Comparto la 
opinión brillantemente expresada por Fernando Martínez Heredia
de que "The New York Times 
es una gran empresa del sector de información y formación de opinión 
pública, antigua e influyente, y se sujeta a normas correspondientes a 
la idea que tiene de su función y al papel que le toca al servicio del 
orden vigente en su país y su política exterior
 imperialista. En todo sistema de dominación desarrollado cada uno tiene
 su esfera, sus maneras y su función. Que yo sepa, nunca ha mostrado 
alguna simpatía por la sociedad que tratamos de edificar en Cuba, pero 
puedo admitir que forma parte del sector educado
 de nuestros enemigos"
Sin embargo, como en los medios de 
comunicación cubanos no hay columnistas de economía ni en la televisión 
cubana hay programas habituales sobre temas económicos, a pesar de los 
reiterados llamados del Pesidente Miguel Díaz-Canel
 a "enfrentar con sólidos argumentos desde la Economía Política, la 
plataforma neocolonial y neoliberal que nos quieren imponer, aferrada a 
los mitos y fetiches construidos por el neoliberalismo" que permitan 
encontrar un enfoque mínimamente diferente al que
 la "diversa y plural" prensa que habla sobre Cuba repite unánimente 
desde El País y El Nuevo Herald  al sistema mediático privado sembrado 
en la Isla por la política del Presidente estadounidense Barack Obama, 
traigo este artículo sobre un político y economista
 triunfador en las recientes elecciones primarias argentinas que, según 
el Times es recordado muy positivamente por "un plan de congelamiento de precios de un conjunto de alimentos y productos esenciales".
No soy especialista en economía ni 
pretendo polemizar con nadie, que seguramente merece mucho más respeto y
 tiene más autoridad que yo en ese campo en el que está en todo su 
derecho de emitir sus opiniones. Además de  que, por
 supuesto, que Argentina no es Cuba, ni un plan  de control de precios 
que funcione allí tiene por qué parecerse, copiarse y ser exitoso en 
aquí, pero en medio de tal unanimidad de una parte y silencios de la 
otra, tal vez algo aporte leer que una vez, en alguna
 parte, hubo "control de precios" y alguien no sólo siguió vivo después 
de aplicarlo sino que "estas políticas tuvieron un alto nivel de 
aceptación" y permiten que su gestor vuelva triunfalmente a la política y
 muy probablemente sea la máxima autoridad de una
 de las ciudades con mayor importancia económica en América Latina. Todo
 ello según un medio de comunicación que es venerado y tomado como 
referencia por la misma prensa que repite y repite que eso es 
imposible. 
Por supuesto
A continuación el artículo íntegro del New York Times,
publicado allí el 16 de agosto de 2019.
Axel Kicillof puede renovar al kirchnerismo
El exministro de Economía de Argentina 
podría ser el próximo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Su 
perfil moderado sería una respuesta para el peronismo de izquierda.
Por 
El autor es periodista y politólogo.
- 16 de agosto de 2019
BUENOS AIRES — Junto al casi seguro regreso 
del peronismo a la presidencia, las elecciones primarias argentinas, 
conocidas como las PASO, dejaron una sorpresa con nombre y apellido: 
Axel Kicillof, candidato a gobernador de la provincia
 de Buenos Aires.
Con 
más de la mitad del total de los votos, Kicillof logró una 
diferencia del diecisiete puntos frente a la actual gobernadora, María 
Eugenia Vidal, quien hasta el momento era la política
con mejor imagen del país y la gran esperanza de renovación del 
macrismo. Si el 27 de octubre se confirman estos números, se convertirá 
en el responsable de gobernar una provincia que, resultado de la 
organización territorial psicodélica de la Argentina,
 concentra el 38 por ciento de la población (y un porcentaje aún mayor 
de los problemas nacionales).
Tras 
tres años de recorrer la provincia y en el marco de una ola peronista que alcanzó a prácticamente
todo el país, ahora se encamina a convertirse en el segundo político más importante después del presidente.
El desafío que enfrenta de cara a las 
elecciones de octubre es mayúsculo. Con casi 17 millones de habitantes 
sobre un total nacional de 44 millones, Buenos Aires es un país dentro 
del país. Incluye dos ciudades de medio millón de
 personas, extensos campos, puertos marítimos y fluviales, 
casi la mitad de la capacidad industrial del país y el inabarcable 
conurbano bonaerense —un cordón superpoblado que envuelve la ciudad de 
Buenos Aires— y que combina algunas islas de enorme riqueza con un 
océano de
desempleo, 
inseguridad y 
pobreza.
