Radiografía del campo (5)
La mujer, el pilar invisible que sostiene el mundo rural
Algo más de 70.000 mujeres trabajan como agricultoras en un medio masculinizado, envejecido y anquilosado en parámetros patriarcales mientras un grupo mayor que se resiste a engrosar el éxodo que vacía el interior del país mantiene con más obstáculos que ayudas unos servicios básicos que evitan que el declive de los pueblos derive en finiquito.
                   
        ZARAGOZA
"A
 las mujeres nos afecta todo lo que le afecta al sector, pero acentuado 
por ser mujer", explica Inma Idañez, responsable del área de Mujer de la organización agraria COAG
 y presidenta de Ceres (Confederación de Asociaciones de Mujeres del 
Medio Rural), quien confiesa que "no entiendo cómo cuando se habla de 
despoblación no se habla de agricultura y de mujer, que son los dos 
elementos que fijan, que fijamos, a la población en los pueblos".
La mujer desempeña 
en el mundo rural una doble función como productora y como mantenedora 
de servicios en el plano económico y como elemento clave de la 
estructura social, a pesar de lo cual las inercias patriarcales del 
campo la han relegado históricamente a un papel que formal y normalmente
 no ha pasado de secundario.
"Con lo que pagaría a la Seguridad Social una mujer [como autónoma] come la familia todo el mes",
 ironiza Idañez en referencia al círculo vicioso que acaba arrinconando a
 la mujer en un plano prácticamente marginal en aspectos clave como la 
titularidad de las explotaciones familiares o la cotización que da el 
acceso a la pensión de jubilación.
A pesar de esa situación y a que "el sector primario no es nada atractivo", añade, sí hay una corriente de mujeres jóvenes y muy preparadas que quieren volver al medio rural".
La urgencia de un relevo generacional
Un reciente estudio de COAG basado en la Encuesta de Estructuras de Explotaciones Agrarias
 del INE (Instituto Nacional de Estadística) apunta a un crecimiento de 
la presencia de la mujer en las estructuras productivas del campo 
español en los últimos años: el número de titulares pasó entre 2009 y 
2016 de 278.334 a 285.497, un aumento de más de 7.000 (2,5%) con avances por encima de la media en Euskadi (5,16%), Cantabria (3,99%), Baleares (3,77%) y Andalucía (2,98%).
"Muchas jóvenes agricultoras son de paja, figuran al frente de la explotación para recibir ayudas"
Sin embargo, y pese al crecimiento en la franja de edad millenial, el porcentaje de mujeres menores de treinta años que tienen una explotación a su nombre solo supone más del 1% del total
 de ellas en Catalunya (1,37%) y en Andalucía (1,15%), y es residual en 
potencias agrarias como Navarra (0,15%), La Rioja (0,07%), Murcia 
(0,03%) o la Comunitat Valenciana (0,1%), mientras el peso de las de 65 o
 más supera el 35% del colectivo en todas, lo que pone sobre la mesa la 
necesidad de un relevo generacional de 100.000 jóvenes agricultoras en 
los próximos años.
No obstante, esos datos incluyen varios matices como una fuerte presencia de labradoras de sofá que mantienen la titularidad para seguir cobrando los mal llamados derechos históricos, como ocurre en el campo en general, y de otras que figuran en ese puesto por ser mayores las ayudas económicas.
"Muchas jóvenes 
agricultoras son de paja, figuran al frente de la explotación para 
recibir ayudas", explica María Bosque, que en los últimos años ha 
trabajado como técnica para Fademur,
 la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales, de la que fue 
vicepresidenta, y que también ha colaborado con UPA (Unión de Pequeños 
Agricultores).
Una de cada cuatro cuelga la azada en una década
Por el contrario, los datos de la EPA
 (Encuesta de Población Activa) del INE, más en sintonía con los de la 
Seguridad Social que los de Agricultura, dibujan una evolución del 
empleo femenino en el campo español menos optimista y más cercana, 
aunque, con matices, a la general del sector, en la que los autónomos ceden terreno a los asalariados en un sector en el que, asolado por la creciente uberización y por los vaivenes de un mercado cada vez más global, la gran empresa no deja de comer terreno a la explotación familiar y al emprendedor.
