Parece que Podemos,
ese movimiento político que amenaza con dinamitar las estructuras del
Antiguo Régimen “democrático”, está siendo muy cuestionado. Por la
derecha y por la izquierda. Entiendo a la derecha. Vamos, que a ella se
le supone el contraataque. Y que un movimiento como Podemos le ponga los
pelos como escarpias, que le inquieten sus ideas y que, incluso las
ridiculice en un intento de desprestigiar la utopía. Es lo que
corresponde a una buena derecha como dios manda. Pero no entiendo tanto
la crítica de la izquierda. Al menos algunas de sus críticas a Podemos.
Otras sí. Me explico. Podemos ha generado ilusión entre la ciudadanía
más a pie de obra. Aquella que sufre y padece sin que muchos políticos,
incluso de la izquierda menos complaciente y amable, hayan sabido
interpretar ese sufrimiento más allá de la pura retórica discursiva.
Podemos ha conectado con esa amplia capa social de más de diez millones
de personas desempleadas, precarias, excluidas y periféricas que
sobreviven sobre la inmensa ciénaga que ha generado la marca España.
Además de haber puesto la pica en el Flandes ocupado por una clase media
aborrecida con el actual sistema de distribución de la riqueza y la
gestión meritocrática de las oportunidades. Y esa conexión conecta con
los sentimientos y con las emociones, con la capacidad de generar
utopías, algo que la izquierda clásica ha olvidado, de palabra, obra u
omisión. Algo que la izquierda política no ha sido capaz de reconstruir
sobre el imaginario social de la ciudadanía saqueada. Por mucho que se
haya empleado. Algo ha fallado.
Podemos, con su discurso,
inconcreto, indeterminado, radical, asaltacielos, sobredimensionado o
como queramos definirlo, lo ha logrado. Y si lo ha logrado es que ese
pueblo, ese imaginario, al que tanto apela la izquierda marcada a sangre
y fuego por el marxismo político y social, sigue estando ahí, atento,
con capacidad de escucha y de emoción. Sobre todo de emoción, algo
denostado por blando e inadecuado como factor de movilización popular.
Podemos lo ha activado. Ha resucitado una parte importante de la
ciudadanía cansada, harta, saturada de tanta mierda en movimiento sin
castigo. Cierto que Podemos lo ha tenido muy fácil. La absoluta
degradación del reino de España a todos los niveles, ha generado un
hartazgo ciudadano sobredimensionado. Cierto. Pero también otros han
tenido y tienen esa oportunidad. La realidad está ahí, no solo para
ponerle nombre y apellidos, sino para gestionarla y, a ser posible,
transformarla.
La crítica política que la izquierda clásica está
haciendo a Podemos es una crítica fácil, estructural, clásica, de
manual. Una crítica estandarizada y siguiendo cánones de la vieja
concepción del sistema de castas de partido. Y eso es algo que Podemos
trata de desterrar -la idea clásica de la participación política
verticalizada- para lanzar a sus bases, el pueblo resucitado, a la
primera línea de fuego y de combate. La izquierda clásica está en una
posición muy antigua. No soporta de Podemos la inconcrección, los
vaivenes, las idas y venidas, las vueltas y revueltas, la no
visibilización de sus líderes menores, aquellos que representarán al
partido en las próximas elecciones y aún por determinar, la no
sistematización de su programa y la validación técnico-política del
mismo. ¡Cómo si en el resto de la izquierda eso hubiera sido una
constante!
La crítica de la izquierda, de los medios afines, de
algunos líderes del PSOE, de IU y de los nacionalismos periféricos que
ven amenazadas sus hegemonías o sus alianzas, es una crítica que se le
podía exigir a la derecha, pero no a un nuevo movimiento de izquierda en
construcción sobre la base de la amplia participación popular. Porque
uno empieza a pensar que la participación popular, valor supremo de la
izquierda revolucionaria y clave de Podemos, se presenta también como un
elemento sospechoso y carente de credibilidad. Como si esa amplia
participación fuera un elemento, más que garantista de lo que se supone
un proceso democrático, un elemento de sospecha carente de poca cordura.
Como si la amplia ciudadanía que representa Podemos fuera menor de edad
y no supiera autogestionar este proceso al que se le exige concreción
inmediata. Me cabe pensar que las críticas de no pocas izquierdas a
Podemos se instalan en el vertiginoso vértigo a que ven sometidas sus
actuaciones, a las estrategias inmediatas de gestión de las ideas.
Podemos no es tanto Podemos como lo que puede hacer la gente. Y si esto
no lo percibe la izquierda, me preocupa. ¿No quedamos en que el pueblo,
con sus herramientas de decisión, participación y acción, eran la base
de todo proceso democrático? Hay algo que Podemos debe hacer. Concretar
sus propuestas políticas y discursivas no significa que digan lo que van
a hacer ya, que lo cumplan al pie de la letra, significa que expliquen
muy bien las ideas y cómo abordarlas, así como los procesos que
requieren su ejecución. La inmediatez y el cortoplacismo de la
posmodernidad también puede con la izquierda. Y esa izquierda ha
sucumbido a la respuesta rápida y al hecho concreto en un ejercicio de
sistematización inmediata. Y los procesos no son concluyentes de un día
para otro. Y menos los procesos de este tipo que tratan de desmontar
todo un régimen político absolutamente contaminado en sus principales
estructuras de gestión y ejecución pública. Finalmente, creo que la
izquierda, o parte de ella, así como no pocos medios mediáticos afines a
ella, tienen miedo a que el efecto Podemos sea solo un tsunami de
emociones y deseos. Muchos piensan que todo esto quedará en el vacío
ante el desinflamiento tras el choque con la realidad. Que eso lo diga
la derecha, vale. Que lo diga la izquierda me preocupa. Porque entonces
no habrá entendido nada. No tanto por lo que diga o deje de decir
Podemos, sino por lo que la gente que cree en Podemos como vehículo
catalizador de sus indignaciones, está haciendo y está dispuesta a
hacer. En todo caso, servidor prefiere vivir entusiasmado a vivir
eternamente convencido de que la realidad es inmutable.
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