Alienación y Revolución. Por Ernesto Estévez Rams
Una
 joven modelo polaca decidió caerle a martillazos y destrozar la nariz 
de una estatua pública con más de doscientos años de antiguedad mientras
 era filmada por una cómplice, con el objetivo declarado de aumentar el 
número de seguidores en una red social de la que era cliente. Dicen que 
la chica está ahora arrepentida del crimen cultural que protagonizó.
Se pudiera 
creer que se trata de un caso aislado de obsesión por la notoriedad, 
pero sabemos que no lo es. Son los pretendidos subproductos inevitables,
 pero que se han sido convertidos en productos esenciales de la sociedad
 del espectáculo, un término acuñado por Guy Debord en un libro homónimo
 y luego retomad por Vargas Llosa en una ensayo que explícitamente 
titula La civilización del Espectáculo. No he leído el libro de
 Guy Debord pero sí el ensayo de Vargas Llosa. Asumiendo el riesgo 
suicida de creerle a Vargas Llosa su análisis de la obra del primero, 
según el escritor peruano, la tesis fundamental es «que en la sociedad 
industrial moderna, donde ha triunfado el capitalismo y la clase obrera 
ha sido (por lo menos temporalmente) derrotada, la alienación – la 
ilusión de la mentira convertida en verdad – ha copado la vida social» y
 cita a Debord «El espectáculo es la dictadura efectiva de la ilusión en
 la sociedad moderna». Continúa Vargas Llosa en su análisis de Debord, 
reconociendo que a este pertenece la idea de que el empobrecimiento de 
lo humano es consecuencia de reemplazar el vivir por el representar 
donde se actúa permanentemente como si se estuviera en un escenario. Si 
la vida se asume como una actuación permanente, entonces todos somos 
actores, bien buscando los quince minutos de fama que deben 
correspondernos o, al menos, hacer un papel decoroso que te haga 
trascender no por genuino sino por la excelencia de tu impostura (¿acaso
 hay diferencia entre ello?).
Polonia no es un arquetipo de la sociedad industrial capitalista triunfante, su historia es más traumática.
Geográficamente situada en un espacio de
 confrontación de imperios, su nacimiento como nación está vinculado, 
como probablemente ninguna otra europea, a la lucha de una población por
 gestarse como nación y no ser absorbida ya sea por los teutones, por 
los musulmanes, lo suecos o por los rusos. Ahí están las novelas 
heroicas de Henryk Sienkiewicz narrándonos ese proceso diluvial. Bajo la
 égida soviética, luego de la derrota nazi que se los habían 
efectivamente anexionado, la sociedad polaca es un caso de estrés 
postraumático permanente. Su héroe más genuino de la posguerra mundial 
es un trabajador portuario que si bien derrotó, al menos simbólicamente,
 la hegemonía soviética vista como invasión, terminó entregando el país a
 otros poderes europeos y más allá. Poderes representantes de un capital
 voraz con todos los ímpetus de un neoliberalismo desatado por falta de 
oponentes globales. El aborto socialista en Polonia hace que toda 
batalla social en ese país no se debata entre la conquista de la 
justicia social y la depredación capitalista sino, está sumergida en el 
falso pero inevitable dilema de un pasado inmediato, donde la revolución
 social, que nunca fue, condujo a una sociedad alienada y sometida, y la
 llegada del capitalismo está asociada al aparente desatar de esa 
supeditación. El problema es que el proceso de “independencia” no 
condujo a la desalienación porque en realidad fue una pantomima hacia 
otra dependencia aún más férrea pero mejor disfrazada. Checoslovaquia es
 otro buen ejemplo de un proceso similar. Milan Kundera bien podría 
escribir otra Insoportable Levedad del Ser o hacernos otra Broma
 refiriéndose a la república checa actual como mismo la escribió sobre 
su apreciación del asfixiante ambiente de la era soviética.
La modelo se llama Julia Slonska, el vídeo 
en el parque de Varsovia donde ejecutó su vandalismo recorre las redes. 
Recibe en su mayoría condenas pero algunos lo consideran «atrevido», 
«liberador» lo que ha hecho. Seis mil seguidores en Instagram le 
parecían poco.
En estos casos, la sociedad del 
espectáculo con sus pequeños actos deleznables de una joven destrozando 
narices pétreas para sobresalir, es también consecuencia a nivel de 
individuo de ese callejón sin salida donde ha dejado la historia a ese 
país y ese pueblo que, por su pasado más mediato de lucha heroica, 
merece mejor suerte.
