“Nuestra América” y la “Segunda Declaración de La Habana”: dos discursos ejemplares. Por Patricia Pérez Pérez
En 1826, en el suplemento agregado a la edición de su Ensayo político sobre la isla de Cuba, Alexander Von Humboldt expresaba la necesidad de encontrar una nomenclatura “a la vez cómoda, armoniosa y precisa”1
 para designar a las naciones independientes del Nuevo Continente. Más 
de sesenta años después, José Martí resolverá semejante escollo, con 
simples pero profundas enunciaciones. Nos referimos al acontecimiento 
discursivo que constituyó el
 discurso « Madre América » en el fecundo año de 1889 y a su ensayo de 
mayor calibre histórico y sociopolítico « Nuestra América », donde Martí
 conferirá a la idea de una América indivisible de Simón Bolívar la 
estatura de un concepto, que la alejará definitivamente de la ‘América 
Unida’ reivindicada por los estadounidenses desde la época de George 
Washington2.

La marcha de la Humanidad. David Alfaro Siqueiros
A
 la ilegitimidad de la « Declaración de San José », firmada en agosto de
 1960 en la VII reunión de Cancilleres de la OEA en Costa Rica, se opuso
 singularmente la « Primera Declaración de La Habana », pronunciada por 
el líder de la Revolución cubana Fidel Castro el 2 de septiembre de 
1960. Dos años después, luego de la Octava reunión de cancilleres de la 
misma organización en Uruguay, donde la Administración Kennedy lanzara 
la mal llamada Alianza para el Progreso, otro discurso mucho más extenso
 de escritura plural, pronunciado igualmente por Fidel y conocido como 
la « Segunda Declaración de la Habana », retoma el concepto de América 
del ideario martiano, actualizándolo en medio de un contexto de 
intervencionismo manifiesto de Estados Unidos en contra de Cuba y del 
resto del continente, reflejado en la llamada « Declaración a los 
pueblos de América » de Punta del Este3.
Por
 su trascendencia y su naturaleza ejemplar, « Nuestra América » y la « 
Segunda Declaración de La Habana » son las piezas principales de un 
archivo4
 fundador que, a nuestro juicio, prefigura las realidades actuales del 
continente en su marcha contra el neoliberalismo y es a ello a lo que 
queremos referirnos poniendo de relieve los mecanismos que construyen la
 idea de una América nueva e independiente, que en el presente ha 
contribuido a impedir la creación del ALCA5 y ha hecho posible el surgimiento de asociaciones regionales como ALBA6, UNASUR7 y la CELAC8.
 Las tesis promovidas por Martí y Fidel intervinieron en el cambio del 
centro de gravedad de la política de algunos países latinoamericanos 
hacia la izquierda y siguen participando en la toma de conciencia de que
 la única vía para mantener la soberanía del conjunto de los pueblos, es
 la de enfrentar juntos la supremacía política y económica de los 
Estados Unidos de América. 
En
 las líneas siguientes nos referiremos a la situación contextual en que 
se desarrollaron ambos discursos antes de poner en evidencia algunas 
estrategias a las que podemos atribuir su carácter eficaz. Analizaremos 
luego la visión que ambos proponen de América como una entidad 
conceptualizada y en movimiento.
Contextos en que se originan “Nuestra América” y “La Segunda Declaración de La Habana”.
El
 ensayo « Nuestra América », que se integra en la modalidad del discurso
 escrito, se compone de once densos párrafos, publicados por primera vez
 en la conocida Revista Ilustrada
 de Nueva York, el 1 de enero de 1891. En este final de siglo, la ciudad
 estadounidense era, como lo señala Víctor Fuentes, una ciudad letrada 
en español, la cual respondía a la existencia de una considerable 
comunidad de habla hispana, formada por profesionales, obreros y 
representantes diplomáticos de los diferentes países hispanoamericanos y
 de España9. La Revista Ilustrada,
 publicada entre 1886 y (probablemente) hasta 1898, aglutinaba a los 
escritores más notables de dichos países en pro de la difusión de la 
cultura y la literatura hispanoamericana, entre los cuales se 
encontraban el propio José Martí, Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, 
Manuel Gutiérrez Nájera y los españoles Emilio Castelar, Juan Valera y 
Emilia Pardo Bazán, por sólo citar a algunos. 