Los registros de la EPA apuntan a una progresiva desaparición
 de dos tipos de agricultoras: las independientes, que han perdido la 
cuarta parte de su peso en una década al pasar de 76.900 a 58.100, y las
 que ayudan en el negocio familiar, que son menos de la tercera parte 
(5.300 de 16.100) que eran al acabar la primera década del siglo.
Paralelamente, las
 pequeñas empresarias que contratan mano de obra crecen entre altibajos 
(son 2.200 más que hace diez años pero 1.300 menos que hace cuatro), 
aunque no son ni la quinta parte que las independientes, en una tendencia similar a la que registran las cooperativistas, que tocaron techo cuando hace dos años llegaron a ser 2.100.
Por último, las 
asalariadas llevan años siendo un grupo tan numeroso como para superar 
en volumen a los otros cuatro grupos de mujeres que se ocupan en el 
campo, con un balance de 98.800 frente a 76.600, casi un 30% más, en el último trimestre de 2019.
Se trata, por otra
 parte, del grupo cuyo volumen de ocupación sufre mayores altibajos, de 
más de 30.000 el año pasado, en el que los picos trimestrales fueron de 
120.900 y de 90.000, y superiores a las 50.000 (129.700 y 76.000) hace 
un lustro, como consecuencia de la elevada temporalidad que marcan los periodos de cosecha. Menos de la tercera parte de las trabajadoras del campo, 32.600 de 98.800, tienen un contrato indefinido.
En ese escenario laboral, que incluye una fuerte presencia de mujeres de origen extranjero (32.100), se dan, junto con episodios de abusos sexuales
 como los denunciados en los últimos años en la recogida de la fresa, 
otros excesos como la realización de entre 1,9 y 14,2 millones de horas extraordinarias no remuneradas cada semana.
Medio siglo de éxodo femenino del campo a la ciudad
La mujer rural es 
bastante más que un input productivo en el campo, donde "tiene una vida 
bastante complicada, con pocas oportunidades de desarrollo y muchas 
inercias", explica Luisa Frutos, catedrática emérita de Análisis 
Geográfico de la Universidad de Zaragoza, que coincide con Bosque en 
diferenciar, a grandes trazos y de manera general, tres grupos entre ellas:
 las de quince a cuarenta años, en edad laboral y fértil; las que se 
encuentran entre esa edad y la jubilación, que mantienen el grueso de 
los servicios locales, desde la tienda a la peluquería pasando por los 
cuidados domiciliarios, limpieza incluida, entre una escasa oferta de 
empleo, y las que afrontan el tramo final de su vida.
Tan importante es la presencia de las mujeres para el mantenimiento del mundo rural como su ausencia para explicar su declive
Sin embargo, tan importante es su presencia para el mantenimiento del mundo rural como su ausencia para explicar su declive. "Llevamos avisando desde los años 70, cuando la política de polos de desarrollo aceleró un éxodo de la mujer que había comenzado unas décadas antes", señala Frutos.
Las consecuencias del proceso resultan obvias: "Si hay menos mujeres, hay menos parejas y menos niños; que haya menos mujeres
 que hombres en edad fértil conlleva una menor natalidad y un mayor 
envejecimiento de la población" por falta de relevo, anota la profesora,
 que destaca también cómo la llegada de migrantes de origen extranjero a los pueblos no ha tenido entidad suficiente para equilibrar esos índices.
La Estadística del padrón continuo del INE revela con claridad cómo el peso demográfico de los hombres
 es claramente superior al de las mujeres en los pueblos de menos de mil
 habitantes y cómo tiende a equilibrarse, aunque siempre con mayoría 
masculina, a partir de esa cota y conforme aumenta el censo hasta
 los de 10.000, en los que tradicionalmente se sitúa la barrera del 
mundo rural. La proporción se invierte en los núcleos de tamaño superior
 y en las capitales de provincia.