El valenciano Rubén Domínguez se hace 
fotos con bolsos Louis Vuitton en Auschwitz, también Polonia. El 
“especialista de modas” parece que halló atractivo banalizar el lugar 
donde murieron más de un millón de personas. Sus fotos en Instagram iban
 acompañadas de etiquetas como #gucci, #louisvuitton, #fashiondesign. 
Frente al alud de críticas retiró las fotos y se disculpó afirmando que 
el no estudiaba «historia» y su «verdadera enciclopedia es la Vogue», 
para concluir «mi vida es la moda».
La incompletitud de una transición 
democrática que no pudo deshacer del todo la ligaduras de un pasado 
franquista, luego de una guerra civil brutal, marca de manera inevitable
 la memoria colectiva de ese país. Llegada tardía a la modernidad 
europea, en España se conjuga, por la clase política, un complejo de no 
haber sabido mantenerse como potencia de primer orden luego de poseer el
 imperio más grande de la historia, y un afán exagerado en ser aceptados
 en el concierto político capitalista como potencia de primer orden. Ahí
 está la bochornosa foto de Aznar posando junto a Bush con los pies 
encima de la mesa, o la otra sonriendo al lado de Blair y el mismo 
presidente de Estados Unidos mientras decidían la invasión a Irak. Es la
 España donde el poder se escandaliza si un presidente mexicano les 
habla de la necesidad de que pidan perdón por el genocidio de la 
conquista, y algunos libros escolares hablan de la misma como una 
cruzada civilizatoria que tuvo algunos excesos. Ni hablar de una memoria
 histórica no aplicada a fondo, donde calles, plazas y lugares públicos 
mantienen nombres de falangistas, y políticos de derecha, reinvindicando
 el pasado fascista de la dictadura. Es la España donde el Obispo de 
Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig, compara el aborto con ese mismo 
campo de concentración de Auschwitz donde posó Domínguez y oficia alguna
 que otra misa con la bandera franquista. Es la España donde el 
Arzobispo de Barcelona Lluis Martínez dice que el robo de bebés en el 
franquismo no había sido para tanto y había que juzgarlo «con criterios 
de aquel tiempo».
En estos casos, la sociedad del 
espectáculo con sus pequeños actos deleznables de un joven usando 
Auschwitz como pasarela para sobresalir, es también consecuencia a nivel
 de individuo de ese aborto de una sociedad que no logra lidiar con los 
fantasmas de su pasado histórico a pesar de tener un legado heroico de 
pasonaria que merece mejor suerte. 
En el 2016 el Museo del Holocausto en 
Estados Unidos tuvo que pedir a los visitantes, según AP, que no jueguen
 «al Pokémon Go en sus instalaciones porque es “extremadamente 
inadecuado”». Las mismas peticiones han tenido que hacerse también en el
 memorial a las víctimas del atentando de las torres gemelas. 
La meca de la enajenación, donde los 
medios absolutos de entretenimiento lo mismo hacen de Lincon un cazador 
de vampiros, que eligen a un presidente que dice que a las mujeres hay 
que cogerlas por sus entrepiernas. Una sociedad donde la banalización de
 la historia hace de los superhéroes de Marvel y DC los principales 
referentes de heroicidades. Es mejor vivir en ese mundo de fantasía que 
tener que lidiar con la realidad de que, viviendo en el país más rico 
del planeta, puedes no tener manera de costearte el tratamiento médico. 
El país donde puedes ser desalojado de tu vivienda mientras los bancos 
que te engañaron son rescatados con miles de millones de dólares sacados
 de tus impuestos, mientras sus directivos, al final del año, se 
adjudiquen arguinaldos que suman montos equiparables. Es el país donde 
hay que manifestarse para que la policía de demasiadas localidades se 
percaten que la vida de un negro importa. Es el país donde un 
neofascista embiste a una multitud de personas en una 
contramanifestación y el presidente dice que del lado de los 
supremacistas blancos también hay «buenas» personas.
En estos casos, la sociedad del 
espectáculo con sus pequeños actos deleznables de alguien saltando de 
alegría por haber descubierto un Pokémon virtual al lado del nombre de 
una victima del atroz crimen del 11 de Septiembre del 2001, es también 
consecuencia, a nivel de individuo, de ese aborto de una sociedad que se
 basa en el ejercicio más estricto del contra todos y por el bien de uno
 mismo, a pesar de que su pueblo tiene también un legado de luchas 
heroicas que merece mejor suerte. 