Es
 posible reconstruir la hipótesis concebida por Martí acerca del lector a
 quien destinaba dicho ensayo. Con el uso de un lenguaje intrincado y en
 el empleo de referencias indirectas a otros escritos cruciales para la 
comprensión de la realidad americana, “Nuestra América” se dirige a un 
público restringido pero bien definido, potencialmente integrado por 
intelectuales y letrados de muchos quilates y por los políticos del 
continente, capaces
 de reconocer el verbo empleado y de reconstruir la dimensión de un 
discurso que a todas luces les está destinado. El treinta de enero de 
1891, y con similares propósitos, se publica nuevamente “Nuestra 
América” en el diario de política, literatura y comercio mexicano El Partido Liberal. 
Con
 el breve sintagma incluyente que sirve de título, creado en vísperas de
 la preparación y fundación del Partido Revolucionario Cubano (1892), 
Martí resume el enrevesado curso de la historia de las naciones 
americanas, marcadas por siglos de colonialismo español. El posesivo 
“Nuestra”, a la vez que engloba al locutor y al lector virtual en el 
contenido de su discurso, permite de entrada trazar la frontera 
lingüística definitiva y definitoria que en lo adelante separará la 
cultura y los intereses de los países situados entre el Río Bravo y el 
Estrecho de Magallanes de cualquier forma declarada o solapada de 
colonialismo, metaforizado como “el tigre de afuera”. De esta manera, el
 referente impreciso del conjunto de naciones de la América de Martí 
nace como concepto, se construye por y con la Palabra, con signo propio y
 con contornos mejor definidos, en la medida en que se opone a la 
América anglosajona excluida desde el título, cuya voluntad 
expansionista no se limita al mero hecho de apropiarse el mismo nombre, 
sino que ya empieza a ser el peligro mayor para la soberanía del resto 
de los países del continente. Así se apartarán dos territorios de 
ideologías e idiosincrasias opuestas, dos Américas que no podrán 
imbricarse a lo James Monroe ni congregarse como lo pretendiera la 
Conferencia Interamericana de Washington de 1889 (precursora de la 
Organización de Estados Americanos), en la cual advierte ya el cubano 
las pretensiones del naciente imperialismo.
La « Segunda Declaración de la Habana » es
 igualmente un discurso previamente escrito de manera conjunta, 
convertido en discurso oral por el líder de la reciente Revolución 
cubana, cuyo liderazgo alcanzado desde la epopeya del Moncada, de la 
Sierra Maestra y en los primeros años del gobierno revolucionario, le 
permite expresarse (en primera persona del plural) en nombre de la 
llamada Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba, pueblo al cual también 
dirige su alocución durante cuatro horas, en un juego de preguntas y 
amplias repuestas de alto valor informativo e histórico. Como se afirma 
desde el exordio, sus palabras se destinan a ese pueblo al que en su 
mayoría representa y que lo escucha en el espacio de la emblemática 
Plaza de la Revolución, por las ondas de radio o en diferido. En su 
condición de portador de la voz de los excluidos, dedica la Declaración a
 Cuba y a los pueblos de la América Latina10,
 ante cuyos representantes que concurren al acto somete a aprobación el 
texto leído, confiriéndoles de tal suerte la legitimidad jurídica de 
votar públicamente, escogiendo así la vía opuesta a la que impusieran 
sus gobiernos con la firma de la Carta de Punta del Este. 
En
 esta misma ciudad uruguaya, el 31 de enero de 1962 y bajo la presión 
estadounidense, fue separada Cuba de la OEA, en un contexto de 
hostilidad manifiesta y de amenaza permanente contra el país caribeño. 
La réplica ante el hecho no se hizo esperar. El 4 de febrero de 1962 y 
al día siguiente de que por orden ejecutivo presidencial de Estados 
Unidos se iniciara formalmente el embargo total hacia la isla, el pueblo
 de Cuba y los representantes de los pueblos de América ratificaron la 
integralidad del texto de la “Segunda Declaración de La Habana”. Fue así
 como la conocida intervención de Fidel, a la vez que anuló 
democráticamente la validez de la Declaración de Punta del Este, se 
convirtió en un acontecimiento discursivo que participará, a lo largo de
 varias décadas, en la transformación del destino del continente.
Estrategias que construyen una idéntica función argumentativa. 