"La despoblación y
 el déficit de mujeres en zonas rurales son dos aspectos muy 
relacionados entre sí y a la vez, también, con la falta de oportunidades
 y de trabajo", indica, a lo que se suma "la preferencia psicológica por la vida en la ciudad por sus mayores oportunidades laborales y su mayor oferta de actividades y de propuestas de cultura y de ocio".
"Una prolongación de su actividad doméstica"
Esa falta de 
oportunidades para las mujeres es otro de los factores clave del declive
 del mundo rural. "El problema para las que se quedan es que no tienen 
trabajo, ni siguiera en el sector agrario", apunta Frutos, lo que las 
lleva a emplearse en actividades como la agroindustria, a menudo de 
carácter artesanal, o el agroturismo, "que no dejan de ser una 
prolongación de su actividad doméstica", además de en los servicios.
Idañez, 
horticultora almeriense que se dedica al cultivo del tomate, llama la 
atención sobre otra particularidad de la faceta productiva de las 
agricultoras: su clara preferencia por el cultivo ecológico, la venta 
"en el canal corto, en el que el consumidor te pone cara", y el fomento 
del consumo de temporada y de kilómetro cero, con cestas y presencia en 
mercados y mercadillos.
"El problema para las que se quedan es que no tienen trabajo, ni siguiera en el sector agrario"
"Hay cierta sensibilidad y conciencia, y eso marca la diferencia", apunta, mientras recuerda que "estamos en manos de los mercados, pero quien decide es el consumidor final".
Iniciativas como Biela y Tierra, con el que las ecofeministas Ana Santidrián y Edurne Caballero recorrieron el año pasado 2.880 kilómetros en bicicleta
 para visitar 125 proyectos de agroalimentación sostenible por el tercio
 norte de la España vaciada, buena parte de ellos impulsados por 
mujeres, operan como ‘prueba del nueve’ de la viabilidad de esos 
planteamientos junto con realidades como la hospedería navarra de 
Jaunsaras, las huertas y el plan de comercio local de El Colletero junto al río Iregua, en La Rioja, o el potente proyecto de la cooperativa asturiana de neorrurales Kikiricoop en torno a la crema de avellanas y el catering de kilómetro cero.
"La mujer no ayuda: trabaja"
En cualquier caso,
 emprender no es fácil en el mundo rural; como tampoco lo es buscarse la
 vida "¿Cuántas casas hay que limpiar, a diez euros la hora, para que a 
una autónoma le quede algo de dinero cuando haya agotado los dos 
años de tarifa plana y tenga que pagar casi 300 euros?", se pregunta 
Bosque, antes de plantear que "el asunto de la despoblación no es de 
territorio: es de servicios, de economía, de política fiscal, de 
integración, de extranjería y de más factores". "Hay muchas herramientas para aprender, pero nadie las acerca al pueblo, y no será por falta de interés por conocerlas", añade.
Bosque, que reclama "estrategias de apoyo y de red para mantener los pueblos", medidas concretas como "tratamientos fiscales específicos y
 ayudas y facilidades para fundar cooperativas de servicios" y también 
mejores comunicaciones y transporte público, hace hincapié en la labor 
de la mujer rural como sostenedora de servicios como el comercio y los 
cuidados sin cuya existencia "nadie iba a querer quedarse en el pueblo".
"Hay que desterrar la idea de que el trabajo de la mujer es menos importante que el del hombre, que es algo que existe"
Sin
 embargo, y junto con toda esa lista de tareas para las 
administraciones, el mundo rural tiene pendiente otro cambio fundamental
 para revertir su declive. "Hay que desterrar la idea de que el trabajo 
de la mujer es menos importante que el del hombre, que es algo 
que existe -señala-. La mujer no solo ayuda en la explotación: trabaja 
en ella, y eso tiene que reconocerse con la titularidad compartida".
"Una mujer 
necesita lo mismo que un hombre, por lo que hemos de trabajar desde la 
equidad y, a partir de ahí, de la igualdad", añade. "Hablamos de 
emprendimiento, pero casi nunca de mantener lo que ya hemos puesto en 
marcha", refuerza Idañez.
 
 




 
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