Los abortos sociales traen, mientras no se halla una salida transformadora, tales lodazales de esterilidad.
Pero la alienación no es exclusiva de tales sociedades.
Un joven genérico se toma una foto sobre
 un almendrón descapotable se le ve, además del adorno profuso de joyas 
de oro, abrumado de mujeres jóvenes con escasas ropas, al fondo, la 
Plaza de la Revolución donde entre muchas otras, se despidió el duelo de
 las víctimas de Barbados. Si ya se usa más la plaza para lo que no fue 
hecha que para lo que la hizo histórica, no podemos asombrarnos que sea 
cada vez más locación de turistas y menos espacio político y social.
En Cuba, después de la frustración 
republicana resultado de la pantomima de la independencia, fenómenos 
igualmente desmoralizantes se entronizaron en la sociedad. El choteo fue
 analizado como esa escapatoria social. La corrupción que promovió el 
interventor y su entronización en personas que habían sido héroes de la 
guerra de independencia fue también una salida individual, en el 
fermento apropiado, al aborto. 
La Revolución cubana fue un acto de 
desalienación gigantesco. Mientras en los EE.UU el escape de la clase 
media a la asfixia social era la rebelión sexual y la actitud 
antisistema de los hippies, en Cuba, la juventud hasta ayer copiadora de
 los modelos norteamericanos se volcaba en procesos sociales 
descolonizadores. Alfabetizaciones, obras de choque, protagonismo real 
en la construcción de una sociedad distinta canalizaban el ímpetu 
juvenil hacia lo transformador. 
Pero junto a ese proceso otros más 
lentos y sumergidos fueron haciendo resurgir formas de alienación 
heredadas del pasado neocolonial y otras nuevas incubadas en nuestras 
propias cortedades. El resurgimiento de la alienación en Cuba no es solo
 resultado de las frustraciones económicas y el prolongado asedio 
imperial, tiene causas también autóctonas. El tema es complejo, tanto 
que rebasa el alcance de estas páginas. Solo menciono algunas 
insoslayables.
En cualquier sociedad la alienación es, 
en el fondo, el resultado de que el individuo siente que el ejercicio 
del poder económico y político, que afecta su vida cotidiana, se escapa 
de su control. Nuestra sociedad, con toda su intención participativa, no
 ha superado ese dilema. Sectores crecientes de la sociedad se sienten 
en ese sentido alienados.
El transfondo de mucha de la alienación 
corruptora que observamos hoy es resultado de la frustración ideológica 
que le siguió al ver que la vía socialista, representada por el campo 
socialista soviético, fracasaba. Luego de asociar el sentido del 
sacrificio a un futuro que se anunciaba victorioso, para no pocos 
revolucionarios hasta ese momento, el derrumbe soviético lo vino a poner
 en duda. Si no hay certeza en que el sacrificio rinda dividendos 
tangibles, entonces agarra lo que puedas. La mentalidad sumergida del 
vivo, escondida por décadas por no hallar terreno favorable, resurgió 
con animo de revancha. Y no dejó sector social sin ser atacado, ni 
espacio donde no haya tomado trincheras y provocado retrocesos. La 
alienación es entonces respuesta individual al hecho objetivo de que tu 
suerte como individuo escapa a tu esfuerzo y la suerte colectiva ya no 
está tan claramente definida.
Sometida a un asedio colosal, carente de un
 sustrato ideológico que dé certeza al resultado de la guerra en la que 
se ha empeñado por más de sesenta años, ¿dónde hallar antídotos a la 
alienación?
La respuesta nos la comienza a dar el 
Presidente: un discurso público sistemático que haga una proyección 
programática del futuro que sea movilizadora más allá de su consagración
 en la Constitución de la República. Diaz-Canel está derrotando la 
postverdad a golpe de realidad, aqui y ahora. Está comenzando a hacernos
 regresar, más allá de la consigna, la certeza de que el futuro lo 
construimos nosotros.
Pero, siendo honesto, contrario a su esfuerzo se erigen fuerzas alienadas y alienadoras tremendas no solo desde el exterior.