La
 semejanza de « Nuestra América » con la « Segunda Declaración de La 
Habana » se fundamenta en el valor de ambos textos en la creación de una
 conciencia americana, en su carácter reunificador y pluralista y en la 
medida en que se asocian a una ética y a un saber histórico-social 
cargado de afectividad, de corte pedagógico. Otro denominador común es 
la definición del peligro que representa la política estadounidense para
 los pueblos de América, así como la visión nueva del hombre del 
continente como principal protagonista de los necesarios cambios que 
ocurrirán en él. Las estrategias discursivas presentes en los dos 
discursos, destinadas a asegurar su funcionamiento pragmático, son 
igualmente similares en el tratamiento de las distintas temáticas. 
En « Nuestra América », emerge desde sus primeras líneas y como ya se ha señalado11,
 la inminencia de una cohesión entre las desmembradas repúblicas de 
América, que tenga la virtud de dejar a un lado intereses personales y 
veleidades locales para frenar la avanzada de un mal que no les viene de
 adentro, sino de un peligroso y cercano enemigo exterior común. De ahí 
que aparezcan en este ensayo, con permanente insistencia, variadas 
formas de obligación (“Lo que quede de aldea en América ha de 
despertar”; “debe llevarse adelante el estudio de los factores reales 
del país”, “Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele”), que al 
tiempo que trazan el camino a seguir y confieren a Martí el papel de 
sabio, buscan orientar al interlocutor (en este caso al lector), quien 
podrá rectificar a posteriori la idea que se hace del tema América. 
Más
 de treinta formas de obligación se unen así a otros giros sintácticos 
recurrentes (oposiciones con “no…, sino…”, negaciones, infinitivos con 
función de imperativo) para estructurar la totalidad de un discurso que,
 yendo en contra de la doxa
 y rectificando ideas preconcebidas, impone su propia visión de la 
situación del continente e invita explícitamente a tomar posición ante 
ella. 
Con
 un tono directo y tajante, que se traduce en el escrito por el empleo 
frases breves, acentuadas por el valor absoluto del verbo ser (“Conocer 
es resolver”; “Estrategia es política”; “Pensar es servir”) y por medio 
de preguntas que dan a “Nuestra América” su dimensión dialógica, el 
discurso martiano expone un caso en el que aparentemente sus lectores no
 estaban interesados y de los que implícitamente espera una respuesta. 
Por lo tanto, su escritura advierte, aconseja, instruye, da fórmulas 
para acabar con los consuetudinarios diferendos fratricidas (“el tigre 
de adentro”), anunciando además la urgencia de actuar (“urgente”; 
“urge”) ante un peligro mayor, cuyas dimensiones para el futuro de 
América recoge el término “gigante” que, como lo afirma Gonzalo de 
Quesada y Miranda, no es otro que “la política norteamericana en la cual
 ya él [Martí] ve perfilarse – casi medio siglo antes que muchos otros –
 la guerra imperialista” en tierras de América12. 
El plano léxico.
El
 discurso martiano otorga un papel a cada cual en la construcción de la 
patria americana, gracias a un léxico preciso y cargado de valores. Con 
el uso de modalidades lingüísticas de alto contenido estético y moral 
ensalza al hombre natural dándole, con el simple hecho de enunciarlo, el
 lugar que hasta entonces le ha sido negado, invitándolo además a ser 
genuino defensor de su identidad. En el polo opuesto se sitúan aquéllos 
que no abrazan la posibilidad de una independencia cultural y política 
(“los sietemesinos”) y se avergüenzan de sus orígenes en suelo 
extranjero socavando los cimientos de sus naciones, señalados con 
insistencia en el discurso13.
 Algunos deícticos espaciales (“Madrid”, “París”, “América del Norte”) 
sitúan los intereses de esos “criollos exóticos” (p.482) fuera de las 
fronteras de la América construida por y con el discurso, acentuando así
 su distanciamiento a la vez espacial e ideológico de las 
consideraciones del autor.
El ethos
 orientador de Martí deja así al lector la posibilidad de crear sus 
propias conclusiones, de asumir una u otra posición e insiste en la 
imposibilidad de continuar copiando en América formas de gobierno 
nacidas en Europa o en los Estados Unidos, en total desajuste con la 
vida de los hombres del continente. Para ello, utilizando la repetición 
pedagógica de campos léxicos (gobernar14
 y crear) propone adecuar los proyectos a las realidades locales, pero 
no a través de una lógica extranjera que obligue a América a 
corresponder con ella, como ya han hecho tantos en el pasado, sino lo 
inverso. Con esta figura de insistencia, el discurso señala además la 
urgencia de la creación de un sistema de enseñanza propio que tome en 
cuenta la diversidad de los factores del país, que adapte sus contenidos
 a la realidad del continente (“La historia de América, de los incas a 
acá, ha de enseñarse al dedillo […]”, p. 483) y en cuyos claustros 
deberán formarse los futuros dirigentes. Luego de hacer el balance de 
las luchas por la independencia en América, Martí formula una solución 
determinante que irradia, por su gran magnitud histórica, el porvenir de
 los países hispanoamericanos en sus múltiples esferas, tanto 
sociopolítica, como económica o cultural:
“Gobernante,
 de un pueblo nuevo, quiere decir creador […]. La salvación está en 
crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación”. p.485.
