llamada a garantizar, con el apoyo de la gran mayoría del pueblo, la 
marcha hacia el socialismo, etapa de transición hacia conquistas 
superiores de equidad y funcionamiento ciudadano.
Mientras tanto, las izquierdas verdaderas —no las que usurpan el rótulo 
de tales y se pliegan con subterfugios y cobardías, o desembozadamente, a
 los designios imperiales— deben estar alertas y no confundir el 
desiderátum de hacer de nuestra América un territorio
 de paz con renunciar, como en nombre de un dogma divino, a la lucha 
armada que pueda ser necesaria, y mucho menos con su demonización. El 
mismo imperio que no ha aceptado ni aceptará resignadamente que los 
pueblos encuentren caminos de justicia por la vía
 pacífica, no solo no sataniza la violencia armada, sino que la emplea 
diariamente en el planeta, sin detenerse ante consideración ética de 
ninguna especie, porque si de algo carece en absoluto es precisamente de
 fuerza moral.
Nunca había sido más pertinente y vital que ahora el reclamo de que los 
pueblos de nuestra América no se dejen confundir por macrohipócritas y 
falsos iluminados y, en vez de eso, marchen “en cuadro apretado, como la
 plata en las raíces de los Andes”.
(El presente artículo ha sido publicado originalmente en 
CUBARTE, el 17 de febrero de 2019)
 
 
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