A esas fuerzas no puede agradarle la 
frescura que atenta contra la monotonía desmovilizadora de una letanía 
de palabras vacías. No puede agradarle a quienes prefieren congresos o 
reuniones que parecen no rebasar una contínua reafirmación de adhesión 
revolucionaria sin que se vaya más allá de la consigna y la frase hecha.
 No puede agradarle a los funcionarios que deberían estar rindiéndole 
cuentas a los delegados o participantes y en vez de ello, los vemos 
regañando a los miembros de base porque ellos no están satisfechos con 
su desempeño. No debe agradarle a dirigentes que siempre están enojados 
cuando los entrevistan o hacen declaraciones públicas. No debe agradarle
 a los que hacen intervenciones con argumentos genéricos que lo mismo 
sirven para avalar lo que se pretende que la tesis contraria. No debe 
agradarle a los que hacen declaraciones de intenciones sin fechas, ni 
cronogramas, sin lista de acciones concretas y que se reducen a estamos 
estudiando, se está valorando y otras por el estilo. No debe agradarle a
 los que hacen afirmaciones desatinadas en temas de alta sensibilidad 
sin el menor sentido político. No debe agradarle a los proclamadores de 
decisiones bajadas como edictos sin la suficiente participación 
ciudadana. No debe agradarle a los que defienden designar a elegir. No 
debe agradarle a los que hacen resistencia al ejercicio de la 
autocrítica pública por parte de dirigentes y estructuras.
No subestimemos a la burocarcia y la 
funcionarocracia, intentarán una vez más adaptar su discurso para, 
aparentando cambiar, no cambiar nada. Intentarán otra vez revertir las 
perspectiva para aparentar ser agentes de cambio revolucionario mientras
 rumian sus mediocridades, sólo útiles en mantener sus ridículos 
puestos.
No subestimemos a la contrarevolución, 
momentáneamente anonadada, buscará subirse en el nuevo discurso para 
volver a disfrazar su pretención desarmadora en ropajes de innovadores. 
Volverán a vendernos ideas viejas en continente nuevo. Volverán a 
ensayar en llamarnos conservadores y ellos apropiarse el adjetivo de 
revolucionarios. Volverán con sus reconversiones y sus terceras vias sin
 nombrarlas. Volverán a ofrecernos alienación como papilla de consumo de
 masas y la ideotización hedonista, como summun de las aspiraciones 
humanas. Frente a la mención del bloqueo, volverán con aquello de : “Por
 Dios, no!”.
Ahora que se insiste en la necesidad de 
la ciencia y la innovación en la estrategia de avance del país, lo 
perentorio no solo es innovar en los económico y social, sino además en 
lo ideológico y lo político, este último como realización práctica del 
primero. Hay mucho que rehacer en ese terreno tan marcado por la 
monotonía, la pérdida de perspectiva y la falta de imaginación.
Cuenta el académico de mérito Hugo Prez,
 que al comienzo de la Revolución le dió clases de matemática al Che a 
pedido de este que, al ser nombrado presidente del Banco Nacional de 
Cuba, sintió que necesitaba llenar sus lagunas en la materia. Las clases
 podían ocurrir a cualquier hora, incluso de madrugada, luego de la 
faena intensa de un día. Dicen que Fidel, cuando comenzó la revolución 
médica en Cuba, se entrenaba en medicina con gruesos libros de la 
carrera. Ese afán obsesivo de superación hay que recuperarlo.
Hay mucho que rehacer en otros términos.
 Superar esas impresionantes carencias de cultura política, ideológica e
 histórica en demasiado decisores, funcionarios, administradores. La 
incultura que acompañando el discurso de lugares comunes, hace defender 
posiciones claramente antisocialistas sin tan siquiera percatarse de 
ello. La incultura que los hace no conocer a fondo sobre los procesos 
que dirigen y, frente a la inseguridad que emana de la ignorancia, el 
refugio en seguir a pie juntillas orientaciones o, peor aún, terminar 
sometidos a las fuerzas antitransformadoras que sugieren no arriesgarse.
Hoy, no tengo, frente a la urgencia, 
tiempo para esperar musa poética. Hagamos de esta contraofensiva 
revolucionaria que se abre con los tres últimos discursos del presidente
 el ahora o nunca de esta generación, derrotemos a nuestros fantasmas, 
derrotemos a la mediocridad, derrotemos a los burócratas, derrotemos a 
los agoreros del final, derrotemos al imperialismo.
 