Y
 esta clave del devenir americano definida por Martí, honrada por tantos
 artistas e intelectuales en la expresión de la realidad del continente,
 no significa sin embargo que deba encerrarse en sí mismo, ignorando la 
marcha del mundo. Lo debe hacer (nótese el uso del imperativo 
“injértese”15), pero conservando un eje vertical único, que es el alma misma de sus repúblicas. 
La negación y lo implícito.
Apoyándose
 en la premisa irrefutable de la existencia de cuerpos diversos con 
identidad universal y a través de la estrategia discursiva de la 
negación, Martí desmonta el mito de la existencia de las razas. Además 
de oponerse a tal concepto divisor y discriminador, tan manejado por el 
cientificismo positivista de su época, el autor cubano ataca a través de
 lo implícito16 y en la medida en que el lector sea capaz de identificarlo, al pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento (Conflictos y armonías de las razas en América, 1833),
 izándose por encima de sus tradicionales fórmulas para ubicarse en un 
plano enunciativo superior, dando una nueva perspectiva en forma de 
sentencia, como el fabulista al decir la última palabra17: 
“No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. p.482.
Por
 medio de este mecanismo, y a contrapelo, el discurso martiano 
deconstruye, sin que sea menester mencionar al autor, el conocido 
binomio de Sarmiento18,
 rompiendo así con estereotipos añejos que pretendían imponerse como una
 verdad absoluta y poniendo punto final a una visión errada en la 
construcción y co-construcción de la imagen de América. Como lo precisa 
Jean Lamore en su José Martí et l’Amérique,
 “alertar a los hispanoamericanos, informarlos, hacerles ver los 
peligros y exhortarlos a ser dignos de su historia y de su patria, fue 
una tarea permanente de Martí”19.
La interdiscursividad en la “Segunda Declaración de La Habana”.
El
 discurso del líder cubano, al referir desde el inicio de su 
intervención las últimas palabras de José Martí a su amigo Manuel 
Mercado, anuncia de entrada la dirección que tomará su intervención, 
propuesta en nombre de las Organizaciones Revolucionarias Integradas y 
del Gobierno Revolucionario. En lo adelante, sitúa la Historia de Cuba 
en paralelo con la de otros pueblos de América y del mundo20
 y realiza un elaborado análisis que intenta dar visibilidad a fenómenos
 poco explicados o, para algunos, ignorados de la biografía de la 
Humanidad. Destaca entonces el reducido prestigio del sistema 
interamericano de la OEA, calificado como “mafia de gobiernos 
dictatoriales”, entidad discursiva a la que se opondrá el “pueblo” 
(vocablo repetido más de cien veces en la alocución), principal actor e 
interlocutor del discurso pronunciado en su nombre y aprobado por él 
(“el pueblo de Cuba suscribe”), en respuesta a las decisiones urdidas a 
espaldas del país caribeño en la Conferencia de Punta del Este. 
Este
 pueblo de Cuba y de América, igualmente denotado con pluralidad de 
significantes (“masas”, “gran humanidad”, “masa anónima”,…), no sólo 
puede ver reflejados sus propios intereses en lo expresado, sino que 
puede analizar la autenticidad de los principios que sustentan la 
argumentación del discurso. Podríamos considerar que el mismo se dirige a
 un auditorio universal, por la validez de los valores expuestos para la
 razón de cualquier ser humano, sea cual fuere su posición política. Sin
 embargo, una minoría aliada de los Estados Unidos, se ve inmediatamente
 excluida desde el inicio de tal declaración, en la cual vislumbrará una
 amenaza evidente para sus propósitos. 