De ganar, Kicillof podría desarrollar un 
gobierno progresista en una provincia cuyos últimos gobernadores 
estuvieron más atentos a su imagen personal que a la vida de sus 
habitantes. Y si es exitoso podría convertirse en la cara
 de la renovación del kirchnerismo, una fuerza que nunca había 
encontrado a una figura —fuera de los integrantes del matrimonio 
fundador, Néstor y Cristina— capaz de expresar su versión izquierdista 
del peronismo y que al mismo tiempo contara con la popularidad
 necesaria para ganar elecciones.
El meteórico ascenso de Kicillof fue posible, en primer lugar, por una campaña austera, que transcurrió
a bordo de un Renault Clio manejado por un amigo y con el 
acompañamiento de un pequeño equipo de colaboradores y que no cedió ante
 algunos imperativos de la mercadotecnia política: el candidato se negó,
 por ejemplo, a exhibir a su familia como un trofeo.
 En una Argentina hiperpolarizada y acostumbrada a un debate político 
feroz, Kicillof también evitó los agravios y los golpes bajos.
Pero lo más significativo es la trayectoria 
singular de este economista de clase media de 48 años, doctorado en la 
Universidad de Buenos Aires con una tesis sobre Keynes, militante 
político desde su adolescencia, que llegó al gobierno
 de Cristina Fernández de Kirchner casi de casualidad. La Cámpora —la 
organización juvenil del kirchnerismo— buscaba una pata económica, que 
encontró en el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), 
el laboratorio de ideas progresista cofundado
 por Kicillof. Primero solo y luego junto a varios integrantes del 
Cenda, Kicillof ocupó diferentes cargos hasta que en noviembre de 2013 
fue designado ministro de Economía.
Era un momento delicado. Argentina sufría de
 un largo período con una economía errática y descoordinada, que incluyó
 seis ministros en ocho años, y de la acumulación de una serie de 
problemas surgidos a partir del estallido de la
 crisis global de 2008: déficit comercial, creciente desbalance 
energético, inflación,
bajo crecimiento.
Como ministro, Kicillof
recentralizó el manejo de la economía, devaluó la moneda para 
estabilizar el tipo de cambio sobre un nuevo piso y comenzó a cerrar los
 diferentes capítulos financieros pendientes desde que el país
entró en incumplimiento de pagos en
 2001 (aunque el fallo de un juez estadounidense le impidió 
completar este plan normalizador). Sin embargo, lejos de limitarse al 
reordenamiento macroeconómico, también desplegó una amplia gama de 
programas orientados a impulsar la producción, el trabajo
 y el consumo, entre los cuales el más recordado es el 
plan de congelamiento de precios de un conjunto de alimentos y productos esenciales.
Heterodoxo en su concepción económica, Kicillof
 recurrió a la fuerza del Estado como instrumento decisivo para 
morigerar las consecuencias sociales del estancamiento y el alza de 
precios. Por eso, aunque los resultados
 macroeconómicos de su gestión fueron dispares (el 
PIB cayó dos años y creció uno, la inflación se mantuvo alta), estas políticas tuvieron un
alto nivel de aceptación. El contraste con el gobierno macrista, que las 
desmontó silenciosamente, contribuyó a resaltar el acierto de la perspectiva pragmática de Kicillof.
Pero, además, en un gabinete penetrado por 
la corrupción de varios de sus integrantes, Kicillof —quien durante tres
 años contró los resortes económicos del país— no enfrentó
ninguna causa de corrupción.
La provincia de Buenos Aires es territorio 
heterogéneo y desigual. Los últimos dos gobernadores, el peronista 
Daniel Scioli y la macrista Vidal, dedicaron más esfuerzo a alimentar 
sus ambiciones presidenciales que a mejorar la vida
 de los habitantes de la provincia. Quizás por eso ambos fracasaron.
Por formación, experiencia de Estado y el 
conocimiento acumulado durante sus recorridos en el Clio, Kicillof tiene
 todas las condiciones para marcar una diferencia con las mediocres 
gestiones anteriores. Pero para ello es necesario
 que combine estas cualidades con un enfoque flexible y amplio, que 
priorice a los sectores más castigados por la crisis pero que también 
desarrolle un enfoque abierto hacia los “ganadores” económicos de estos 
años, entre los que se destaca el poderoso sector
 agropecuario.
Quizás así Kicillof comience a cambiar la 
suerte de una provincia que concentra —brutalmente exacerbados— buena 
parte de los problemas de la Argentina, y sea la oportunidad que estaba 
buscando el peronismo de izquierda.
José Natanson es director de Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, y autor de
¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal eficacia de una nueva derecha.
 
 
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