Por
 la presencia de los principios martianos y a otras referencias que se 
insertan en la “Segunda Declaración de La Habana”, podemos descubrir la 
relación intrínseca entre el carácter eficaz de este discurso y el saber. Al conocimiento preciso
 de las realidades del continente en el devenir de la humanidad, 
analizadas a la luz de la Historia y de las principales ideas de 
filósofos de los siglos XIX y XX, se une además al prestigio previo del 
locutor, alcanzado durante la gesta revolucionaria, que en gran medida 
contribuye a su credibilidad y a la adhesión a los postulados que 
expone. Su cultura enciclopédica, que asegura el éxito de su empresa 
discursiva, refiere la evolución de las diferentes sociedades desde la 
época feudal hasta la fase superior del capitalismo y pasa en revista 
los momentos claves de la historiografía universal, como
 el llamado Descubrimiento de América, el consiguiente reparto del mundo
 por unas pocas potencias, la Revolución burguesa nacida de las ideas 
filosóficas de la Ilustración y el surgimiento de nuevas relaciones 
productivas por la existencia de nuevas relaciones de producción. 
Al
 saber histórico del orador, se agrega además su imponente figura de 
guerrillero y su calidad de hombre de pueblo, que a la vez que derriba 
públicamente un sólido aparato hegemónico, se atribuye el derecho y 
deber de defender ante el mundo la soberanía de Cuba y de América. 
Utilizando el recurso de la ironía, censura la economía de la sociedad 
capitalista basada en la libre competencia, así como el papel de los 
monopolios y de los grandes accionistas a los que define, como 
“poderosos caballeros21
 de la industria”, cuyo modelo social es incompatible con el necesario 
desarrollo socioeconómico de los países latinoamericanos. Una vez más, 
encontramos un eco de las ideas de Martí y su visión del monopolio como 
“gigante implacable a la puerta de todos los pobres”22. 
La inversión de perspectivas.
La “Segunda Declaración de la Habana” invierte el valor de la noción de progreso (a la manera de Claude Lévi-Strauss23)
 exhibida por el capitalismo, al recordar el papel de las instituciones 
bancarias y al caracterizar la expansión mundial del sistema como 
“abismal obstáculo al progreso de la humanidad”. En el análisis de la 
transición de unas sociedades a otras y en el uso de términos inspirados
 del Socialismo Científico, resulta
 evidente el legado marxista-leninista para la concepción de un discurso
 de alto carácter filosófico e informativo, que invita a la creación de 
una América nueva, sobre la base de un sistema económico diferente de 
aquel que describe como “voraz y cavernícola sistema”, denunciado desde 
el comienzo de la alocución. 
A
 la imagen positiva del pueblo de Cuba y de los pueblos de América se 
opone la del Capitalismo, del que refiere sus dramáticos desenlaces en 
Europa (Primera y Segunda Guerra Mundial), reciente escenario de las 
secuelas de su Mal, antes de situar en el mapa de tales realidades 
pasadas, donde abundan los tiempos pretéritos, la realidad presente de 
Cuba y de la América denotada por Martí. El discurso universaliza así, 
de forma lógica y consciente, el destino de la isla caribeña y de la 
América toda en el porvenir del mundo, en el momento de mayor desarrollo
 del imperialismo que se inició, como lo precisa Lenin en su obra 
clásica de 1917, con la intervención de Estados Unidos en la llamada 
guerra hispanoamericana24. 
En
 el empleo reiterado de oposiciones dialécticas y de juicios 
axiológicos, obtenidos por medio de modalidades cargadas de valores 
positivos en el caso de Cuba y en el polo opuesto para los Estados 
Unidos y sus aliados, el discurso del líder cubano no sólo enumera las 
causas que motivaron su intervención, que expresa la indignación del 
pueblo de Cuba, sino que presenta un catálogo de hechos irrefutables, 
incitando al interlocutor a adherir a su tesis que podríamos formular 
así: “el imperialismo estadounidense es la causa fundamental de los 
males de América Latina y hay que luchar contra él”. Y es en esa 
estrategia argumentativa y en el uso constante de antagonismos binarios 
donde se concentra el mayor peso de sus acusaciones.
“En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y elimperialismo yanki.
¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de ellos?
Cuba representó los pueblos;
Estados Unidos representó los monopolios.
Cuba habló por las masas explotadas de América;
Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas.
Cuba por la soberanía;
Estados Unidos por la intervención.
Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras;
Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo.
Cuba por la cultura;
Estados Unidos por la ignorancia.
Cuba por la reforma agraria;
Estados Unidos por el latifundio.
Cuba por la industrialización de América;
Estados Unidos por el subdesarrollo […]”.
La denuncia.
Al
 atribuir a cada cual un papel el panorama histórico-social del 
continente, exponiendo la desigualdad de sus valores y posicionamientos,
 la “Segunda Declaración de La Habana” establece una diferenciación 
epistemológica cuyo impacto es tanto mayor cuanto que los hechos, 
ampliamente pormenorizados, sin ser lo que llamara Roland Barthes (1968)
 el “efecto de realidad” sino lo real mismo, hablan por sí solos. Cuba y
 los pueblos de América aparecen en condición de víctimas de un poder 
hegemónico, cuyo cuerpo monstruoso y grotesco (“boca insaciable”, “mano 
insaciable”) se construye con la descripción detallada, minuciosa y 
reiterada de su política exterior, caracterizada por el saqueo 
sistemático de los recursos naturales del continente, por el intercambio
 desigual, por la firma de pactos que, lejos de perseguir el bienestar 
de las naciones americanas no son más que tratados en contra de ellas 
(“pactos contra los pueblos”), por las persecuciones de indígenas, las 
matanzas, las condenas, la multiplicación de las muertes por falta de 
asistencia médica, los sistemas de enseñanza casi inexistentes, la 
reducción al silencio que se traduce en su propio territorio por el 
racismo, las batidas de negros, y que en el caso de Cuba se define por 
el hostigamiento permanente a la nación cubana y la organización de 
sabotajes, de planes de agresión, de asesinatos y la promoción del 
terrorismo, pruebas fehacientes de una política intervencionista de la 
que paradójicamente la OEA no parece tener noticia (véase la repetición 
de “Y la OEA no se entera”). De esta forma Cuba, representación 
discursiva de los valores humanistas, pasa de ser el “culpable” 
inverosímil de Punta del Este a convertirse en el acusador público de 
Estados Unidos y de su “aparato de represión”25: 
“Se
 reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares
 con ningún país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el
 mundo, y forja alianzas militares en cuatro continentes, hace expulsar a
 Cuba, acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones 
extracontinentales […] ¿Cómo
 podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo? 
¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra, de pan, de 
trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de desarrollo 
acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena 
autodeterminación y soberanía, es incompatible con el hemisferio?”. 
Más
 de cincuenta preguntas formuladas en estilo directo establecen un 
pseudodiálogo que cuestiona lo que hasta entonces parecía 
incuestionable, construyendo un segundo interlocutor (los políticos de 
los Estados Unidos) integrado al discurso para excluirlo mejor de las 
disposiciones de un oponente colectivo, que son los pueblos de América. 
Al mismo tiempo, y de manera exhaustiva, se explica la situación que 
atraviesa el continente, facilitándole informaciones al receptor y más 
tarde al lector. El pormenorizado retrato discursivo del pueblo cubano 
borra la imagen que otros han construido en su contra y legitima y 
autoriza el ataque directo a quienes no tienen respuesta ante tales 
alegaciones. Así, por medio de un lenguaje nítido, liberado de 
eufemismos y al alcance de cualquier hombre o mujer de América, se 
revela la verdad que los pueblos deben conocer, incitando a la reflexión
 y, de la misma forma, a la acción. 
A
 la vez que denuncia y acusa frontalmente el unilateralismo 
estadounidense, la “Segunda Declaración de La Habana” formula, con 
repetidas formas de obligación (“El deber de todo revolucionario es 
hacer la revolución”; “Lo
 que esto significa no debe escapar a los pueblos”…) la responsabilidad 
de los latinoamericanos en la obtención de su real independencia. 
Critica a aquéllos que, como los sietemesinos martianos, fomentan el 
divisionismo (“vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del 
movimiento revolucionario”) y enuncia una advertencia que previene de 
algo que prepara el enemigo exterior para el futuro del continente, tal y
 como lo hiciera unas décadas antes José Martí:
“Los
 pueblos saben que en Punta del Este, los cancilleres que expulsaron a 
Cuba se reunieron para renunciar a la soberanía nacional […]. Que 
Estados Unidos prepara a la América Latina un drama sangriento; que las 
oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al principio de 
la soberanía, no vacilarán en solicitar la intervención de las tropas 
yankis contra sus propios pueblos […]”. 
Con
 tales revelaciones, el líder de la Revolución cubana alerta sobre el 
escenario en que se desenvolverán las naciones americanas en lo 
adelante, teatro de extrema tensión que el vecino del norte ha plantado 
para ellas en el continente. Y la evaluación del contexto extraverbal 
integrada al discurso, será la marca de su certera apreciación del 
recrudecimiento de una política exterior, que no vaciló en brindar su 
sostén a las dictaduras militares y apoyó económica y militarmente los 
golpes de estado de la derecha.
 Esta tragedia que se vislumbra aparece en el discurso como una realidad
 próxima e ineluctable. Sin embargo, en igual plano enunciativo se sitúa
 el despertar de una América despojada de la ingenuidad de siglos 
anteriores, que como entidad humanizada va saliendo de su letargo y su 
silencio. 
En
 medio de circunstancias históricas ya anunciadas por Martí en “Nuestra 
América”, “La Segunda Declaración de La Habana” alerta a los pueblos, 
les revela lo que urge saber, no sin prevenir a sus enemigos de que esos
 mismos pueblos, escaldados por siglos de dominación, ya son conscientes
 (“Los pueblos saben”) de sus reales intenciones. 
América como entidad en movimiento.
“Nuestra
 América” y la “Segunda Declaración de La Habana” nacen de un mismo 
posicionamiento, fundador de la idea del inevitable ocaso de una 
hegemonía. Siguiendo esta línea directriz, su fuerza perlocutoria hace 
de la América una entidad nueva, en marcha hacia la independencia 
socioeconómica, cultural y política que prepara la decadencia previsible
 de un sistema y de un imperio. Y esta mirada ungida de optimismo, que 
poetiza al hombre y al espacio americanos, es la que perciben y moldean 
con sus palabras los hombres nacidos en el continente26. 
Una
 ruptura en los dos textos, introducida por el conector argumentativo 
“pero”, produce el cambio de temática, de tonalidad y de ritmo que 
traducirá la idea del avance inevitable y progresivo de la América 
nueva, tomando el valor performativo de una promesa.
1-N.América: “Pero « estos países se salvarán », como anunció Rivadavia el argentino […]. Estos países se salvarán […]”27. p.484.
2-S. Declaración: “Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse”. 
Con
 dicha aserción (1) y con el uso reiterado del presente y del presente 
progresivo, Martí desarrolla la idea de la evolución imparable de los 
pueblos del continente hacia el cambio necesario de sus realidades 
sociales, atribuyéndoles a cada uno de los elementos que la componen, la
 responsabilidad de la acción que ya está llevándose adelante en el 
proceso forjador del destino de la América independiente.
“Se
 empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los 
pueblos, y se saludan. « ¿Cómo somos?» Se preguntan, y unos a otros se 
van diciendo cómo son. […] Los jóvenes de América se ponen la camisa al 
codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su 
sudor. […] Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la 
naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas 
estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser 
sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las 
academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena 
zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, 
centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los gobernadores, en las 
repúblicas de indios, aprenden indio. 
De todos sus peligros se va salvando América […]”. 
El
 uso reiterado de la forma en “se” permite que el objeto descrito (en 
este caso América) aparezca como un dato objetivo, que no emana ya del 
sujeto consciente que la enuncia sino de una entidad con existencia 
propia, una realidad objetiva, visible. Algo similar advertimos en la 
“Segunda Declaración de La Habana”: 
“Ahora
 esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta
 en el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es
 la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la 
empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque 
ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus 
sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el 
tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos, 
se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones, con los puños 
calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos, 
casi 500 años burlados por unos y por otros. Ahora, sí, la historia 
tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y 
vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir 
ellos mismos, para siempre, su historia. […] Ya se les ve, armados de 
piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando 
las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y 
defendiéndola con su vida. Se les ve llevando sus cartelones, sus 
banderas, sus consignas, haciéndolas correr en el viento por entre las 
montañas o a lo largo de los llanos”. 
En ambos discursos, a través de verbos de acción y de percepción, se ofrece un testimonio de los procesos
 que ya están ocurriendo en el presente de América, por obra de la 
diversidad de los hombres que la conforman, en la variedad de su 
extensión territorial y que le conferirán su definitiva y real 
independencia. Si para Martí “Es la hora del recuento y de la marcha 
unida”, el deíctico temporal “Ahora”, repetido en la cita anterior del 
discurso del líder cubano y apoyado por un enfático “sí”, marca el punto
 de partida trazado por una toma de decisión a la que atribuye el poder 
de un elemento, de una fuerza mayor, anunciadora del inicio de un largo 
proceso histórico de cambio:
“Y
 esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho 
pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de 
Latinoamérica, esa ola ya no parará más. […] Porque esta gran humanidad 
ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se
 detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han 
muerto más de una vez inútilmente”. 
La “marcha de gigantes”, que invierte singularmente la perspectiva del “gigante de siete leguas” de Martí, reforzada
 por la voz imperativa “¡Basta!”, marcan verbalmente un término a la 
aceptación sin condiciones de la maniobras colonialistas y 
neocolonialistas en América, pero también el fin de la subestimación 
histórica a la que han sido reducidos tanto campesinos, como obreros, 
intelectuales, negros o indios, futuros garantes del destino del 
continente y del cambio que se producirá en él. De la semilla regada por
 el padre Amalivaca (El Gran Semí), que Humboldt calificara de 
“personaje mitológico de la América bárbara”28, han retoñado estos hombres nuevos. 
A
 la imagen primera de una América dormida, dolorosa, anquilosada, muda, 
espectadora por siglos de su propio sometimiento, se opondrá 
definitivamente la representación afectiva y objetiva de una América 
nueva, enérgica, en movimiento ascendente hacia una liberación próxima. 
Podemos entonces afirmar que la “Segunda Declaración de La Habana” es, como lo afirma Jean Lamore, “una continuidad de Nuestra América de José Martí”29,
 de similar dimensión descolonizadora, en la que en igual medida 
interviene el peso de lo emocional y de lo racional en la descripción de
 un referente nuevo. 
A modo de conclusión. 
Si “Nuestra América” es un “texto de combate”30
 moldeado por las circunstancias históricas y discursivamente por las 
contingencias del lenguaje escrito, la “Segunda Declaración de La 
Habana” se presenta como un grito de independencia de la América Latina y
 una acusación pública del recrudecimiento de una política imperial que 
nada parece poder ofrecer al futuro de los pueblos. Podemos resumir su 
alcance, diciendo que los dos discursos responden a una doble e idéntica
 función social: informar sobre la necesidad de la unión como única vía 
para lograr la emancipación y, por otra parte, la denuncia de un sistema
 que resulta incompatible con las esperanzas de los hombres y mujeres de la patria americana.
La
 Asamblea General N° 39 de la OEA en Honduras, celebrada en junio de 
2009, abrió la posibilidad de un diálogo entre Cuba y dicha 
organización, dejando sin efecto la resolución aprobada en 1962. Sin 
embargo, el presidente cubano Raúl Castro, y el líder histórico de la 
revolución, rechazaron tajantemente un retorno de Cuba a la OEA, a la 
que Fidel calificó nada menos que como “un cadáver insepulto”31.
A
 pesar de que los problemas que denunciaron Martí y Fidel en sus 
discursos llegan hasta nuestra época con mayor gravedad, otras 
organizaciones regionales le han nacido a América, como la justa 
compensación de los esfuerzos que han sido necesarios para hacer 
realidad la promesa formulada en “Nuestra América” y en la “Segunda 
Declaración de la Habana”. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y 
Caribeños, asumida por México en este 2020, es el mayor intento de 
integración que se haya concebido en la región luego de más de 500 años 
de colonialismo y neocolonialismo. Formada por 32 países miembros (tras 
el reciente abandono del Brasil de Jair Bolsonaro), la CELAC agrupa así a
 más de 600 millones de latinoamericanos en una extensión de más de 39 
millones de kilómetros cuadrados. Este logro de la unidad 
latinoamericana, que concretiza la idea de Bolívar, el concepto de 
América de Martí y la Revolución latinoamericana inevitable expuesta por
 Fidel y la Revolución cubana, deben mucho a la abnegación y al poder de
 la palabra de estos grandes hombres, cuya visión sigue guiando el 
presente de la América, que ya no es sólo una construcción semántica 
sino una materialización y un ejemplo para los pueblos del mundo. 
A 167 años del natalicio del apóstol de la patria cubana, el “continente descoyuntado”32
 ha tomado una forma muy distinta a la que intentaran definir la 
Conferencia Interamericana de 1889, la Reunión de Punta el Este del 1962
 o el llamado Consenso de Washington de los años 1990. Si en algunas 
repúblicas sigue “durmiendo el pulpo”33, otras han empezado a “recobrar, con prisa loca y sublime, los siglos perdidos”34, trazando con su “nueva primavera latinoamericana contra el neoliberalismo”35 el camino hacia una definitiva liberación posible. 
 
 
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